Dejándome acompañar comprendí la responsabilidad de acompañar a otrxs

Fotografía: Celeste Mayorga

A los veintitantos años escuché la palabra -acompañar- muy lejos de lo que significa hoy para mí ese término, acto y responsabilidad al transitar otros caminos…
Quiero empezar por el principio, ese momento en el que escribí una carta para mis papás diciéndoles que era lesbiana.

“Sí, papá, mamá, siempre he sido lesbiana… solo no sabía cómo decirlo, así que mejor se los dejé escrito. Perdón, necesitaba hacerlo de esta manera porque tenía miedo, tengo miedo de lo que soy…”

Cuando me nombré como lesbiana tenía solo 22 años, pero realmente llevaba desde mi adolescencia viviendo una vida lésbica oculta, con miedo, a escondidas. Nombrarlo significó salir no del “closet”, como dicen, sino hacer rupturas ideológicas, sociales, familiares, económicas, sexuales e históricas en mi vida. Venía de caminos donde no solo mi sexualidad era oculta sino en una mezcla de activismo, movimiento estudiantil hetero-patriarcal y su conexión con el arte. Algo que se mezclaba entre lo que descubría, lo que anhelaba y lo que tenía que romper para empezar a liberarme a mí y mi sexualidad disidente.

Así logré nombrarme lesbiana hace casi 8 años, transitar caminos entre el amor romántico con otras, querer casarme, tener hijes y construir una casita de cristal donde solo existiéramos el amor lésbico y la familia LGTBIQ+ (algo que hoy no condeno, sino que he aprendido a verlo desde otros lugares de construcción y deconstrucción constante; en comunidad y en relaciones en donde no se idealice la pareja LGTBIQ+, sino se cuestione y se sane la forma en que reproducimos el modelo heteropatriarcal de vincularnos con otrxs desde el machismo y la misoginia).

Pero ello solo fue el principio. Hay cientos de puertas y ventanas que vamos rompiendo con nuestras propias rupturas personales a lo largo de nuestra vida. Así pase del activismo político estudiantil, al del feminismo, acompañando temas de violencia sexual, pero sobre todo al de generar vínculos con otrxs personas de mí misma comunidad: lesbianas, que no precisamente se nombren como lesbianas feministas (eso desde donde personal y políticamente me nombro hoy), personas trans, gays, no binaries, queers, bisexuales, etc. En esos vínculos, encontré algunxs conscientes de su lugar de privilegio, otrxs que no cuestionaban el racismo reproducido entre nosotrxs y otras que muchas veces también fui yo como lesbiana, al reproducir violencia entre lesbianas. Caminos que solo fui descubriendo en mis propias heridas personales, las heridas que me heredó el sistema heteropatriarcal y las otras que yo pude haber causado o permití que me causaran.

Pero para no hacer tan largo este texto, quiero llegar al momento en donde todo lo anterior me llevó a encontrarme con la lesbiana herida de niña, adolescente y mujer que llevaba cargando dentro, ésa que, con consignas, se paraba en el asfalto a gritar con rabia lo que quizás no había podido gritar ante todas las rupturas que significó, y significa, ser lesbiana en un país como Guatemala. Gritarle al Estado por derechos que no es capaz de entender, mucho menos accionar, llorar asesinatos de compañerxs de la comunidad, enfrentar en la casa, en la calle y en el trabajo a personas fóbicas que no entendían y quizás nunca entenderán con amor lo que significa ser disidente y diversx.

Así fui entonces encontrando lugares, personas y nombrando tanto en terapia personal (de muchos, muchos años, que siguen) como en terapias colectivas la tristeza y las depresiones que me cargaba al no nombrar violencias internalizadas y ejercidas que me llevaron a ser una mujer lesbiana y feminista política desde mi propia rabia (que hoy honro y, cuando necesito, la permito ser) pero una que, desde mi historia personal, no llegaba a entender cuando acompañaba a personas de mi misma comunidad.
Acompañar siempre significó escuchar, acudir, pero siempre poniéndome desde el otro lado, dónde lo que único que deseaba era salvar a otrxs porque creyendo salvarles estaba salvando a la Celeste que muchas veces no pude salvar o le negaron respuestas porque la sociedad de ese momento no estaba lista para responderme por quién era o deseaba ser, libre sexualmente.

Posicionarme desde la militancia política-activista como lesbiana y querer andar salvando las injusticas casi acabó conmigo de muchas maneras: físicas, psicológicas y emocionales, pero también me llevó a lugares donde hoy estoy y entiendo que acompañar no es salvar. Es, sobre todo, escuchar, procesar, no tomarme de forma personal los problemas de otrxs, colocar todo en un canasto, adentrarme en mi silencio y darme el tiempo de hablar antes de empezar a acompañar lo que lleva y me llevó casi la mitad de mi vida entender.

Este texto y esta reflexión la hago luego de haber acompañado un primer proceso de acompañamiento a personas de la diversidad sexual en Guatemala a través del Centro de Formación, Investigación y Sanación Transpersonal Q’anil, desde un lesbianismo feminista y alegre -uno dónde interpelarme, escucharme y seguir sanando de a poco mis historias personales y políticas- me lleva a acompañar a otrxs desde otros lugares.

Entiendo que la diversidad sexual pasa por revisarme y revisar mi clasismo, mi racismo, las estructuras de poder que oprimen a nuestra propia comunidad, si no aprendemos a articularnos desde otros lugares más sanos, en donde comprendamos que al romper el silencio de ser y nombrarnos disidentes es un camino largo y estructural para sanar pero que, con amor, puede ser sanado: sanar nuestros cuerpos, nuestras historias, nuestros vínculos, nuestras adicciones y nuestros dolores, esos que se hacen cuando rompemos al sistema por ser quiénes somos…

Ofrendar, abrir otros caminos. Esos que nos dejan frente a la vida entre la brisa del mar.
Agradecer a la vida por recordarme todo lo anterior, por tener el carácter de transformar mi vida y mi historia, agradecer a mi comunidad por permitirse ser, por romper y por hablar quiénes somos y desde dónde venimos, pero, sobre todo, por atrevernos a sanar nuestros caminos recorridos y compartidos.
Sigamos bailando bajo el arcoíris del amor…

Fuente: https://issuu.com/sanacionqanil/docs/dejandomeacompanar-celestem2021/s/11814919

Celeste Mayorga

A los 19 años me enteré que mi historia familiar también había sido atravesada por la memoria histórica de Iximulew, Guatemala. Investigadora social porque la memoria de mi abuelo me llevó allí, artista visual porque el arte puede generar nuevos tejidos sociales, fotógrafa del atardecer; lesbiana-feminista y disidente sexual porque lo personal es político, bruja ante los poderes que me heredaron mis ancestras para sanar mi propia historia, la de la violencia sexual. RUDA es mi ofrenda como mestiza y un tributo para mis linajes que no pudieron sanar. Su fuego vive en mi pecho. Soy también parte del equipo de Centro de Formación, Sanación e Investigación Transpersonal Feminista Q’anil como Coordinadora de Memoria Histórica.

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