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Mujeres en trabajos precarios: ¿situación actual o condición socio-histórica construida?

Foto: Archivo Ruda

Una colaboración de María Frausto* para Ruda

En todo el mundo, las mujeres participan en menor proporción que los hombres en el mercado laboral, y lo hacen en condiciones más precarias: empleos temporales, a tiempo parcial, con menores ingresos y menores posibilidades de ocupar puestos directivos y, en el caso de los países en vías de desarrollo, principalmente vinculadas con la economía informal.

Así, durante 2019 la tasa promedio de ocupación de las mujeres fue de alrededor del 48% en los 27 países de la Unión Europea, mientras que en el caso de los hombres ese promedio fue de 60%. En América Latina, la situación era de mayor rezago para las mujeres, pues la diferencia en las tasas de participación rondaba en los 20 puntos porcentuales; en Guatemala se calculó cercana al 50%.

Los datos anteriores obligan a plantearse la pregunta: ¿esta situación es de carácter actual y, por lo tanto, transitoria o más bien es producto de procesos sociales e históricos de larga data que se articulan con el funcionamiento del modelo capitalista de producción?

Para responder a esta pregunta vale tener presentes algunos elementos (de los cuales se esbozan apenas unas pinceladas) que ayuden a abordar la cuestión.

En primer lugar, es necesario recordar que, de acuerdo con Engels (1884) la división sexual del trabajo que asigna a hombres y mujeres actividades y espacios diferenciados de trabajo surge con la familia monogámica y patriarcal, en la que se consideraba a las mujeres como propiedad de los hombres, lo cual se refuerza con el advenimiento y consolidación de la propiedad privada. Como señala Engels, la palabra familia designaba en sus orígenes a un conjunto de personas que incluían a la mujer, los hijos y esclavos considerados patrimonio del jefe de la gens romana, sobre los cuales este tenía derecho de vida y muerte. 

Es decir, esa división sexual del trabajo que asignó a las mujeres todo el trabajo doméstico y de cuidados es una construcción social e histórica, a partir de la cual dichos trabajos son vistos como inferiores a los que realizan los hombres y, por lo tanto, sin valor. Esa condición subordinada de las mujeres fue justificada (“naturalizada”) por filósofos como Sócrates, Platón, Sófocles y Aristóteles (entre otros), bajo el argumento de la inferioridad intelectual y moral de las mujeres (Fuentes Santibáñez, 2012).

Esa realidad “naturalizada” se traslada al campo teórico del análisis económico que se niega a reconocer al trabajo doméstico y de cuidados como trabajo. Tal negación parte de la distinción que hizo Adam Smith entre trabajo productivo e improductivo, en función de si contribuye o no a la generación de productos destinados al mercado (y por lo tanto a la acumulación de riqueza). Así, aunque reconoció la importancia de la crianza y cuidado de los hijos como elemento indispensable para garantizar su posterior incorporación como trabajadores, consideró que este tipo de actividades eran “improductivas” pues no añadían ningún valor.

Además, en las primeras décadas de la industrialización era usual que las mujeres trabajaran a destajo en pequeños talleres. A menudo estos estaban instalados en sus viviendas y las labores que hacían (tejer, hilar, escardar la lana, entre otras) eran consideradas como “propias de su sexo” y, por lo tanto, de menor valor que las que realizaban los hombres. Ese hecho, aunado a que se asumía que el hombre era el único o principal proveedor, contribuyó a que se justificara que ellas recibieran un menor pago por su trabajo. Es decir que esa visión desvalorizada del trabajo que realizan las mujeres en el ámbito reproductivo se traslada al ámbito productivo, en el cual también las actividades en que participan son vistas como de menor valor.

Posteriormente, con la escuela marginalista se traslada el foco de discusión desde el ámbito productivo al de la circulación (el mercado). Con ello se terminó de invisibilizar la producción que se realiza al interior de los hogares (trabajo doméstico y de cuidados no remunerados) por lo que quedó excluido del sistema de cuentas nacionales que incluye las estadísticas sobre el trabajo.

Esa invisibilización se explica porque en la escuela marginalista (neoclásica), el sujeto económico es un ser autónomo (no tiene conexiones sociales ni con la naturaleza), no tiene niñez ni vejez; no depende de nadie; no es responsable por nadie, surge totalmente formado; es racional. Interactúa en la sociedad sin ser influido por ésta, a través de un mercado ideal en el cual los precios son la única forma de comunicación. Por lo tanto, a esta teoría le es irrelevante toda la producción que se realiza al interior de los hogares, así como las relaciones de poder-conflicto-cooperación que ahí ocurren. Es decir, en esta teoría las mujeres, sus prácticas y realidades como sujetas económicas, están ausentes. 

Esa invisibilización ha tenido serias repercusiones en la vida de las mujeres y en sus posibilidades de incorporarse al trabajo remunerado porque implica menor disponibilidad de tiempo para estudiar, trabajar y consumir. Es decir que el tiempo dedicado a los trabajos domésticos y de cuidados no remunerados influyen sobre la situación de ingreso y permanencia en el mercado laboral, pero también en la visión económica y social que se tiene acerca de las mujeres trabajadoras; diferencias que afectan su calidad de vida. Estos elementos ayudan a entender por qué una mayor proporción de mujeres están en la actualidad en trabajos precarios con menores ingresos, sin protección social y en condiciones de riesgo para su salud y bienestar (UnitedNations, 2013).

Por ello, la economía feminista plantea tres críticas centrales. Por razón de espacio en esta nota solo se abordan dos.  La primera es la finalidad de la economía y por lo tanto a su objeto de estudio. La teoría neoclásica centra el análisis en la asignación más eficiente de bienes escasos entre sus diferentes usos alternativos, donde el mercado es el mejor mecanismo para ello. En contraposición, la economía feminista argumenta que el énfasis debería estar puesto en qué bienes y servicios son necesarios para la satisfacción de las necesidades humanas en una determinada sociedad, y cómo se obtienen. En ese sentido, se recupera el tema de las relaciones sociales en los procesos de producción, distribución, circulación y consumo. Se reconoce, asimismo, que existen otras instituciones (familia, Estado, etc.) que proveen bienes y servicios esenciales para garantizar la sostenibilidad de la vida en todas sus formas. 

La segunda es al sujeto económico autónomo, aislado, sin historia ni vínculos socioafectivos. En este tema la economía feminista plantea una visión integral del ser humano, el cual, si bien toma algunas decisiones con criterios racionales, también se interesa en otros, es interdependiente, emocional, etc.

Un elemento central que ha contribuido a visibilizar todo ese trabajo invisible es primero la redefinición del concepto trabajo para incluir en él todo el trabajo doméstico y de cuidados no remunerados, así como la construcción de instrumentos adecuados para levantar información sobre el uso del tiempo. Con ello se ha podido dar cuenta que en todo el mundo el tiempo total destinado por las mujeres al trabajo es mucho mayor que el dedicado por los hombres. La diferencia fundamental radica en que ellas suelen dedicar el doble de tiempo al trabajo no remunerado.

Además, la crisis del COVID-19 profundizó las condiciones estructurales de la desigualdad de género, tanto en el ámbito laboral como en el espacio doméstico, al tiempo que evidenció la centralidad de los trabajos de cuidados para el funcionamiento de la sociedad y de la economía. Por ello, hoy más que nunca, es preciso analizar las dinámicas socioeconómicas desde un enfoque feminista de la economía.

Referencias

Engels, Federico (1884). El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. Moscú: Editorial Progreso.

Fuentes Santibáñez, Paula (2012). Algunas consideraciones en torno a la condición de la mujer en la Grecia Antigua. Intus-Legere Historia / issn 0718-5456 / Año 2012, Vol. 6, Nº 1; pp. 7-18.

*Investigadora del Departamento de Ciencias Económicas, Instituto de Investigación en Ciencias Socio Humanistas (Icesh)