Dos mujeres lesbianas desafían al lesboodio y al racismo en Honduras
Por: Dunia Orellana y Marianela Solórzano
Se propuso ser madre y graduarse de la universidad. Y lo logró. Marianela ahora vive con su pareja, Lovely, en Trujillo, Colón, donde ambas luchan por los derechos de la población +LGBTIQ+ garífuna.
Trujillo, Honduras. Es un pastel sencillo, cubierto de grageas de dulce de colores, con una sola vela con forma de número ocho en el centro. Las niñas y los niños corren y saltan alrededor de la mesa donde han puesto el pastel encima de un mantel con estampados de flores rojas. Llevaban año y medio sin juntarse y es como si quisieran desquitarse por no haberse dado ese gusto debido a la pandemia. Emanuel les pidió a sus mamás reunirse con sus amiguitos y amiguitas y ellas no hallaron mejor fecha para concederle el deseo que el día de su cumpleaños.
En la casa en Trujillo, Colón, en el litoral atlántico de Honduras, donde Emanuel vive con sus dos madres, Marianela y Lovely, no hay lujos. Es un edificio de paredes azul claro con piso de cemento, sin mosaicos ni nada parecido.
Estos días son de más ahorro que nunca porque la pandemia ha dejado a las dos mamás “sin trabajo fijo”, viviendo “al día”, dice Marianela, de 31 años, quien lleva con orgullo las trenzas rastas que sus antepasados “utilizaban para transportar semillas que cultivaban cuando llegaron a América”.
Marianela espera que la situación mejore para ella y Lovely con el título de licenciada en Administración de Empresas Agropecuarias que la Universidad Nacional Autónoma de Honduras le entregó a principios de mayo. “Tenemos fe en que este título nos va a ayudar a salir adelante. Es una carrera que me ha costado mucho”, confiesa, “me he dado mi estudio yo sola”. Su madre también le ha echado una mano cuidando a Emanuel, un chico “hiperactivo”, según Lovely, a quien él llama alternativamente “mi tía” y “mi mamá”.
Los niños y niñas se agrupan para la foto junto al pastel. Encienden la vela y sonríen. Emanuel sostiene un globo con forma de corazón dorado que lleva escrita la frase “Campeón número uno”. A su lado, sus amiguitos y amiguitas sostienen globos coloridos con forma de número ocho y balón de fútbol. Marianela también sonríe.
Y pensar que la mujer con la que vivía hace ocho años le pidió que abortara.
Su preferencia no es un virus
Siempre soñó con dos cosas: tener un hijo varón y terminar una carrera universitaria.
Tuvo a Emanuel con ayuda de un amigo suyo. Siempre le gustaron los niños varones “porque me identifico como ‘él’”, explica Marianela sobre su expresión de género masculina. “Yo tenía un amigo y le dije: ‘Mi pareja y yo queremos tener un niño, pero yo solo quiero mi bebé, no quiero relación con el padre del niño, ya que nosotras lo vamos a criar’”.
Pero, en el camino de sus sueños, Marianela se enfrentó a muchos problemas. Tuvo que esforzarse el doble o el triple que otras personas. Le tocó lidiar con la invisibilización por partida doble, ya que es lesbiana y garífuna.
Marianela y Lovely han logrado sobrevivir en un país donde a diario se reportan crímenes de odio. En Honduras, desde 2009 han sido asesinadas 374 personas de la diversidad sexual, de las que 43 eran lesbianas y 119 eran trans, según el observatorio de muertes violentas de la Red Lésbica Cattrachas.
Los casos tienen un 91% de impunidad. A pesar de haber logrado la inclusión en el nuevo Código Penal del agravante de violencias basadas en orientación sexual, expresión e identidad de género, ninguna sentencia de este país lo ha tenido en cuenta.
Marianela ha decidido permanecer en Honduras a pesar de ser uno de los peores países para ser mujer. Otras personas +LGBTIQ+ prefieren migrar. A mediados de enero de 2021, más de 300 de ellas huyeron en la primera caravana migrante a Estados Unidos. Muchas no llegaron a sus destinos porque Migración las detuvo en Guatemala y México y las deportó a Honduras.
Marianela Mejía Solórzano nació y se crió en Trujillo, donde vive con su pareja, Lovely, y su hijo Emanuel. Como suele pasarles a las mujeres +LGBTIQ+ hondureñas, chocó con sus primeros obstáculos en su hogar. El momento decisivo fue cuando salió del clóset ante su familia.
“Desde la edad de 16 años hablé con mis padres. Yo estaba estudiando en La Ceiba en un instituto evangélico. Mi mamá me estaba apoyando y fue algo duro para ella”, relata. Cuando salió del clóset fue como si su familia le declarara la guerra. En esos días, Marianela vivía en casa de una tía.
“Me faltaba un año para graduarme. Mis tías se dieron cuenta y dijeron que ya no me podían tener ahí porque yo podía arruinar a mis primas. Les dije que el hecho de que yo tuviera mi preferencia no significaba que iba a ser un virus para la familia”, agrega Marianela.
Anduvo como piedra rodante de casa en casa, pero sus familiares le cerraron las puertas. A esas alturas, Marianela ya tenía una pareja. “En último año me trasladé a Tegucigalpa donde una tía dijo que me iba a apoyar”. ¿Las condiciones? Que Marianela fuera a la Iglesia para ayudarle “a sacar ese demonio”.
El exilio familiar de Marianela coincidió con la llegada a Tegucigalpa de su pareja, quien tenía hernia umbilical. “Nos fuimos a vivir juntas. Me acuerdo de que vivíamos en una casa donde no había ventanas ni puertas. Nos abrazábamos en un petate encima de una tabla con unos bloques. En eso dormíamos. No teníamos nada, pero estábamos juntas”.
Además del rechazo de su madre, Marianela tuvo que luchar con la enfermedad de su pareja. Cuando la operaron, las dos regresaron a Trujillo, donde “había bastantes personas +LGBTIQ+”, cuenta Marianela, “pero no había aceptación”. Encontró apoyo en otras personas de la diversidad sexual, quienes decidieron no esconderse, “poco a poco fuimos liberándonos” en una comunidad garífuna con ideas “fuertes” sobre la sexualidad.
Entonces decidió embarazarse.
Del shock del embarazo a la alegría de ser mamá
Para tener a Emanuel no solo le tocó chocar con las ideas de la sociedad, sino con las ideas de la mujer con la que vivía hacía ocho años. “Allí vino la separación con mi pareja anterior”, cuenta Marianela.
Llegó a casa a darle la sorpresa de su embarazo, pero su pareja entró en “shock”. “Ella tenía una relación con un hombre y también quedó embarazada. Ella me pedía que abortara y le dije ‘no, lo vamos a criar, va ser como hermano del niño’. Le ayudé a atenderlo, estuve en la vida de él hasta los tres años. Le doy gracias a Dios que no boté a mi hijo, decidí criarlo y ahora ya está grande”.
Si bien Marianela se embarazó porque así lo quiso, hay otras mujeres que tienen embarazos no deseados, pero la ley hondureña no les da la opción de abortar. El aborto es castigado en Honduras con cárcel y multas. El 21 de enero de 2021, el Congreso Nacional prohibió el aborto en cualquier circunstancia y el matrimonio entre personas del mismo sexo y no existe la figura de unión libre para la diversidad sexual hondureña. Tampoco se reconocen las uniones celebradas en otros países.
A finales de marzo de 2021, la Corte Suprema de Honduras admitió un recurso de inconstitucionalidad presentado por Cattrachas contra la reforma de los artículos 67 y 112 de la Constitución de Honduras sobre el aborto y el matrimonio igualitario. La admisión fue el primer paso.
Luego vino el reto de lograr que Emanuel entendiera y aceptara la relación de su madre biológica, Marianela, con su segunda pareja, Lovely. Por suerte, Emanuel lo ha entendido todo desde pequeño. Le ha ayudado su inteligencia porque los niños “saben más de lo que uno cree”, dice Marianela. También eso le ha permitido comprender por qué Marianela prefiere ponerse ropa masculina en lugar de vestidos. “Tengo el cuerpo de una mujer, pero por dentro soy como tú, como un varón”, le explica al niño.
Lovely tiene un papel importante en la crianza de Emanuel. Ella perdió a su hija a los cuatro días de haber nacido. “Me quedé con las ganas de ser mamá, de dar amor a un bebé”, cuenta Lovely, de 26 años, afrodescendiente de habla inglesa y originaria de Roatán, en Islas de la Bahía.
Cuando conoció a Marianela hace cinco años, fue como si las estrellas se alinearan. Marianela “tenía un hijo de tres años y yo perdí a mi hija. Entonces me dediqué a darle ese amor que no pude darle a mi hija”, relata Lovely. “Hay ratos que me enojo y me dice: ‘Tía, usted sí es enojada. Mejor voy a encerrarme en mi cuarto’. Entonces me río porque en parte tiene razón, pero somos el uno para el otro, solo él y yo sabemos cómo nos amamos”.
Lovely pasó también por la dura experiencia de Marianela. Después del lesboodio en el hogar y las críticas de los afroingleses contra los garífunas, la madre de Lovely terminó queriendo a Marianela al ver cómo atendió a Lovely durante una grave enfermedad. “No sé en qué momento ocurrió, pero en un abrir y cerrar de ojos ya se llevaban bien. Ella solo habla de Mari, y más ahora que a Marianela le detectaron diabetes”, dice Lovely.
El pequeño Emanuel ha tenido su cuota de sufrimiento. “Venía llorando, pasaba peleando” porque le decían que Marianela es “marimacha” y se viste como hombre. Marianela y Lovely platican con él para que responda a los comentarios de odio hablando del amor que hay entre él y su madre. Emanuel ha aprendido a contestarles que todas las madres tienen defectos y virtudes y que respeten a Marianela como él respeta a las mamás de sus compañeritos.
“Nos llenamos de orgullo”, dice Marianela cuando le cuentan lo que Emanuel dice en la escuela. Ser madre es “una experiencia maravillosa”, agrega.
Ser +LGBTIQ+ y defensora de la comunidad garífuna
En la comunidad garífuna donde viven Marianela y Lovely, las lesbianas ahora “son más visibles”, afirma Marianela. Ambas defienden los derechos de su comunidad y ese trabajo las hace sentirse orgullosas y las respalda como garífunas y como personas diversas. “Trabajo con la Organización Fraternal Negra de Honduras (Ofraneh). Tenemos una sede donde creamos espacios seguros para la comunidad negra LGBT que está siendo discriminada”, cuenta Marianela.
Honduras es uno de los países más peligrosos para defensorxs de derechos humanos y de la tierra y el medio ambiente, como Marianela, según informes de Amnistía Internacional y la organización no gubernamental Global Witness. En el 2020 mataron a cinco defensorxs de territorio, incluyendo a la garífuna Carolina Valentín Dolmo.
“Quiero apoyar a mi comunidad y ser un ejemplo de superación porque muchos piensan que al ser LGBT no vas a superarte, no vas a poder tener una familia, no vas a poder salir adelante”, añade. “Estoy aquí para decirles que sí se puede y que no importa lo que digan los demás, lo importante es ser quien uno es”.
Este material es resultado de la Sala de Creación: Otras narrativas +LGTBIQ+ en Centroamérica en el marco del Proyecto «Libre de Ser» de HIVOS