¿Una habitación propia? Apuntes feministas sobre el pensar en tiempos de cuarentena

Por: Ninoska Alonzo

La primera vez que una dimensiona que “lo personal es político”, la vida, como la había conocido, se desmorona. Y en un principio, una no lo comprende, pero lo que se desmorona, en realidad, son los mitos bajo los que nuestra civilización ha cimentado sus bases. Ahora que la pandemia ha terminado de socavar los mitos fundacionales de la civilización neoliberal, aquellas contradicciones que convergen en nuestra capacidad de discernir la politicidad de nuestro quehacer cotidiano, se profundizan. Una discusión elemental en esta escena, es que, al ser habitados nuestros cuerpos por lo doméstico como apuesta política, hoy más que nunca entendemos la importancia de sostener una ética de los cuidados entre nosotras, porque es la única forma de sobrevivir a la barbarie capitalista, racista, y heteropatriarcal. Me sucede con mi madre, la única mujer y la única persona con la que he compartido el hogar durante toda mi vida, a quien mejor conozco y con quien la cuarentena es más liviana.

En estas semanas, justo cuando leía El feminismo es para todo el mundo, el pasar de los días, no solo me interpelaba, sino que me hacía dialogar con una bell hooks conflictuada por la heterogeneidad y las tensiones de los feminismos norteamericanos de los setentas. De todo lo rescatado por hooks en sus ensayos, tres reflexiones me parecen reveladoras ante esta crisis civilizatoria, no solo por la sencillez de su lenguaje, sino porque me permiten nombrar aquello que sentía, pero no lograba comprender del todo:

Primero, el feminismo no es suficiente si no es interseccional. Nuestras relaciones en el seno del movimiento feminista están atravesadas por privilegios raciales, de clase, y de género. Una politicidad feminista que anule la capacidad de generar diálogos intersectoriales sostendrá la hegemonía de aquellas feministas que pertenezcan a estratos socioeconómicos privilegiados dentro de la vorágine capitalista (a saber, mujeres blancas, heterosexuales, y de clases medias-altas), lo que preservará las estructuras verticales propias del mundo bélico y patriarcal. Y esto atraviesa mi cuerpo porque el cuerpo es una especie de memoria sobre la experiencia intergeneracional acumulada. Porque yo soy blanqueada pero, en contraste, me crié en el seno de una familia campesina –cuya migración al mundo urbano coincide con la precarización de la posguerra en la segunda mitad del siglo XX- donde yo soy la primera de muchas y muchos en sentir cercana la posibilidad de un título universitario; porque yo soy de las primeras “afortunadas” que acceden a un espacio propio en que se garantice el derecho a pensar. Esto no significa lapidarnos por nuestra condición privilegiada, sino, más bien, reconocer que el desafío pasa por comprender que estamos cruzadas por relaciones de desigualdad que hay que colocar en la mesa.

Segundo, urge cuestionar el régimen heterosexual en todas sus dimensiones. bell hooks lo aborda desde una categoría que resulta más fácil presentar ante la opinión pública: sexismo; o, dicho en otras palabras, la asignación de roles específicos, ya sea para preservar la condición femenina, o garantizar la dominación masculina. Y no solo se trata de aquellos roles más evidentes, plasmados en El segundo sexo de Simone de Beauvoir hace más de cincuenta años, sino de la construcción de la femineidad y la masculinidad, respectivamente. Las reflexiones sobre el camino recorrido dentro del movimiento estudiantil universitario me han hecho comprender que, en gran medida, me había convertido en una sujeta masculinizada, porque era la única forma de sobrevivir en un campo de disputa del poder político-institucional (en otras palabras, era la única forma de ser validada en un campo político cuyo sujeto es masculino).  Las feministas lesbianas –según descubro haciendo una lectura de nuestra genealogía como mujeres feministas- han problematizado el asunto desde hace décadas.

Tercero, es el reconocimiento de que nuestros feminismos no han tenido capacidad de respuesta ante la crisis sanitaria, económica y política que se nos avecina. La hegemonía de algunas agendas transnacionales (aunque necesarias) ha impedido que podamos pensar en nuestras apuestas locales, lo que ha socavado nuestras posibilidades para poder generar una relación orgánica y real con las millones de mujeres que sufren, hoy más que nunca, las consecuencias de un modelo necropolítico y de despojo.

Urge crear formas más armónicas de relacionarnos, desde el acompañamiento mutuo, la empatía, y la escucha. Ante un mundo globalizado e hiperproductivo, debemos repensar las barreras geográficas de lo comunitario y dotar de esta politicidad aquellos espacios que hoy, en lo virtual, habitamos. Desde ahí, es posible replantear nuestro quehacer en este encierro que ralentiza nuestra vida cotidiana y da espacio para la reflexión individual y colectiva que nos hacía falta. Los límites de la cuarentena nos han enseñado que la comunidad puede estar en todas partes.

Ruda

RUDA surgió en 2017 entre reuniones e ideas del consejo editorial de Prensa Comunitaria bajo la necesidad urgente y latente de tener un espacio digital en dónde evidenciar, publicar y visibilizar las luchas de las mujeres.

Anterior
Anterior

Científicos de la USAC trabajan en un dispositivo automático que ayude al personal de salud

Siguiente
Siguiente

El ABC del COVID-19