Dos horas con Virginia: de la lucha contra la impunidad a la criminalización
Virginia Laparra salió de su celda por segunda vez en el día. Regularmente no recibe visitas los jueves. Esta salida dura dos horas, a unos cuantos metros de la bartolina donde ha permanecido por 85 días. Rodeada por 6 guardias que la esperan afuera de un comedor, entre ruidos tan opuestos como cantos de pájaros y labores de construcción, se toma dos minutos para dibujar. Con el lapicero traza a dos niñas sonrientes y una mujer que llora dentro de la figura de un corazón, son ella y sus hijas representadas en las hojas de una libreta. “Nunca quise ir a ningún lado que no fuera estando cerca de mis bellas hijas” escribe, privada de libertad y lejos de su familia por un delito inventado que, por más que le da vueltas a toda la teoría del derecho que ha estudiado, no le encuentra sentido alguno.
La joven abogada ha estado presa, formalmente de manera “preventiva”, por la denuncias de un antiguo juez y sus dos amigos que se aliaron para construir un proyecto de venganza. La consigna de esa alianza es “la cárcel o el exilio” para las fiscales que han investigado la corrupción de funcionarios públicos, algunos de los cuales rodeaban a Virginia en Mariscal Zavala.
Este texto es la crónica de una visita al pequeño espacio donde permaneció 105 días esperando que se definiera si iría a juicio.
El camino hacia la bartolina
Las visitas están permitidas los martes y los sábados. Sin embargo, este jueves fue especial. Todo el personal sabe que a las 10 de la mañana Virginia Laparra será entrevistada junto a una libreta, una grabadora y un lapicero. También saben que ella es la última mujer que quedó del grupo de abogadas acusadas por su trabajo en la fiscalía o comisión contra la impunidad, la primera debilitada y la segunda extinta.
Para llegar hasta la celda de Virginia se atraviesan cinco puestos de control, uno del Ejército y el resto del Sistema Penitenciario. El primero está en la entrada, y a pocos metros está el segundo donde se firma el registro de la visita. Lo primero que se ve al ingresar es el área de mujeres. Virginia no está aquí, para evitar poner en riesgo su integridad al compartir espacio con quienes fueron investigadas por la Fiscalía Especial Contra la Impunidad (Feci) a la que ella pertenecía.
– Yo soy Virginia Laparra, no era “la fiscal”, soy una persona. Soy un ser humano, un ser vivo que siente. Entiendo de derecho, estudiar no es un delito, ser preparada no es un delito. Presentar denuncias administrativas no es un delito, menos para estar en prisión preventiva. Ser mujer tampoco es un delito. Hacer el trabajo que me encomendaron tampoco es un delito. Ese era mi trabajo.
Hay un camino de cemento que atraviesa un amplio bosque donde los sonidos delatan la presencia de aves e insectos. Se dice que también hay serpientes, indudablemente, aunque por la hora no se animarían a salir. Llegando a la sección trasera, la de hombres, se pasa al tercer registro donde colocan un sello invisible en la muñeca. Unos metros adelante está el cuarto registro, allí permanecerá el DPI por el tiempo que dure la visita.
Pero el último registro parece ser especial. Está frente a las tres bartolinas separadas de esa área que se ve más exclusiva, donde permanecen personajes como el expresidente Otto Pérez Molina. La bartolina del medio es la de Virginia. A su lado se encuentran Otto Gómez y Celeste Soto.
El desorden de la rutina
Virginia inició el día caminando frente a su celda a las 7 de la mañana. Las guardias habían intentado despertarla para salir a caminar media hora antes pero no tenía ánimos de levantarse, casi no había dormido. A las 7:30 regresó, o más bien la regresaron a su celda. Desayunó frutas, leche e Incaparina, antes de que se venciera. Había estado sintiendo mucho dolor en el rostro, en el nervio trigémino, un padecimiento que se ha hecho más intenso y le impide dormir bien.
– A alguna hora del día me levanto, me acuesto otra vez, me vuelvo a levantar, arreglo la cama, doblo mi ropa, la vuelvo a meter. Me baño. Camino. Como. Lavo el baño, lavo la regadera, barro, trapeo, quito el polvo. Le echo agua al filtro, estoy muy consciente de tomar agua porque si no me olvido.
Así describe sus mañanas.
– Leo un poco de cada libro que tengo, porque antes era más fácil empezar y terminar algo pero ahora se ha vuelto estresante todo. Trato de no pensar en mis niñas para no llorar.
Esta vez no le permitieron recibir a sus visitas en la celda. La instrucción para hacer la entrevista era que permaneciera en el comedor de las guardias, un espacio con paredes de madera a unos metros al costado de las bartolinas.
Dos abogados ingresan a Mariscal Zavala para verificar el estado de salud de Virginia el 21 de abril. Foto: Karen Lara.
En cuestiones de salud, la situación de Virginia ha sido difícil. Antes de estar presa tenía acceso a sus tratamientos para el hipotiroidismo y la hipertensión. También se permitía salir a respirar en su oficina para aliviar la claustrofobia que padece, una condición que no podía más que agravarse al estar en la bartolina que se ve de unos 6×8 metros.
Considerando su claustrofobia, la defensa de Virginia pidió que no se le enviara a la cárcel. Cuando argumentaron sobre su salud para pedir su libertad, el juez Sergio Mena dijo que se le enviara al Federico Mora, un centro psiquiátrico donde observadores de DDHH han comprobado las condiciones indignas y la violencia que viven las personas internadas. Esta tampoco era opción para Virginia.
– Es una desesperación espantosa, pero no hay otro lugar mejor donde pudiera estar. Cuando me dictaron prisión preventiva pidieron mandarme a Matamoros. Pero en 12 horas hacen un informe y un análisis de riesgo para ver si me pueden tener acá. Al siguiente día contestan que no hay problema.
Los primeros meses solo le permitían salir 1 hora al día, ahora son tres horas: de 6:30 – 7:30, y de 15:00 – 17:00. No es un horario que le ayude, ya que ella busca evitar el sol porque también sufre afecciones de la piel. El resto del tiempo permanece encerrada, con una puerta de metal que deja entrar la luz por una ventana diminuta.
El aislamiento le ha hecho ser la primera que se da cuenta cuando se va el agua o la luz. Los apagones son recurrentes, el agua se ha ido unas tres o cuatro veces durante su estadía.
– Pensando en que eso puede pasar memoricé exactamente dónde está cada cosa para poderla encontrar en la oscuridad. No veo nada pero puedo encontrar mi cena. Antes de que oscurezca doy un vistazo para ver dónde está todo.
Un país al revés
Virginia carga un cuaderno lleno de anotaciones. Cada fecha importante, cada detalle de su proceso lo tiene anotado con tinta azul. Mientras bebe un poco del café que acompaña esta visita, repasa cada momento que, con todos sus años de estudio y trabajo en derecho penal, no le hace sentido.
– Es que de verdad no hay ninguna ley, ninguna normativa que diga que una fiscal no puede denunciar a un juez, eso no existe.
Y es que Virginia está siendo castigada por denunciar administrativamente a un juez, ahora nombrado relator contra la tortura.
Tampoco tiene sentido aplicar prisión preventiva. Como ella explica, no hubo nunca riesgo de fuga porque siempre buscó ser parte del proceso en su contra aunque le negaran la entrada a las audiencias. Su prisión contrasta con la impunidad de aquellos que ella investigó por corrupción.
– En uno de los últimos casos de corrupción que yo tenía, de millones, dan una causación económica de Q50 mil, la multa que le ponen es nada para esos millones.
Esto también se repite incluso con personas que llevaban años evadiendo una orden de aprehensión, pero que fueron beneficiadas con medidas sustitutivas como el arresto domiciliario, lo que Virginia ha pedido desde su primera declaración.
La impunidad respecto a la corrupción da una idea de cómo esta se ve como parte de la vida cotidiana, incluso se celebra lograr objetivos personales sin importar los medios.
– Los estereotipos de lo que está bien y lo que está mal es al revés. Si usted es tramposo ¡qué pilas! Si usted hace bien las cosas ¡tan bruto! Si dejamos que se vuelva general ser corrupto, mentir, hacer las cosas mal, sea el concepto de ser una buena persona, entonces el mundo habrá terminado, en mi opinión.
Entre lidiar con la disonancia de un sistema que funciona para los pilas, y la desesperante monotonía de la vida de reformatorio, Virginia menciona constantemente a sus hijas. El cumpleaños de la más pequeña se aproxima. Su visita es recurrente pero dolorosa.
– Por sobre todo, aquí lo que me duele es no poder estar con ellas. Soy un ser humano, un ser vivo que siente. Lo único que quiero es regresar a mi casa con mis hijas. Se lo dije al juez, se lo supliqué, pero no les importa.
El tiempo está por terminar. Se acerca el mediodía y se nota por los cambios en la luz del sol. Los pájaros no han dejado de escucharse y tampoco los ruidos de la construcción cercana. Llegando las dos horas de entrevista, hay algo que Virginia quiere decir para finalizar:
– Se me enseñó que hacer lo correcto no siempre era fácil, y claro, en los años que tengo me pude dar cuenta que efectivamente en ningún ámbito hacer las cosas de manera correcta es fácil. Pero nadie merece ser torturada por hacer las cosas bien. Yo sabía que hacer bien mi trabajo era molesto para algunas personas. No obstante hay que decir la verdad, hacer las cosas bien, y por sobre todo, quererse a una es importante. Y con todo el amor que me tengo, eso me ha logrado mantenerme y no desfallecer.
Virginia se despide luego de que la rectora avisa que se ha terminado el tiempo de dos horas fuera de su celda. Virginia se despide, toma su cuaderno y lapicero, regresa a la bartolina preguntando si pueden dejar un poco abierta la puerta. Es momento de firmar de salida en cada registro. Se sabe que es hora de almorzar por las mujeres y niñas que afuera del área ofrecen gaseosas y comida.
Mariscal Zavala se plantea como una cárcel de máxima seguridad. Este centro se ha vuelto el espacio donde esperan audiencia desde expresidentes, ministros, exmilitares, exfutbolistas, exfuncionarios públicos, personas que enfrentan procesos por narcotráfico, femicidios o crímenes de lesa humanidad.
Virginia ya no está allí, fue trasladada al lugar donde desde el inicio pidió no ir: la Cárcel de Matamoros. Luego de 50 días de retraso, se realizó la esperada audiencia de etapa intermedia y el juez Sergio Mena decidió abrir oficialmente un juicio contra ella por incumplimiento de deberes y se negó nuevamente a permitir que siga el proceso en su domicilio.
En un proceso que busca ocultarse al público, los días de prisión se siguen sumando. Su juicio iniciará el 28 de noviembre, cuando Virginia haya sumado nueve meses de prisión política, si el tribunal no le permite continuar el caso desde su casa. Con ello, la exigencia de libertad para Virginia continúa haciendo eco desde protestas, listones amarillos y una batalla legal contra el mismo sistema que en algún momento dio esperanzas de luchar contra la impunidad, cuando mujeres como Virginia Laparra lo pusieron en marcha.