Que la amabilidad, consideración, respeto y empatía sea la mascarilla N95 para no contagiarnos del egoísmo y apatía
Por: Jordana Sosa
Una terraza, un culito de una botella de vino que he ido gestionando a través del encierro, un poco de humus y palitos de pan. Escribo bajo la luna rosa.
Previamente, he cenado con mi hijo mayor de 4 años un tazón de cereal bajo la luna. Lleno una botella de vidrio (de las de jugo clamato) que reciclamos, una onza de agua pura y la pongo bajo la luz de la luna. Le digo que beba el agua, que el “agua de luna” es para los sueños -en realidad sólo quiero que se duerma para poder descansar-. Él gustoso y muy ceremonioso la toma. Ahora es un ritual de luna llena que hacemos y he cambiado el hecho de creer, sentir y pensar que es agua transformadora. Agua de Luna para mis hijos.
Pero la terraza, el vino y el hummus no es de todos los días. Han habido días muy largos, que parecen de más de 24horas.
Tener dos hijos a mi cargo, siendo el menor de casi 1 año, ambos q’aniles y varones ha sido un reto para ésta mamá feminista que pelea todos los días por bajarse del pedestal de la mujer guatemalteca. Hay muchas cosas que no soy… Abnegada, sacrificada, complaciente y reservada con mis opiniones. Tengo deseos y pensamientos atípicos.
Se me cumplió el deseo de que Franco no vaya al colegio donde hay niñxs criados desde perspectivas conservadoras y machistas. He peleado porque coma fruta debido a un comentario de un niño que le dijo que las frutas y las verduras eran para niñas, y la carne y pollo para los niños. De allí viene tener que malabarear e ingeniármelas con el pollo morado y el pollo verde. Morado porque es berenjena y así logro que se la coma. Verde porque son ejotes y le miento diciéndole que son las cosquillas del pollo para ser más feliz. Por dar un ejemplo de lo más sencillo, porque la lista en gigante.
Se me cumplió el deseo de no tener que estar cuidando a mis hijos en el parque, porque su papá o yo los cuidamos y supervisamos el tiempo que sea necesario mientras otras mamás/papás/cuidadores envían a sus hijos solos a que sean abusadores o abusados. Sé que soy privilegiada el poder decidir quedarme en casa para cuidar de ellos y que otras familias se gestionan distinto, pero me pregunto por qué no podemos criar verdaderamente desde el amor, respeto y ternura para evitar estos escenarios.
Se me cumplió el deseo de no tener que interactuar con otros niños en el parque de la colonia donde vivimos, porque hay muchos abusadores. Abusadores de 8 años que le pegan en la cabeza a otros de 3 años diciéndoles que deben regresar a su casa, porque el parque no es lugar para ellos. Niñas de 13 años que juegan a hacer coreografías de perreo y cuando no sale una secuencia se dicen entre ellas “qué estúpida sos”. Niños de 12 años sentados juntos, todos con alguna tablet o nintendo jugando a que “juegan juntos” sin interacción alguna.
Se me cumplió el deseo de no tener que levantarme tan temprano para llevar al mayor al colegio. Ahora me despiertan temprano porque el menor quiere comer y columpiarse en mí. Acá admito que me salió el tiro por la culata. Pero he aprendido a que ser el columpio de recompensa con un abrazo o mordisco de bebé y una sonrisa que para el tiempo.
Se me cumplió el deseo de no interactuar con otras mamás/papás/cuidadores mientras juego en el parque con mi bebé, porque escuchar comparaciones y burlas acerca de otras formas de maternar/paternar no es de mi interés y mucho menos la intención para ese momento que pretendo especial, para conectarme con Maximiliano. Porque sí, desconectarse en muy fácil y hay que tener mucho cuidado.
Todo el tiempo me pregunto si estoy haciendo bien mi rol de mamá, de cuidadora y de ama de casa. Ah, porque eso de ser ama de casa, no es una profesión, es un par de palabras que hieren muchísimo, denigrando el abismal trabajo que además no es remunerado ni reconocido.
Tengo el gran privilegio de pagar servicios de limpieza y cocina a una amiga que llega tres veces a la semana a auxiliarme. Ella vive en San Pedro Ayampuc. Tenemos la misma edad, 30 años, ella tiene un hijo más que yo. Tiene acceso a agua potable una vez a la semana por una hora. Yo tengo agua potable las 24 horas. Somos tan distintas en lo circunstancial, pero tan similares en lo esencial. Nos escribimos cada par de días con tintes de ternura y humor, cada una desde el cansancio de estar cuidando a nuestros hijos. La pienso muy seguido y es un gusto tener la facultad de poder seguirla sosteniendo económicamente porque sé que ella sigue trabajando, en mi casa no, pero en la suya sí. Yo no me refiero a ella como mi empleada doméstica porque ella es mi amiga. Cuando estoy muy cansada, me cuida a mi bebé para que yo me pueda reponer. Yo a cambio la dejo en casa sola para que descanse, se tome un largo baño y vea televisión, duerma o haga lo que ella quiera en soledad.
Escucho a la gente a mi alrededor desear que todo vuelva a la normalidad. Y yo, honestamente, no quiero que todo sea como antes.
Quiero que después de este encierro tanto los papás/mamás/cuidadores comprendan la importancia de trabajar por un buen vivir colectivo y criar a nuestros hijos para un futuro real. Porque el futuro que hoy es el presente, es el pasado de una generación con muchas heridas, descuidos, rudeza y carencia de abrazos y ternura. Que la amabilidad, consideración, respeto y empatía sea la mascarilla N95 para no contagiarnos del egoísmo y apatía.
Quiero que el inmenso trabajo en casa sea reconocido, pagado y considerado como el trabajo más importante del mundo. Porque después de todo, nuestro génesis es nuestra familia.
Quiero poder interactuar con otras mamás/papás/cuidadores y conectar con las personas que son y no lo que pretenden ser después de todo lo que leen en los grupos de facebook y lo frustrante que es no cumplir ese estándar impuesto por uno mismo porque cayó en la mentira brutal de la paternidad/maternidad perfecta de redes sociales.
Mi lista de deseos para cuando esta pandemia termine es en realidad corta ahora que lo pienso…
Pienso en todas las mujeres que han ido al hospital a parir o a una cesárea durante esta pandemia. Pienso en mi amiga que espera un bebé y agradezco al cielo que falten 20 semanas más, porque me da pavor imaginármela pariendo con mascarilla, en posición horizontal, con una episiotomía de rutina, oxitocina sintética, en una fría sala quirúrgica, con gente desconocida para que cuando su bebé nazca se lo quiten de sus brazos para introducir las perillas para absorber cualquier flujo, pinchazos y el frío de las manos con guantes que lo reciben. Pero lo peor, la incertidumbre y el miedo de que el COVID19 toque la fragilidad de un ser de apenas onzas y centímetros. El miedo de pensar que tú como mamá te podes contagiar y las responsabilidad que conlleva tener un recién nacido.
Quiero que después de esta pandemia, podamos comprender que parir no es de mujeres valientes, más bien de mujeres con la información adecuada y veraz. Que se deje de industrializar nuestros partos para que parir sea un evento de amor e intimidad, en vez de un evento médico.
Desde el encierro del COVID19 me he tenido que preguntar:
¿Soy una mala madre por poder disfrutar del distanciamiento social, para mí y mis hijos?
Finalmente pienso: Uff…que bueno que decidí ser mamá, porque maternar soportando todo esto y más, por obligación o imposición es la fórmula perfecta para ser una persona infeliz y criar adultos con 360° de problemas, aflicciones, heridas y patrones…..