Poemario de una cuarentena
Por: María de los Ángeles Navarro
20 de marzo 2020
Mi nuevo día a día con el coronavirus,
volver a ser la dueña y ama de mi casa
El colegio en casa, poner lavadoras, recoger la cocina
Me dicen que es una oportunidad para aprender a parar
preparar la comida, leer cuentos, barrer el salón
Escucho que es un momento de transformación y desde luego lo es
me digo mirando por la ventana con añoranza.
Me dicen que no salga de mi casa,
que no me puedo mover con libertad y menos tocar la piel de otro ser humano.
Si los cuestiono, me tachan de irresponsable, de egoísta, o de necia por no ver
la verdad que destilan las estadísticas, la ciencia, LA VERDAD.
Extraño mi vida, moverme libremente,
disfrutar los momentos de calidad con mis hijas, si, en la tarde
y en las mañanas de mi desarrollo profesional, espiritual o lo que me dé la gana.
Una vida con sus descubrimientos, sorpresas inesperadas y encuentros maravillosos.
Una vida en la que el placer y el autocuidado tenían su espacio propio.
Todos se dejan llevar por la ola del coronavirus, y encerrados en sus casas
se ponen las manos en la cabeza «10 mil muertos en todo el mundo»
olvidando los muertos de cada día, de cada mes, de cada guerra abierta
de cada crisis alimentaria, de las desigualdades que el coronavirus está logrando agrandar.
Y mi único consuelo, es la certidumbre de lo perdido… para siempre
24 marzo 2020
En estos días de aislamiento he deseado con ansias estar en un velero en medio del océano.
No soy animala que lleve bien el encierro, ni tampoco que me digan qué hacer o qué pensar.
Qué está bien y qué está mal. Esos absolutos tan abstrusos.
Leía hoy que en Holanda y tras proporcionar información detallada, dan la opción, a las personas muy mayores, con problemas respiratorios y coronavirus de quedarse en casa. Y muchos se quedan en casa para no congestionar los hospitales.
Mientras en Italia sucede una tragedia humana: los muertos con positivo en coronavirus se han ido solos, alejados de sus seres más queridos. Y yo me pregunto qué es humano.
No soporto estar entre cuatro paredes, me lo impide el cuerpo, o tal vez algún recuerdo de una vida anterior.
Dicen que el coronavirus nos afecta a todos por igual, que no tiene fronteras y me quedo callada. Ni el coronavirus, ni el quédate en tu casa, ni sus consecuencias a medio y largo plazo nos trata como iguales. Las diferencias son más evidentes que nunca. Sí, todos vamos a morir algún día, pero eso ya lo sabíamos antes.
Y aún así, desde mi encierro, estoy feliz por la naturaleza que tiene un respiro en estos días de pausa. ¡Hasta me parece que el canto de los pájaros es más alegre! Ojalá esto dure lo suficiente como para darnos cuenta de nuestro impacto en el planeta y su resiliencia.
Y me alegro por los que vamos a descubrir que parar nos conecta con nosotrxs mismxs y nuestros seres queridos.
Una alegría empañada al comprobar que la vileza no de tregua ni en tiempos de crisis. Leo que Francia y Alemania acapararon suministros sanitarios y que Trump ofreció grandes cantidades de plata por la exclusividad de la vacuna del coronavirus.
Espero que durante esta pandemina no nos olvidemos de los que siempre olvidamos y que ahora están aún más olvidados. Espero que aprendamos algo de todo esto. Tal vez a reconocer que estábamos equivocadxs. Tal vez a danzar al ritmo de la entropía. O que el devenir del universo no tiene un rumbo, solo es.
10 abril 2020
Pensando sobre lo que más echo de menos en estos días extraños, me encontré a mí misma rememorando a la madre ancestral, la guardiana del placer, queriendo traerla a mi vida. Buscando una respuesta al alzamiento de la verdad única, la censura a la crítica y el cuestionamiento, el despertar de actitudes autoritarias, juicios sumarios y señalamientos acusatorios que en otros tiempos hubieran llevado al paredón de fusilamiento. El espectáculo dantesco de la pandemia del siglo XXI en las redes y en los medios. Imágenes de filas de ataúdes dando la vuelta a los cinco continentes tan rápido como la pólvora, editoriales sobre cómo manejar la ansiedad al lado de estadísticas terribles sobre el avance de la enfermedad -parece que la incongruencia no tiene límites- y la proliferación de profetas que adivinan el futuro después de esta crisis. Muchos, demasiados, guardianes del orden y la verdad. Me he preguntado si todo esto no es más que nuestra necesidad de controlar lo externo que visualizamos como amenazante, incapaces de ver que el horror lo creamos nosotrxs mismxs. He sentido una tristeza profunda estos días, tratando de encontrar una respuesta, con una herida abierta y profunda, culpándome por no ser capaz de simplemente hacer lo que se me dice, al pie de la letra. De falta de fé. ¿Qué me pasa? ¿Seré incapaz de empatizar con el sufrimiento ajeno? Y al borde del precipicio, siento su abrazo, su respiración en mi mejilla y su voz que me habla. Ella, capaz de atravesar el dolor de la pérdida sin convertirlo en sufrimiento y menos en espectáculo, tranquila y calmada en su confianza infinita en la autorregulación de la naturaleza y su búsqueda de equilibrio. Que no trafica con la muerte si no que la acompaña y la dignifica en una celebración infinita de los ciclos de la vida. Y quiero invocarla, a mi madre ancestral interior, a la guardiana del placer, porque sé que en el amor que no juzga ni somete, que no señala, ni obliga, ni castiga, si no que respeta, acepta y entiende, brota el amor propio.
12 abril 2020
Hace unos días escuché hablar a Rita Segato sobre el Estado Materno. ¿Existe un estado así? ¿Qué es para ti un Estado Materno? Yo imagino un estado que no obliga ni castiga, sino que educa, informa, respeta y confía. Un estado que no abandona a los más necesitados, ni decreta medidas que inevitablemente los vulneran, sin aplicar medidas paliativas. Un estado que asegura la salud de todxs desde la prevención, la medicina ética, holística y responsable. Y eso incluye nuestra relación con la naturaleza. Un estado que no controla ni persigue sino que comprende y abraza.
Creo que hay que repensar el concepto de hogar que hoy se limita al espacio que ocupa una familia nuclear. ¿Y entonces? ¿Se acuerdan de la vida en espacios de convivencia como los patios de vecinos? ¿Será que el hogar nuclear nos mantendrá a salvo de epidemias?
También creo en la necesidad de extender el cuidado a la calle, a los espacios públicos.
Ayer me contaron que varias encuestas indican que el 80% de las personas en Alemania ha expresado su deseo de morir en casa. Sin embargo, el 80% muere en hospitales. Y me pregunto sobre esta medicina que hemos creado que ve al cuerpo como un ente vacío, sin espíritu, aislado de su entorno social y natural.