Tortear más allá de “los tres tiempos”, una forma de esclavitud

Fotografía: PADF/Libertad Garrido.

Muy temprano, niñas, jóvenes y mujeres se levantan para preparar la masa para las tortillas. El lugar donde duermen está a unos pasos del espacio donde trabajan. Detrás de las rejas, colocadas por seguridad, pasan entre 11 y 15 horas paradas torteando los tres tiempos de comida, los siete días a la semana. En el mejor de los casos, reciben un pago de 500 o mil quetzales por su trabajo. En el peor, no reciben nada por tratarse de un negocio familiar o porque sus padres son quienes lo cobran, de acuerdo a una investigación “Desigualdad los 3 tiempos” realizada por la Fundación Panamericana para el Desarrollo (FADP).

La investigación realizada para mostrar la realidad en los centros urbanos de las cabeceras departamentales, reveló que niñas, adolescentes y mujeres que trabajan en las 292 tortillerías seleccionadas en Huehuetenango, Quetzaltenango, Jalapa, El Progreso y la Ciudad de Guatemala, son explotadas, limitadas en sus derechos y libertades por sus familiares o personas particulares.

Hacer tortillas o “tortear” se concibe como una tarea doméstica o de cuido que usualmente se enseña a las mujeres desde niñas como parte de su rol de género en el hogar, principalmente niñas indígenas del área rural y en condición de pobreza. Estos elementos muestran que en las tortillerías se intersectan el racismo estructural y el patriarcado como las dos construcciones históricas que han tenido mayores repercusiones en las niñas, adolescentes y mujeres indígenas. La yuxtaposición de estas estructuras de opresión sostiene y reproducen roles de género, una estratificación social y una división sexual del trabajo que vulnera a las niñas y adolescentes indígenas a ser sometidas a condiciones de explotación económica en trabajos como la producción y venta de tortillas”, señala la investigación.

Estos son algunos de los hallazgos destacados:

1.El 53.1% de las entrevistadas utilizaba indumentaria maya.

2. El 83.7% dijo ser parte de una familia con 5 o más integrantes.

3. El 57.3% se autoidentificó como Maya.

4. El 46.9% tenía entre 14 y 17 años, un 45.8% tenía entre 18 y 20 y un 7.3% tenía de 10 a 13.

5. El 96.8% dijo que era soltera. Sólo un 3.2% dijo estar casada, y 12.7% tienen hijas/os.

6. El 48.9% obtiene ingresos entre 500 y mil quetzales. Un 22.3% no recibía un pago. En el caso de quienes trabajan con personas particulares, al 68.3% le pagaban en efectivo. Las demás dijeron que el dinero es enviado a su núcleo familiar.

7. Además, el 60.6% destinan la mayor parte de sus ingresos para apoyar a sus familias.

8. El 63.8% trabajan los siete días de la semana.

9. El 59.4% trabaja entre 11 a 15 horas al día.

10. El 48.7% que trabajan con personas particulares, vive o duerme en su mismo lugar de trabajo o con su patrona.

11. El 63.5% trabajan en un departamento distinto a su departamento de origen.

12. El 78.7% no estudia actualmente, aunque el 70.3% afirmó que sí querían retomar sus estudios.

Además de esto, quienes se dedican a trabajar en una tortillería padecen de dolores de cabeza, quemaduras, ardor de ojos, ampollas, dolor de espalda, pulmones o pies y tos, entre otros, como resultado de la prologada exposición al calor y el tiempo que permanecen de pie.

Una historia de desigualdad

Foto: PADF/Libertad Garrido.

Las tortillerías representan un espacio simbólico de la adaptación y perpetuación de las desigualdades, y su producción ha quedado a cargo de la clase campesina cuyo trabajo no es valorado social y económicamente, resalta la investigación.

La modalidad de este trabajo las limita a encontrar alternativas para seguir preparándose y que las niñas y adolescentes encuentren posibilidades para continuar con su desarrollo integral y tener opciones de movilidad social. Además, las zonas urbanas en las que trabajan reproducen e intensifican las prácticas discriminativas, añaden.

Detrás de la cadena de producción hay limitaciones a servicios de salud, educación, vivienda e incluso recreación derivados de la explotación laboral y violación de los derechos de las personas que se dedican a esta actividad económica, y que sientan la base de un producto a bajo costo, concluye la investigación de PADF.

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Paolina Albani

El periodismo y yo compartimos la honestidad como principio de vida. Me convertí en periodista de datos en una búsqueda por evidenciar patrones en las fallas del sistema que, generalmente, colocan en posición de desventaja a unxs respecto a otrxs. Inicié en esta profesión en Diario La Hora. Desde entonces, he viajado por las redacciones de Siglo 21, Diario Digital y Plaza Pública. Actualmente, trabajo para la Revista Ruda mujeres + territorio aprendiendo y aportando al periodismo feminista.

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