Tres veces calle: indigente, mujer transgénero y trabajadora sexual
Decidí llegar temprano al Jardín San Fernando y emprender la búsqueda de Estela, una trabajadora sexual que labora muy cerca de la estación del metro Revolución. Habían pasado varias semanas desde la última vez que la vi y tenía que entregarle un suéter que le conseguí a través de donaciones.
Por Bicky Ramírez
Sus interacciones con el crimen organizado me preocupaban, a veces pienso que Estela se toma muy a la ligera su vínculo con la Unión Tepito, o a lo mejor soy yo quien no dimensiona que el crimen organizado es parte de su cotidianidad en las calles. Por eso, mi objetivo aquel día era ese: buscar a Estela y saber que estaba bien.
Al cruzar la avenida me encontré con Karen, una mujer transgénero y trabajadora sexual con la que había logrado entablar una amistad. La chica me saludó y compartimos algunas palabras, pero Karen estaba “muy arriba” (como ellas le dicen a estar bajo los efectos de las drogas) de tanto inhalar activo. Todo era risa, pero no prestaba mucha atención a mis preguntas.
De forma repentina Karen me ignoró y comenzó a abordar a un cliente, así que me alejé para no interrumpir su negociación. A lo lejos noté a Iluminada, una chica transgénero, trabajadora sexual en condición de calle que deambula por el jardín. Su aspecto desalineado durante el día la hace invisible ante la mirada de los transeúntes.
La chica estaba sentada en una de las bancas del jardín esperando a que se instalara un comedor que ofrece alimentos de forma gratuita. Me acerqué a saludarla. Al reconocerme, Iluminada me preguntó si yo sabía sobre la instalación del comedor.
-Ya es tarde. ¿No sabes si se van a poner los de la comida?
-No sé, manita, -le respondí- ya es la una de la tarde y ya se tardaron.
- Es que ahora sí tengo hambre, -me respondió Iluminada, mientras se llevaba sus manos al estómago-.
- ¿Conoces el comedor “Manos amigues”? Allí la comida cuesta once pesos (menos de un dólar).
-Sí, pero ahorita no traigo dinero.
-Yo te invito, ¿quieres ir?
Iluminada se paró de inmediato y me dijo que sí. Acto seguido me regaló un botecito de gel antibacterial que le habían regalado en una de las brigadas del Gobierno de la CDMX. Le dije que no era necesario, que yo tenía uno, pero ella insistió en dármelo como señal de agradecimiento.
Mientras caminábamos, platicábamos sobre la dinámica que se vive en las calles: las charlas con las trabajadoras sexuales de calle me permiten observar que, por lo general, los clientes son escasos a mitad de semana y ello tiene implicaciones en su economía diaria porque las trabajadoras sexuales de calle viven al día. En un principio Iluminada no tenía mucha intención de charlar, así que guardé silencio. Decidí cambiar de tema, preguntando cómo estaba el trabajo y cómo se sentía.
- ¿Qué tal la chamba, Iluminada?
-Pues ahí va. Hay días en que hay… Hay días en que no. Hoy no agarré nada y ya es tarde.
- ¿Pero sí sale?
-Sí, siempre sale algo.
Cuando llegamos al comedor, Rogelio, uno de los colaboradores salió a saludarme, y le dije que había llevado a una compañera. Mi amigo la reconoció y le brindó la bienvenida de forma amable. La familiaridad que causa encontrar a conocidos en estos espacios trazó una sonrisa en Iluminada, quien al reconocer a Rogelio le respondió el saludo de forma efusiva. Nos sentamos en las mesas que se instalan en la calle porque el lugar estaba lleno. Le dije a Iluminada que me esperara y que cuidara de los asientos en lo que yo pagaba los alimentos.
El aspecto de la chica llamaba mucho la atención: una mujer transgénero, trabajadora sexual en condición de calle a la que le tiemblan las manos todo el tiempo, espasmos musculares derivados del consumo de piedra. Su aspecto es desaliñado, nudos en el cabello, pies sucios, ropas muy viejas. A las personas que sobreviven en las mismas condiciones que Iluminada, se les culpa por su situación deplorable, cuando la población que habita en la calle tiene limitados accesos para poner en marcha prácticas de higiene, en tanto que su desaliño y aroma fétido es parte de las desventajas que les impiden socializar. Aunque “Manos amigues” es un espacio para personas vulnerables, la pobreza que encarna Iluminada es muy notable.
Rogelio nos aproximó la comida. Iluminada no lo pensó y comenzó a comer. Le arrimé tortillas, le serví agua y comencé a comer con ella. De repente, una niña se sentó frente a nosotres solo para observar a Iluminada; su mirada y gestos de desprecio ponían en situación de inferioridad a mi acompañante quien trataba de no prestar atención a la infante, aunque yo notaba su incomodidad porque Iluminada comía con la mirada cabizbaja.
Entonces, tomé la jarra de agua y la puse en medio de la niña e Iluminada. La menor apartó de inmediato la vista de mi compañera y me miró molesta. Al parecer había interrumpido el “espectáculo”. La menor me miró y al notar mi expresión de disgusto le dijo a su mamá que ya no tenía hambre, que prefería llevarse su porción y se paró de la mesa.
Me alegré de su respuesta, pues eso significaba que la niña y su madre abandonarían el lugar. Cuando se fueron, Iluminada comenzó a charlar de forma más fluida. Al parecer, el humor le volvió cuando comenzó a ingerir alimentos. Me dijo que le gustaba la idea de comer con tortilla, le gustaban mucho.
- ¿Cuándo cumples años? -Le pregunté- Igual te invito a comer unos tacos para celebrar.
-Mi cumpleaños fue en febrero.
Iluminada comenzó a contarme que ella había festejado su cumpleaños con sus amigas que también viven en el Jardín San Fernando. Dijo que había trabajado muy duro para comprarse su pastel y un par de pollos rostizados que compartió con sus ellas. El pollo es una de sus comidas favoritas.
-Le chingué toda la semana. Una amiga me acompañó a una pastelería que está por avenida Tacuba. Nos fuimos en un taxi. Yo compré mi pastel y lo compartí.
***
- ¿Iluminada, te puedo hacer un par de preguntas? Si te sientes incómoda me dices y pasamos a la siguiente, ¿te parece?
-Sí. No tengo problema con eso. Yo estoy acostumbrada, siempre me hacen entrevistas.
- ¡A sí! ¿Cómo? -Le respondí sorprendida-.
-Sí. Luego van los de Televisa y Tv azteca al Jardín a hacernos entrevistas. Yo he salido en la tele (ríe). Hace una semana vinieron unos de TV Azteca y nos entrevistaron a mí y a otras compañeras. Pero nos dieron dinero. A mí me dieron mil pesos, a otras como 500 pesos. Pero no te preocupes, no te voy a cobrar.
-¿Y qué te preguntan?
-Me preguntan si me gusta vivir en la calle. Y pues les digo que sí porque aquí vivo (ríe). Ya sé qué decir.
La respuesta de Iluminada pone en tela de juicio la falta de sensibilidad de los medios de comunicación respecto a temas sociales. La prensa subestima a las personas en condiciones de vulnerabilidad; se cree que por su condición y a cambio de dinero estas accederán a hablar sin hacer ningún cuestionamiento. Pero la confesión de Iluminada expone que la mediatización y exotización es una narrativa materializada y vendida por los medios de comunicación: las personas en condición de calle siempre van a decir lo que la prensa quiere oír. También pensé que la declaración de Iluminada podía jugar en mi contra, pero decidí ser lo más transparente y continué, sin saber que la entrevista se convertiría en una charla de catarsis.
-Iluminada, ¿consideras que el jardín donde trabajas es peligroso?
-Yo creo que sí, pero depende de la hora. La otra vez me violaron.
La naturalidad con la mencionó ese acontecimiento me dejó sorprendida. No esperaba que la conversación se dirigiera a ese tipo de violencias, y mucho menos que Iluminada quisiera hablar del tema. Aunque yo tenía conocimiento sobre las agresiones sexuales a las que se enfrentan las trabajadoras, no estaba preparada para abordar el tema. Identifiqué que Iluminada tenía una necesidad de platicar sobre el acontecimiento. Me quedé callada.
-Estaba trabajando allá en San Fernando. Entonces me subieron a una camioneta roja y me violaron tres hombres. Ya estaban grandes. Me subieron. Me agarraron mis pies, me taparon la boca y nomas ya me decían que no gritara nada. Cuando te tapan la boca pues ya no puedes hacer nada. Eran como las doce de la noche y luego me fueron a tirar bien lejos, como por Naucalpan (Estado de México). Los carros pasaban y me veían que estaba llorando. Entonces me preguntaban por qué lloraba. Yo les dije que me habían tirado y violado. Me dieron un aventón y me acercaron al centro.
-Iluminada, no sé qué decirte. ¿Denunciaste?
-No, que voy a denunciar si no me hacen caso. Me agarraron acá por la iglesia de San Judas. Me tiraron bien lejos. Mis amigas se paran allá y las fui a buscar, pero ese día no había nadie. Por eso digo, ¿qué puedo hacer? Pues ya, nada.
-Iluminada, yo no sé qué decirte.
--Me han pasado muchas cosas.
-Ya...
-En la calle me han pasado cosas buenas, malas. Me han violado como cuatro veces. Pero esta última vez que me violaron, ¡ay, me quería aventar de un puente! Me sentía muy mal, muy triste. Yo me decía ‘¡Ya no valgo nada! ¿Por qué mi vida es así? ¿Por qué me tocó esta vida?’, pero ese día había muchos chavos (amigos) y que me jalan.
- ¿Estabas a punto de aventarte a las vías?
-Sí. Yo ya estaba esperando a que pasara el metro para aventarme
- ¿Lo volviste a intentar?
-No, ya no. Me hice fuerte. Me digo que no lo voy a hacer. Aunque me puede pasar lo que sea, no me voy a aventar. No me voy a matar. Debo de ser valiente. Hasta dejé de consumir drogas porque me dije a mí misma que yo puedo salir adelante.
Iluminada cuenta que dejó de fumar piedra, que lo hace de vez en cuando. Ella quiere dejar las drogas, sin embargo, en entornos tan violentos como la calle, el consumo de estas sustancias les permite evadir la realidad y hacer menos complicada las dinámicas de la urbe.
El pasaje y parte de la entrevista con Iluminada, mujer transgénero, trabajadora sexual en condición de calle, expone uno de tantos casos que evidencian los sistemas de opresión al que estas mujeres están sujetas por ser personas de la calle y trabajadoras sexuales. En la Ciudad de México, para algunas personas este trabajo es una alternativa económica y de supervivencia, sobre todo para quienes que se han desarrollado en entornos socialmente desfavorables: mujeres en condición de pobreza, mujeres procedentes de pueblos originarios, mujeres que no lograron acceder a los niveles básicos de educación, madres solteras, mujeres desempleadas, mujeres transgénero, mujeres con capacidades diferentes o simplemente, mujeres que decidieron ejercer esta actividad porque los ingresos son mucho más gratificantes que incluso como profesionistas.
El convivir con trabajadoras sexuales de calle e identificar sus necesidades y sistemas de opresión, me ha permitido comprender que esta actividad aún tiene fuertes repercusiones sociales que son justificadas por creencias religiosas y morales que alimentan el imaginario colectivo de lo que implica ser una “buena mujer”, o tener un “trabajo honesto”. Para la sociedad es más digno pasar hambre que estar sujeta a malos tratos, sobrevivir con salarios miserables o laborar largas jornadas mal pagadas antes que “ser una putx”.