La insistencia de la resistencia por la justicia de las mujeres Achí en Guatemala

Foto: Stef Arreaga

La historia es una forma de aprendizaje, de estar presentes, de legar nuestra existencia, de mantener viva la memoria de nuestros pueblos, de nuestras colectividades, de conocernos realmente como somos. La historia devela la injusticia, la desigualdad, la impunidad; esta es parte de su importancia. Reconocernos, plasmarnos y vernos en la historia es una forma de justicia para quienes hemos sido excluidas desde hace siglos. Reconstruir y conocer nuestra verdadera historia es una necesidad, para evidenciar las mentiras, para romper con los estereotipos racistas y machistas que nos atan a una versión de la historia en el que nuestros pueblos se reflejan como derrotados y en el caso de las mujeres por ser mujeres e indígenas hemos sido relegadas al anonimato, ausentes del registro de la historia, condenadas a ser invisibles, pretendiendo hacernos seres despojables de todo.

Es por esto que la justicia significa un proceso de reparación socioemocional, porque implica reconocer ante la sociedad que se ha cometido un delito, que se está en la disposición de rectificar y trabajar para que esto no vuelva a ocurrir. Una forma de justicia es que la verdad se sepa, que se evidencie a los responsables de la impunidad, de la violencia y los exterminios. Una forma de evitar el olvido es hacer justicia a través de la palabra, de romper el silencio, de mantener viva la memoria porque nuestra historia no ha sido fácil, vivir ha implicado luchar por generaciones.

Es estas tierras, una de las primeras invasiones se impuso sobre el cuerpo de las mujeres nativas. La violencia sexual ha sido una estrategia del genocidio para someter, porque el cuerpo es territorio y por esto la intención de degradarlo, humillarlo para obtener el control. El territorio es ideología y por esto se ha insistido en deshacer a los pueblos originarios para dominarlos. Si continuamos sin conocer nuestra verdadera historia, seguiremos sin reconocer que el origen de la identidad nacional que tanto celebramos, fue la violación de miles de mujeres.

Estamos hablando de una violencia sistémica que socialmente parece ser imperceptible, pero que ha estado allí estos últimos quinientos años, en el que el patriarcado se ha alimentado del racismo (y viceversa), ubicando así a las mujeres mayas en el escalón más bajo de la sociedad guatemalteca y esto es algo que nos atraviesa el cuerpo y la mente porque existe un desprecio hacia nuestras vidas, ya que persiste la idea de que las mujeres mayas nacimos para servir, para ser la servidumbre. Durante el genocidio en el Conflicto Armado Interno el racismo legitimó la idea de que los hombre indios y las mujeres indias eran inferiores y salvajes, cuyos cuerpos son poseíbles, en el caso de los hombres para explotar su fuerza de trabajo y en el caso de las mujeres además de esto último, para ser  sometidas a la esclavitud sexual.

La violencia extrema, el odio y la saña con que las mujeres indígenas hemos sido tratadas en Guatemala es la muestra de que tenemos un país construido sobre la misoginia y el racismo, que siente la autoridad y el poder de poseernos, tomar nuestros cuerpos a la fuerza, en contra de nuestra voluntad porque esta no significa nada, porque quieren anularnos, callarnos, quemarnos y mutilarnos de ser “necesario”, seguir desapareciéndonos. Con este odio hacia a las mujeres entrenaron a los hombres de nuestras comunidades para que regresaran a violar y matar a mujeres de todas las edades. El Estado a través de los militares se han encargado de estructurar y echar a andar estas formas de colonización para bienestar de los ricos.

 No puede haber paz mientras permanezca la injusticia. Por esto la lucha de las mujeres mayas para que se condene la violencia sexual y se conozca la verdad sobre las vejaciones a las que fueron sometidas, es una forma de resistir frente a la impunidad, es defender la dignidad, insistir para que la realidad cambie para las mujeres mayas que vienen. Para que esto no siga ni vuelva a ocurrir.

Las mujeres Achi’ son una muestra de la fuerza que nos ha hecho sobrevivir al exterminio, son un ejemplo de valentía, porque se requiere valor exigir justicia en un sistema que protege a  los agresores y que es reflejo de una sociedad en extremo racista y patriarcal. En junio de este año la jueza Claudette Domínguez resolvió a favor de seis ex Patrulleros de Autodefensa Civil que violaron a más de 30 mujeres Achi’ de Rabinal, Baja Verapaz durante 1981-1985, los dejó en libertad. Luchar contra todo eso implica determinación, las mujeres mayas lo hemos heredado de nuestras ancestras, de nuestras grandes abuelas que no se rindieron, que no se han rendido. En septiembre la jueza Domínguez fue separada del caso. La lucha continúa.

 

- ¡Ay abuela, ¿cómo abrazo tu viento? !

- Traemos raíces en el vientre hija.

Sandra Xinico Batz

Sandra Xinico Batz, Kaqchikel irreverente, de ombligo enterrado en Pasu’m, escribana por convicción política. Disfruto deshacer certezas y compartir dudas.

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