El autoritarismo afgano limita el acceso a la educación de las mujeres
La educación es un derecho fundamental y, desde hace décadas, se ha convertido en uno de los pilares principales de las agendas de desarrollo, tanto de gobiernos como de organizaciones internacionales. Educarse garantiza a las personas el acceso a niveles de vida dignos y la posibilidad de desarrollarse individualmente de manera plena. Esto, además, contribuye a que las sociedades generenmayor innovación, crezcan económicamente, gocen de condiciones de vida más pacíficas y reduzcan sus niveles de pobreza y desigualdad. Según datos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), un año más de educación es tan significativo que resulta en una reducción del coeficiente de Gini de alrededor de 1.4 puntos porcentuales. Sin embargo, un grupo poblacional enorme todavía no goza todavía de este derecho en su totalidad.
Lastimosamente, según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), 129 millones de niñas no asisten a la escuela. Aunque el Banco Mundial estima que esta disparidad se ha reducido en los últimos años, todavía existe un largo camino a recorrer . Mientras que en los países de ingresos bajos el 44% de los hombres finalizan secundaria, solamente el 36% de las mujeres logran hacerlo.
En cuanto a la educación superior, en América Latina, la proporción de la población femenina sin empleo ni estudio todavía sobrepasa el 30% de la población femenina de 15 a 24 años, según datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). A la luz de esta gran brecha, la ONU en sus Objetivos de Desarrollo Sostenible priorizó como objetivo número cuatro garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todas y todos.
La educación para las afganas
Dos años se han cumplido desde que el talibán tomó control de Kabul. Esto ha traído consigo un deterioro radical de la calidad de vida y el cumplimiento de los derechos de la mujer. Su reinado de terror comenzó con la restricción del acceso a los espacios públicos para las niñas y las mujeres, la imposición de un código indumentario y la implementación de una ley la cual obliga a las mujeres a llevar un acompañante (mahram) para poder moverse libremente.
Posteriormente, se implementaron otras prohibiciones, como el conducir, lavar ropa en público y otras. La más grande de ellas fue la prohibición de la educación. En unos pocos meses, la mayoría de los institutos para mujeres habían sido permanentemente cerrados. También se prohibió el acceso de las mujeres a las instituciones de educación superior y junto con esto, su derecho a laborar fuera de los hogares.
Las mujeres afganas no se han sometido ante este gobierno y su legislación deshumanizante. Gracias a su organización y voluntad lograron encontrar maneras de continuar su educación clandestinamente. Hoy decenas de niñas y universitarias asisten a escuelas secretas que ofrecen clases online y presenciales a aquellas jóvenes que tienen la posibilidad y coraje para ir. La ONU y otras organizaciones no lucrativas han contribuido a que estos centros sigan en funcionamiento por medio de donaciones de carácter económico e incluso material educativo. Es importante recordar que aún cuando existen estas instituciones, son muy escasas ya que muchas jóvenes tienen miedo de poner sus vidas en riesgo o no tienen el permiso de salir de sus hogares.
Según un informe presentado por Richard Bennet al Consejo de Seguridad de la ONU, la situación que están padeciendo las mujeres en Afganistán solamente se puede describir como un apartheid de género. La persecución sistemática y discriminación a la que están siendo sometidas las mujeres ha funcionado como una herramienta de las autoridades para lograr una dominación total sobre ellas. Además, el gobierno talibán, desde el 2021 ha cometido constantemente crímenes de lesa humanidad y su brutalidad continúa creciendo. Hoy en día, existen 29 prohibiciones legales que restringen la participación de las mujeres en la vida pública, una de ellas es reír en voz alta, y se han implementado aún más de manera no oficializada.
Afganistán ocupa el último lugar en el Índice Global de Paz y Seguridad de las Mujeres. La existencia de imágenes de mujeres impresas en revistas y libros o en cualquier espacio público están prohibidas en esta nación y no podemos continuar contribuyendo a que se ignoren sus voces y existencia.
Miles de mujeres afganas diariamente arriesgan sus vidas manifestando y luchando por sus derechos y merecen ser oídas. Todas las personas tenemos los mismos derechos y no podemos permitir que 19 millones 844 mil 584 mujeres vivan con miedo a ser azotadas en público o asesinadas si no cumplen con las exigencias de su gobierno ilegítimo. Como población civil, es hora de que comencemos a contribuir a aquellas organizaciones que ayudan a refugiar a mujeres afganas y a concientizar sobre esta emergencia a las personas alrededor nuestro. Ya hemos visto esta pesadilla antes y no podemos dejar que la historia se repita.