El “gordo-odio”, la trampa capitalista para oprimir a los cuerpos de las mujeres
“Si estuvieras menos gorda, te verías más bonita”, “gorda nadie te va a querer”, “si bajaras de peso no te molestarían tanto”, “sos gorda porque querés”, “sos gordas porque comés mucho”, “si sos gorda no sos feliz”. Si has escuchado algunas de estas frases, puede que hayas sido testigo de un ataque gordofóbico.
Y ¿qué es la gordofobia? Comúnmente, se piensa que la gordofobia es la negación o rechazo a la gordura y a la gente gorda desde una mirada estética, pero va más allá.
Como sociedad es común y hasta cierto punto, es alentado, juzgar a las personas gordas y castigarlas por no ser delgadas, porque se les juzga como individuos descuidados, desinteresados de la salud y de lo estético.
La industria de la delgadez” propicia el consumo de servicios y productos adelgazantes, con el fin de estandarizar los cuerpos. Debido a lo anterior, se genera una “policía de los cuerpos”, que pretende controlar las subjetividades gordas, para que entren en los constreñidos patrones corporales, con la promesa de alcanzar el éxito y la felicidad, lo que en realidad no ocurre con frecuencia ni está garantizado”, explica Alejandra Oyosa Romero en la disertación “De gordura, gordas y gordofobia: discriminación, opresión y resistencia”.
Pero la gordofobia no es un prejuicio o estereotipo sino una construcción social y una discriminación estructural, creada por el sistema capitalista y patriarcal para oprimir “no solo estéticamente, sino también moralmente”, a los cuerpos para que se ajusten a los estándares creados de belleza, explica Lucía Robles, originaria de Totonicapán, quien se desempeña como activista de la Colectiva Feminista “Gorda sin Chaqueta”, en Colombia, desde hace 7 años.
En otras palabras, la gordofobia es la discriminación y estigmatización hacia los gordos para controlar a los cuerpos y disciplinarlos, porque se salen de los patrones de la belleza hegemónica, que tiene repercusiones según el género y la sexualidad de la persona considerada gorda, refiere Robles.
Entonces cada vez que la familia, los amigos, los colaboradores del trabajo, llaman a una persona gorda hacen mucho más que recordarle su forma, peso y la naturaleza de su cuerpo. Más bien, perpetúan la aceptación social de la gente siempre y cuando cumplan con ciertos méritos y mandatos sociales.
Caber o no caber y los tres discursos pro “gordo-odio”
El activismo gordo en Latinoamérica ha empezado a cuestionar el término gordofobia, como un medio para explicar concretamente los sentimientos y reacciones que la gordura provoca en la sociedad. Así es como surge la frase de “gordo-odio”.
Y es que una fobia es algo que puede entenderse como una reacción patológica, y que puede implicar un nivel de justificación a las actitudes de algunas personas que se oponen a la gordura.
El “gordo-odio” y la gordofobia, dos términos que Robles cataloga como “complementarios”, están construidos sobre tres discursos: el estético, el médico, y el moral.
El médico es el primer discurso que se utiliza para que otras personas, incluidos los extraños, se otorguen permiso de opinar sobre los cuerpos ajenos. Es también, el modo en el que las personas gordas son tratadas como enfermas por su condición física y al mismo tiempo, son culpabilizadas por su estado.
A la gente que señala que la gordura es una enfermedad, hay que preguntarles: “¿qué es sano para ti?, ¿ser sana significa caber en una talla seis?”, dice Robles, quien acepta que esta preocupación por la salud, en algunos casos, puede ser un mero disfraz para nombrar la incomodidad que les generan estas personas.
El ejercicio y la alimentación, además de la fuerza de voluntad, son vistas como las únicas alternativas para bajar de peso, pero no son los únicos factores que influyen en la forma del cuerpo. Las emociones y el entorno determinan esta influencia.
Por ello, para Lucía Rosales, una nutricionista guatemalteca que promueve otro acercamiento a la alimentación a través de su cuenta de Instagram llamada “La Otra Dieta”, no es casualidad que 68% de los guatemaltecos tengan sobrepeso u obesidad, ya que es el mismo porcentaje de las personas que viven en pobreza en el país.
Robles dice que históricamente, se ha medido la salud de las personas a través del Índice de Masa Corporal (IMC), que define cuánta grasa debe de tener cada cuerpo según la estatura y complexión física. Estudios recientes, han invalidado el uso del IMC como la forma para determinar el grado de salud.
El IMC fue construido en los años 30 porque había una necesidad de estandarizar las construcciones que se hacían para las guerras y de saber, por ejemplo, cuántos hombres iban a caber en un barco. A partir de ahí hicieron una proyección de los cuerpos que se acercaban más o menos en la distribución de la curva (la media). Todos los cuerpos que no estaban en la media eran considerados anormales y eso lo trasladaron a la medicina. Por lo tanto, había que crear mecanismos que se adecuaran a la normalidad, independientemente de las razones -por las cuales se salían de esta-. Es un indicio creado para que los cuerpos lograran caber en un metro, en el barco, en los sillones, en los uniformes militares. Nada tenía que ver con estar saludables. Era caber o no caber. Y trasladado a la salud ha tenido impactos fuertes”, asegura la activista originaria de Totonicapán.
Algunos estudios han demostrado que “las personas gordas que hacen ejercicio tienen menos riesgo de padecer enfermedades crónicas a lo largo de su vida que las personas que son naturalmente delgadas y no se ejercitan”, comenta Rosales.
En la industria de la moda, la alimentación e incluso las dietas, los medios de comunicación y las farmacéuticas han jugado un rol importante en cómo las personas que son consideradas gordas también son asociadas a concepciones negativas como el vínculo que hay entre gordura, fealdad y enfermedad, mientras que la delgadez es relacionada con la belleza y la salud.
Llamamos bello a aquello que es elogiado por el periódico y que produce mucho dinero”, dice Magdalena Piñeyro, en su libro “Stop gordofobia y las panzas subversas”.
Y aquí el neuromarketing y las presencia de transnacionales tienen un rol determinante en el consumo de productos, incluida la comida, para apaciguar el hambre emocional de personas sin educación nutricional que además, tienen poco tiempo para comer porque atienden a la familia, al trabajo y a su comunidad. El capitalismo intenta ganar sea como sea. Si una persona gorda no consume para bajar de peso, consume para vestirse a la moda.
Así lo demuestra el “Estudio Avances en Neuromarketing: La influencia de la publicidad sobre la comida rápida en el perfil emocional de los adultos”, que refiere a “las prácticas publicitarias, estrategias de posicionamiento y branding que realizan las compañías a lo largo del tiempo, pueden influenciar al sistema de recompensa del cerebro, a través de la activación de vías dopaminérgicas”.
Además concluye que “hay una ligera influencia del storytelling emocional en la percepción de saber. Esto puede estar asociado a la activación de las neuronas espejo y el sistema límbico”.
“El hambre emocional es lo que nos pasa cuando estamos en un momento de mucha felicidad o tristeza”, dice Rosales. “Cuando nos restringimos generamos deseo. Así es como empiezan los atracones. Empezamos a tener esta relación con estas comidas prohibidas porque son malas para nosotros. Sin embargo, estas cosas no se las cuestionamos a las personas delgadas que comen y comen sin engordar nunca”, resalta la nutricionista.
“La gente lo ve a uno como descuidado y como que no hemos hecho lo suficiente para adelgazar. El sistema ha provocado lo que llaman la pandemia de la obesidad, porque toda la comida es chatarra, toda la comida rápida engorda, no creo que sea una responsabilidad individual”, expresa Ángela Orellana, una arquitecta de 42 años de edad. Su padre era integrante de la organización guerrillera ORPA, su familia tuvo que exiliarse en Costa Rica y luego trasladarse a Estados Unidos. Por esa época, empezó a aumentar de peso y tuvo que frecuentar a los médicos cuando quedó embarazada.
Una va al médico porque tiene la uña encarnada y siempre te dicen que tenés que adelgazar. Siempre salen con lo que hay que hacer es adelgazar”, refiere.
Y no es la única que evita las citas con doctores para no tener que escuchar que todo lo que padece se relaciona con su peso.La gordura, el diagnóstico de cajón
“No he ido al doctor en varios años porque tengo miedo que me digan que baje de peso. Cualquier cosita es por tu peso”, dice Ana Arroyo, creadora de contenido con 35 años de edad, quien recientemente, supo que su gordura no es producto del descuido o de la mala alimentación como siempre lo señaló el médico y sus familiares, sino del hipotiroidismo.
Yo no he querido ser gorda. No importa lo que coma siempre voy a subir de peso. No importa que coma un brócoli o una hamburguesa. Me doy cuenta de que muchas de esas cosas -la gordura- no son mi culpa. Siempre que voy al médico me dice que toda afectación es porque estoy gorda. Si tengo quistes en los ovarios es porque estoy gorda. Si me duele el brazo es porque estoy gorda. Si tengo gastritis es porque estoy gorda. Cuando tenía 18 años, me operaron de la vesícula y tuve que bajar de peso. Es lo más que he logrado bajar, pero al salir de la operación el cirujano me dijo: nos costó porque estás muy gorda”, relata Ana, quien señala que los diagnósticos médicos muchas veces se daban sin otra revisión más que la simple observación del peso.
En su caso, el hipotiroidismo y el ovario poliquístico, dos diagnósticos confirmados, contribuyen a que sufra de sobrepeso.
El segundo discurso, el estético, es el más visible. Este va desde el miedo a ser gordo que se relaciona con el temor a la fealdad y es la base de la mirada sobre los cuerpos femeninos.
Lo estético va acompañado de la hipervigilancia de la comida. “La gordura, el fantasma que nos acosa a todas, es la relación insana con el cuerpo y la alimentación”, afirma Robles.
“Estás comiendo como cerdo”, “voy a tener que hacer ejercicio porque ayer comí que como marrana”, “ya subí de peso”, “tengo una llantita”, “uy, qué gorda estás”, son algunas de las frases más comunes entre las mujeres que se sienten inseguras ante la idea de subir de peso.
“Es muy difícil que en esta sociedad desarrollemos una relación sana con nuestra alimentación y con nuestros cuerpos. Está construida para que nos odiemos, para que batallemos con nuestro cuerpo y para que no lo queramos. Lo maltratemos, sea subalimentado o lo castiguemos por salirse de los patrones de belleza”, asegura Robles.
“Me pusieron a dieta muchas veces por la gastritis. El doctor mandaba que comiera comidas cocidas, nada frito. Bajaba 20 libras en un mes. Los comentarios eran: ¡Qué linda, bajaste de peso! ¡Qué linda te mirás con unas libras de menos!. Había más cumplidos alrededor de bajar de peso que de otras cosas”, recuerda Ana.
Pero ser gordo casi nunca tiene que ver con una cuestión elegida, más bien deriva de las condiciones genéticas, socioeconómicas, emocionales, el acceso a comida, a la salud, actividades físicas, entre otras, aclara la activista.
El discurso moral es cuando la sociedad, específicamente “los buenos cuerpos” y “legítimos”, castigan a quienes se han alejado de la delgadez y belleza. Además convierte a la condición física en un acto de voluntad.
Al volverlo una cosa sobre la que, supuestamente, puedes decidir, entonces es castigarle. De ahí viene un montón del bullying que recibimos desde niños. Al niño gordo hay que hacerle saber que es gordo, como si no lo supiera ya, hacerlo sentir vergüenza”, explica.
En el primer día del tercer grado de primaria, Ana se vistió con su ropa favorita. Un suéter largo con falda y una licra. “Me sentía muy fashion”, recuerda, pero no fue bien recibida por sus compañeros de clase quienes sin ninguna contemplación se burlaron de ella y le dijeron que “parecía un embutido”.
Por la misma época, se estrenaba los Power Rangers, un programa televisivo sobre héroes y villanos dirigido a niños, y a Ana le gustaba el ranger rojo, Jason. Se lo contó a las niñas de su clase y ellas le dijeron: “no te puedes enamorar de él porque eres gorda”.
Ana vivió lo que muchos niños, jóvenes e incluso adultos sufren bajo el discurso moral: el castigo por gordura.
“El solo hecho de tener un cuerpo gordo ya le está diciendo a la otra persona que tú no sabes cómo cuidarte, tú no sabes cómo controlarte”, señala la activista de “Gordas sin Chaqueta”.
La belleza también está relacionada con otras características, el color de piel, la textura del pelo, los rasgos físicos, recuerda Robles. De esa forma, las personas de la comunidad LGBTI, los obesos, las personas racializadas, tienen una tendencia mucho más alta a manifestar ansiedad y depresión como resultado.
“El estar en continua alerta, el sentirnos constantemente inseguros en casa o la escuela o el trabajo, hace que tengamos el cortisol más elevado, que es la hormona del peligro. También dan mayores índices de ansiedad y trastornos alimenticios”, estos trastornos se van desarrollando con el tiempo, coinciden ambas expertas.
El acoso escolar que Ana vivió fue tal que evitaba participar en las clases de física y de cheerleader -porristas- porque sentía vasca y ganas de vomitar.
“Eran las crisis causadas por la ansiedad porque siempre me molestaban. Ni mis maestros, ni los directores me hacían caso. La solución que veían en mi familia era bajar de peso para que me dejaran de molestar”, relata.
La maestra de Ana llegó a pensar que era bulímica. “Su primer instinto fue asumir que mis reacciones y salidas al baño eran porque era gorda y tenía algún desorden alimenticio, nunca fue a preguntarme qué tenía”. La vida de Ana mejoró un poco cuando la cambiaron de colegio.
Por eso, Robles hace énfasis en que aceptarse y quererse, aunque es un logro importante individual, no es suficiente. Los estímulos y el rechazo externo siguen existiendo, el bullying y la discriminación también. El bienestar no es un cambio individual, sino social. Y en muchas ocasiones, el daño viene de la familia.
Si no significaría que no hay que pelear con el bullying escolar, no hay que enseñarle a las personas, digamos del entorno médico, que tienen gordofobia. Que están constantemente estigmatizando a ciertas personas y teniendo prácticas discriminatorias, no habría que crear leyes para que eso dejé existir”, opina.
“La gordofobia atenta directamente contra el bienestar mental de las personas gordas: es imposible estar saludable si se sufre discriminación constantemente y en todos los ámbitos de la vida, es imposible llevar una vida”, señala Piñeyro.
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Años después, a los veintitantos, Ana fue abusada sexualmente por un conocido.
“Mis inseguridades regresaron con sed de venganza. En lugar de destruirme, construyeron un fuerte alrededor mío para protegerme, para que nadie me volviera a lastimar, para que ya no hubiera depredadores que quisieran hacerme daño. Porque quién le haría caso a una gorda. Entre más gorda estuviera menos apetecible era, menos me iban a chiflar en la calle, menos me iban a querer hacer daño y allí me di cuenta de que aunque pasaba menos, el acoso persistía”, comenta.
Para Ana, ir a terapia, formar parte del movimiento pin-up, del cual es modelo, y el feminismo han sido los espacios que le han permitido existir libremente y reivindicar su cuerpo.
Ángela tuvo otra experiencia, pero siempre de rechazo sobre todo por parte de sus papás que dice, siente que nunca aceptaron que fuera gorda. Hizo cuanta dieta encontró, pero nada le funcionó a largo plazo.
Me limitaban por un tiempo, pero ahora mi meta es comer saludable sin que bajar de peso sea lo principal”, expresa que también ha seguido el proceso con el acompañamiento de un psicólogo.
Ángela dice que empezó a subir de peso cuando se mudó a vivir a Estados Unidos. Foto: Ángela Orellana.
La diversidad de los cuerpos y la sexualización
Antes de 2010, iniciaba el auge de la diversidad corporal. Con algo de resistencia, pero de manera firme lograron posicionarse artistas plus size que empezaban a ocupar espacios en la programación televisiva e Internet, tal como el caso de Adele y Ashley Graham. Detrás de su popularización, vinieron las pacas de ropa americana con tallas grandes a los países de Latinoamérica.
Ponerse la ropa que le gustaba y ver a artistas de su talla, hizo a Ana ya no sentirse definida por la gordura. “Ya no pensaba tanto en mi peso, sino en mí. Aunque, siempre hubo un lado inseguro”, expresa.
Diana August, de 22 años, estudiante de Derecho y Ciencia Política, además modelo plus size, es una de las mujeres que se ha sentido empoderada a promover el positivismo corporal. Desde 2019, utiliza sus redes sociales, sobre todo su cuenta de Instagram para abordar las preocupaciones de los cuerpos gordos, mostrar la moda para las mujeres de tallas grandes e incluso, dar tips de moda.
Las principales preocupaciones de sus seguidoras eran la ropa. Si bien, las pacas y la ropa importada puso a disposición una cantidad enorme de vestimenta para mujeres de tallas grandes, la vergüenza social hacía a muchas dudar de vestirse como les gustaba.
“La ropa siempre habla de cómo nos sentimos, es una forma de expresarnos. La moda, a veces, no está acoplada para las plus size. Eso incómoda, nos causa inseguridades”, dice Diana, que antes de promover su cuenta y convertirse en modelo, solía vestirse de negro para verse más delgada y también cubría sus brazos. Un rasgo que su familia y extraños le resaltaban de manera negativa constantemente.
Nunca me sentí triste o mal. Solo pensaba que no podía usar ropa que me gustaba. Procuraba no ir a fiestas en la piscina. Era muy insegura. Me comparaba demasiado con familiares y amigas. Incluso, en relaciones amorosas no podía creer si le gustaba a alguien. Decía: estoy muy gorda para él”, comenta.
La cuenta en redes sociales fue el inicio de su carrera como modelo, algo que nunca imaginó hacer. Tiempo después de promoverla, una empresaria le propuso modelar sus diseños. Luego una boutique, y finalmente, una agencia de modelos.
En este camino por encontrar un espacio para expresarse dice que llegó a hipersexualizarse. Sus publicaciones eran seguidas por muchos hombres que la “chuleaban” y, en ocasiones, la invitaban a salir. De pronto, la liberación corporal que promovía no tenía el efecto esperado porque el público no era el adecuado.
“Fue horrible, le conté a mis amigas feministas cómo me sentía. Me explicaron que me estaba hipersexualizando. El positivismo corporal también te empuja a eso y el feminismo me hizo cuestionármelo”, dice.
Desde entonces, reenfocó sus esfuerzos y ahora, 95% de sus seguidoras son mujeres. Reconoce que al inicio, se sintió satisfecha por la reacción y atención masculina, y acepta que su cuerpo, aunque gordo, es “socialmente aceptado” porque todavía entra en la media.
“A las mujeres más curvy -con más curvas- sí las satanizan. Le molesta a la gente que seas gorda y no tengas panza. Siempre me preguntan cómo hago para no tener panza. Y sí tengo panza, pero uso pantalones que la cubren. Siempre me han dicho: me encantaría tener tu autoestima. Eso no es un halago”, refiere.
La apertura y crecimiento de cuentas, como las de Diana, responden a la normalización de la diversidad de cuerpos que vienen de las audiencias más tolerantes, sin embargo, los tentáculos del capitalismo han tendido a retorcer el propósito que esta visibilización con sus estrategias de mercado.
Desde la terapia escogida para la pérdida de peso hasta los productos alimenticios, los complementos nutricionales, los productos estéticos, los gimnasios, prendas de ropa y calzado, entre otros. Existe un mercado infinito que envuelve los procesos de adelgazamiento que es imposible esquivar o que se convierte, al menos, en una carrera de fondo repleta de obstáculos”, señala Irene Solbes Canales, en su la tesis “CURVY-LINEAS: Una aproximación al canon corporal curvy en la red”.
Por ello, Robles recuerda que no hay que perder de vista la lucha que muchas personas están haciendo para que las condiciones cambien. “Una cosa que pasa con lo plus size es que buscan abrir el mercado de los cuerpos gordos. Entonces, al capitalismo le es super funcional que cada vez se vayan ampliando los rangos de cuerpas que consumen productos”, esto ocurre a través de la feminización o sexualización de los cuerpos de tallas grandes para ser consumo del placer o la mirada masculina.
“Estamos construyendo espacios para unas cuerpas, pero otras siguen estando en el ostracismo”, recalca.
No adelgazar como acto político de rebeldía
La misma liberación y aceptación de los cuerpos, ha llevado a algunas mujeres a negarse a adelgazar, a seguir dietas y hacer sufrir a sus cuerpos como un acto político de rebeldía que se opone a la opresión sistemática. Entonces, el modelaje plus size serviría como escaparate para mostrar una realidad negada: las lonjas, las tallas grandes y las estrías.
Y esta rebeldía es parte de las rupturas que “necesitamos hacer por nuestro bienestar, para reelaborar esas nociones de salud y de belleza impuestas”, dice Robles.
Una manera de hacerlo es a través de los colectivos de feminismo gordo como el de Lucía Robles, que se han abierto a construir conocimiento y compartirlo con quienes dirigen e influencien a las grandes industrias: médicos, nutricionistas, psicólogos, dietistas y científicas sociales, con el fin de crear campañas antigordofóbicas a partir de información científica.