Si pudiera elegir: apuntes de une niñe trans no binarie lesbiana
Por Mon González
Son las cuatro de la tarde, domingo, Turrúcares, aquí crecí. Esta es la hora durante el invierno cuando los rayos del sol entran en el corredor y reflejan las matas en la pared. Veo cómo sus hojas bailan con el viento de lluvia y sé que es el momento indicado para releer mis diarios de infancia. ¿Quiénes somos a los cuatro años cuando no queremos que nos pongan enagua y nos llamen “princesa”? ¿A qué nos enfrentamos a los doce años cuando usar pantalones no es suficiente para gritar que no somos una mujer?
Las infancias trans no binaries existimos desde siempre. Somos machorras que patinan en el parque con los compañeros del colegio, bisexuales femme, niñas buenas que sacan notas de 100 y sueñan con ser monjas para explorar sus cuerpos en soledad y compañía mientras viajan por el mundo; adolescentes que se enamoran de sus profesoras, envueltxs en la fascinación y fantasean todas las noches con su mejor amiga. Las múltiples experiencias que vivimos durante la infancia son corporales en todos los sentidos. Nos vemos al espejo y sabemos que existe alguien más allá de ese rostro, dentro de ese rostro, en ese rostro, pero no logramos ver quién y para descubrirlo es necesario contar con alguien más que unx mismx.
Vivimos en una Centroamérica profundamente conservadora, donde es impensable hablar de “infancias y adolescencias trans e intersex”. Esto tiene que ver no únicamente con dictaduras (democráticas y no), regímenes de excepción y Estados confesionales, sino con estructuras adultocéntricas que nos invalidan constantemente. Recuerdo muchos momentos donde mis elecciones se vieron justificadas por “no comprender” o “no ser suficientemente madurx” para tomar decisiones que estaban relacionadas con mi cuerpo, pero sobre todo, con mi deseo sobre ese cuerpo y la convicción de hacerlo sentir más mío que de otrxs.
La primera vez que leí sobre bloqueadores de la pubertad no podía creerlo, tuve la oportunidad de pausar cambios corporales indeseados durante mi adolescencia y explorar otras formas de percibir mi cuerpo. Hoy, al saberlo pienso en todas las oportunidades que tienen niñxs y adolescentes trans y/o no binaries para decidir. El problema es que en Centroamérica no hay oportunidades y la mayoría lo menos que puede es decidir. ¿Qué impacto tendría en nuestros cuerpos trans no binaries el uso de bloqueadores? Pero más aún, ¿qué impacto tendría el acompañamiento amoroso y tierno a nuestros procesos de transición?
Llevo años escuchando (y diciéndome a mí mismx): cuando somos trans no binaries vivimos una segunda adolescencia. Elegir un corte de pelo, la ropa, una mastectomía, estrógenos y testosterona, un packer, un binder, un color de suéter, un par de zapatos, y hasta un juego de sábanas puede salvarnos la vida (¿y cuando no podemos elegirlo o ni siquiera tenemos acceso a hacerlo?). Todos los días que salimos a la calle sobrepensamos: ¿por qué me miran tanto? ¿La señora de la Pulpe sabe que soy trans? ¿Tengo que decirle? ¿Qué debo hacer para verme más trans? ¿Por qué no lo notan? ¿Es mi culpa? ¿Exagero por recordarles mis pronombres? Todos los días son una posibilidad para sentirnos eufóricxs y disfóricxs todo el tiempo. ¿De quién/es depende cómo me siento? De mí, de otrxs, de todxs. Ya no quiero hacerme la misma pregunta otra vez.
Son las cuatro de la tarde, domingo, Turrúcares, aquí crecí. Abro mi diario y me doy cuenta que tenía demasiadas preguntas como las sigo teniendo hoy que escribo este texto y me respondo: si pudiera elegir decidiría que las miradas no fueran binarias y que los cuerpos pudiesen ser leídos en otro lenguaje que no sea este.