Yoga en tiempos de confinamiento, volver a lo básico, respirar
Por: Daniela Castillo
Empecé a practicar yoga desde que tenía 17 años sin planes de convertirme en maestra de yoga aunque a veces fantaseaba con dar clases solo porque las maestras de yoga siempre me habían parecido mujeres muy empoderadas. Pero en ese entonces mi enfoque principal estaba en ser periodista.
Pasaron 5 años de reporteo en los que mi práctica se puso en pausa. Tenía días en los que el yoga era un recuerdo de alguna vida pasada pero que el cuerpo siempre lo traía al presente como diciéndome “aquí estoy, no te olvides de mí, necesitamos autocuidado”. Cuando encontraba tiempo para estirarme sentía la gloria.
La vida dio vueltas y me di cuenta que el periodismo no era lo mío. A principios del 2014 renuncie a mi trabajo de reportera sin saber exactamente que hacer después. Los últimos 5 años me habían dejado un dolor de espalda y muy malos hábitos. Así que en lo que decidía cual sería mi próximo paso iba a regresar a mi práctica de yoga.
Pero en ese entonces el mundo del yoga en Guatemala no me encantaba. No me sentía bienvenida en los espacios porque notaba que quienes asistían eran personas muy diferentes a mí. No eran espacios diversos, accesibles o inclusivos. Me era muy difícil integrarme a la comunidad porque sentía que vivían en una realidad muy distinta a la mía. En fin, pareciera que si querías practicar yoga en un estudio tenías que tener dinero.
Entonces se me ocurrió certificarme como maestra para evitar tener que seguir asistiendo a un estudio y poder tener las herramientas para desarrollar mi práctica personal. Certificarse como maestra tampoco es muy accesible pero mi privilegio me lo permitió. Es por esto que cuando terminé mis estudios pude ver con claridad mi siguiente paso. Hacer del yoga una práctica accesible, feminista, inclusiva que buscara honrar las raíces de la práctica en vez de apropiárselas. Así que abrí un estudio de yoga en zona 1, le puse Moksha Shala. Moksha significa liberación en sanscrito y shala se refiere al espacio donde se practica yoga. Mi intención era poder tener un espacio en donde todos y todas pudieran encontrar su libertad. En este espacio hice todo lo que a mí me hubiera gustado encontrar cuando andaba buscando un estudio en donde practicar.
A través de más de 10 años de práctica y casi 2 de tener el estudio nunca he dejado de aprender. Cada estudiante me ha enseñado algo, cada maestra que ha pasado por ahí ha sido mi maestra también. La práctica me ha ayudado a resolver y enfrentar muchos problemas. Así que cuando empezó la crisis y toda mi estabilidad se vio amenazada yo estaba partida en dos. Una parte de mi quería soltarlo todo, desconectarme, encerrarme y entrar en pánico. La otra parte de mí, confiada pero siempre algo nerviosa, me recordaba que el futuro siempre me había sido incierto y que esto lo repito todos los días en mi práctica. Todos los días busco estar presente. Enraízo mis pies a la tierra y elevo mi cabeza al cielo. Le agradezco al sol por haber salido y todas las lunas llenas las saludo. Todos los días fluyo y busco adaptarme a los cambios con el movimiento de mi cuerpo. Me observo porque no sé cómo voy a estar mañana pero sé que hoy estoy bien y eso es suficiente.
El yoga me ha acompañado durante varias crisis a lo largo de mi vida pero nunca en una crisis grupal. Ha sido una experiencia nueva. Mi estudio cerró y quien sabe hasta cuándo volverá a abrir. El shala se convirtió en un shala virtual. Los estudiantes empezaron a aparecer con más constancia y disciplina. Tuve que modificar mi forma de dar clase para que fuera lo más claro posible desde una pantalla. Todo ha sido diferente pero lo que permanece es la energía de toda la comunidad yogi que se acompaña a distancia. Sucede a menor escala en mi estudio pero también a grande escala con todos y todas las yogis que están dando clases en línea. La práctica se ha vuelto más accesible que nunca. Ahora tengo alumnas que están en otras partes del mundo.
El encierro nos ha obligado a estar con nosotras. A vivir en nuestro cuerpo sin muchas distracciones. Nos ha obligado a tomar una pausa y las pausas siempre nos traen a la superficie todo lo que hemos querido ignorar. No nos queda de otra que enfrentarnos a nuestro yo y esta parte de nosotras es una fracción del universo. Quizás ahora podamos entender lo diminutos que somos como individuales pero lo poderosos que podemos llegar a ser en comunidad.
Estamos regresando a lo básico. Al movimiento y la respiración para no solo fortalecer nuestro sistema inmune que ahora lo necesitamos más fuerte que nunca sino también estamos buscando mantenernos presentes porque en este encierro todos los días parecen domingo. Estamos buscando el balance, la estabilidad y aprendiendo que siempre podemos caernos y pararnos de nuevo. Permitirnos perder la calma cuando nos agitamos pero con la certeza que podemos tomar una respiración profunda para recuperarla.
Practicar yoga tiene sentido ahora más que nunca. Es ahora cuando estamos encerradas y llenas de dudas, que debemos mover energía, llevar oxígeno y hacer que todo lo que se nos estanca sepa adaptarse y continuar moviéndose. Seguir respirando, seguir viviendo y resistiendo.