Ternura feminista para otros mundos posibles

Fotografía: Tomás Olivo

“Ternura radical es escribir este texto al mismo tiempo desde dos continentes lejanos”

La pandemia ha visibilizado las enormes brechas de desigualdad e injusticia que existen a nivel global, las que son producto y consecuencia del modelo capitalista, patriarcal y racista que se sostiene en base al extractivismo de cuerpos y territorios. No todas las personas pueden resguardarse, ya sea por falta de vivienda, agua, derechos laborales y/o hacinamiento. Sin embargo, de alguna u otra manera, una gran mayoría de la población mundial está viviendo los efectos de la cuarentena.

Nos enfrentamos a una crisis sanitaria en la que debemos encerrarnos en nuestras casas, y en donde los escenarios domésticos colapsan. Se exacerban violencias que han ocurrido históricamente. Los roles tradicionales y la forma en que se organiza la familia se desestructuran; todas las personas que la integran se ven en la obligación de observar el trabajo que implica reproducir la vida. Las señoras, los maridos y las crías están en la casa, el trabajo doméstico aumenta. Esto genera una alta tensión que se traduce en índices de violencia machista e intrafamiliar que crecen exponencialmente.

El encierro se nos presenta hoy como un espacio propicio para bosquejar el cambio civilizatorio que deseamos, para imaginar otros mundos posibles.

Pasa que cocinar, limpiar, gestionar y abastecer a la familia, labores que se han catalogado como secundarias, son operaciones sin las cuales no podemos subsistir. Los saberes ancestrales o heredados de nuestras madres, abuelas, hermanas y amigas sobre hierbas y alimentación que se habían considerado poco efectivos, hoy son medicina para fortalecer nuestros cuerpos. Ahora se toma el peso al valor de aquello que muchas veces se subestimó. Ocurre globalmente un reordenamiento simbólico de lo “fundamental”.

Las mujeres y feministas tenemos mucho que decir respecto a la crisis que vivimos, pues esta cuarentena pone de relieve a la vida cotidiana, la vida íntima y doméstica. Aquello que mujeres de pueblos indígenas han puesto al centro del tejido comunitario, así como las feministas europeas de la denominada “segunda ola” establecieron con “lo personal es político”, o cuando las feministas negras plantearon la necesidad de reconocer como social y sistémico aquello que era considerado aislado e individual (Crenshaw 1991). Se creía que el mundo y la vida ocurrían en el ámbito público y fuera de la casa, hasta que las luchas por la politización de las opresiones de género instalan: la casa es un lugar político, donde hay gobierno, donde se hace el trabajo no pagado y hay explotación.

El encierro se nos presenta hoy como un espacio propicio para bosquejar el cambio civilizatorio que deseamos, para imaginar otros mundos posibles. Tal vez esta crisis económica, política y humana es una excusa para involucrarnos en un proceso de transformación que es lento y requiere dar lugar a lo que queremos ser, todos los días, poniendo en el centro la vida y la comunidad.

Desde el paradigma del Buen Vivir, en el sur global, feministas decoloniales, comunitarias y mujeres de pueblos originarios han enfatizado el valor del cuidado, en la relación armónica de la comunidad con la naturaleza, de la organización política y económica de los territorios y de los hogares como espacios co- construidos y compartidos (Vega Ugalde 2017: 44). Aquella visión es la que afirma que en el centro está la vida. Como plantea Petronila Catrileo, dirigenta mapuche:

Nuestra cultura está en los árboles, está en los pájaros, está en la tierra. Ahí está nuestro kimün y nuestro newen, ahí está todo. La naturaleza para nosotros es todo. (…) Junto a la tierra, el agua es lo más importante para el pueblo mapuche. En la tierra y en el agua nosotros tenemos todo para vivir, porque el pueblo mapuche respeta y vive de la ñuke mapu (Catrileo 2017: 129)

¿Somos conscientes de lo mucho que nos necesitamos mutuamente? Relevar la dimensión emocional al relacionarnos con el mundo, nos permite poner en cuestión el principio epistemológico del hombre blanco ilustrado que considera a la racionalidad instrumental como la única vía de comprensión de la existencia y de las relaciones, o al menos la más válida. Enfatizamos que los sentipensamientos existen y que son legítimos también como movimiento político. La racionalidad afectiva es la que se vincula al cuidado mutuo, a la construcción de tejidos sociales comunitarios, a la interdependencia y respeto por la biodiversidad.  Desafiandonos a desistir de pensar individualmente para sentipensarse colectivamente:

“Durante muchos años, con compañeras de todo el mundo hablamos de la política de los comunes. Nunca se verificó con tanta claridad este concepto. Pensar colectivamente, no individualmente” (Federici 2020).

No obstante, hemos de tener siempre presente, que al construir comunidad colectivamente no debemos buscar la homogeneidad o suprimir las distintas identidades individuales. Como planteó Margarita Pisano, la estrategia debe consistir en avanzar sobre “mínimos comunes”. Sin pretensión de anular nuestras diferencias, desacuerdos y desencuentros en la alta diversidad que somos y que hay entre nosotras, establecer luchas y complicidades feministas conjuntas que surjan de las convicciones con respecto a premisas básicas: la búsqueda incesante por desmantelar el racismo, el colonialismo y el patriarcado, aquellas prácticas que van en desmedro de la vida.

En un contexto como el de hoy, se vuelve cada vez más necesaria la práctica de la micropolítica de la cotidianidad en defensa de la comunidad y el territorio. Nuestros cuerpos están viviendo en una situación anormal, en encierro. Lo digital en estas circunstancias se vuelve un mecanismo valioso y funcional que nos permite mantener distancia física y a la vez una cercanía afectiva. Reconocemos este momento particular en el que buscamos compañía, contención y cariño entre nosotras, afectos que resguarden la delicadeza de nuestros cuerpos frágiles. Debemos aplicar herramientas de resiliencia, las que serán siempre más amorosas cuando se basan en la solidaridad, la generosidad, la economía circular, las prácticas de sororidad. Acompañarnos y vincularnos desde nuestras vulnerabilidades es necesario para sentir que no estamos solas.

Es momento de acudir a la necesaria ternura, la ternura radical como un “saber acompañarnos entre amigas y amantes, a distintas distancias y velocidades” (Dani d’Emilia y Daniel B. Chávez, 2011). La ternura versus la hostilidad que nos ofrece la pandemia, la mascarilla que nos distancia del mundo como una nueva frontera que nos incita individualmente a cuidarnos del otro (Preciado 2020), sentipensar esta crisis sanitaria en clave feminista nos plantea la necesidad de cuidarnos con la otra.  Porque la primera derrota sería la división, el aislamiento y no enfrentar esta crisis global de manera conjunta y colectiva.

Fuente: https://www.elmostrador.cl/braga/2020/05/15/ternura-feminista-para-otros-mundos-posibles/?fbclid=IwAR3NZrgD2YqxJZZibcUzYjz5lVVbKxgxCp7Bmp9smxAe_uK476XUA6yk5vU

Ruda

RUDA surgió en 2017 entre reuniones e ideas del consejo editorial de Prensa Comunitaria bajo la necesidad urgente y latente de tener un espacio digital en dónde evidenciar, publicar y visibilizar las luchas de las mujeres.

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