Mujeres con discapacidades: historias de resistencia desde sus propias voces
Ser mujer en una sociedad patriarcal es una lucha constante por obtener respeto y visibilidad, pero las desigualdades se vuelven aún más grandes para las identidades femeninas que, además, viven con una discapacidad. La violencia sexual y física, la discriminación y desestimación de sus capacidades, la falta de infraestructura en ámbitos públicos y privados de uso cotidiano son algunos de los obstáculos impuestos por la sociedad ante los que, a pesar de todo, muchas mujeres valientes conquistan espacios.
Por Jasmin López
Casi dos millones de personas viven con algún tipo de discapacidad en Guatemala, y alrededor del 53% de ellas son mujeres, según datos del Instituto Nacional de Estadística (INE). La falta de datos exactos sobre estas poblaciones es, precisamente, una evidencia de cuán infrarrepresentadas están y del poco interés del Estado por fomentar su participación en las esferas públicas.
Sin embargo, existen estudios y cifras de organizaciones internacionales que señalan la doble desigualdad en la que viven las mujeres que tienen una o más discapacidades. De acuerdo con ONU Mujeres, las personas del entorno cercano de las mujeres con discapacidad ejercen con una frecuencia dos o tres veces mayor violencia contra ellas, especialmente de índole sexual.
Y, en comparación con los hombres que viven con discapacidades, las mujeres tienen entre dos y tres veces menos acceso a la educación, los servicios de salud y el trabajo.
Aún, en este contexto, muchas mujeres han logrado destacar y conquistar estos derechos básicos para sus vidas, sin dejar de exigir los cambios estructurales necesarios para las poblaciones con discapacidad. Dos de ellas, Emily y Flory, compartieron sus experiencias, desafíos y logros viviendo desde las discapacidades.
Emily: “todos tenemos algo para dar”
“A mí me gusta mucho estar con mis hijos, compartir con ellos. El tocarles su cara para darme cuenta si se están riendo. Tocar su sonrisa es algo que me gusta mucho”, es lo que dice Emily Rojas, sobre las cosas que la hacen feliz. Actualmente, ella estudia el tercer año de Ciencias Jurídicas en la universidad, es madre de tres hijos, activista por los derechos humanos y tiene su propio emprendimiento.
Cuando tenía 16 años perdió la vista a causa de una herida provocada por una bala perdida. Desde entonces, vive con una discapacidad visual: ceguera total.
Eso no la detuvo, pero, en una sociedad que no está educada ni formada para integrar a las personas con discapacidades, supuso un reto enorme en casi todos los ámbitos. “No siento que sea un problema no poder ver”, explicó. “Siento que el problema es que las personas desconozcan sobre la discapacidad”, agregó.
Foto: cortesía Emily Rojas.
Rojas estudió el primer año de universidad en El Progreso sin mayores inconvenientes, pero cuando tuvo que continuar en Sacatepéquez, algunos miembros del personal docente intentaron obstaculizar su derecho a la educación. Al hacer la equivalencia de cursos y presentar las evaluaciones parciales, se negaron a brindarle la información que necesitaba.
“Cuando yo quise tener acceso a mis exámenes, porque estaba llevando el semestre normal, unos catedráticos me decían que no, que no me iban a ayudar, que allí no había ningún tipo de apoyo”, contó. “El último día me reuní con el director y me dijo que él no iba a valer nada, que si quería los exámenes, que repitiera el semestre”, recordó.
Emily, acostumbrada a luchar por sus derechos, interpuso un amparo y la Corte de Constitucionalidad (CC) ordenó verificar la situación de los estudiantes con discapacidades y hacer los ajustes necesarios para garantizar su acceso. Actualmente, continúa sus estudios en la ciudad de Guatemala, donde debió empezar de nuevo el semestre.
Otra área en la que ha encontrado obstáculos es en la búsqueda de un empleo digno. “Los espacios donde debería haber oportunidades laborales son muy pocos. Y muy pocas personas pueden tener acceso a los mismos”, indicó.
La mayoría de trabajos que ha tenido han sido temporales o informales, por lo que buscó otra alternativa. Mediante la venta de dulces y con el apoyo de compañeras y compañeros y, a veces, de organizaciones que notaron sus deseos de salir adelante, logró pagar cursos en línea en donde adquirió conocimientos para iniciar un negocio. Bisutería, arreglos con globos y flores son algunas de las creaciones que vende.
Siendo una mujer con ceguera, son comunes los cuestionamientos sobre su maternidad y capacidad para decidir sobre su cuerpo. Se ha topado con doctores que le insisten para que se opere (esterilice). “La misma condición de discapacidad le hace creer a las personas que yo no puedo decidir cuántos hijos tener, y que tengo que tener un límite por esta condición”, refirió.
Además del prejuicio de que las mujeres con discapacidades no deberían de tener hijos para no transmitir su condición, existe la idea de que no son competentes para cuidar de ellas y ellos. “Cada vez que saludamos o nos despedimos de alguien nos dicen, ‘qué bueno que andan cuidando a su mamá’. Y eso sucede con muchas personas con discapacidad que tenemos hijos. A los hijos les recomiendan que nos cuiden, y les atribuyen una responsabilidad que no les corresponde”, enfatizó.
Recientemente, está trabajando en impulsar un marco de ley para proteger los derechos de las personas que viven con discapacidades: la iniciativa 5125, que propone actualizar las disposiciones existentes en esta materia y garantizar a estas poblaciones el acceso a la salud, el empleo, la educación, el transporte. Otra de sus metas próximas es abrir un local donde vender sus productos.
Entre todos sus logros, destaca la mentalidad que se ha forjado a lo largo de los años: “Una de las partes que me gusta mucho es abrazar a la gente sin escogerla por cómo se mira. Vivo con la filosofía de que tengo que aportar hoy, porque mañana no sé si voy a estar. Todos estamos en un espacio donde tenemos algo para dar y para ayudar a crecer a alguien más”, añadió.
Flory: avanzando hacia una sociedad más inclusiva
A lo largo de su vida, Flory Raxtún ha tenido que esforzarse para ser escuchada. Proviene de una comunidad rural de Sololá, es usuaria de silla de ruedas y trabaja como coordinadora de incidencia en la colectiva Mujeres con capacidad de soñar a colores.
“Ha sido una lucha para que mi voz sea tomada en cuenta”, comentó. Vivir con una discapacidad física, sumado a su identidad como mujer indígena, ha sido un constante desafío a las estructuras capitalistas, racistas y sexistas que predominan en Guatemala.
Foto: cortesía Flory Raxtún.
“Los espacios en los que he logrado participar son mixtos, pero allí los que son más escuchados y tienen más participación son los hombres”, relató. Se ha encontrado en lugares de trabajo donde le han negado empleo, pero no han tenido problemas en contratar a un hombre con discapacidad.
Durante su experiencia académica, la mentalidad general respecto a las discapacidades era aún más cerrada: “En esos años no se hablaba sobre el tema, sobre la accesibilidad”.
Esta mentalidad excluyente se reflejaba en su día a día: en las dificultades para usar el transporte público, y en el trato de sus profesores, compañeras y compañeros hacia ella. “Nunca tuve compañeras, compañeros, de niña y de joven. Algo muy fuerte en ese entonces es que a los demás les daba vergüenza estar con alguien que era diferente a ellos”, declaró.
Las y los educadores “todo el tiempo me vieron como una niña”, explicó. “Siento que al final no recibí la misma educación que los demás, para mí fue diferente”, relató.
Respecto a la atención en el sistema de salud para las personas con discapacidad, una vivencia común para Flory y para muchas mujeres es que las y los doctores se dirigen siempre a cualquier persona que esté acompañándola y no a ella. Tienden a dirigir las preguntas sobre sus síntomas y a explicar las indicaciones de cómo y cuándo tomar los medicamentos a las personas que las asisten y no a ellas, que son las pacientes, excluyéndolas de esta forma de tomar y ejercer decisiones sobre su propia salud.
Involucrarse en más espacios y participar de asociaciones con incidencia como Mujeres con capacidad de soñar a colores le ha ayudado a reclamar los conocimientos y herramientas a las que tiene derecho, especialmente aquellas relacionadas a su cuerpo y salud. La información accesible (simple y concisa) es vital para que las personas, especialmente las mujeres, ejerzan sus derechos, explicó.
En medio de todas estas adversidades, Flory se enorgullece de su lucha por una sociedad más inclusiva y de su resiliencia.
“Un logro súper grande para mí es el poder darme a conocer como mujer con discapacidad y visibilizarme. Y también como mujer indígena. El poder llevar las barreras que enfrento desde otra mirada”, expresó.