Marina tiene su estrella

Hace un tiempo, antes de que la pandemia de la covid-19 frenara nuestras vidas, nos acercamos a Marina motivados por su fuerza y su belleza. En aquel momento ella entrenaba duro para garantizar su clasificación para las Olimpiadas de Tokio. Hoy, como muchos otros deportistas en el mundo, ella espera que el virus acabe para volver a su vida normal. Queremos compartir con las personas que siguen a  Ruda el testimonio de nuestro encuentro con una de las mujeres más importantes en la joven historia de las pesas femeninas en Cuba.

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Si quieres ver a Marina tienes que cazarla en el aire, o esperar a que ella aterrice y tenga un tiempo libre. Más de diez países en un año, bases de entrenamiento, enviones, arranques y alones consumen el tiempo de la joven cubana.

Luego de muchos intentos llegamos a casa de la pesista, una especie de cuartería en Marianao. Había música cubana puesta a todo volumen que se escuchaba desde afuera donde los muchachos del barrio tarareaban la canción. Una mujer fuerte de piel negra nos abrió la puerta, enseguida le estampamos un ramo de girasoles en la cara. Siete girasoles, porque en la página de Facebook de su mamá hay un altar del panteón yoruba.

Teníamos la duda de si esa mujer, la que nos abrió la puerta, era la misma que habíamos visto en la televisión levantando pesas. La casa es de una sola habitación con barbacoa (construcción dentro de los cuartos de altura, entre el techo y el piso, que normalmente se utilizan como habitación) y no teníamos espacio para ponernos de acuerdo en quién haría la primera pregunta. Por suerte, vimos una credencial de los panamericanos de Toronto colgada en la pared y ahí vimos una foto de Marina de cerca, con su cinta azul en la cabeza y su sonrisa victoriosa. La mujer que acomodaba las flores en un búcaro era Yamilé, la madre de Marina.


Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

– Ella está en una base de entrenamiento, Marina es todo deportes. Entrena todos los días menos los domingos. Ella hace cuatro años que no toma vacaciones.-

Apagó el equipo de música y subió las escaleras del pequeño cuarto. Regresó con bolsas y álbumes de fotos. Marina de un año, detrás de un gran pastel rosado cargando un globo, como el presagio de las pesas que años más tarde levantaría sin perder el estilo rosa. Marina con mamá y papá de tres años. Marina en su fiesta de quince. Muchas Marinas de diferentes edades pasaron de mano en mano mientras la madre feliz nos contaba la historia de su hija.



Fotos: cortesía de la mamá de Marina Rodríguez Mitjan

A Marina Ozana nunca la conocieron por su primer nombre, pero a su nieta, la pequeña niña nacida el 2 de marzo de 1995 bajo el signo de piscis, le pusieron Marina. La recién nacida, hija de la Virgen de Regla y de una profesora de geografía y biología, estaba destinada a hacer grandes cosas: recorrer el mundo, desafiar los mitos del cuerpo femenino y tener mucha fe.

Marina de La Caridad Rodríguez Mitjan quería ser modelo y bailarina. Era la niña más linda del barrio, dice su madre, “y sabía bailar con cualquier música que le pusieran”. Lo mismo un merengue, que una guaracha, que el grupo musical los Van Van. Sostiene Yamilé con orgullo de madre que nunca recibió quejas de Marina, sus notas eran buenas y era una niña aplicada y tranquila. Solamente una vez, durante la primaria, mandaron a buscar a la madre con urgencia. Generalmente, cuando le dicen a un niño que traiga a sus padres a la escuela es porque han hecho algo malo. Con ese susto llegó la mamá de Marina al aula y se sonrió cuando los maestros le dijeron que su hija corría más rápido que los varones.

Entonces Marina entró en la Escuela de Iniciación Deportiva Escolar (EIDE) para hacerse una campeona de atletismo. Allí practicaba 100 metros planos, 110 metros con vallas, salto largo y 1000 metros. ¡Le encantaba correr! Era tan veloz como una ardilla. Pero las ardillas son demasiado pequeñas. Y Yamilé se lamenta recordando mientras manosea una foto de la Marina adolescente. “Casi siempre quedaba en cuarto, en tercero, eso para la clasificación para los Juegos Escolares. Siempre la frenaron por el tamaño. Ella hizo las pruebas de la EIDE dos cursos seguidos. Y los entrenadores decían -ella tiene buen despegue, pero es muy chiquita- la frenaron siempre por eso.”

Marina se esforzaba en las pistas, pero cuando entraron unas niñas más altas al equipo, ella quedó relegada por los entrenadores. “Es demasiado pequeña”, decían. Así, la hermosa niña que corría más rápido que los varones vio frustrada su carrera como atleta, pero no dejó de bailar. Marina le había dicho a su madre que sería una deportista reconocida. Y como ella es devota de la Virgen de Regla, le creyó de inmediato. “Cada cual nace con su estrella” dice, “y Marina tiene la suya”.

Yamilé saca de una cartuchera todos los pedazos de periódicos en los que ha salido su hija. Está sentada en una silla pequeña y coloca sobre sus rodillas los recortes de la prensa. Desdobla con cuidado el arrugado papel y repasa con sus dedos la noticia como si se tratara de una reliquia.

En el año 2011 el comisionado nacional de pesas vio a Marina y le propuso a Yamilé que la pusiera en el equipo femenino de halterofilia. Ella estaba en noveno grado, bailaba en las fiestas del barrio y aún le encantaba correr. Las pesas femeninas tenían 5 años de haber comenzado en Cuba, con una diferencia de 22 años con respecto al panorama mundial y de 15 años en relación al área panamericana. “A Marina le daba miedo que se le pusiera el cuerpo de macho” cuenta su mamá. Pero las pesas en Cuba habían ganado la pelea por la inclusión de las mujeres en esta disciplina.




Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

Con los trozos de periódicos en la mano, la madre nos relata la carrera de su hija como si nos contara una de esas novelas brasileñas que, nos confiesa, vuelven loca a Marina. En su primera competencia fue la atleta más destacada con 6 intentos válidos. Luego integró la matrícula del equipo nacional como segunda figura en los 58 kilogramos. Al principio, Marina mantuvo discreción con sus amigas y su nueva incursión en los deportes. Así fue, hasta que un día, los muchachos de barrio, esos mismos que nos recibieron tarareando una canción afuera de la casa de Marina, la vieron llegar con un uniforme tricolor. Entonces ella les dijo: “Estoy en el equipo Cuba, en pesas.” Eso nos cuenta su madre a la que le brillan los ojos no se sabe bien si por orgullo o por la alergia que le provocan los recortes de periódicos viejos.

Luego de casi una hora de conversación, ya la vida de Marina no estaba en soporte físico y Yamilé dejó los papeles y fotos sobre el piso para mostrarnos la pequeña pantalla de su LG de color blanco. Y ahí tenía atesorados los videos de sus competencias, fotos, conversaciones por chat.

Marina fue la subcampeona panamericana de Toronto, 2015 y en los Panamericanos de Lima, Perú, 2019 ella terminó en 5to lugar, quedando por debajo de los pronósticos que la ubicaban en un bronce. Luego de ese resultado, la hermosa joven de piel azabache no salía como antes en la prensa. Ahora tiene 25 años y es la más veterana del equipo. El hombre que la llevó a sus mejores resultados se fue a cumplir una misión internacional como entrenador en Guatemala. Ahora tiene un nuevo entrenador y muchas personas que la apoyan, pero a veces Marina se siente sola frente a la barra de discos multicolores.





Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

Al azar puso un video de una competencia en Colombia en la que Marina no alcanzó buenos resultados. Y mientras el video corría y la joven, extenuada, dejaba caer la barra sobre el suelo, ella fijaba la vista en la pared de enfrente, donde cuelgan las medallas de su hija. “Dice que no le pesó, pero no lo levantó.” Por vergüenza o por mímesis miramos también a la pared de enfrente y ella nos dijo: “Y eso que yo he quitado… porque esos apliques se debilitaron. ¡Una pila de medallas que tiene!”

La madre de Marina es una fiel admiradora de su hija, una guía, pero también la intérprete, para nosotros, de sus retos cotidianos. “Yo no soy su mamá, yo soy su hermana, nosotras nos llevamos súper bien, pero lo que no está bien, le digo que no está bien. Yo le dije: -tú no te preparaste lo suficiente- y ella me dijo que estaba desmotivada.”

Yamilé nos cuenta que, cuando Marina estaba en atletismo, se ponía muy nerviosa, pero ahora ya no tiene nervios, “cierro los ojos y cuando los abro ya pasó.” Tal parece que la madre se prepara para el fallo en el Arranque, el movimiento más difícil para Marina. Pero, aunque cierre los ojos, ella está siempre ahí, del otro lado del mundo, con el corazón puesto en su hija.

Y nos mostró una foto del viejo Gálvez y de Marina con Adán Rosales su antiguo entrenador con quien consiguió sus mejores pesos, y de Marina con Mercedes, la colombiana campeona panamericana y amiga de Adán. Y mientras ampliaba la foto para ver mejor la cara de las dos pesistas Yamilé nos contó que la colombina le dijo al entrenador cubano en Toronto: “Tú estás preparando a esa negrita para que ella me gane.”

Y después había una foto de Marina con su hermano Yunior, el amor de su vida, otra con el mejor pesista de todos los tiempos y la última con Luis Fonsi. “Lo único que la saca a ella del deporte es el baile, ella baila de todo.”

El espacio ya nos era familiar, las paredes azules, los arabescos de las losas del piso, un gran televisor de pantalla plana y a un costado del plasma una muñeca Lili, de las clásicas cubanas, vestida de guinga azul. La muñeca sobre una sopera, con collares, tabaco y otras ofrendas, presidió en encuentro como la representación de la Virgen de Regla, Yemayá.

Siempre es común entre artistas o deportistas tener un ritual antes de entrar a escena, pero, salvo el lazo en la cabeza de Marina ella no parece necesitar nada más que su fe.  “¿Un ritual? Ya te estoy diciendo que ella es devota de la Virgen de Regla.”

-Ella tiene lo suyo, ella tiene lo que le toca.-

La madre de Marina es su mayor apoyo y su mayor fan. Ella afirma que Marina tiene su estrella. Y nosotros podemos decir que Marina es su estrella.






Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

Con uñas y labios pintados

A Marina le encantan las series y las novelas. Pero no se parece a ningún personaje. No se parece a Emma Bovary, aunque ve muchas novelas, porque no tiene amantes misteriosos y las fantasías de la TV no perturban su cotidianidad. No se parece a Remedios la Bella, aunque es hermosa, porque no mueren los hombres intentando poseerla. No se parece a Maggie Fitzgerald, aunque también practica un deporte duro para las mujeres, porque no gana un millón de dólares por sus levantamientos. Marina no se suicida con arsénico como la chica de Flaubert, ni sale volando entre las sábanas como el personaje de “Cien años de soledad”, ni queda postrada en una cama como el personaje inspirado en “Rope Burns: Stories From the Corner”.







Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

Sin embargo, ser deportista del equipo Cuba tiene su misterio, tiene su cosa. El día que, por fin, cuadramos un encuentro con la verdadera Marina, no la reescrita al vuelo por su madre, ni la telefoteada por los sofisticados lentes de las cámaras, ni la de las redes sociales, llegamos tarde a la cita. Marina había salido del gimnasio y cruzaba la calle 100 con su uniforme deportivo. Primero nos abordó la duda de siempre ¿Esa es Marina? Sí, era Marina en cuerpo y alma. “¡Marina, somos nosotros, los artistas!” Sí, porque lo de periodistas, no va con nosotros, no lo somos ni de profesión, ni de espíritu.

En el camino hasta el gimnasio nos encontramos con Vicente Gálvez, el entrenador de los campeones olímpicos. El gimnasio es inmenso, oscuro, lúgubre. Tiene alrededor de treinta plataformas con el equipamiento de las pesas. Cuando entramos sólo había hombres entrenando, Marina llegó saludando a todos y sus besos se escuchaban por la acústica del lugar zigzagueando entre el golpe seco de las pesas sobre la madera.

Marina de cerca se ve más bonita. Ella es una mujer sencilla, diríase común, si no fuera una hermosa levantadora de pesas. Hasta uñas acrílicas tiene puestas y argollas de oro y maquillaje y paquete de datos móviles. Marina habla de sus resultados en las pesas, mientras mueve las manos y hace mohines. “El mejor resultado mío en los últimos tiempos fue en los juegos Centroamericanos. Fui campeona en Envión y subcampeona en Arranque, aunque no mejoré mi Biatlón, me sentí muy bien en esa competencia.”

Veo a Marina hablando de sí misma y recuerdo la vehemencia de su madre hablando de ella, miro hacia la oficina de los entrenadores y allá arriba están todos sentados alrededor de la mesa, arreglando el mundo de las pesas en Cuba sin mirar mucho para abajo.

-Últimamente las cosas no me han salido como yo he querido, pero espero recuperarme porque un bache lo tiene cualquiera-

Su movimiento favorito es el Envión porque en el Arranque tiene deficiencias técnicas que la han hecho fallar pesos importantes en competencias internacionales. Ella, como todos los deportistas, quiere “representar dignamente al país” y repite esta frase como aprendida de memoria. Por eso cuando no puede con el peso ella se siente muy triste “…porque soy una atleta dedicada, voy a cumplir 8 años aquí en el equipo nacional, ya tengo experiencia…” Y Marina lo dice con vergüenza, más que con tristeza.

-Mi meta principal ahora mismo es mejorar mi Biatlón…Hasta ahora las cosas no han salido como yo he querido, pero tampoco han salido tan mal que digamos.

Ella entrena cada día haciendo el mismo número de repeticiones de Arranque y Envión, hasta un máximo del 90 por ciento de sus pesos en competencias: 98 de Arranque y 126 en Envión. Entrena todos los días primero arranque y envión, luego cuclillas y alones.

Aprovechamos la sesión de fotos, para preguntarle sobre su vestuario de competencias. Para competir al equipo le dan un vestuario que es único, con simbologías que representan al país. “Para competir yo siempre me pongo mi lacito, siempre me maquillo, me pinto las uñas de azul también. El azul es mi color preferido. Yo siempre me pongo mi lacito, mi lacito siempre me lo pongo, a mí me da suerte. Hace un tiempo me lo cambié por uno blanco, pero creo que no me ha dado mucho efecto el blanco, creo que tengo que seguir con el azulito”.








Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

Un pañuelo doblado envuelve la cabeza de Marina en todas sus competencias, moda, superstición, vanidad… Sea como sea, el lazo encierra una posible simbología que nos remite a las creencias religiosas de Marina, que ya su madre nos había adelantado. Sin embargo, ella piensa distinto a su madre. “Yo tengo mis creencias religiosas, no es que yo me he escondido, ni nada, pero esta es una escuela laica y mi religión la llevo dentro.” “La creencia la llevas para ti, la sientes tú…. Yo Tengo mucha fe en la Virgen de Regla y tengo una tía muerta a la que siempre le pido la bendición antes de competir.” Marina tiene su lazo azul, a la Virgen de Regla, a su madre y a Gregoria Imina, su tía muerta que le da siempre la bendición, pero no siempre le salen bien las cosas. “Aunque las cosas me salgan bien o mal nunca he perdido la fe en lo mío, porque lo bueno, lo malo y lo regular siempre sucede por algo.”

Marina es una joven sincera y sacrificada, una campeona que ha sabido asumir con la misma sencillez el éxito y el fracaso. Una muchacha coqueta a la que le gusta hacerse fotos para subirlas a Facebook. Una joven de 25 años que tiene el compromiso de levantar el peso de la Isla en cada intento. Y aunque ese peso la trascienda, a su entrenamiento cotidiano llega con la misma alegría con la que se sube a los podios: con uñas y labios pintados.

Actualmente la bella Marina sigue levantando sueños y es una de las atletas más importantes en la joven historia de las pesas femeninas en Cuba. Su más reciente y gran resultado fue bronce en Envión (124 kg) y cuarto lugar en Arranque (100 kg), y Biatlón (224) en la Copa del Mundo en Roma, 2020. Hoy se supera a sí misma para clasificar en sus segundas Olimpiadas, sigue bailando de lo lindo con los Van Van y aún es la joven más hermosa del barrio.

“Yo creo que pa levantar pesas hay que estar loco, no lo puedes pensar”, nos dice Marina y se ríe a la cámara, coqueta y dulce, mientras levanta más de 50 kilogramos como mariposa levantando sus alas.









Foto: Jorge Ricardo Ramírez Fuentes

***Este trabajo fue elaborado en el “Taller de Nuevas Narrativas en La Habana” a cargo de Federico Mastrogiovanni y Sergio Rodríguez-Blanco, organizado por TallerINN, Rosa Luxemburg Stiftung, Casa de las Américas e Ibero México-Tijuana, en colaboración con Programa Prende y perrocronico.com. El texto y las fotografías forman parte del proyecto de investigación “Narrativas, periodismo y regímenes discursivos de la cultura”.

Isabel Cristina López Hamze

Cubana, escritora, buscadora de historias, madre de hijos varones y, en mis ratos libres, Máster en Ciencias en Pedagogía del Arte, teatróloga, profesora, investigadora, crítica y asesora teatral.

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