Nombrarnos equivale a hacernos cargo
Por: Yolanda Aguilar Urízar,Yolanda Aguilar Urízar
Aprendiendo a nombrarme ladina-mestiza me di cuenta que las memorias que hemos negado u olvidado de nuestras genealogías son aquellas que no nos han permitido sanar el peso de las historias que nos ha tocado reproducir. Eso significa que, en la recuperación de quienes somos ahora, las llamadas “mestizas” hemos iniciado caminos de auto-aprendizaje porque hemos descubierto que también nosotras podemos juntar pedazos y recuperar nuestros cuerpos. Se trata de irnos integrando en otra conciencia, en otra forma de vincularnos a la tierra, a la vida cotidiana, para salir de la anestesia de quienes hemos sido. Ahora los tiempos nos desafían de nuevas maneras. Es indispensable repensarnos desde el lugar de la interpelación de los lugares que hemos ocupado.
Empecé mi recorrido personal post-guerra como defensora de Derechos Humanos. Corrían los tiempos en que reaprendíamos a escuchar nuestras voces, en una sociedad que no sabía reconocerse desde la cultura de los derechos. Fue un tiempo para aprender a perder el miedo; empezábamos a vislumbrar lo que significaba la memoria y las dimensiones de lo que había dejado el Conflicto Armado Interno.
Años después fui reconociendo mi propia historia en las historias de tantas mujeres, confirmé entonces que nuestra fuerza es colectiva, pero que se requiere de compromiso personal para sanar las memorias que duelen. Así la memoria histórica fue ocupando, cada vez más, un lugar preponderante en nuestras vidas. Para que hablaran las sobrevivientes de muchas comunidades y también fue un punto de partida para empezar a reconstruir un tejido social profundamente dañado. En este sendero de nombrar lo doloroso surgió también el paciente y arduo camino de compartir -desde las mujeres mayas- nuevas rutas para que retornara la esperanza, para recuperar la alegría, para sanar sus historias. Mientras ellas sanaban, otras también lo hacíamos.
El transitar por la vida me enseñó que era necesario honrar y agradecer el privilegio de haber sanado mi propia historia. Lo personal se vuelve político cuando se hace colectivo; cuando interpelamos la condición de normalidad y cuando nos encontramos para crear otras formas de convivir. Así surgió el espacio creado como Centro de formación- sanación e investigación transpersonal, Q’anil en Guatemala. (http://sanacionqanil.org.gt/) Su existencia es el resultado de este proceso de memoria colectiva, pero de la memoria de lo que ha implicado ir sanando, situarse en ese otro lugar. Creamos un espacio para tratar de articular la reflexión conceptual sobre la transformación social y política junto a la vivencia corporal de las emociones y la sexualidad.
Desde ese lugar me sitúo ahora, en el holismo feminista, en la integralidad que implica la diversidad que somos, sabiendo que múltiples sistemas sociales, políticos, culturales y psico-emocionales nos habitan. Pareciera contradictorio, pero esta misma situación es la que posibilita que seamos capaces de reunir nuestras fuerzas para convertirnos en actoras de nuestras vidas, y transformar el mundo. A pesar de eso, en la experiencia del movimiento de mujeres, ha quedado demostrado que, si no cambiamos interiormente, es imposible que podamos transformar hacia fuera pues, tanto el sistema patriarcal, como los mandatos coloniales que residen en nosotras han sido internalizados y reproducidos en las mismas formas que hemos querido transformar las sociedades en las que vivimos. En otras palabras, los mandatos de género y los racistas (entre otros) los hemos aprendido en la misma experiencia corporal. Es decir, no podemos seguir viviéndonos como cuerpos fragmentados o impulsando esfuerzos sin articulación.
Hemos vivido por demasiado tiempo en este sistema-mundo que destruye, inferioriza, feminiza, vilipendia y despoja. Somos demasiados los seres considerados no ciudadanos, no sujetos de nuestras vidas, ni de la historia. Sin embargo, la realidad del Abya Yala evidencia otra cosa. El continente arde y nosotras somos parte. Hace 30 años eran otros los escenarios, hoy los movimientos sociales en diversos puntos del planeta demuestran que la resistencia se mantiene y se fortalece porque la memoria no se pierde. La semilla fue plantada y, hoy, resurgen y germinan los brotes. Los feminismos han aportado a este cambio cultural la capacidad de emancipación de los múltiples movimientos de mujeres. Eso es prueba de que no solo se trata de erradicar el modelo actual de destrucción sino de generar otras formas para convivir.
De esta manera, tal como la flor de loto sale en los pantanos y el ave fénix resurge de las cenizas, el desafío es reposicionar la vida en este territorio. Las defensoras, las jóvenes, las luchadoras comunitarias, indígenas, mestizas, afrodescendientes, mujeres heteros, lesbianas, trans; las activistas, las artistas, las trabajadoras de maquila, las obreras, las intelectuales, de todos los géneros, edades, orientaciones sexuales, pertenencias culturales, las feministas, todas tenemos mucho por hacer.
Pero este es un trabajo tan personal como colectivo, tan político como transformador. Requiere compromiso en primera persona y andar junto a otras, otrxs; implica permanencia voluntaria y una fuerte dosis de erotismo para disfrutar el recorrido.
¡Gracias, Ruda, por aparecer en este momento!