La desaparición forzada e involuntaria o vivir en el lado oscuro de la luna

Fotografía: Nelton Rivera

Por: Lucrecia Molina Theissen

Con sus ojos color miel escudriña la fotografía de su hijo comparándola con el millón de imágenes que ha formado en su mente desde el día que se lo desaparecieron. Su mirada, entre enojada y triste, no quiere reconocerlo. Se niega a admitir que tendría menos pelo, ojeras, bolsas bajo los ojos y una arruga surcando su frente. La sonrisa sí, es perfecta, con esos dientes blancos y parejos que tenía cuando lo sacaron de su casa, cuando los enviados del infierno se lo arrebataron de los brazos y no pudo hacer nada para protegerlo. ¿Cómo?, si ellos llevaban ametralladoras y ella solo tenía las manos desnudas y su infinito amor, que contra las balas nada pueden. Golpeada, deja caer la foto y se desarma. El suyo es un llanto callado, contenido, sin lágrimas, que la sacude y me estremece.

Arriba, el alto cielo oscuro, el silencio, las estrellas brillando tras las nubes espesas que nos impiden verlas. El olor de la noche satura mis sentidos. Adentro nos ven cuatro paredes mudas y dos hombres vencidos por el dolor de la madre que llora por su niño.

Una foto. Un rostro y un torso impresos en blanco y negro. Una figura plana, fija, bidimensional, sin cuerpo, que no puedo abrazar. Una foto tamaño cédula de un niño sonriente, hermoso, vital, junto con su nombre es todo lo que nos ha quedado de la existencia de Marco Antonio, corta porque ellos así lo decidieron. Eso y nuestra memoria del agravio sufrido, eso y nuestra dignidad. No necesitamos más para continuar con nuestros reclamos.

Pienso en el amor y en la impotencia, en la rabia y en como la ausencia de nuestro Marco Antonio los convierte en una maraña de doloridos sentimientos. La desaparición forzada, como el lado oscuro de la luna, es un fenómeno perverso ocultado y negado por el poder y por la desmemoria social. Podría haber sido el crimen perfecto al desaparecer “el cuerpo del delito”, sin embargo, contra los designios de los perpetradores, sobrevivimos quienes las amamos y nos aferramos a ese amor y a la memoria como náufragos en un mar embravecido.

La desaparición forzada e involuntaria es un delito gravísimo, un crimen de lesa humanidad que no puede dejar de ser castigado, como la tortura y el genocidio. “Por crimen de lesa humanidad se entienden, a los efectos del Estatuto de la Corte Penal Internacional aprobado en julio de 1998, diferentes tipos de actos inhumanos graves cuando reúnan dos requisitos: “la comisión como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil, y con conocimiento de dicho ataque”.[i]

En la sentencia de reparaciones en el caso Molina Theissen vs. Guatemala, la Corte Interamericana de Derechos Humanos determinó la responsabilidad agravada del Estado:

41. En el presente caso, la responsabilidad del Estado por la violación de los artículos antes mencionados (supra párrs. 15 y 38), se ve agravada en cuanto que lo ocurrido al niño Marco Antonio Molina Theissen formó parte de una práctica de desaparición forzada de personas, aplicada por el Estado durante el conflicto armado interno y llevada a cabo principalmente por agentes de sus fuerzas de seguridad, de la que también fueron víctimas los niños, como una forma de torturar y de atemorizar a sus familias.

Respecto de los niños y las niñas, las sociedades humanas en la actualidad deben guiarse por principios y normas de protección y garantía para dotarles de las mejores condiciones para su desarrollo. Son incuestionables sus derechos a vivir, a no ser separados de sus familias, a la libertad y la seguridad, a no ser castigados por las creencias, militancias o actividades de sus padres, tal como lo establece la Convención sobre los Derechos del Niño en su artículo 2.[ii] Es indudable que en los casi cinco mil casos documentados de desaparición forzada e involuntaria de niños y niñas en Guatemala, estos derechos no fueron respetados.

Además de la violación a los derechos humanos, la trasgresión de todas las leyes humanas y divinas, escritas y por escribirse, y el sufrimiento de las víctimas –que además de las personas desaparecidas, lo son también sus familiares-, por si hicieran falta más razones para la justicia están las relativas a la construcción de institucionalidad y el fortalecimiento de la democracia en nuestro país, lo cual constituiría un avance innegable respecto de las condiciones sociales y políticas en las que históricamente nos hemos desenvuelto.

Pero en este, como en muchos asuntos, prevalecen los intereses de un grupúsculo de criminales cuya impunidad pareciera ser que debe ser resguardada a toda costa. Esos intereses particulares se retuercen, manipulan y confunden intencionadamente con intereses nacionales, siguen pesando en decisiones, acciones y discursos. Ahora, liberados del lastre de los gobernantes civiles y hasta con pretensiones de socialdemócratas, se adoptan como base de políticas oficiales militaristas.

No importa. Desde ese lado oscuro de la luna, invisibilizado, deslegitimado y negado, con el ánimo cargado de futuro, respondo al agravio sufrido exigiendo justicia y el reconocimiento social de la verdad de los hechos atroces que siguen atormentando a millares de familias.

Este reclamo de justicia no puede seguir siendo menospreciado ni reducido a una posición personal, aislada, que raya en el desequilibrio, en la terquedad, en el inútil aferrarse a un pasado que debe ser dejado atrás por el bien del país, la paz y todas las demás patrañas que se aducen para mantener la impunidad de los criminales de uniforme. La investigación, juicio y castigo en los casos de los crímenes de lesa humanidad tienen que ver con la clase de país que queremos y las opciones no son muchas. Guatemala seguirá siendo una nación establecida sobre bases de extremado sufrimiento y violencia, indiferencia e insensibilidad hacia las víctimas, en la que el dolor seguirá lastimando en oleadas sucesivas a las generaciones presentes y futuras o se refundará en la justicia, el respeto a la vida y a los valores más centrales de la convivencia social civilizada.

Para que esto suceda, una de las condiciones es que los nombres y apellidos de mi hermano, de los niños y niñas desaparecidas, de los centenares de miles de víctimas del terrorismo de Estado y de los criminales deben plasmarse en investigaciones, sentencias judiciales y libros de historia para que nunca más vuelvan a suceder los hechos atroces que mantienen sumido a nuestro país en la más ominosa violencia.

(Lloro también. Abrazo a mi madre. Distorsionado por las lágrimas que me empapan la cara, miro su hermoso perfil mientras los maldigo con ella en voz muy baja.)

[i] Definición tomada del Diccionario de Acción Humanitaria y Cooperación al Desarrollo, en http:www.dicc.hegoa.ehu.es/listar/mostrar/47

[ii] Artículo 2. 1. Los Estados Partes respetarán los derechos enunciados en la presente Convención y asegurarán su aplicación a cada niño sujeto a su jurisdicción, sin distinción alguna, independientemente de la raza, el color, el sexo, el idioma, la religión, la opinión política o de otra índole, el origen nacional, étnico o social, la posición económica, los impedimentos físicos, el nacimiento o cualquier otra condición del niño, de sus padres o de sus representantes legales.

2.Los Estados Partes tomarán todas las medidas apropiadas para garantizar que el niño se vea protegido contra toda forma de discriminación o castigo por causa de la condición, las actividades, las opiniones expresadas o las creencias de sus padres, o sus tutores o de sus familiares.

Fuente: blog Cartas a Marco Antonio

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RUDA surgió en 2017 entre reuniones e ideas del consejo editorial de Prensa Comunitaria bajo la necesidad urgente y latente de tener un espacio digital en dónde evidenciar, publicar y visibilizar las luchas de las mujeres.

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