De traer vidas al mundo a sanar cuerpos, la historia de doña Emilia Juan Antonio
Escrito por Lencho Pez
Doña Emilia Juan Antonio es una comadrona originaria de Santa Eulalia, Huehuetenango, que ejerció su vocación durante más de 30 años. Es esposa, madre de dos hijas y cinco hijos. Ha dedicado su vida y su trabajo a su familia y su hogar y ama trabajar en el campo y brindar un servicio a la sociedad.
Ha sido miembro del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) de su comunidad y actualmente ejerce como fisioterapeuta. Su trabajo ha sido reconocido por varios sectores de la sociedad en Santa Eulalia. Ella es comadrona, huesera y fisioterapeuta.
Por Lencho Pez
Doña Emilia Juan Antonio más conocida como Doña Mila en el municipio de Santa Eulalia, es una comadrona y fisioterapeuta que por 30 años ayudó a traer vidas al mundo. Su vocación es un don que afirma lo recibió de su bisabuelo Antun Luwin, quien transmitió sus conocimientos a su madre y ésta a su hija
Doña Emilia Juan Antonio nació el 15 de septiembre de 1965 en la comunidad Buena Vista, ancestralmente conocida como Eloma, de Santa Eulalia, del departamento de Huehuetenango. Es hija de los esposos Sebastián Juan y María Antonio. Actualmente, doña Mila, como es conocida en la vecindad y por sus amistades, reside en el cantón San Miguelito del mismo municipio.

Doña Emilia cuenta que su don de comadrona y fisioterapeuta proviene de su bisabuelo Antun Luwin. Foto José Emilio Francisco
Es madre de dos hijas y cinco hijos, es la quinta de diez hermanos y su trabajo está dedicado a su familia y a su hogar, ama trabajar en el campo y con la sociedad. Fue miembro del Consejo Comunitario de Desarrollo (COCODE) de su comunidad y en su periodo gestionaron el proyecto de drenaje que beneficia a tres cantones.
Un legado del abuelo Antun Luwin
Cuando se preguntó a doña Emilia, como llegó a ser la comadrona más conocida de su pueblo, ella sonrió con nostalgia y contó:
“Cuando tenía doce años me di cuenta de la necesidad que había en mi familia. Mis padres luchaban por conseguir el pan de cada día y yo decidí ayudarlos. Busqué trabajo en otra casa y, después de un mes entero, lo único que me pagaron fueron tres quetzales. Con ese dinero compré un quintal de maíz. Fue poco, pero alcanzó para alimentar a mis hermanos”.
Su bisabuelo se llamaba Antun Lwin (Antonio Pedro). Él tenía ganado ovino y además era terapeuta y comadrón. Tenía mucho conocimiento en medicina botánica.
“Un día mientras pastoreaba, le acompañaba su hija Malin Antun, (María Antonio) mi mamá. El sentía un fuerte dolor en la espalda, como un calambre, y nadie podía sobarle para aliviarlo. Entonces, mientras las ovejas comían, le dijo a su hija: “Ven hija, voy a dejarte una herencia. Te voy a soplar las manos para que un día continues con mi trabajo y salves muchas vidas en el futuro”.

Doña Mila, como conocen a doña Emilia en Santa Eulalia, fue comadrona por 30 años. Foto José Emilio Francisco
Sopló sus manos y le pidió que lo sobara en la espalda y en la cabeza. Su bisabuelo se tiró boca abajo en el llano y ella lo atendió. El dolor desapareció. Desde ese momento su madre empezó a formarse en el don de la comadrona y con el paso de los años se convirtió en una mujer muy reconocida en el pueblo.
Cuando ella iba a atender a las mujeres llevaba a su hija Emilia. Mientras caminaban siempre le decía “pon mucha atención a lo que hago, porque algún día serás mejor que yo”.
Doña Mila indica que nunca imaginó que eso un día sería realidad.
“Así fue como aprendí esta sagrada herencia de mis ancestros, aunque desde niña, ya venía jugando de curandera y simulaba curar a mis hermanitas y hermanos cuando no estaba mi mamá, porque cuando ella estaba en casa no había tiempo para jugar; pero gracias a Dios que así crecí, por eso ahora no le temo al trabajo”, añade.
Al cumplir 20 años se casó y tuvo sus hijos. Cuando se enfermaban los atendía, cuando se golpeaban, cuando sufrían torceduras, calenturas y otras enfermedades les aplicaba hierbas naturales como la ruda, hierba buena, manzanilla, hierba mora, el tabaquillo y otras plantas que son muy buenas y que solo se dan en tierra fría y se recuperaban sin mayores complicaciones.

Doña Emilia con el K’utz, una de las plantas medicinales que utiliza para calmar dolores del cuerpo y dolor de muelas. Foto José Emilio Francisco
“Muy pocas veces busqué la ayuda de otras personas en temas de salud y además, aún no había médicos aquí. Desde entonces, empecé a recorrer mi propio camino como comadrona, como huesera y como terapeuta” contó.
Ser comadrona también conlleva sacrificios
A los 23 años, doña Mila tomó sus cosas en un morral y emprendió el camino que fue el inicio de su vida como comadrona. En su primera experiencia fue acompañada por su madre Malin Antun (Maria Antonio) quien fue su asesora, guía y consejera en el primer parto que atendió.
Mientras su madre vivía, cruzaron juntas veredas estrechas, caminos pedregosos y barrancos profundos, para llegar a lugares donde no había acceso para vehículos. Su espíritu de servicio la obligaba a caminar horas para llegar a donde la esperaban.
Tomar esa decisión no fue fácil. Doña Mila sabía que ser comadrona era un trabajo lleno de sacrificios y riesgos, incluso para su propia vida. Además, era una labor en la que no había una remuneración económica, sino únicamente la satisfacción de ayudar a las mujeres en los momentos más difíciles de su vida.

Doña Emilia es buscada por pacientes para sanar dolores del cuerpo. Foto José Emilio Francisco
Su nueva profesión no tenía horarios ni distancias. En aquellos años no existían teléfonos para llamarla así que muchas veces las familias llegaban a tocar a la puerta de su casa en plena noche. Sin importar si llovía, tronaba o hacía frío, ella se levantaba, tomaba sus cosas y salía hacia donde la necesitaban. Así comenzó su misión, dispuesta a sacrificarse, con la confianza que iba a ser guiada por las energías y el don ancestral de los abuelos.
Doña Mila recuerda muy bien el primer parto que atendió, fue el nacimiento de un niño, quien hoy vive en Los Estados Unidos. Aquel momento marcó el inicio de una nueva vida dedicada a servir con sus fuerzas y con el corazón.
Desde las primeras semanas de embarazo, las mujeres llegaban a su casa para buscarla, confiando en su experiencia y en el don que Dios le había dado. Le pedían que las acompañara durante todo el proceso, hasta el día del parto. Ella nunca negaba su ayuda, mientras su agenda lo permitiera.
Con el paso del tiempo, las responsabilidades en su hogar se fueron acumulando. A veces pensaba que ya no iba a poder con tanto trabajo, pero el amor y la entrega que un día se prometió a sí misma no le permitían descansar con tranquilidad. Aun cansada, aceptaba las demandas de las madres que la necesitaban, porque sabía que en cada nacimiento sentía el llamado de Dios de que tenía que cumplir su vocación como mujer, como guía y como cuidadora de la vida.
Su popularidad se fue expandiendo en las comunidades y pueblos aledaños, personas de San Pedro Soloma, otro departamento de Huehuetenango, la venían a traer para atender partos, así como de San Mateo Ixtatan, Santa Cruz Barillas, la cabecera departamental de Huehuetenango, la ciudad capital y otros departamentos.
Doña Emilia Juan Antonio trabajó durante más de treinta años de comadrona dando soplo de vida a varias personas que en la actualidad ya son adultas, entre ellas resaltan profesionales, emprendedores y personas con alto grado de liderazgo.
Dejó de ser comadrona
En 2008 el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS) implementó una norma en la que se establecía que todas las comadronas debían registrarse y recibir capacitaciones mensuales por parte del personal de la institución estatal y así, obtener una credencial como persona autorizada para ejercer la profesión.
Este proceso había comenzado en gobiernos anteriores gradualmente, sin embargo, se fortaleció durante el periodo de gobierno de Álvaro Colom. Ante esa nueva normativa prefirió dejar de ejercer esta labor.

Durante toda su trayectoria como comadrona, ningún bebé o mujer murió durante el parto. Foto José Emilio Francisco
Tomó la decisión de no acreditarse porque, a su criterio, quienes impartían dichas capacitaciones eran personas practicantes. Ella consideró que esto pondría en riesgo su labor ya que las técnicas que estaban promoviendo no eran las mejores en comparación con la experiencia que ella había adquirido durante su trayectoria.
Las personas que no obedecían las normas impuestas por la institución estatal fueron despojadas del derecho de asistir a partos, lo que significó una forma de sanción y control. Con esta medida, el Estado impuso su autoridad sobre los saberes ancestrales, arrebatando a las comunidades la autonomía de ejercer los conocimientos heredados de sus abuelos desde tiempos remotos.
Un dato que resalta de su trayectoria como comadrona es que en todos los años que dedicó a atender partos, ni una madre ni un bebe perdieron la vida en sus manos. Este hecho fue la razón por la que su trabajo tuvo tanta demanda y que personas de otros pueblos llegaran en su búsqueda confiando en la sabiduría de sus manos.
Doña Mila nunca aplicó medicamentos químicos. Su medicina y su conocimiento provenían de la madre naturaleza: hierbas, infusiones y cuidados tradicionales que heredó de sus abuelos y que aplicaba con respeto y cariño. Cada parto que acompañaba, no era solo un nacimiento, sino también un acto de amor y de fé en la vida.
Doña Mila indicó “Ante la decisión del estado, mejor opté por renunciar a mi misión de comadrona. Porque someterme a la introducción de nuevas ideologías resultaba difícil, aunque reconozco la importancia de actualizarse, pero no me convenció la idea. Pues aquello significaba empezar de cero con métodos distintos a los que había practicado durante toda mi vida”.
Agregó: “Fueron 30 años de servicio a la comunidad, aplicando mis conocimientos con amor y responsabilidad. Tres décadas en las que enfrenté múltiples desafíos y sacrificios, nunca se me olvidan las varias veces que fui humillada, amenazada y discriminada en distintas casas. Me quedé con quebrantos de salud debido al cansancio, los desvelos, las preocupaciones y la tensión de saber que muchas vidas dependían de mis manos y bajo mi responsabilidad”.
Aun así, ella veía en su labor un acto sagrado “porque recibir a un ser humano y darle el primer soplo de vida, era una bendición concedida desde lo alto por el Creador y Formador.”
De comadrona a terapeuta y huesera
Cuando decidió dejar esa labor, creyó que su servicio a la comunidad terminaba allí. No se imaginaba que estaba por empezar otra nueva etapa de su vida.
Las personas que la conocían no tardaron en buscarla nuevamente porque recordaban su manera especial de aliviar los dolores del cuerpo, de acomodar los huesos, curar torceduras o calambres y de tratar muchos padecimientos que la ciencia médica aun no logra entender del todo. Hombres y mujeres de distintos lugares comenzaron a llegar a su casa, guiados por la esperanza y la experiencia de quienes han sentido en carne propia el poder de sus manos.
“Solo con escucharla, uno ya se siente mejor”, comenta una vecina sonriente, mientras esperaba su turno para ser atendida. Y es que el don de doña Mila no está solo en sus manos, sino también en sus palabras. Tiene la costumbre de preguntar el historial de vida, las penas que han pasado y escuchar con paciencia, y basada en esos datos, ofrece consejos que sanan tanto el cuerpo como el espíritu.

Vista panorámica de Santa Eulalia, Huehuetenango, donde reside doña Mila. Foto José Emilio Francisco
Con aceites naturales, plantas medicinales y masajes que ha aprendido a lo largo de los años, doña Mila ha logrado aliviar los dolores de muchos.
Algunos aseguran que pensaban que su salud ya no tenía solución, pero después de acudir a ella recuperaron la fuerza y la esperanza.
Sus conocimientos ancestrales heredados de sus mayores, hoy se mantienen vivos, debido a sus prácticas constantes y por la fe con la que realiza cada curación.
En cada masaje, en cada oración y en cada remedio natural, doña Mila reafirma una verdad que su comunidad reconoce con gratitud: el poder de la naturaleza y la sabiduría de los pueblos siguen siendo una fuente vida.
Doña Mila ya no atiende partos, pero sigue trayendo alivio al mundo. Su historia es la de una mujer que, sin buscarlo se convirtió en guardiana de la salud y de la fe de su gente.
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Lencho Pez
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