No + Violencia Digital, la colectiva que acompaña cuando el Estado no llega
En Guatemala, la violencia no se detiene en las calles. También habita en los celulares, redes sociales y espacios virtuales donde, bajo la idea de que “solo es internet”, se reproducen agresiones reales que dejan daños profundos y duraderos. Frente a un país que carece de marcos legales claros y mecanismos de justicia eficaces, la colectiva No + Violencia Digital surge como un espacio de acompañamiento, denuncia y acción comunitaria.
Por Angie Ross
La colectiva No + Violencia Digital inició su trabajo en 2020, en un contexto marcado por el auge de grupos en Facebook e Instagram que exponían información personal, fotografías y capturas de pantallas sin consentimiento. Estos espacios, conocidos como “infieles” o “quemados”, comenzaron a organizarse territorialmente y a publicar datos sensibles, incluso de personas menores de edad.
Esa alarma impulsó a personas voluntarias a accionar. Al inicio, el esfuerzo se centró en denunciar y promover el cierre de estos grupos por infringir las normativas de las plataformas. Sin embargo, pronto quedó claro que el problema iba mucho más allá de eliminar páginas. Adolescencias, madres, padres y personas jóvenes comenzaron a escribir de madrugada pidiendo ayuda ante filtraciones de imágenes, extorsiones y amenazas.
“Ahí entendimos que lo digital también necesitaba un acuerpamiento real”, explicó Javier Yantuche, integrante y fundador de la colectiva. Fue entonces cuando el espacio pasó de llamarse Sin Violencia Digital a No + Violencia Digital, inspirado en la consigna de la Ley Olimpia, en México: lo virtual es real.
Nombrar la violencia digital: una disputa política y social
Desde la colectiva, la violencia digital no se concibe como un fenómeno aislado ni reducido a la violencia de género “facilitada por tecnologías”. Para Yantuche, ese enfoque es limitado porque desplaza la responsabilidad hacia las personas y deja intacto el papel de plataformas, empresas y sistemas tecnológicos.
“La violencia digital es toda violencia que ocurre, se amplifica o se refuerza en los entornos virtuales. No es solo la filtración de fotos íntimas”, explicó. Abarca amenazas, doxeo (difusión de información personal), difusión de datos personales, suplantación de identidad, extorsión, discursos de odio, ingeniería social, racismo digitalizado y violencia sexual digital, entre otras prácticas.
La socióloga Ana Lucía Ramazzini añadió que esta violencia no solo busca dañar individualmente, sino disciplinar y expulsar. “La violencia digital funciona como un mecanismo de control social: castiga la presencia pública, la opinión, el deseo y la autonomía, especialmente de mujeres y cuerpos históricamente vulnerados”, describió.
Desde su análisis, el espacio digital no es neutral: reproduce jerarquías de género, clase, etnia y orientación sexual. Por eso, cuando una persona es atacada en redes, no se trata de un conflicto personal, sino de una estructura que sanciona quién puede hablar, existir o mostrarse sin castigo.
En un país donde la violencia está profundamente normalizada, lo digital suele minimizarse: si no me pegaron, no es violencia. Sin embargo, como advirtió Ramazzini, esa idea es funcional a la impunidad, porque invisibiliza daños que son sostenidos, públicos y difíciles de frenar.
Daños que no siempre se ven, pero se sienten en el cuerpo
Desde la psicología feminista, Dulce Calderón subrayó que la violencia digital tiene efectos directos en la salud mental y emocional. “No es una violencia liviana ni superficial. Produce miedo constante, hipervigilancia, vergüenza y culpa, incluso en personas que saben racionalmente que no hicieron nada mal”, señaló.
El impacto psicológico se agrava cuando los ataques son masivos, persistentes o involucran exposición pública. En muchos casos, las personas dejan de usar redes, abandonan estudios, trabajos o espacios comunitarios para protegerse.
Además, Calderón apuntó que la revictimización es uno de los daños más profundos. “Cuando se pregunta ‘por qué compartiste’, ‘por qué confiaste’ o ‘por qué no te cuidaste’, se traslada la responsabilidad a quien fue violentada y se refuerza el silencio”, explicó. Esa lógica no solo lastima, sino que aleja a las personas de buscar ayuda.
Datos que evidencian la urgencia
Entre 2022 y 2025, No + Violencia Digital ha acompañado decenas de casos en Guatemala y otros países de la región, evidenciando que la violencia digital es sistemática.
En 2022 se registraron 25 casos de violencia sexual digital. Ese mismo año se documentaron al menos seis centros educativos donde estudiantes compartían fotografías íntimas de sus compañeras. También se atendió un caso que expuso una red de grooming y pedofilia que operaba desde México, sextorsionando (forma de violencia digital en la que una persona amenaza con difundir contenido íntimo para chantajear y controlar a otra ) a adolescentes guatemaltecas.
El 2023 fue el año más crítico: Durante ese periodo, el monitoreo en la red social X evidenció un aumento del 624 % en discursos de odio contra mujeres, personas defensoras y la población LGBTIQ+, previo a junio, mes del orgullo. Si bien la violencia digital tiene un alcance transnacional, la colectiva señala que este incremento se registró principalmente en Guatemala, debido a que su trabajo de monitoreo y acompañamiento tiene un fuerte énfasis municipal.
Los municipios con mayor recurrencia de casos fueron Mixco, Guatemala, Amatitlán y Santa Catarina Pinula, mientras que a nivel departamental se identificaron focos críticos en Guatemala, Quiché, Petén y San Marcos.
En 2024 se contabilizaron 23 casos, incluyendo grupos de Telegram donde se difundía contenido íntimo y casos de manipulación de imágenes con inteligencia artificial (IA). En 2025, hasta septiembre, ya se registraban 35 casos, entre ellos grabaciones clandestinas a trabajadoras dentro de empresas.
A pesar de esta magnitud, en cinco años solo se han obtenido dos sentencias, calificadas por la colectiva como insuficientes y revictimizantes.
Cuando el acompañamiento es una forma de resistencia
Hoy, No + Violencia Digital es una red de más de 40 personas voluntarias que acompañan, orientan y documentan violencias que el Estado no atiende. Para Ramazzini, estos procesos comunitarios rompen el aislamiento. Para Calderón, nombrar la violencia es una condición mínima para sanar. Para la colectiva, es una forma de disputar la impunidad.
Nombrar la violencia digital, entenderla en toda su dimensión y dejar de responsabilizar exclusivamente a quienes la sufren, es urgente. Porque en Guatemala, lo virtual no es simbólico: es real, duele y deja marcas profundas.
Conoce más información sobre violencia digital:

La violencia digital alcanza desde cantantes hasta mujeres en la política
La denuncia de la cantante Belinda por violencia digital y mediática contra el cantautor Lupillo Rivera ha puesto en los reflectores el papel fundamental en la protección de las víctimas de violencia digital en Latinoamérica. Aquí te contamos cuáles son los tipos de violencia digital más frecuentes y cómo afecta a las mujeres en cualquier ámbito que se desenvuelven.
https://rudagt.org/la-violencia-digital-alcanza-desde-cantantes-hasta-mujeres-en-la-pol%C3%ADtica/