Mi proceso con el virus de papiloma humano
El hecho de haber vivido algo, sea lo que sea, otorga el derecho imprescriptible de escribir sobre ello. No existe una verdad inferior y si no cuento esta experiencia hasta el final, puedo contribuir a oscurecer la realidad de las mujeres y me pondré del lado de la dominación masculina del mundo.
- Annie Ernaux, El Acontecimiento
He hablado innumerables veces de este tema, lo he tratado en psicoterapia, con mi madre y mi pareja (quienes han sido un sustento necesario e imprescindible en este proceso), con amistades y desconocidas que no saben nada del tema o que por el azar han pasado por lo mismo. Y aún así siento que aún tengo mucho por decir y trabajar.
En 2019, durante mi primer papanicolau en la ciudad de México, de donde soy originaria, me detectaron lesiones por Virus de Papiloma Humano (VPH).
Ahí estaba yo en el consultorio con un médico con 30 años de experiencia, en mi primera revisión ginecológica., Me sentía incómoda y perdida, pero sabía que mi deber ser como persona con vulva era asistir a la consulta.
Agendé y me presenté. El médico no me hizo una valoración previa, sino se limitó a llenar un historial clínico basado en preguntas obsoletas como el número de parejas sexuales, la última menstruación y la última relación sexual. Cuando por fin estuve descubierta de la cadera para abajo con nada más que una bata azul y en posición de piernas abiertas, el médico mencionó que había algo raro en mí, así que decidió hacerme una biopsia (procedimiento que consiste en tomar un pedazo de tejido para mandar a laboratorio), cosa que jamás me consultó. Solo mencionó que había que mandarlo a hacer análisis para descartar cáncer.
No me explicó mucho, pero consiguió ponerme en alerta. Lo único que pasó por mi cabeza fue que no había sufrido abuso sexual, por lo que no tenía por qué tener lesiones. Contaba con unas 4 parejas sexuales desde los 19 años. En ese momento, tenía 24 años.
Cuando pasamos al consultorio después del papanicolau, el médico hizo pasar a mi madre para además de agredirme obstetricamente, infantilizarme y darle el diagnóstico a ella. "Su hija probablemente tenga el virus del papiloma humano y necesite una operación para quitarle las lesiones antes de que derive en un cáncer", dijo. Yo quería morir de la vergüenza. El proceso me hizo sentir como una niña y como “una cualquiera”. Yo acaba de dejar a una pareja sentimental y sentía la necesidad de que él cargara con toda la culpa de m ienfermedad. Jamás le dije a mi padre (con quien vivía en aquel entonces) porque temía que me catalogara como se le cataloga desde el machismo a las mujeres que viven plenamente su sexualidad, así que le dije que me operarían de unos quistes.
Después de mucho pensarlo, me sometí a la operación recomendada por el especialista sin consultar una segunda opinión. Quería deshacerme de aquella vergüenza, pero sobre todo huir del tan temido cáncer. Sentía miedo y frustración, vulnerabilidad e ignorancia.
Recuerdo que el día que acudí a la cirugía, pedí permiso en el trabajo, ahorré un poco de dinero y no dormí la noche anterior. Creo que me costó 10 mil pesos mexicanos. El doctor me dijo que la operación duraría 25 minutos y sólo sería necesario aplicar anestesia local. Me puse la bata y me recosté en la cama fría.
El médico procedió, y aunque lo hizo de “manera profesional”, me hacía sentir incómoda cada que vez que colocaba el espéculo en mi vagina, pues decía "ya estoy dentro". Solo de recordarlo siento repulsión. Mi madre me acompañó en todo momento, jamás soltó mi mano y cuando sentía que me faltaba el aire, era ella quien me tranquilizaba.
Recuerdo casi todo: el sudor de mis glúteos, el dolor en el cérvix pese a la anestesia y el ardor que se sentía en mi piel por el artefacto con el que quemaban las lesiones. También recuerdo que la sala olía como a carne quemada, el terrible asco y la ansiedad que sentía y el llanto. Mi madre y yo llorábamos en sintonía, como si aquellas lágrimas fueran compañeras del mismo sufrimiento, la misma complicidad.
Cuando la cirugía terminó el médico me dijo "tómate unos días para reposar, nada de subir o bajar escaleras, hacer ejercicio o tener vida sexual de 10 días a 1 mes. Convendrá que hables con tu pareja". Menudo tarado, yo ya ni pareja tenía. ”A saber en cual de todos mi encuentros me infecté”, pensé. La receta por su puesto, se la dio a mi madre. Salí caminando y me dirigí a pagar a caja, ha sido una de las peores transacciones que he pagado en la vida.
Dormí por horas ese fin de semana y oculté, como la peor de las mentiras, a la mayoría de mis conocidos el acontecimiento que pasé. Incluso al chico con el que salía en aquel momento por miedo a su rechazo. Comencé a tomar psicoterapia sexual con un terapeuta con el que viviré siempre agradecida, Sergio, quien nos sería arrebatado durante la primera ola de la COVID-19. Te abrazo hasta el cielo. Con Sergio aprendí que tener papiloma es lo equivalente a una gripe común, todos la hemos tenido o la tendremos en algún momento. “A todos nos ha dado gripe o ahora COVID-19 y no por eso nos sentimos avergonzados, es sólo que al tratarse de una infección o enfermedad de transmisión sexual, la gente lo moraliza tanto”, me dijo en una de nuestras sesiones.
La realidad del VPH
Según el Instituto Mexicano del Seguro Social, más de la mitad de las personas con vida sexual activa están infectadas por el VPH, debido a la facilidad de transmisión y a la persistencia de la infección de estos virus. La infección puede evolucionar de forma asintomática y progresar a cáncer, aunque en la mayoría de los casos (hasta un 91%) es eliminada por el sistema inmunitario del individuo durante los siguientes 3 años. Es por esta razón que si en algún momento se resulta infectado, se puede mantener al virus en observación por 2 años, sin necesidad de ser sometida a ningún tipo de cirugía.
En las mujeres, los tipos virales de alto riesgo oncogénico (VPHar) pueden ocasionar lesiones cervicales con las que hay riesgo de desarrollar cáncer cervicouterino (CaCu). En México, en el año 2018, el CaCu tenía una incidencia de aproximadamente 11 por cada 100,000 mujeres y una tasa de mortalidad de 6 por cada 100,000 mujeres.
Resignificar el acontecimiento
Me armé de valor para hablar con dos de mis parejas sexuales y contarles lo que estaba pasando. Sentía culpa, pero tenía el valor suficiente para alertarlos a tomar agencia sobre su salud sexual. Para mí había esperanza en que la cadena de contagio pudiera detenerse ahí. Jamás reclamé nada, asumí parte de la responsabilidad. Por ahí el sexólogo mexicano David Moncada mencionó en uno de sus talleres online que la justicia corre en dos sentidos: la retributiva que busca a agresores o culpables que reparen el daño y la restaurativa, en donde la víctima decide accionar positivamente con la experiencia que vivió y resignificarla; yo buscaba pertenecer al segundo grupo.
Agarré mi sufrimiento, mi vergüenza y la impotencia del prejuicio no sólo de ser mujer con una vida sexual activa, sino la creencia de que ya no merecía gozar de mi placer sexual y mi fertilidad, para tomarlas y curar todas las heridas emocionales, morales y patriarcales que hay en contra de las ITS y ETS. Comencé a estudiar educación sexual en compañía de una de mis mejores amigas y de la mano de mi terapeuta y mentor Sergio. Continúe con la terapia y me puse como meta ahorrar un poco de dinero para iniciar con el proceso de vacunación. Cambié de consultorio ginecológico y encontré mujeres maravillosas en el camino. Actualmente asisto a CAFI México, un centro de atención en salud femenina, en la Ciudad de México, en el que todas las especialistas, desde el diseño gráfico, hasta la contaduría son mujeres.
Acompañé a 2 de mis amistades más cercanas en sus procesos contra el virus de papiloma humano y salimos adelante. En charlas de mucha confianza, uno de mis amigos más cercanos me confesó que hacía poco había ido a quitarse dos condilomas por VPH. Me armé de valor para contarle a mi pareja actual todo lo que atravesé y él con una consciencia plena, alejada del machismo y el prejuicio nunca dejó de apoyarme, hizo suyo el proceso y a la fecha uno de nuestros acuerdos es cuidar de nuestra salud sexual como gesto de ternura radical.
Mi compromiso para conmigo es dar mi apoyo a todo aquel que pase por procesos similares, ya sea con la escucha activa, con la consejería que he aprendido, buscando ayuda o asesoría de profesionales y con la convicción de seguirme formando. Decidí quedarme con la frase de David Moncada: la salud sexual se transmite, ya sea buena o mala. Mi meta es transmitir la salud sexual desde un lugar de amor y cuidado.
Me queda más que claro que tanto la salud sexual, mental, y la justicia son un privilegio de clase, un privilegio educativo y que tuve la gran fortuna de padecer esto desde una posición que quizá mucha gente no habría podido hacer, por ello le doy muchas gracias a Dios y a la vida.
Hoy cuento con la claridad para saber que todo esto podría mejorar con ayuda del Estado, sin embargo, la educación sexual sigue siendo deficiente, las campañas de vacunación aún más y los padres de familia siguen educando desde el miedo a sus hijas que inician una vida sexual. Es menester de nosotras las más jóvenes concientizar a las generaciones que vienen por debajo de nosotras, sin prejuicios, sin vergüenza y desde la ternura. Debemos exigir al Estado abastecer las herramientas necesarias para reducir los riesgos, como otorgar mejor educación, mayor vacunación y estancias dignas para la atención médica, especialmente de las mujeres.
Todxs corremos el riesgo de adquirir una infección o enfermedad de transmisión sexual, porque las enfermedades no son más que posibilidades, pero ninguna de ellas nos arrebata la valía, los derechos, ni nos condena a una vida sin plenitud. Si las enfermedades son posibilidades estadísticas, lo más sensato para brindar los cuidados necesarios es reducir esas posibilidades por medio de educación, información, certeza, vacunación, etc.
Confío en que poco a poco seamos capaces de quitarnos los estigmas morales y hablemos más sobre temas de sexualidad. Que dejemos de buscar culpables y empecemos a tomar agencia, ya sea con las autoridades o dentro de un círculo de apoyo cercano. Pero sobre todo, que visibilicemos estos temas porque sólo nombrando las cosas por su nombre y apellido es que podremos generar cambios.
Si portas o conoces a alguien que porte el VPH, no estás solo, ¡no es el fin del mundo! Con los debidos cuidados saldrás adelante, basta con informarse y pedir ayuda.