“Eres una caca”: la argentina que mezcló plastilina marrón, humor y feminismo y es furor en Instagram
Por: Gisele Sousa Dias
Lula Gómez amasó plastilina marrón, le puso boca y, mediante técnicas de animación, le hizo decir las frases machistas que estaba cansada de escuchar. Pretendía ser un proyecto personal de “justicia feminista” pero se viralizó y hoy tiene casi 200.000 seguidores de todo el mundo. Su primer libro es uno de los más vendidos en Argentina.
La primera vez fue en octubre de 2017. Hacía años que Lula Gómez era animadora de stop motion -una técnica con la que se animan objetos- y hacía algunos años también -muchos menos- que había conocido el feminismo. Fue ese octubre de 2017 que las dos líneas se cruzaron y Lula se sentó, amasó un rollo de plastilina marrón, le puso cejas, ojos y boca y le hizo decir una frase que estaba cansada de escuchar: “Nooo, a mí no me gusta la violencia pero de ningún lado, eh. Ni machismo ni feminismo. Para mí, igualismo”. Lo bautizó “Eres una caca” e hizo que un pie aplastara al personaje que lo decía.
Era una mujer y madre argentina de más de 40 años viviendo en Barcelona -nada parecido a la idea que tenemos de una influencer-, y lo que pasó con esos 15 segundos la descolocó. El teléfono avanzaba solo sobre la mesa de tanto vibrar: notificaciones, compartidos, amigas que etiquetaban a otras, comentarios, risas, tanta gente poniendo play hasta llegar a las 230.000 reproducciones que tiene hoy. Enseguida, Lula entendió que estaba haciendo lo que llama “justicia feminista”:
“Un espacio pequeño donde las expresiones machistas tienen consecuencias. En el caso de las cacas, morir aplastadas”, se ríe ahora ella, en diálogo con Infobae.
El capítulo suelto se convirtió en una serie y “Eres una caca” salió de su cuenta personal para tener una propia que ya casi tiene 200.000 seguidores de todo el mundo. Ahora la idea se llenó de su experiencia personal y algo de teoría para convertirse en libro, uno de los más vendidos este año en Argentina.
En esta entrevista con Infobae, Lula Gómez -43 años, nacida en Monte Castro, 18 años viviendo en Barcelona- habla del “antes” (cuando sentía orgullo de que le dijeran “no parecés una mina”), explica por qué escribió que “el feminismo te arruina la vida” y por qué decidió evitar un dedo señalador que dijera “sos una mierda”.
—¿Cómo eras antes de ser feminista?
—Fui una nena muy rebelde con el género impuesto. Mi hermana jugaba con Barbies y yo tenía un He-Man, no quería ser identificada con las “cosas de mujeres”. Me rebelaba ante el romanticismo, la cosa Dinsey, el querer ser princesa, el rosa, el tener que ser suave, cuidadosa. Como no era nada de eso sino confrontativa y plantada, me sentía como los hombres. Es más: sentía una especie de orgullo de no ser como las mujeres. Tenía todos amigos varones y me encantaba que me dijeran que no parecía una mujer sino “uno más de ellos”. No tenía ningún marco teórico y mi incomodidad hacía que yo rechazara cualquier cosa que tuviera que ver con lo que consideraba más penoso de ser mujer, y eso me hacía despreciar a otras mujeres y congraciarme con los varones. Fui adolescente en los 90, me gustaban los varones, no quería que me consideraran una enemiga. Creo que estaba pidiendo a gritos feminismo pero no lo conocía. ¿Por qué no lo conocía? El feminismo es una herramienta súper poderosa pero se nos oculta, tiene más de 300 años de historia ¿a vos te lo enseñaron en la escuela?
—¿Y cómo llega el feminismo a tu vida?
—Yo había escuchado hablar del tema pero el mensaje del patriarcado había calado completamente en mí, por lo que lo tenía asociado a ‘señoras viejas que no cogían, bigotudas y amargadas’, entonces tampoco quería ser parte de eso. Pero hace unos años volví un tiempo a Argentina y me hice una amiga que me explicó de qué se trataba, no sólo con palabras sino con su manera de ser, de tratar a otras mujeres, de interpretar lo que nos pasaba: no a una, a todas. Esto me emociona mucho porque, al no tener espacio en escuelas y universidades, lo que sucede con el feminismo es que nos los explicamos entre nosotras.
—En el libro (2019, de Penguin Random House) decís que, desde ese momento, empezaste a cuestionarlo todo. ¿Por ejemplo?
—Por ejemplo, cosas machistas que yo reproducía. Esto es súper interesante, porque el machismo se apoya también en todas las mujeres que, criadas en el patriarcado, les hacemos de soldadas y hacemos gratis el trabajo, juzgándonos entre nosotras. Cuando me empecé a revisar pensé: uh, las veces que dije que una piba era una puta simplemente porque estaba ejerciendo su sexualidad como quería. O las veces que he juzgado a otra mujer por cómo se vestía o por su cuerpo. O las veces que he dicho ‘que asco’ cuando vi a una mujer sin depilar. O las veces, durante mi adolescencia, que he avalado a artistas denunciados por abuso restándole importancia a las denuncias de las mujeres.
—¿Qué más ayuda a cuestionar el feminismo?
—Creo que el feminismo también te da la fuerza de saber que todo lo que estuviste soportando creyendo que era tu culpa (que te dijeran cosas en la calle o te tocaran el culo porque te vestías provocativa, o que te pasó tal cosa porque te emborrachaste) no es culpa tuya, es un sistema. También los abusos en el interior de la familia o en la pareja, las violencias, esas cosquillitas raras que te hacía tu abuelo… sin información vos creés que “bueno, los hombres son así”, lo naturalizás para poder seguir viviendo. Si ni siquiera hablábamos de esa incomodidad entre nosotras, algo que ahora sí hacemos.
—Con todo este bagaje, más tu experiencia en animación y tu sentido del humor llegó “Eres una caca”. ¿Por qué no usaste ‘eres una mierda’?
—Yo quería conseguir comunicar algo tan complejo y lleno de tanta furia como es el feminismo y poder, a la vez llegar a la gente de una manera simpática, graciosa y poco confrontativa, al menos para empezar. “Mirá, te dejo esta galletita por acá, fijate, seguro te vas a identificar. Después verás, ya se te va a arruinar la vida cuando te enteres bien de qué va el feminismo”. Lo que ves es una caquita con su boquita, les das play, tiene voz de pitufo, te resulta simpática pero te está diciendo algo terrible, por lo que termina aplastada. La mato pero al final no te señalo y te digo ‘sos una mierda”, te lo digo con un fondo color pastel y con una musiquita que se te pega. No confronto, no te vas y, con suerte, te dejo pensando.
—¿Por qué decís, acá y en el libro que” el feminismo te arruina la vida”?
—Me gusta hacer ese chiste: ‘Mirá, el feminismo te va a arruinar la vida, a mí me la arruinó, no pasa nada’. Pero lo que te arruina es la vida que tenías, los ojos con los que mirabas, pero te regala una mucho mejor, llena de conocimiento, de preguntas y de amigas feministas con las que vas poder hablar y ver que eso que te pasaba no te pasaba solo a vos.
—¿Que capítulo tuvo más repercusión?
—Hubo una respuesta inmediata y muy visceral cuando acá en España sucedió el caso de “la manada”, la violación grupal a una joven en San Fermín grabada en video. La justicia fue muy blanda con los violadores (uno de los jueces dijo que en el video no veía múltiples abusos sexuales sino una película porno), tampoco veían nada violento. Con ayuda de amigas y referentes feministas, hicimos varios capítulos sobre este tema que tuvieron una repercusión brutal por el contexto. Oo mito que se cae: las mujeres nos ayudamos entre nosotras, sí podemos trabajar juntas.
—Tenés claro que mucho de lo que hacés puede no gustar o generar resistencia pero decís en el libro “el feminismo me liberó de la orden de agradar”.
—Agradar es una de las mayores cargas que tenemos las mujeres y que nos la imponen al nacer. Pensá que cuando nace una nena le agujerean las orejas y les ponen dos aritos, para estar adornaditas. ¿Qué mierda es eso, por qué no los agujerean a ellos? Agradar es uno de nuestros mayores mandatos, y a partir de ahí se nos generan un montón de pesadillas, por no ser lo suficientemente flacas, lo suficientemente depiladas, lo suficientemente femeninas, por no saber maquillarnos, o no querer.
—En una de las ilustraciones escribís “el patriarcado” muy chiquito y bajo una lupa. Y decís que uno de sus mayores logros es ser invisible, pasar desapercibido. De ahí que muchas mujeres digan “yo me depilo porque quiero”.
—Es la trampa de la libre elección. Siempre hay que estar atentas a ver si no hay un condicionamiento detrás de nuestras elecciones. Yo dibujo el patriarcado casi invisible porque ese es su mayor éxito: haberse presentado como algo natural. Y no es accidental, el sistema ha trabajado mucho para que parezca algo natural. Desde los mitos griegos, las religiones, la ciencia, el mismo Darwin se encargó de decir que las mujeres tenemos el cerebro más pequeño. Siempre se ha intentado que todos estos mandatos que sufrimos se vivieran como una condición natural, como si estuviera en nuestro ADN y no tuviera que ver con la educación, las series con las que nos criamos, los cuentos que nos leyeron. Hablo de cerrar las piernas cuando nos sentamos “como una señorita”, tener que hablar suavemente, no insultar, no usar la violencia, querer tener hijos sí o sí, que la vida del marido y los hijos estén antes que las nuestras, depilarse, ¿todo ese viene en nuestro ADN? El éxito de presentarse como algo natural es que muchas mujeres están convencidas de que lo hacen porque quieren.
—¿Pero es una ‘mala feminista’ la mujer que se depila, se maquilla o usa tacos?
—No, claro que no. Yo me depilo, ahora mismo tengo un short y pelos en las piernas y me siento horrible, un ser indigno de ser amado, literal. Nadie te va a quitar el carnet de feminista por depilarte, hacemos lo que podemos, pero creo que tu posición va a ser más rica si sabés por qué lo hacés. A veces me dicen ‘le explico a mi mamá y mi mamá no entiende’. Yo les digo, aflojá, hay que elegir las batallas, no tenemos por qué ser las maestras de todo el mundo, y cuando las des, elegí los terrenos fértiles.
—Incluís a los hombres en estos posibles terrenos fértiles, ¿qué pueden hacer si quieren ser parte del cambio?
—Creo que los hombres no sólo son bienvenidos, son necesarios. Pero a las feministas no nos sirve de nada que los tipos nos digan ‘mirá, yo soy feminista, dejame ir a una marcha’. Creo que la lucha de un hombre que realmente está interesado en revisarse, debe estar en leer y generar discusiones entre los hombres. ¿Qué hacés cuando te llega un video sexual privado robado a una mujer? ¿lo compartís o no? Cuando otro del grupo lo comparte, ¿te plantás y decís ‘esto no va’ y das argumentos, o no decís nada? Hay muchas cosas que pueden revisar en lo cotidiano, ¿sos padre? ¿de qué manera te estás ocupando de las tareas de la casa y de cuidado? ¿Ayudás a la mujer o te hacés cargo de tus responsabilidades? Criar a los hijos no es ayudar, es llevarlos al médico, quitarle los piojos, saber como se llama la maestra, estar en el grupo de whatsapp de madres, todas esas cosas son mucho más feministas que querer ir a la marcha del 8M.