Crónica del viaje de una 'Crisálida' hacia su libertad

Desde muy pequeña, Nataly supo que era una niña trans y así fue construyendo su identidad. A diferencia de los niños, ella prefería usar vestidos, jugar con muñecas y llevar el cabello largo. Pero eso no era aceptado en su familia, conservadora y religiosa. Así que la violencia y la discriminación la acompañaron siempre, incluso dentro de su propio hogar. Esas circunstancias la obligaron a marcharse de Santa Bárbara, su pueblo natal, y emprender un viaje para encontrar su libertad y su identidad.

A los 13 años muchas niñas están empezando la secundaria, comprando un sujetador o se están enredando en sus primeros noviazgos. Pero para Nataly las cosas eran muy distintas en Santa Bárbara, un departamento del oeste de Honduras, limítrofe con Guatemala.

Siendo solo una adolescente tuvo que dejar su tierra para migrar a San Pedro Sula, la segunda ciudad más importante de Honduras, ubicada en el departamento de Cortés. No fue un viaje placentero, ni divertido. Más bien, fue forzado por las circunstancias. Y de toda su familia, solo su madre la acompañó en el viaje.

En ese momento, Nataly, la Crisálida, empezaba una odisea.

Adiós violencia. Hola violencia.

Como muchas personas diversas en Centroamérica, Nataly sufría frecuentemente estigma y discriminación en su comunidad. Pero también dentro de su propia familia. E incluso maltrato psicológico, emocional y físico, principalmente de su padre, un hombre tradicional y machista.

En su niñez y parte de su adolescencia, aunque aún no tenía una expresión de género femenina, en su familia le decían que era un “amanerado”. Y ese trato también se reflejaban en agresiones y humillaciones diarias sobre su forma de comportarse, de vestirse y de moverse. La vida así era insoportable.

Armándose de valor y con el apoyo de su madre, a los 13 años, Nataly decidió marcharse y pedir refugio en la casa de su tía Clotilde, en San Pedro Sula, quien con ansias decía esperar su llegada.

En su nueva vida, todo parecía ir bien al principio. Sin embargo, las cosas cambiaron rápidamente. Nataly empezó a vivir con sus primos y otros familiares, quienes con el paso del tiempo comenzaron a maltratarla física y verbalmente. En el día a día le decían “culero” o “mantenido”. E incluso, una vez un familiar le dijo: “te crees mujer porque no te gusta el trabajo”.

Parecían solo palabras, pero realmente eran agresiones verbales que lastimaban su dignidad. Y la situación fue tornándose cada vez más violenta hasta que después de un tiempo decidió marcharse de la casa de su tía.

La segunda huida y una nueva tragedia

Nataly no tenía lugar al cual marcharse, después de salir de la casa de Clotilde. Así pasó rondando en la ciudad. Apenas tenía 14 años cuando se quedaba a dormir debajo de un puente y comía solo cuando alguien le regalaba un poco de alimento.

Fueron varios días y noches de frío, hambre y miedo. También de angustia y desesperanza. Y justo cuando su mundo se derrumbaba y sus fuerzas no daban para más, Nataly decidió visitar a una persona que había conocido en las cercanías del puente donde dormía. Y así consiguió sobrevivir.

Se trataba de Magda, una mujer de cabellos largos, que tenía su piel quemada por el trabajo bajo el sol y su rostro estaba marcado por un poco de maquillaje. Era ya una mujer bastante mayor y sin hijos.

Magda apoyó a Nataly y se convirtió en la luz que tanto necesitaba en su camino.

Vivían juntas y trabajaban como vendedoras ambulantes de dulces y algunas cosas de bisutería. De esa forma generaban ingresos suficientes para que ambas pudieran sobrevivir. Los meses pasaron, hasta que en una mañana Magda, en un mal giro que le jugó el destino, murió atropellada. Nataly pasó por un momento desgarrador al ver cómo la única persona que le apoyaba se iba de este mundo y sin siquiera despedirse.

Así que de nuevo estaba sola. Y para entonces ya tenía 15 años.

Una mujer trans en un mundo de hombres marcado por el patriarcado.

Magda ya no estaba a su lado, pero le había dado apoyo para mantenerse en pie y buscar nuevas oportunidades. Así que Nataly consiguió empleo en un taller de mecánica automotriz que pertenecía a un vecino, llamado Fran.

Cada mañana, Fran le decía a Nataly que él le enseñaría a ser un ‘hombre de verdad’. Escuchar eso no solo la hacía sentir incómoda cada día, sino también atentaba contra su identidad de género y la ponía en una situación vulnerable.

Al comenzar a compartir con sus compañeros en el taller, optó por acercarse a Alex, el único que la respetaba y no la hostigaba por su apariencia. Eso la hacía sentir bien y en algunos momentos hasta segura.

Alex era un chico un tanto mayor que ella. Tenía unos 17 años, era delgado, un poco alto y era el líder del grupo de jóvenes que trabajaban dentro del taller. Se llevaron tan bien, que Nataly decidió mudarse a las cercanías de la casa de Alex, por quien se sentía resguardada.

Sin embargo, los otros trabajadores del taller mecánico se percataron de la apariencia de Nataly, que en ese punto de su vida ya era mucho más femenina que antes, por lo que comenzó a ser víctima de acoso sexual.

Fran, el dueño del taller, era uno de los que buscaba aprovecharse de Nataly. Le ofrecía supuestos incrementos en su salario por actos que él llamaba “favorcitos”. La obligaba a trabajar más tiempo que los demás, llegando hasta altas horas de la noche, para abusar sexualmente de ella.

Si Nataly ponía resistencia, él decía que iba a despedirla y acusarla de robo en su taller. Fran se estaba aprovechando y haciendo uso de su poder para abusar sexual, psicológica y verbalmente de Nataly.

Fernanda, un salvavidas en medio de la tormenta

Con el paso del tiempo, Nataly conoció a una persona muy particular quien inspiró en ella curiosidad, admiración y mucha confianza. Su nombre era Fernanda. una mujer con cabello rizado, alta, de tez trigueña y muy delicada. Era la primera persona trans que conocía, por lo que intentó acercarse hasta que logró ganarse su confianza.

Las dos se hicieron amigas. Fernanda, con su experiencia, le dio información y compartió sus experiencias con Nataly, que hasta ese momento pude autodenominarse una mujer trans. Esto era algo nuevo para ella, pero por primera vez sentía que encajaba en un lugar, podía ser ella misma. Ya tenía 17 años.

Luego de abandonar el empleo en el taller, Nataly empezó a trabajar con Fernanda por muchos años en un negocio de venta de lotería y cosméticos de belleza. En ese tiempo y con su nueva amiga, logró conocerse más y encontrar su verdadera identidad. Al paso el tiempo decidió buscar un empleo nuevo.

Nataly se dirigió a la capital industrial de Honduras, San Pedro Sula para solicitar trabajo en una maquila. Logró pasar con una buena puntuación las pruebas de aptitud y actitud. Y luego pasó la entrevista cara a cara y estaba a punto de tener el empleo. Pero las cosas no fueron como esperaba.

El entrevistador quedó atónito al ver que la identidad de género de Nataly no coincidía con su documento de identificación. Y no solo eso, le dijo que “solo contrataba gente normal”. Así que le dijo que podía tener el trabajo, pero debía vestirse y presentarse como un hombre.

Nataly tenía que tomar una decisión. Ya sabía lo que era vivir en situación de calle y no quería volver a pasar por esa circunstancia. Así que con solo 22 años optó por dejar su proceso de transición, que ya estaba muy avanzado, y retroceder a su identidad masculina. Eso la llevó a una profunda depresión durante mucho tiempo.

En nuevo trabajo Nataly conoció a muchas personas. Algunas la apoyaban en su lucha dentro de la maquila por intentar expresar su identidad. Pero su jefe, Juan Ramón, la hostigaba y señalaba en todo momento. Además, se burlaba de ella, profería insultos y palabras soeces solo por ser una mujer trans. Incluso, la acusó de inmoralidades que jamás pudo comprobar.

Dentro del grupo de compañeros de trabajo, Nataly conoció a un chico que también sufría por el acoso de parte de Juan Ramón. Era Luis, un joven de unos 25 años aproximadamente, muy delgado y un poco callado, quien también pasaba por su proceso de transición.

De la maquila a la calle (y una gran sorpresa)

Con el pasar del tiempo, Nataly y Luis decidieron denunciar el abuso al que eran sometidas por parte de su jefe, por lo que les despidieron. Y al no contar con trabajo y con la necesidad de obtener ingresos, decidieron visitar a Fernanda, la vieja amiga de Nataly, quien estaba empezando a ejercer el trabajo sexual, debido a que su negocio no marchaba como lo esperaba. Así que les propuso hacer lo mismo.

Con miedo, pero tomando en cuenta la necesidad por la que las chicas estaban pasando, Nataly y Teresa -antes era Luis- decidieron aceptar. Y así comenzó una larga trayectoria como trabajadoras sexuales.

Pasaron muchos años, pero una noche apareció en la calle una nueva chica, llamada Romana, que tenía un rostro conocido para Nataly y Teresa. Por cuestiones de jerarquía en la calle, les solicitó el permiso para realizar trabajo sexual en la misma área. La chica contó que recientemente había perdido su trabajo, en el cual estuvo por más de 10 años y no podía conseguir otro empleo porque su edad no le ayudaba. Romana resultó ser su antiguo jefe en la maquila, Juan Ramón.

La vida dio un giro. Romana solicitaba la ayuda de Nataly y Teresa, a quienes trató mal en el pasado. Pero a pesar de todo, decidieron ayudarla. Incluso, que trabajara en la misma esquina de ellas.

Después de tanto tiempo Nataly labora como defensora de los derechos de la población trans en Honduras, impulsando la actual propuesta de ley de identidad de género para el país con una de las organizaciones más reconocidas del país, a través de la cual ha logrado trabajar en conjunto con su antigua amiga Teresa y Romana. Es una mujer orgullosa de su trayectoria y representa una motivación para muchas de sus compañeras trans.

Vive una vida libre, aunque con muchos obstáculos. Antes era una crisálida y hoy se ve como la mariposa más feliz que pudo imaginar, con un nuevo proyecto de una casa-refugio para brindar apoyo a personas de la población LGBTIQ+ que vivan situaciones como las que ella pasó en el transcurso de su vida.

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