Nacimos en marzo para florecer el mundo
En la soledad de una casa lejana, por las noches y madrugadas de una semana de octubre, dibujé y pinté a mano alzada una bandera que simbolizaba un tiempo; luchas heredadas y futuros prometedores.
La mañana del domingo 20 de octubre de 1996 salí de aquella casa y llegué al punto de contacto cercano a la Plaza Central. Llegada la hora pactada éramos un grupo de mujeres y hombres jóvenes convencidas y convencidos de que un tiempo mejor llegaría. Lo creíamos, lo esperábamos. Entramos en acción, gritamos consignas, rendimos un homenaje a quienes les fueron arrebatas sus vidas por pensar distinto y por defender sus ideales. Izamos la bandera en el centro de la Plaza y nos fuimos, cada quien por un camino distinto.
Parada en el centro del mismo lugar, veinticinco años después también era domingo. Vestida de negro como entonces, yo ahora con un artefacto distinto, una mascarilla negra; pero ellas, ellas ahora eran quienes con sus rostros cubiertos izaban una bandera de otro color y de otra época. Viajé en el tiempo, viviéndome a través de sus manos, de sus cuerpos, de su fuerza, de sus ropas negras, sus dolores, sus demandas, sus alegrías.
Pero no era octubre. Esta vez no era octubre, pensé, y volví del viaje.
Es que siempre fue marzo, nuestra revolución internacional siempre fue en marzo, aunque nos la negaran. Aunque un día honramos haber “nacido en octubre para la faz del mundo”, hoy quiero recordar que nosotras nacimos en marzo para florecer el mundo. Las niñas siempre estarán en la Plaza recordándolo, gritándolo.
La bandera de esta generación es verde porque es libre. Es la continuidad de un camino largo, ancho e irreversible ¡La revolución será feminista o no será!
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Guatemala, 24 de marzo de 2021