Que nada vuelva a la normalidad “hablo por mi diferencia”
Por: Pilar Salazar
Esto no es una reseña del manifiesto de Lemebel. Pero me evoca la necesidad y de manera introductoria muy a su estilo, tomar la letra y llevar al imaginario colectivo clase-mediero guatemalteco, la existencia retórica subversiva de quienes viven al margen, a les precarizades, no solo en tiempos de Coronavirus sino desde siempre. Quiero hablar de les trans pero especialmente de las mujeres trans trabajadoras sexuales, ante la “biovigilancia” (Preciado, 2020). Subversivas, sí, porque es lo que toca hacer para sobrevivir. Ante la necesidad y la falta de un trabajo “normal”, que no les da cabida a obedecer (en ningún tiempo) y paradójicamente pierden la inmunidad que da la norma sin conocer el privilegio de “quedarse en casa”.
En Guatemala, hasta el 2015 había 7 mil 818 mujeres trans, el 90 % guatemaltecas, 10 % de otros países del triángulo norte. El 76% ejercen el trabajo sexual y el 24% hace trabajo informal como en las bananeras, de estilistas, cultoras de belleza, venta de comida en las ferias y maquila, pero todo esto está detenido ahora.
Hace unos días hablé con una compañera, mayor de 50 años que vive del trabajo sexual. Me contó que le preocupa su estado de salud porque es hipertensa y diabética. En el sistema de salud han pasado 5 años desde que se aprobó la “estrategia de salud diferenciada para personas trans” en el Ministerio de Salud Pública y Asistencia Social (MSPAS), pero no ha sido implementada bajo el argumento de que “no hay recursos” y las personas trans seguimos esperando acceder a un sistema de salud digno.
El Estado insiste en dejar en el abandono a les menos afortunades y como reza la popular frase trans activista somos “las olvidadas de la democracia” a las trans que no pueden salir a trabajar por el toque de queda. Tenemos un gobierno que, al revisar quien es la cabeza, no da ejemplo de unidad sino de abierta homofobia y con un antecedente histórico “pro limpieza social” al que no le importan los sectores más vulnerados de la sociedad; pueblos originarios, población LGBTIQ+, trabajadorxs sexuales, personas con discapacidad, personas en situación de calle, etc.
Que nada vuelva a la normalidad
Desde la conceptualización Foucaultiana vale apuntar que la norma son necro-políticas que disciplinan los cuerpos y comportamientos que se salen de la normalidad y no siguen un modelo hegemónico, instalado en las instituciones que cíclicamente moldean a las sociedades; como la iglesia, las escuelas, los hospitales, las instituciones gubernamentales; y las coloca en una panóptica para ser observadas. Les cuerpes diferentes (no la otredad) porque no quiero ser lo otro para voltear la vista, no quiero ser la desconocida, a la que no le importa, sino reconocerme en la diferencia. Elles, nosotres, quienes reconocen, reconocemos su/nuestra autonomía y eso no le gusta al sistema, al “sentido común”, ese que todo el mundo debemos tener, mientras el capitalismo se vuelve más salvaje encerrándoles/encerrándonos, amenazando, como un virus que se extiende.
Todos somos iguales
Las pandemias han existido desde la antigüedad. En el 430 a. c. repentinamente surgió la misteriosa plaga o peste de Atenas durante la disputa del Mediterráneo entre Atenas y Esparta. Pero también ha existido la desigualdad como lo cita Marlen Wayar “No nos equivoquemos. No, la pandemia no nos iguala, profundiza la desigualdad” (aporte del docente, artista, activista sindical de izquierda Sergio Barrera, desde el Oeste de Buenos Aires) y evidencia que la fórmula para sobrevivir a esta pandemia es la propiedad privada.
No es como lo salen gritando los esmerados religiosos con mucha “fe”, no es el fin del mundo vale aclarar. No es momento de vigilar y castigar tampoco, ni de volverse un instrumento tentáculo del sistema, de tomar el papel de policías, ni de culpar al heladero porque sale y debe encerrarse antes del toque de queda con casi todo el producto de vuelta porque no lo vendió.
Aprendiendo a hacer duelos y sanar en la crisis
“Aprender a despedirnos” como lo dijo la maestra Yolanda Aguilar, de los patrones que nos maltratan y maltratan a otres, porque como humanidad hemos aprendido a relacionarnos desde el maltrato, la ignorancia, el egoísmo y la carencia.
El llamado es a interpelarnos y cuestionarnos de qué manera nos queremos seguir relacionando, de buscar el Buentrato y reconocer no la otredad que me invita a voltear a otro lado sino la diferencia esa que existe aunque no querramos verla. Citando a Paul Preciado “[…]utilicemos el tiempo y la fuerza del encierro para estudiar las tradiciones de lucha y resistencia minoritarias que nos han ayudado a sobrevivir hasta aquí…”.