El especiero
Para sobrevivir a todas nuestras etapas es necesario tener un especiero. Un mueblecillo colocado a buena altura, lleno de frascos eternos, pero limpios, bien tapados y debidamente rotulados. Saber exactamente para qué sirve cada hierba, cada polvo, cada grano; sus nombres y sobrenombres, por qué fueron traídos en un principio y de dónde.
Lo principal es conocer sus propiedades, su modo de preparación, la dosis y la frecuencia de la ingesta; los síntomas o padecimientos que se pretende combatir y el resultado que en cada palazo se desea obtener. Si se revisa, resurte, usa y prescribe con frecuencia, el especiero será un remedio para todos los males de la vida y se convertirá en una forma de ver el mundo y de relacionarse con él.
Con el tiempo, su propietaria (que es en realidad su aprendiz) se recetará a sí misma y otrxs muchas cosas que los frascos no contienen: baños de luna, de sol y de asiento, jarabes y linimentos, aceites, runas, masajes, jugos y compresas; largas conversaciones de corazón a corazón, abrazos, besos, bailes, canciones, caminatas bajo la luna o lluvia y de vez en cuando, poesía.
Alrededor del especiero y de todos los saberes que desprende, surgirá una comunidad fuerte de consultantes y consultadxs que hablarán con pureza y con verdad. Los alimentos, las actividades y personas mismas se tomarán sólo en las dosis y frecuencias necesarias, logrando con esto que cada experiencia sea para la paciente como el dorado té de la mañana; relajante, aromático y medicinal.