Las mujeres sanjuaneras sanan las violencias entre hilos.
“El valor de una mujer rural es más bajo que el de los hombres en las comunidades”, así lo afirmaron tres mujeres kaqchikeles sobrevivientes de violencia en San Juan Sacatepéquez, que ahora han encontrado una manera de romper con el ciclo de violencia y dar ejemplo a sus hijas e hijos.
Por Andina Ayala
La violencia patriarcal y machista se forja como una cadena en la que cada eslabón representa una pieza de opresión que va atando a las mujeres indígenas y empobrecidas. El primer eslabón comienza con el mero hecho de nacer mujer: si el primer hijo es hombre, la familia lo festeja. Pero si es mujer, la familia se autocompadece diciendo que ya vendrá el niño y que al menos ya tienen quién los cuide cuando lleguen a ancianos.
Las infancias también se viven de manera diferenciada, los hijos varones comen primero y en platos más abundantes; generalmente se les da oportunidad de continuar con sus estudios si así lo deciden. En cambio, las mujeres alcanzan a estudiar hasta el tercer o sexto grado de primaria. Cuando se trata de las niñas, sus familias se empiezan a preguntar, “¿Para qué van a estudiar?”. Los papás piensan que a la mujer es “por gusto darle estudio”, así lo narró Irma Equité, mujer kaqchikel de San Juan Sacatepéquez, una de nuestras interlocutoras del taller de tejido, a quien su familia únicamente le brindó estudios a sus hermanos hombres.
“Las mujeres tienen menos valor”
La Asociación Grupo Integral de Mujeres Sanjuaneras (AGIMS), referente en el territorio de San Juan Sacatepéquez, le dio a Ruda la oportunidad de conocer a mujeres sobrevivientes de violencia. Ellas participan en un taller de tejido “Sanando entre hilos”, donde aprenden el arte, comparten con otras mujeres y algunas de ellas, luego de graduarse, emprenden su negocio de elaboración de piezas tejidas.
Cristina Patzán, de 31 años, contó cómo se vive la desigualdad de género en su comunidad Los Pajoques. “El hombre tiene más valor que una mujer, la mujer no tiene la altura. Nosotras las mujeres estamos para que nos maltraten. Aquí en San Juan, en todas partes, dicen que el hombre es más, que la mujer no vale nada. Los hombres sí valen porque trabajan y lo mantienen a uno”, dijo.
En la etapa de adolescencia puede ser común que las menores conformen su propia familia, sin importar que su pareja sea una persona mayor o de su edad; y en la adultez la norma es tolerar al hombre que “les tocó”, aún si éste las maltrata física o psicológicamente.
Vilma López, técnica de la organización, nos explicó que: “la mayoría de mujeres no denuncia por temor a perder el ingreso económico que les dan sus parejas”. Durante la convivencia fue notorio que en la mayoría de historias de vida se ven afectadas por no haber tenido la oportunidad de desarrollar su independencia económica, pues su rol, está relegado al espacio privado y de cuidados no remunerados.
Irma Equité, de 30 años, por ejemplo, mencionó que sostuvo una relación con un hombre con el que no vivía, pero con el que tuvo tres hijos. El menor apenas tiene un año, “él me negaba la alimentación para mis hijos, por eso lo demandé”, afirmó. Dijo que recibir información sobre sus derechos le ha dado más seguridad para creer en ella misma.
“Tengo una conocida mía que sí la maltratan, ya le dije que vaya a denunciar, pero no quiere. Con la varilla del cincho le da al hombre en la cara. Pero no se separan porque dicen que no pueden mantener a los niños”, comentó Irma, mientras arrullaba a su bebé.
Trabajo no remunerado
Cristina intervino la conversación y agregó, “La mujer se levanta temprano a las cuatro o cinco de la mañana, junta su fuego, hace la comida, lava los trastos, se pone a limpiar, a recoger la ropa, a lavar. Le llega la hora del almuerzo, a cocinar otra vez, le da de comer a su marido y a sus hijos y ella siempre come de último. Empieza otra vez la limpieza, bañar a los niños, termina a las cuatro y media y a las cinco ya está viendo la cena. Una mujer se duerme a las nueve de la noche. Si el hombre se enoja en su trabajo, regresa y le pega”.
Sobre su experiencia dijo que si su marido no se emborracha, no la maltrata físicamente, “Tomado a mí me ha dicho que soy una perra, que si saco dinero vendiéndome con otros hombres”.
Ella obtiene algunos ingresos lavando ropa ajena, de esta manera aporta con algunos alimentos a su hogar. Aunque ella ya lo ha echado de la casa, él no se va; además, su mamá le aconseja que no se separe. Desde hace dos años recibe talleres en AGIMS, ahora conoce sus derechos, su marido ya no se mete y es ella quien le dice que los dos tienen los mismos derechos.
Cristina dejó entrever que en algún momento fue forzada a tener relaciones sexuales. Nadie le había enseñado que tiene derecho a negarse a sostener relaciones sexuales si no lo desea, ahora piensa diferente. “Tengo derecho a decir que no. Si nosotras las mujeres no queremos, muchas mujeres dicen que hay que hacerlo porque estamos casados o unidos”, dijo.
Aprender a decir no
¿Qué aprenden las jóvenes sobre las relaciones sexuales?
“Las jóvenes ahora dicen que quieren más a los hombres grandes porque tienen más experiencia. A los otros (a los jóvenes) hasta que uno les va a enseñar”, respondió Cristina.
¿Y cómo se maneja el tema sobre abuso sexual en las comunidades?
“Si es el papá el que abusa de las hijas, es un delito. Si es un familiar… Son los papás los que deciden si lo denuncian, depende si lo quieren o no”, explicó Irma.
A veces decir no, no es tan sencillo. Cristina comentó que en su comunidad, Los Pajoques, se ha escuchado de señoritas que se suicidan. “Las amenazan para que no digan nada, esas amenazas siempre se dan hasta en una pareja”. Ella tiene diez años de estar unida con su pareja y aún se le ponen los ojos llorosos al recordar los abusos que él le ha dado.
Al preguntarles, ¿Cómo se sienten ahora que conocen sus derechos?
Irma sonrió y dijo, “Una se siente feliz, aunque le dicen a uno que como ahora sabe de leyes, solo mates es uno”.
Por su lado, Cristina respondió: “Ya no me obliga a tener relaciones, ni me maltrata como antes, me ayuda a proteger a mis hijos. Ahorita estoy feliz”.
Irma y Cristina viven en distintos lugares de San Juan, pero coinciden en que los vecinos y vecinas que saben de su participación en AGIMS, expresan burlas y críticas, les dicen que ahora son presumidas. Una vez, a Cristina le dijeron “no sos buena mujer”, porque ya no aguanta malos tratos.
Los comentarios negativos no las desaniman, incluso mujeres de otros municipios vienen a San Juan Sacatepéquez. Esmeralda Pirir, de 50 años, es una de ellas. Viaja desde San Raymundo, toma tres autobuses y su trayecto es de tres horas para llegar al taller cada semana. Ella conoció la organización hace diez años cuando sufría de maltratos. “Lo más difícil es dejar de pensar que uno sólo no puede salir adelante, lo que se necesita es una decisión”, comentó con voz quebrada.
Esmeralda recordó algo y se le empañaron los ojos, se tomó un tiempo para respirar y retomar el diálogo. En su caso, un juez la obligó a ella y a su familia a aceptar de regreso a su ex esposo; primero porque la vivienda está a nombre de él y porque alegó que ella y sus hijos lo maltrataron.
Fue un tiempo difícil tener de vuelta a su agresor, pero afirma que no tienen ningún contacto con él. Con su experiencia, Esmeralda quiere dejarles un mensaje a las mujeres, “Le diría a las mujeres y jóvenes que le cuenten sus problemas a alguien que las pueda ayudar. Que ya no esperen tanto, que denuncien, que ya basta, si el hombre quiere vivir feliz, también uno”, concluyó.
Denuncias en San Juan Sacatepéquez
Ubicado a 17 kilómetros de la ciudad de Guatemala y con un poco más de la mitad de su población maya kaqchikel, el municipio, según el censo 2018 del Instituto Nacional de Estadística (INE), está conformado por una población de 218, 156 personas, de las cuales 111, 408 son mujeres.
Es un territorio con diversas realidades: desde comunidades muy alejadas, sin acceso a servicios básicos, pasando por concentraciones urbanísticas con sus propias dificultades, como contaminación y escasez de agua, hasta la disputa territorial que de 2008 a 2012 sostuvieron doce comunidades contra un megaproyecto extractivo: el caso de la cementera en San Antonio Las Trojes.
En estos tres distintos contextos, las mujeres denunciaron casos de violencia sexual. El portal web de Vivir Sin Violencia, mostró que en el año 2022, en San Juan Sacatepéquez, por cada cien mil mujeres hay 105 denuncias.
Un informe sobre violencia sexual de la organización Vidas Libres mostró que, entre 2021 y 2022, la violación fue el delito sexual más recurrente en este municipio con un porcentaje de 67.7%.
Para el primer semestre del año 2023, Osar reportó que había mil 433 niñas y adolescentes madres en el departamento de Guatemala y la página de Vivir Sin Violencia, señaló que de 2017 a 2023, el municipio registró un promedio de 188.4 denuncias de violencia sexual por año.
Leslie Boror, procuradora y coordinadora del Centro de Apoyo Integral de Mujeres Sobrevivientes de Violencia (CAIMUS) en San Juan Sacatepéquez, compartió que por parte de la organización lo que más registran es violencia psicológica.
“Pero las usuarias desisten de denunciar por pena a no recibir un apoyo económico. Hemos visto que ellas prefieren irse por la demanda de pensión alimenticia y es una de las limitantes que tenemos, porque la violencia física presenta altos niveles”, refirió Boror.
Lo más difícil, según Leslie, es que no hay una ruta de denuncia con pertinencia cultural y también romper el silencio, porque en la fiscalía del Ministerio Público de San Juan Sacatepéquez solamente hay un traductor. AGIMS no solo administra el CAIMUS en la localidad, también impulsa alternativas económicas para las mujeres indígenas y talleres educativos con jóvenes.
La juventud experimenta con poca información
Acerca del contexto social, Blanca García, encargada de formación de juventud en AGIMS, señaló: “todavía somos una cultura muy diferente, todavía tenemos ese tabú, dentro de las familias no se tocan esos temas. En las comunidades es normal que las niñas de 15 o 16 años se vayan a vivir con la pareja”.
La estrategia de AGIMS es informar a las madres de familia, para que sean ellas las que orienten a las jóvenes. En algunas comunidades que todavía son bastante conservadoras, no hablan directamente sobre métodos anticonceptivos, sino sobre autocuidado y planes de vida. Este trabajo lo realizan en 35 comunidades.
Blanca indicó que el tema puede ser penoso, “pero lo religioso es lo más difícil porque para ellas todo es pecado, o cosas muy personales se las tienen que decir a su líder religioso. Los líderes de las comunidades también son un problema a veces, porque propician que los problemas se queden en las familias”.
Avances de la educación sexual
AGIMS ha identificado un alza de embarazos en adolescentes y han recibido algunos casos de abuso infantil. Su coordinación es con centros educativos y con supervisiones educativas. Blanca García, explicó en qué consiste el trabajo de educación sexual que realizan y la contribución de éste en la prevención de la violencia,
“Hemos tratado de llevar talleres y charlas de Educación Integral en Sexualidad, porque vemos que es muy importante. Acá en el municipio se están dando en su mayoría embarazos a temprana edad, en algunos casos son los docentes los que presentan los casos, pero lamentablemente las familias, a veces por temor, no hacen la denuncia. En el caso de los embarazos son las familias las que se hacen responsables. Es allí la importancia de estos talleres”, declaró.
AGIMS fortalece la institucionalidad
Otro aporte de la organización ha sido la apertura de la Oficina Municipal de la Mujer, fruto de negociaciones entre los años 2005 y 2008, espacio con el que buscan promover la participación de las mujeres en conformación de Cocodes y comités locales, proporcionar asesoría a víctimas de violencia, entre otras acciones de fortalecimiento para las mujeres.
La asociación existe desde hace veintitrés años, es una organización referente en el municipio y atiende a mujeres víctimas de violencia en el Centro de Apoyo Integral de Mujeres Sobrevivientes de Violencia (CAIMU).
Las tres valientes mujeres con las que conversamos tienen hijos y nietos, con la información que tienen, sus retoños no pasarán por lo mismo. Las tres afirmaron que se sienten más protegidas. Continuar o romper el ciclo de la violencia para la mayoría de mujeres indígenas entrevistadas depende de la sostenibilidad económica.
Ellas ven en el taller de tejidos una oportunidad de convivencia, ya no se sienten solas, van sanando entre hilos, y al mismo tiempo este aprendizaje les permite visualizar la independencia que necesitan para darle sustento a sus familias.