Cambiar el chip
Por: Tania Palencia Prado
Acepté escribir para RUDA un breve artículo que, en el contexto del COVID-19, se enfocara sobre cómo “nos organizamos las mujeres, entre letras, entre crisis”. Les confieso que la única forma para mí posible de abordar tal mancuerna es acudiendo a la poesía misma. Después de la crisis tendremos tiempo para usar las letras con gran compromiso político sobre sus consecuencias, las que deberán enfrentar tres grandes nudos en juego: 1º. Cómo constituir territorios libres para crear sistemas de producción e intercambio que potencien las redes de la vida; 2º. Cómo constituir nuevos espacios, normas e instituciones públicas/colectivas funcionando para la salud y la diversidad; y 3º. Cómo instituir nuestro poder propio, personal y remontar nuestra incapacidad de valorar la interdependencia de todo cuanto existe. Pero me gustaría hablar de esto después, ya están cambiando en todo el mundo las relaciones de poder. Lo cierto es que hay que cambiar el “chip” desde adentro: ese es el nudo de esta civilización, nuestra idiotez, nuestra pérdida de sentido de comunidad, amarradas(os) como estamos a guerras, sometimiento y muerte. Hay que organizarnos para cambiar chips mentales y emocionales. Pero suplico ahora, me permitan compartir con las y los lectores este poema que forma parte de mi libro Zoocomio (inédito), y en el cual algo se dice del complejo tema que me solicitaron:
Parábola de la sembradora
(Monólogo para teatro)
Telón arriba al día que pasó
¿Es esta la noble Tierra? ¿Quién la recuerda?
La muerte aquí la matan.
— En un susurro
De las calles vagabunda entro
vengo de pasos acosados viendo hacia atrás
en esta mano una candela y bajo el brazo
perdí la flauta vieja de arcángel veloz
señora del tiempo
disuelta en este olvido de locos
¿Dónde sembraré las flores si nadie las ve?
–Escuchen
–Me buscan
Me voy
llevo oculta esta semilla del campo verde que nadie quiere.
Está guardada en mi lomo como estrella que parece muerta. Así las ágoras que la acosaron y sus cabezas sordas no olerán el agua de su raíz.
¡Telón arriba señoras y señores!
me llevo su sangre germinal
arranco su cárcel con mi fuga
dejo por fin su historia
su vida es esta:
Se dio calor la campesina
cabía el sol en su sudor
y siendo su cuerpo su compañía
lo tocaba lo veía lo cuidaba
lo llevaba a correr como a los chivos lejos
detrás de los dioses y cerca del cielo
la campesina se hundió en barrancos de la Tierra.
Yo soy yo
decía terca como mosquito
tal fue la causa de su locura:
–¡Verse!
–¡Con ojos grandes!
–Escuchen
La muerte aquí la matan.
— En un susurro
Que su boca saludaba a la mañana
veía colores en la lluvia tibia que mojaba la milpa
que sus manos olían a parto de las semillas
que su cuerpo era libre de mal trabajo
que su vida era de ella de sus amantes de sus amigas
la estrella pequeña luna era tan solo un sol
y así cantaba.
Ninguna biblia ningún panfleto le enseñó a hablar
era maestra la campesina
dijo que llena estaba de canciones y que quería cantar
hacer lo que ella era para comer y vivir
cantadora de cantos y consejas
cargadora de sones.
La vida es una barca a la deriva, cantaba y se reía.
Trazó en la puerta de su casa
un rótulo dado a la mujer y una palabra vieja:
“me vendo”
¡y se vendió!: daba frijoles a cambio de consejos
gallinas a cambio de canciones y recibía limones
la necesidad es cabal de contagiosa
nace de sí
-sabe la estrella-
como el recuerdo y los olores.
— ¿Es esta la noble Tierra? ¿Quién la recuerda?
La muerte aquí la matan.
–Escuchen
–Me buscan
El mundo entero se dio al ejemplo con sus regazos de flores
daban huevos a cambio de tortillas
comunes en sus saberes
sinceras sus alegrías
sus sombras llenas de luz
sin desperdicios
gentes sin las vergüenzas
trashumantes migratorios caminaban
iban con su guitarra a pastar al mar.
¡No hicieron nada que es hacer tan peligroso!
comunas fueron para lo suyo dueñas
gente pescadora gente comedora
abonera con sus letrinas y sus parrandas
terrenal con sus entuertos pantanosos
de huertos y licores amistosos
acaso hedían
y un inventario común de buenas leyes caminantes.
Carpinteras albañiles panaderas
tejedoras mujeres y mujeres y hombres y mujeres y hombres y así y más
unos buenos… otras también
los sembradores.
¡A ella la campesina!
hecha de luz
¡A todos!
¡Los mataron a todos!
— Ella mi estrella la guardo aquí.
— ¿Quién la recuerda?
La muerte aquí la matan.
Rompió las tablas y los dineros
¡gran confusión!
porque caníbal su sociedad la sentenció
porque la muerte aquí se muere.
¿Dónde estarán? ¿se fueron todos?
¿las siemprevivas?
¿los ajos y las cebollas sus libros y sus canciones
sus duros trozos de pan?
¿todos se fueron?
¿se fue su tiempo?
ellos sembraban
ellos comían
cuentos contaban
ellos amaban
ellos cagaban
y sus conflictos pues allí estaban
ellos normales: ¡los ilegales!
— ¿Es esta la noble Tierra? ¿Quién la recuerda?
La muerte aquí la matan.
Ya no hay tambores
un solo golpe por mil es cada guerra y otra vez y otra vez de mil botas
las armas braman palabras
las guerras son de palabras
guerras legales
¡guerra en el teatro
el mejor teatro de guerra!
El gran telón de arriba al día que pasó
una mentira esconde
y otra vez y otra vez de mil botas cien mil pies al escenario rudo
— Silencio
las sombras de la guerra no se han ido.
¡Despierten!
vomiten todo lo que comieron
sus guerras comen las almas
comen la tierra
defecan sin bienestar.
Porque viendo no ven y oyendo no oyen ni entienden
¿esa es su siembra?
¿de frutos que pudren a quien cosecha?
porque ni viendo ven y no oyendo nombran
y sus semillas engañan y sus caminos atrapan.
— ¿Es esta la noble Tierra? ¿Quién la recuerda?
Hay que saltar
en otros montes otros olores
otras cosechas otras semillas
otras palabras
dijo Crisanta, la campesina
en plena cara de la minera.
Yo me voy con su luz para otro lado
me llevo la flor que nunca muere.
–Aquí la matan.