Andrea Aparicio: “Lo que pasó en Mariscal Zavala me hizo decir, busco ayuda o de verdad me va a matar”

Fotografía: Soy 502 / Diseño: Karen Lara

Andrea Aparicio tenía 27 años cuando denunció a su expareja, Marco Pappa, futbolista guatemalteco, por violencia contra la mujer. La relación que comenzó en 2017 tras el intercambio de mensajes vía redes sociales, dio un giro completo y se convirtió en abusiva y controladora. El 2 de febrero de 2022, iniciará el juicio en contra de Pappa, quien acumula más denuncias de otras mujeres, por el mismo motivo.

Por medio de una videollamada, Aparicio revela la naturaleza de la relación con Pappa y el asedio que ha vivido de parte de la familia de su expareja por contar la violencia física que sufrió en sus manos.

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María Andrea Aparicio Urízar, de 28 años, inicia la entrevista con este mensaje de superación:

“Ya no me quiero poner como la víctima, ya no quiero jugar ese papel. Simplemente, quiero transformar esta experiencia negativa de mi vida y ser la voz de muchas mujeres que han sido víctimas de violencia y han callado. Fui víctima de maltrato físico, emocional, psicológico y verbal por parte de mi exconviviente que me expuso a la humillación más grande de mi vida. Esa persona que me juro protegerme, amarme y cuidarme. Esa misma persona me maltrató. Después de mucho dolor y mucha tristeza, acompañada de mucha reflexión y de haber sido auxiliada por mi familia y por expertos en codependencia y violencia contra de la mujer, puedo contar mi historia para que no existan más suposiciones, para que otras mujeres que están pasando por lo mismo, se den cuenta de que el abuso causa y es tan fuerte que nos hace vulnerables a la manipulación en todas sus expresiones”.

¿Cómo conociste a Marco Pappa?

Lo conocí en el 2017. Yo tenía 25 años y él tenía 30. Lo conocí por Instagram, nos agregamos y empezamos a hablar por allí. Conforme fuimos platicando empezamos a tener el impulso de conocernos personalmente. Nos dimos cuenta de que teníamos muchos amigos en común.

Cuando lo conocí, él no tomaba. Las cosas que hacía con él eran sanas. Compartimos de mejor manera porque no conocía ese lado suyo. Salimos por seis meses hasta que formalizamos la relación.

Poco después que empezamos a hablar, salió la primera denuncia de violencia contra la mujer en su contra. Del caso me enteré por los medios. Él me dijo que todo era mentira. Que era un malentendido, pues la pareja lo había denunciado por un problema que habían tenido y que lo había hecho por dolida.

¿Qué pensaste de la denuncia?

Le creí porque me lo dijo muy seguro.

¿Tu círculo te advirtió de él?

No tanto como una advertencia, pero me mencionaban la denuncia de violencia. No reflejaba lo que decían. Me trataba bien y me transmitió mucha confianza. Hasta conocí a su familia. Yo le decía a la gente: “no creo que sea cierto porque conmigo no es así”. Fue conforme lo fui conociendo que me empecé a dar cuenta de muchas cosas. Su forma violenta surgió en el momento en que recayó con la bebida. Por primera vez lo vi tomando, y empecé a pensar en que podía ser cierto lo que la gente decía.

¿Cómo se comportaba cuando bebía?

Le daba paranoia. A veces, estábamos en un lugar y él creía que todo el mundo lo estaba viendo y que le estaban tomando fotos. Se ponía a reclamarle a la gente que dejaran de tomarle fotos, pero nadie le estaba tomando fotos.

Cuando empecé a salir con él tuve problemas con mi familia porque venía muy tarde a mi casa o no llegaba porque quería estar con él. En 2018, le dije que no podíamos seguir porque mi familia no estaba contenta. “Si sigo contigo voy a tener más problemas con mi familia y me van a sacar de mi casa”. Me dijo: “venite a vivir conmigo”. Me fui unos meses a la casa del hermano de él. Fue en ese tiempo que él, por primera vez, fue violento conmigo.

¿Cómo fue la violencia que ejerció en tu contra?

Una vez, salimos a una fiesta. Él bebió. Discutimos, entonces él empezó a insultarme y me pateó en la rodilla. Luego de ese problema, decidí irme y regresar a vivir con mi mamá. Él regresó con su expareja. En octubre de ese año, le salió un contrato en Xela. Volvió a hablarme. Me pidió perdón. Me prometió que lo que había pasado no volvería a pasar, que me extrañaba y necesitaba, que quería estar conmigo. Empezamos a hablar otra vez.

A finales de noviembre o principios de diciembre, me pidió que fuera a visitarlo, así que fui. Allí se puso a tomar. Empezó a decir que quería salir. Cerré el apartamento y me paré frente a la puerta. Le dije: “no te voy a dejar salir porque te van a salir problemas, te van a echar del equipo, te van a tomar fotos”. Me agarró fuerte y me pegó una manada en los brazos. Luego, me tiró al piso.

Mis papás se enteraron de lo ocurrido. Estuve analizando si lo denunciaba, pero él me pedía perdón. Mi familia me decía que pusiera la denuncia. Ellos no supieron de la primera agresión en la fiesta. Esta vez se enteraron porque me vieron los brazos morados. Decidí poner la denuncia una semana después de los hechos. No nos vimos durante un tiempo.

En febrero de 2019, me fui a la Antigua con unos amigos y él estaba en el mismo lugar. Cuando me vio se puso loco. Quería acercarse a mí, pero sus amigos no lo dejaban. Estaba tomado. Nos fuimos a buscar el carro y él venía detrás de mí. Tenía dudas de si debía hablarle. Mi amiga sugirió que nos fuéramos para evitar problemas. Empezó a llamarme por teléfono. Me pidió que regresara para poder hablar para estar en paz. Regresé y hablamos.

Me dijo: “arreglemos esto, tú sabes que ya pase por un proceso legal y pasar por otro ya no quiero. Por favor, perdóname ya sé que no está bien lo que hice. Lo que menos quiero son problemas legales”.

Le dije que lo hubiera pensado antes de hacerme daño. Me pidió que le diera una última oportunidad, que quería demostrarme que quería hacer bien las cosas y que lo ayudara. “Tú sabes que nosotros nos amamos”, me dijo. Lamentablemente, volví a caer. Luego me dijo: “necesito que firmes unos papeles donde digas que ya no querés seguir el proceso”. Todos se los firmé.

Me ofreció que me fuera con él a vivir a Xela. Le dije que sí y me mudé. Me fui un 23 de febrero. Cuando terminó su contrato nos regresamos a la Ciudad y dejó de tomar, pero cada vez que recaía me echaba en cara lo de la denuncia. Aunque desistí del proceso, este siguió de oficio. Cuando empezó la pandemia, nos fuimos a vivir con mi mamá. Fue allí donde me agredió otra vez.

¿Qué opinaba tu familia de la relación?

Mientras estuvimos en Xela, mi mamá y hermanas llegaron. Marco les habló y les pidió perdón por todo lo que había pasado. Les pidió una nueva oportunidad de conocerlo, quería demostrarles que las cosas se harían de forma diferente. Mi familia accedió. Así empezó a tener relación con ellos. Yo estaba feliz. Todos lo aceptaron, se dieron la oportunidad de conocerlo y llegaron a quererlo.

Cuando empezamos a vivir juntos trataba de ayudarlo, sobre todo cuando se daba cuenta de que todo su mundo se venía abajo, que había perdido contratos, a su hija y todo a raíz del alcohol. Me sentía en la obligación de ayudarlo. Pensaba: “si comparto mi vida con él lo tengo que ayudar”. Lo invité a la iglesia y mi mamá pasaba hasta las 3 de la mañana hablándole de Dios y orando por él. Toda mi familia intentó ayudarlo.

Durante la pandemia, el equipo de Municipal se le acercó y se mostraron interesados en él. Eso era lo que él más deseaba y era en lo que más lo apoyaba porque yo también soy roja -aficionada del equipo-. Le decía: “no te cuesta nada, lo único que te están pidiendo es que seas disciplinado, que cumplas, que seas responsable. Comprométete a hacerlo. Dejá de tomar”.

Cuando le dijeron que tenían interés en ficharlo dejó de beber. Por fin, estábamos viendo los resultados de nuestras oraciones. Yo estaba feliz porque durante toda la relación no lo había visto tan bien como en ese momento. Entonces, empezamos a buscar casa. Encontramos un apartamento que un amigo nos ofreció. Justo ese día que nos empezamos a mudar fue el siguiente episodio de violencia.

¿Qué ocurrió ese día?

Fui muy clara con él, le dije: “ahorita podés estar bien, pero hay muchas veces que vuelves a recaer y eso es porque no buscas la ayuda que necesitas. No aceptas que tenés que ir a grupo de alcohólicos anónimos, buscar ayuda psicológica y espiritual. Está bien que digas que vas a dejar de tomar, pero tenés que buscar ayuda. Si no volverás a caer”. Como prometió que ya no lo haría, pensé que buscaría esa ayuda. Nunca me imaginé que iba a recaer tan rápido.

En ese momento, el toque de queda empezaba a las 2 de la tarde en los fines de semana. Regresamos a la casa y lo noté ansioso. Pensé que se le pasaría, sobre todo porque no podía salir. Dijo que iba a traer el cargador del celular al carro, pero dejó su celular. Se tardó mucho y luego subió. Cuando regresó, empezó a ver de qué manera peleaba conmigo. Siempre que quería tomar buscaba pelear para irse a tomar. Me acusó de haber agarrado el celular. Cuando empezamos a discutir me fui a encerrar al cuarto. Pasé un buen tiempo allí, me escribía por WhatsApp para decirme que saliera, yo le decía que no. Cuando por fin salí, ya no estaba. Me llamó el guardia de seguridad del edificio y me dijo que estaba en otro apartamento, bebiendo.

Marco subió una historia a Instagram en el balcón de uno de los apartamentos. Resulta que uno de sus seguidores vivía en el edificio, le respondió y lo invitó a pasar. Cuando me llamaron de la garita me pidieron que fuera por él porque los vecinos querían llamar a la policía por el escándalo. Lo llamé, pero tenía el celular apagado. Bajé a avisarle, pero salió corriendo y se encerró en un cuarto. Solo le dije a quien la abrió que los vecinos querían llamar a la policía. Marco podía perder el contrato si llegaban de goma o con olor a trago o borracho. Me subí y se quedó allí.

Alrededor de las 10:00 de la noche, noté que llegó la policía, pero a los minutos se retiran. Pensé que él iba a subir pero no. Como a la hora vuelve a ingresar la policía y se topó con dos personas que iban de salida en una moto y resulta que uno de ellos era Marco. Él se bajó de la moto y comenzó a insultarlos y a decirles que ellos no sabían quién era él y que él podía hacer que los despidieran. La policía se fue, pero él no subió al apartamento. Estaba preocupada sin saber qué había pasado, así que bajé al lobby y noté que todavía estaba muy violento. Yo estaba en una llamada con mi hermana y ella me aconsejó que bajara al sótano, esperara un rato y subiera. Así lo hice. Abrí el carro de Marco para sacar mi billetera.

En eso, apareció él por la entrada de los vehículos y comenzó a insultarme porque creyó que yo había llamado a la policía. Me molesté por sus acusaciones y decidí retirarme. Iba camino hacia los elevadores cuando me agarró por la espalda, me empezó a ahorcar y a patearme las piernas para que me cayera al piso. Intenté mantenerme de pie cuando empezó a moverme de lugar siempre con su brazo alrededor de mi cuello. Él estaba parado detrás de mí. Logró llevarme al piso. Se subió encima de mí y empezó a agarrar a manadas mi rostro. Por momentos, me ahorcaba con una mano y con la otra me tapaba la nariz y la boca. Cuando miraba que ya no podía respirar me soltaba. Cada vez que me soltaba yo gritaba por ayuda y él me decía que nadie me iba a escuchar, que él me iba a matar. Yo trataba de decirle que yo no había llamado a la policía.

Me quitó mi teléfono para revisar mis llamadas, pero no dejó de golpearme. Luego, tirada en el suelo, me agarró del sudadero y me empujó contra una columna y me pegó una manada en la nariz. Me empezaron a salir chorros de sangre y yo le suplicaba que me soltara. Lo que hizo fue somatar mi cabeza contra la columna y empezó a hacerme presión con la rodilla. Ahí donde perdí el conocimiento. Minutos después, el guardia del edificio me tenía en la garita con un pañuelo en mi nariz. Después Marco quiso salir en su carro del edificio y el guardia no lo dejó salir porque él ya había llamado a la policía.

¿Qué pasó posteriormente?, ¿Lo denunciaste?

Al rato vino la policía, se lo iban a llevar y me dijeron que yo también debía de ir con ellos para dar mi declaración, pero no quería ir en la patrulla con él al lado. Lo pasaron a la palangana. Cuando llegué al Ministerio Público, empecé a asimilar lo que estaba pasando. Cuando mi hermana me vio empezó a llorar. Ella me preguntaba: pero ¿qué pasó? No podía explicarle, solo le decía que no sabía por qué lo había hecho.

Para mí, el policía que llegó a capturarlo fue un ángel. Cuando lo estaban esposando y subiéndolo a la patrulla, fue algo tan horrible de ver que le dije que mejor lo soltara porque Marco me decía: “mírame, me están llevando. Por favor, ayúdame”, mientras lloraba y lloraba. Sentí que yo era la responsable de si se lo llevaban o no. El policía me dijo: “no deje que la manipule, por favor. Mírese cómo está usted, mírese la cara”. Así fue como yo obtuve fuerza y me subí a la patrulla.

En el MP, el policía me insistía mucho en que entrara y declarara. Yo no me sentía bien. En eso apareció el hermano mayor de Marco. Siempre tuve roces con él porque se metía mucho en su vida. Él también es abusivo con su pareja, todos sus hermanos son así, son muy machistas. Siempre justificaba a Marco.

“Para qué te vas con él si ya sabes que tomado así es”, me decía el hermano. Me dijo que no declarara. “Yo sé que tú lo amas. Si tú declaras a Marco se lo llevan preso”, me dijo.

Cuando le dije que sí declararía, le señalé mi cara y le dije: “¿tú me estás viendo la cara?”. Entonces empezó a intimidarme: “yo solo te digo que si tú declaras todos vamos a salir mal y los más perjudicados van a ser tú y tu familia”. Volteé a ver a mi abogado y le dije que mejor nos fuéramos. Desde que nos fuimos, Marco le pidió el teléfono a los custodios y me llamaba constantemente para decirme: “no vayas a declarar”. También me llamaban sus abogados, los hermanos y el papá. Todos. Como no declaré en ese momento, a él le dieron falta de mérito y lo dejaron libre, pero la jueza ordenó que continuara la investigación. El MP empezó a contactarme para que diera mi declaración.

Hasta el día de hoy, me cuesta creer que todo esto haya pasado cuando estábamos viviendo el mejor momento de nuestras vidas y de nuestra relación. Él sabe que siempre estuve para él, salía en la madrugada sola a traerlo cuando me llamaban para decirme que estaba borracho en la calle. Lo llevaba a la casa, le hacía comida. Lo llevaba a entrenar, con tal de cuidarlo me quedaba en el carro dos horas mientras él entrenaba. Fue difícil aceptar lo que había pasado y que no había valorado nada de lo que yo había hecho por él.

¿Ha continuado el acoso de Pappa a pesar de estar preso?

Sí, a la fecha he seguido recibiendo mensajes suyos. El 28 de julio de 2020, cuando me presenté a dar mi declaración recibí un mensaje suyo y le dije a la fiscal que me estaba escribiendo. Ella mandó a una persona para que tomara fotos de los mensajes para tenerlos documentados. El 6 de agosto se ordenó la captura. En este tiempo, mi declaración se mantuvo bajo reserva, según ellos yo todavía no había declarado. Y me seguían llamando para que no declarara. Me pusieron medidas de seguridad contra el hermano, el papá y el abogado.

Dos semanas después, me contactó por Instagram y me dijo: “arruinaste todos nuestros planes, mi última oportunidad en Municipal, por tu culpa ya no voy a poder jugar”. Hasta cierto punto, me lo creí. Luego me mandó un mensaje larguísimo donde me decía que me perdonaba por lo que le había hecho, que me amaba, extrañaba y necesitaba. “Entrégate, no estés complicando más las cosas, nada de lo que estás haciendo te va a ayudar, mientras más tiempo pases como prófugo más te vas a perjudicar”, le decía.

Un día me llamó un amigo de EE.UU., me dijo que había hablado con él y que Marco quería arreglar las cosas para que me fuera con él. El plan era que lo llevarían a la frontera para que pudiéramos “huir” juntos. En mi cabeza dije yo: “vámonos”. Pero todo eso lo usaron para grabarme y empezar a sacar esos audios después.

El 31 de agosto, me llamó mi abogado para avisarme que se entregó. Pasó casi un mes prófugo. En la audiencia no pude dejar de llorar. Gracias a Dios tuve un buen abogado que me apoyó, los fiscales del MP se portaron muy bien conmigo. Allí lo ligaron a proceso y le dictaron prisión preventiva. La audiencia terminó a las 11:00 de la noche y a las 3:00 de la mañana, recibí un mensaje suyo saludándome. Ese número me llamaba en repetidas ocasiones. En una de esas contesté, mi mamá estaba al lado mío, y supe que era él.

Marco nunca me dejó de buscar. Para evitar caer, porque me pedía que llegara para que arregláramos las cosas, mis papás me dijeron que me fuera del país, porque en mensajes me decía que su hermano me tenía vigilada. Compré un número gringo al salir de Guatemala, en octubre de 2020. Dejó de escribirme por WhatsApp, pero ha hecho más de 20 usuarios falsos de Instagram. Todo el mundo me decía que cerrara mis redes, pero no quería cambiar más mi vida por él. Al regresar al país en diciembre, consiguió mi nuevo número.

Marco me escribía miles de mensajes. Constantemente me pedía que fuera a verlo, que estaba muy mal, que estaba arrepentido, que me necesitaba y que me amaba. Al ver que yo me negaba, comenzó a manipularme con imágenes y videos íntimos. Entre el miedo a que los publicara y la esperanza que tenía de que estuviese arrepentido, accedí a llegar. La primera vez que llegué fue antes de Navidad. En otra visita, el 23 de marzo del 2021, nos encontramos en su celda o “toldo”. Allí me insinuó que quería tener relaciones sexuales. Mi respuesta fue: no.

Se puso como loco a insultarme y a decirme que era una prostituta, que saber con quién me andaba revolcando afuera pues yo ya no quería tener relaciones con él, que él me mantenía vigilada. Me agarro del cuello y comenzó a ahorcarme. En la mesa había una taza, la agarré y le pegué en la cabeza pensando que así me iba a soltar y solo empeoró. Me agarró del pelo, me llevó a su cuarto y me tiró en la cama. Se subió encima de mí, me ahorcó con una mano y con la otra me tapaba la boca, cuando veía que no podía respirar me soltaba. Cuando me soltaba, yo empezaba a gritar y él me repetía que nadie me iba a escuchar, que me había ido a meter al lugar menos indicado, que había caído en su trampa, que ahí todos estaban de su lado pues él le pagaba a los guardias, que incluso el ministro lo apoyaba y que nadie me iba a ayudar. Si él se iba a quedar preso no iba a ser únicamente por unos golpes, sino porque me iba a matar.

Cuando por fin me dejó pararme y me dijo que la única manera en la que él me dejaría salir era si me ponía de rodillas y le pedía perdón. En mi desesperación, me humillé. Me puse de rodillas y le pedí perdón. Mientras estaba de rodillas él me pateó, yo me caí para atrás y me puse en posición fetal. Le suplicaba que por favor me dejara ir pues se iba a meter en problemas más serios y ahí me paró y me arrinconó. Comenzó a tocarme el cuerpo hasta romperme la blusa. Cerré mis ojos y comencé a orar y a suplicarle a Dios que por favor me diera fuerzas porque yo no podía permitir que él abusara de mí. Dios me escuchó y me dio las fuerzas que necesitaba para patearlo y salir corriendo.

Ahora, me quieren hacer quedar mal por haber caído en su juego al visitarlo. Hoy me doy cuenta de que todo era un plan. Su insistencia en que llegara a verlo tenía un propósito: desvalidar lo que yo sufrí y la violencia de la que fui víctima. Desde que llegué tenía planeado grabarme, tomarme fotos para después compartirlas públicamente y que la gente se enterara. Me da tristeza porque yo me enamoré de una persona que no existe. Nunca lo creía capaz de lo que hizo y de lo que sigue haciendo. Lo que pasó en Mariscal Zavala me hizo decir: o busco ayuda o de verdad me va a matar.

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Aparicio denunció la agresión que sufrió en Mariscal Zavala, pero el juez a cargo del caso, Emilio Orozco López, dictó el sobreseimiento.

El MP ya ha presentado una apelación a la decisión del juez. Mientras tanto, Pappa busca recobrar su libertad al solicitar que se revise la medida. La medida será revisada el 2 de febrero.

Ante esto, Aparicio reaccionó: “A las autoridades de este país quiero pedirles que no sean cómplices del pacto patriarcal que hay en Guatemala. No hagan que las mujeres que hemos sido víctimas de violencia tengamos miedo de hablar y decidimos callar por las injusticias que vivimos. Trabajen conforme a la ley, con transparencia y sobre todo con justicia”.

Andrea Aparicio espera que contar su historia y continuar el proceso legal en contra de su expareja tenga un gran impacto no solo en su vida, sino en la vida de otras mujeres sobrevivientes de violencia, y espera que su caso pueda darles esperanza y valor para denunciar y romper con el círculo de violencia.

Paolina Albani

El periodismo y yo compartimos la honestidad como principio de vida. Me convertí en periodista de datos en una búsqueda por evidenciar patrones en las fallas del sistema que, generalmente, colocan en posición de desventaja a unxs respecto a otrxs. Inicié en esta profesión en Diario La Hora. Desde entonces, he viajado por las redacciones de Siglo 21, Diario Digital y Plaza Pública. Actualmente, trabajo para la Revista Ruda mujeres + territorio aprendiendo y aportando al periodismo feminista.

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