El confinamiento y los duelos para transformarnos

Son las 3 de la mañana de la noche más larga que he sentido durante el confinamiento en Guatemala debido a la pandemia, pandemia dice el sistema, para mí ha sido respirar, dejar de respirar, ver mis sombras pero también mi propia luz, luego de perderme y encontrarme a la vez……

Como coordinadora de Ruda había querido escribir sobre lo que personalmente ha significado para mí esta pausa y este quiebre como humanidad. Lo personal es y seguirá siendo político. Pensar y sentir a Ruda es habitar un espacio de mujeres que luchamos y esas otras miles que luchan desde sus hogares, mercados, profesiones, territorios. Porque esta pandemia también nos tocó como medio digital; nos duele, nos atraviesa, nos mueve, nos está transformando y nos da esperanza  en cada noticia que llega.

Intenté muchas veces escribir; escribía, lloraba, reía, tenía esperanza, me detenía.  Esta pandemia en países como Guatemala empezó hace más de 500 años, hoy lo que vemos es la desigualdad social a flor de piel, aquí una tragedia siempre supera a otra. Y aún a medio de eso sobrevivimos al genocidio, cuerpos de niñas quemadas, corrupción, racismo, clasismo, la lista infinita no termina. Somos Iximulew en idioma maya, que en español se traduce en tierra revuelta. Y en medio de esa revuelta los pueblos nos enseñan que todo se regenera, todo vuelve a nacer.

Escribo y rápidamente viene a mi mente la bandera blanca de aquella mujer joven con 3 niños a la orilla de un puente hace unas semanas pidiendo comida, agua. Detener el  carro con mi papá y cruzarnos miradas; tocarnos la sensibilidad sin tocar el cuerpo, llorar juntas a la vez, despedirnos sin mediar palabra. Minutos donde no pude contener  el llanto que llevaba cargando como tristeza, leyendo noticia tras noticia de mujeres que luchan, ahogarme en mis propios ríos. Decirme que nadie salva a nadie pero que  dar lo que se puede desde el corazón también abre las puertas para recibir.

Entonces pienso que si aprendiéramos a trabajar en comunidad como en los pueblos, no tendríamos una ciudad tan fría y tan indiferente. Esa donde los supermercados se llenan de gente y se vacían y nadie dice nada. Pero esa  donde un gobierno que no es capaz de llevar esta crisis promueve que los barrios no se den a basto y culpen  a las tiendas siendo foco de contagio, donde las redes sociales se infestan con comentarios de –los inditos son ignorantes, los shumos nos van a contagiar- esa donde solo sabemos consumir sin pensar en el otro o la otra. Un país donde las transnacionales y los restaurantes pueden transitar en toque de queda  pero no los miles de camiones de verdura en donde la comunidad maya que sostiene este país vuelve a ser aislada. El racismo social heredado y el poder oligarca de aquellos que hoy nos tienen en crisis de salud y de hambre. Esos que salen en carros Mercedes Benz para reclamar que el confinamiento termine sin pensar en la vendedora de chicles con un bebé a sus espaldas mientras le avientan el carro en el semáforo. Esos que matan, asesinan, criminalizan…..

Desde que tengo memoria heredé el sentido de lucha social, de comunitariedad –donde come 1 comen 4- las palabras de mi madre que hoy extraño mucho en este confinamiento, mientras yo crecía. Realidades alternas; las de barrio y las de desayunar en carretera a El Salvador. Entre el fuego de una abuela que echaba tortillas y otra que me llevaba a Antigua el día domingo. La conciencia me la heredó mi madre, el racismo, la familia externa, ese racismo que me dolió ver y me sigo quitando, buscando entre las raíces de dónde venimos todos.  Del vientre, del  origen de la humanidad.

Días encerrada donde reconocerme en  los privilegios que heredé y esos otros por los cuales he luchado, me han atravesado enteramente el cuerpo. Coxis, garganta, estómago, espalda, ataques de ansiedad y pánico, esos que volvieron luego de años para recordarme que soy humana, que sanar no es lineal, que sigo encontrando luz entre mis sombras y cavernas.

Creer que tenía planes por delante y  se cayeron, creer que lo normal era llegar a un objetivo cuando lo que estoy aprendiendo es a vivir un día a la vez,  creer que tenía más tiempo para dar abrazos cuando lo que añoro hoy es abrazar todo lo que por miedo no me permitía abrazar, creer que era lo suficientemente libre afuera del clóset,  cuando la vida me viene a repetir que aún faltan muchos miedos por perder , creer que había llegado a los trabajos en los que quería  sembrar raíces cuando la vida me repite que lo que existe es el hoy, el ahora, y las raíces se riegan a diario para que crezcan. Creer que sabía de cuidados, tolerancia, respeto y perseverancia hasta convivir con otras en medio de días y noches enteras; ser reflejo, dialogar, nombrar, aprender de lo que es comunidad en mi propio cuerpo-territorio.  Llorar en colectivo y permitir que me vean quebrarme, romperme en soledad y abrazarme con la fuerza de mis propios brazos.

Creer que le había dicho suficientes te amo a mi madre cuando hoy la extraño en el caldo que ya aprendí a cocinar en el encierro, creer haber pedido suficientes perdones y perdonar a gente que me hirió y que herí hasta que necesité volver a escribirles en mis adentros y echar las letras entre el fuego. Creer saber muchas cosas hasta que descubrí  en estos días estoy #AprendiendoAVivir de otras maneras. Que estoy en otra vida.

No quiero que el mundo vuelva a normalidad porque fue esa normalidad injusta contra la que siempre luché, lloré, me enrabieté, esa a la que hoy otra vez le vuelvo a hacer un duelo. Un cierre y una nueva bienvenida.

Mientras, aprendo a sembrar, a llorar lo que me faltaba llorar, a curarme en soledad y entre hierbas-paciencia mientras mi cuerpo grita, hablarle a mis emociones, escucharlas, sentirlas, dejarlas ir. A pedir y a recibir eso que tanto nos cuesta a las mujeres que creemos que podemos con todo, a repetirme que yo y mi familia saldremos adelante aún en la incertidumbre, a confiar en la madre tierra y su poder de transformación, a confiar en mis caminos para que me lleven a mi propia montaña; con las mujeres, con los pueblos. Construir otros mundos, vivir otros atardeceres, cantar bajo cada luna llena., vivir en el tiempo sin tiempo.

A que mi pecho llueva y suelte el pánico mientras el abrazo del mundo que se está transformando me dice “Vamos a estar bien…..”

Celeste Mayorga

A los 19 años me enteré que mi historia familiar también había sido atravesada por la memoria histórica de Iximulew, Guatemala. Investigadora social porque la memoria de mi abuelo me llevó allí, artista visual porque el arte puede generar nuevos tejidos sociales, fotógrafa del atardecer; lesbiana-feminista y disidente sexual porque lo personal es político, bruja ante los poderes que me heredaron mis ancestras para sanar mi propia historia, la de la violencia sexual. RUDA es mi ofrenda como mestiza y un tributo para mis linajes que no pudieron sanar. Su fuego vive en mi pecho. Soy también parte del equipo de Centro de Formación, Sanación e Investigación Transpersonal Feminista Q’anil como Coordinadora de Memoria Histórica.

Anterior
Anterior

¿Cuál fue la causa del crimen contra Domingo Choc Che Aj Ilonel?

Siguiente
Siguiente

Fiscalizan condiciones de las niñas en un albergue del Estado