Ecuador: la mitad de las mujeres ecuatorianas ha sufrido agresiones psicológicas
Por: Susana Roa Chejín
A Mishell* su novio la llamaba cien veces al día. No es una hipérbole: eran, literalmente, cien llamadas diarias. Él quería saber dónde estaba todo el tiempo, y si ella no le contestaba, él llamaba a sus amigas o a su mamá. Nadie en la familia de Mishell pensó que era una obsesión peligrosa. Cuando ella lo contaba, la mayoría le respondía con frases prefabricadas como “qué lindo, cómo se preocupa” o “se nota que te ama”. Meses después, Mishell fue asesinada por su novio.
Su asesinato fue la punta de un iceberg construido de incontables expresiones de una forma de violencia, muchas veces minimizada o confundida como normal, cotidiana y hasta romántica. Pero es la más frecuente —1 de cada 2 mujeres la ha sufrido en Ecuador — y, también, la menos evidente: la psicológica. Ana Vera, directora ejecutiva de la organización de derechos humanos Surkuna, explica que la solemos pasar por alto —o tomarla por algo menos grave, incluso positivo— porque no hay consecuencias físicas. No solo son actitudes o acciones concretas, dice Vera, sino formas de actuar que son discriminatorias hacia las mujeres, que causan impacto negativo y hasta omisiones. “El ignorar, el maltratar, el excluir, también pueden ser formas concretas de violencia psicológica” dice Ana Vera.
La violencia psicológica es mucho más frecuente en mujeres que en hombres. La psicóloga clínica María Fernanda Porras, lo explica como una fenómenos social y cultural: “Nos desarrollamos en una sociedad machista, patriarcal que hace que las mujeres seamos más vulnerables”.
Una es la manipulación emocional. Sí, que te digan “sin ti me muero” es una expresión violenta. No pasa solo en las relaciones de pareja. Según Ana Vera, en las relaciones de familia, también.
Es un ingrediente esencial de las relaciones tóxicas. “Si alguien te insulta, si alguien te agrede, si alguien te controla, si alguien te manipula, si alguien te chantajea, eso es violencia psicológica” dice Ana Vera. Alguien podría decir que eso es una exageración. Ese es, precisamente, el problema: suponer que no es tan malo, grave o peligroso, y catalogarlo bajo lo que consideramos normal. Vera dice que es preciso cambiar “lo que ha significado el amor, y aprender a diferenciar entre una relación sana y una tóxica”.
Es un cóctel incendiario.
A la la psicológica suelen acompañarla la patrimonial, que se ejerce controlando sus ingresos o, incluso, pagándole un salario menor que a un hombre que desempeña un mismo trabajo. La simbólica, que consiste en repetir comportamientos que solidifican la relación de dominación de una persona sobre otra, sin que la persona dominada se dé cuenta. “Son mensajes que refuerzan la idea de que las mujeres somos inferiores a los hombres” explica Ana Vera. La publicidad sexista, los juguetes que refuerzan los roles de género y los titulares que justifican la violencia contra la mujer, por nombrar unos pocos ejemplos. Es tan cotidiana, sutil y normalizada como la psicológica.
La psicóloga clínica María Fernanda Porras sugiere “parar chistes groseros, machistas, xenófobos. No consumir programas de televisión donde sigan poniendo a la mujer en una posición de desventaja. Y actuar cuando estás viendo un hecho de violencia”. En toda situación de violencia siempre hay una triada: la víctima, el agresor, y los testigos, explica Porras. Los testigos son los que están viendo, escuchando y muchas veces no hacen nada. “Si los testigos supieran que si lo que están viendo o escuchando es violencia, las cosas serían distintas” dice Porras.
En Ecuador, según la Encuesta Nacional de Relaciones Familiares y Violencia de Género contra las Mujeres de 2012, seis de cada diez mujeres en Ecuador han vivido algún tipo de violencia de género. En todas las provincias del país sobrepasa el 50%. La psicológica es la más recurrente, pero la física, la sexual y la patrimonial la siguen de cerca.
En 2019, entre enero y octubre la Fiscalía ha recibido más de cuatro mil denuncias de violencia física: más de once diarias. Una de cada cuatro mujeres la ha padecido. De ellas, más de la mitad fueron víctimas de sus parejas o exparejas.
Todas empiezan con abuso psicológico. La psicóloga María Fernanda Porras explica que las violaciones y otras formas de abuso sexual no empiezan en el acto forzado: hay una preparación de la víctima, que es sometida con agresiones psicológicas permanentes, constantes y sistemáticas. Después, queda en total dependencia de su agresor: “Hacen que no tenga ninguna red de apoyo, ningún círculo familiar ni de amistades que pueda apoyarla y luego de que está así disminuida se dan otros tipos de agresión” dice Porras. Solas, manipuladas emocional y mentalmente, las mujeres se tornan sumamente vulnerables y la escalada se intensifica. Muchos casos terminan como el de Mishell.
A pesar de lo que puedan pensar muchos, la violencia está siempre mucho más cerca de lo que uno podría suponer. Según ONU Mujeres, en 2012, en uno de cada dos casos de mujeres asesinadas en todo el mundo, el autor era su compañero sentimental o un familiar. Solo uno de cada veinte hombres son asesinados por su pareja. Cerca de 15 millones de mujeres adolescentes de todo el mundo han sufrido relaciones sexuales forzadas en algún momento de su vida. La organización no incluye datos sobre la violencia psicológica en su informe, pero la reconoce como parte de otro tipo de agresiones.
Puede que la psicológica no tenga consecuencias físicas, pero tiene sus consecuencias muy graves. Impacta no solo a sus víctimas primarias, sino que, según Ana Vera, genera patrones de conducta discriminatorios a un nivel mucho más amplio. Afecta, en especial, al núcleo familiar. Cuando los niños viven en un ambiente violento, se acostumbran y no cuestionan esos comportamientos. “Lo más grave es que van a aprender que esto es normal y lo van a repetir en otros espacios” explica María Fernanda Porras.
Es un golpe fuerte para la autoestima de las víctimas y su independencia. “Las mujeres que son víctimas de violencia generalmente son dependientes económicamente, no les dejan trabajar, no porque no puedan, sino porque sus victimarios necesitan que esté en condición de desigualdad”, dice Porras. Sufren, además, dificultades para establecer relaciones de pareja y con otras personas. Estas consecuencias pueden desembocar en suicidios, explica Porras.
En ciertos casos sí tiene consecuencias en la salud física de las mujeres. La angustia y el estrés se somatizan, a veces, como enfermedades digestivas. “No tienes una enfermedad física como tal, pero aparece a través del cuerpo con estos síntomas de malestar” explica Porras. Al no ser evidentes a simple vista, la violencia psicológica es la más difícil de probar ante el sistema legal. “Son procesos que se quedan estancados, sin ninguna resolución. No tiene la misma importancia para el sistema de administración de justicia ni tampoco para el sistema de protección que tiene el país” dice Porras.
La minimización viene, muchas veces, de las propias víctimas, manipuladas y diezmadas en su autoestima. “Dicen ‘solo me gritó’ o ‘solo me insultó’, Pero esa es la primera alerta” dice Juana Fernández, experta de género del equipo de la Dirección de Derechos Humanos de la Fiscalía.
a mayoría de denuncias por agresiones de género presentadas en la Fiscalía entre 2014 y 2019 son por violencia psicológica. Solo entre enero y agosto de 2019 hay 2.188 denuncias por este tipo. La Fiscal Mayra Soria explica que la cifra es alta pero no es representativa. “Las mujeres normalizan la violencia y eso no les permite poner las denuncias” dice Soria. Muchas veces, las víctimas no lo hacen por miedo a las represalias de los agresores.
Otras solo ponen la denuncia para obtener las medidas de protección y “dejar constancia”, dice, pero, según Soria no tienen intención de seguir con el proceso. No se hacen la evaluación psicológica, ni dan su testimonio anticipado, diligencias que son importantes para que la Fiscalía avance con la investigación. Sin la participación de las mujeres, la Fiscalía puede seguir investigando, pero es mucho menos probable que se pueda avanzar con todo el proceso.
La credibilidad de la mujer es un factor que contribuye a que esos casos no avancen. “Se oculta diciendo que no es violencia, sino que las mujeres nos inventamos, que somos locas. Por eso es tan difícil probarla” dice Porras. De los más de 327 mil casos denunciados entre 2014 y 2019, solo el 3% están en etapa de juicio, la mayoría continúan en investigación previa: de cada cien, tres llegarán a sentencia.
Catalina* denunció, siguió el proceso, tenía todas las pruebas y aún así, al juez no le pareció que era suficiente como para determinar que hubo violencia psicológica, a pesar de que el delito fue incluido en 2014 en el Código Orgánico Integral Penal. Subjetividades como los del juez de su causa, son justamente las que impiden que estos casos sean tratados con la misma importancia que otros tipos de violencia, explica Ana Vera quien cree que el castigo “ha demostrado su inutilidad para transformar la realidad”: más allá de reprimir, hay que erradicarla antes de que suceda.
La violencia recorre un ciclo: hay periodos de reconciliación —o de “luna de miel”— y otros de explosiones. Por eso, en el caso de la psicológica es menos frecuente que se la identifique como delito flagrante. Por eso algunas investigaciones toman más tiempo y necesitan otro tipo de pruebas.
La Fiscalía tiene la responsabilidad de cumplir con la investigación preprocesal y procesal penal, actúa cuando el delito ya se comete. La fiscal Soria explica que el hecho que el delito se haya cometido es un indicador de que los mecanismos de prevención han fallado. La Fiscalía se encarga de comprobar el delito y que no quede impune, pero no es su deber prevenirlo. No solo importa la sentencia, también está la reparación y la prevención. Soria dice que la cifra de denuncias que terminaron en juicio representa una responsabilidad del Estado de hacer políticas públicas que eviten que siga sucediendo.
Además de la Fiscalía hay varias organizaciones sociales y públicas a las que se puede acudir para pedir ayuda y medidas de protección, como una orden de restricción o de evacuación del agresor de la casa. María Fernanda Porras explica que se puede ir a las Juntas Cantonales de Protección de Derechos que tiene cada Municipio. Ana Vera dice que lo más importante es buscar ayuda psicológica en consultorios, fundaciones y grupos terapeúticos porque el autoestima es lo primero que se disminuye.
La fiscal Soria dice que —además de los gobiernos municipales y provinciales— está la Defensoría del Pueblo, las Unidades Judiciales de violencia contra la Mujer y la Familia y las Defensoría Pública, que tiene un departamento especializado con abogados gratuitos. Si las agresiones se dan en el ambiente laboral, se puede acudir a los departamentos de seguridad ocupacional o de talento humano y al Ministerio de Relaciones Laborales.
Titulo original: No es pasión, es violencia
Fuente: gk.city/2019/11/25/violencia-psicologia-ecuador-problema-naturalizado/