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Un plan de extinción porque somos “el obstáculo para el desarrollo”

Imagen: Sucely Puluc

Llegué a este espacio que se llama Bolivia hace 50 años, en un pequeño y remoto pueblo de no más de 40-50 familias. En mi amado San José de Uchupiamonas  en la provincia Iturralde del departamento de La Paz, Bolivia.

Durante mis primeros 11 años mis maestros de la vida; mis abuelos José Cuqui y Antonia Navi me mostraron y enseñaron a conocer nuestros bosques, viajar por nuestros ríos, conocer los nombres de los sitios, de los riachuelos, de las montañas, de los lagos, lagunas y nuestros lugares sagrados. Me enseñaron a respetarlos porque “ellos son dueños de su lugar y lo que en ellos existe” y “hay que pedir permiso para entrar en los bosques, para entrar en sus aguas, para tomar lo que nos ofrece la Madre Tierra. Es un principio de educación respetar lo que no es tuyo y, antes de tocar, preguntas o pides permiso”.  También disfruté las noches de rituales en los cuales agradecíamos a la Madre Tierra y las divinidades; por la vida, por lo que teníamos, por lo que éramos, por cómo estábamos, y porque se nos permitía alimentarnos de las criaturas de la Madre Tierra.

Mi bisabuelo, Francisco Navi, el gran sabio, el gran curandero de su tiempo, el chamán, cuidaba de la salud espiritual de nuestro pueblo. Nos hacía entender que, en nuestra relación con el universo, nosotros somos las criaturas más débiles, que estamos a expensas de la benevolencia de todo lo que nos rodea pero, al mismo tiempo, somos privilegiados y hay que agradecer por eso.

Mientras tanto también se me inculcaba el deseo de aprender, de explorar más allá de mi San José de Uchupiamonas, de cruzar mis propias fronteras. Que mis sentidos y extremidades eran herramientas suficientes para explotar mis capacidades. “No utilizarlas sería un desperdicio y flojera, todo lo que se necesita es voluntad”, me decía mi maestro de la vida. Pronto aprendí también que para vencer mis limitaciones (además de voluntad) necesitaba paciencia, constancia, perseverancia, tenacidad, (resistir-aguantar-soportar), dignidad y esperanza en que podía. Significaba vencerme a mí misma; a no ceder ante mis momentos de debilidad, al duro camino, a mis dolores por mis pérdidas, a mi condición de desventaja en todos los sentidos en los que tenía que vivir cada día.

Las recompensas se convirtieron en ser la primera mujer Uchupiamona en terminar el colegio y la primera persona de mi pueblo en ir a la universidad. Luego, a través de mi noción de libertad-comprensión de lo que me rodeaba, logré crear mi propia fuente de sustento con una pequeña agencia ecoturística especializada en observación de aves, Bird Bolivia. Encontré entonces en ella la forma con lo que podía apoyar a jóvenes que tenían curiosidad por el mundo y vislumbraban algo más en su futuro.

Para el año 2008 estaba entonces lista, dando lo que había podido construir en mi cuerpo y mi conciencia; devolver lo que me había dado mi primer hogar, mi San José de Uchupiamonas. Pero en 2009 lo que encontré fue una primera batalla por todo lo que yo amaba de mis raíces. Junto con miembros de mi familia y algunos otros hermanos Uchupiamonas evitamos una concesión forestal de 31,000 hectáreas de bosque. El resultado en conjunto con alrededor de 120 personas de mi pueblo fue impulsar una alternativa sostenible comunitaria a través de un proyecto de ecoturismo especializado en observación de aves, Sadiri Lodge.

Este proyecto me mantenía entonces en mi pueblo como miembro del directorio de gestión de territorio. Pero en 2016 nos sorprendió una amenaza mayor para todo lo que representaba este territorio para la Madre Tierra; dos áreas protegidas y cinco ríos más. Supe inmediatamente que también para miles y miles de hermanos de diferentes naciones indígenas.

El poder económico que son los gobiernos y transnacionales, pretendían construir dos mega hidroeléctricas que matarían todo vestigio de nuestra existencia. Seis naciones indígenas serían borradas del Estado Plurinacional de Bolivia. Las áreas protegidas Madidi y Pilón Lajas serían devastadas y se inundarían en una extensión siete veces mayor a la sede de gobierno de la ciudad de La Paz. Los ríos Kaka, La Paz, Beni, Quiquibey y Tuichi desaparecerían para siempre. Todo, para producir una energía que solo favorece al capitalismo.

Esto nos une entonces a hermanos Mosetenes, Chimanes, Esse Ejjas, Lecos y Tacanas en nuestra organización local, la Mancomunidad de Comunidades Indígenas de los Ríos Beni Quiquibey y Tuichi. Una lucha por la existencia se inicia y nos enfrenta a la capacidad destructiva del gobierno con las células más sagradas como lo son nuestras familias, nuestros pueblos y comunidades, la ruptura de nuestras estructuras sociales, económicas, culturales, y espirituales.

En este andar de denuncia y defensa del territorio conocemos en ámbitos nacionales e internacionales a hermanas y hermanos que viven lo mismo, entendemos entonces que nosotros, los pueblos indígenas y campesinos, somos víctimas del abuso, del sometimiento, de la esclavitud por un sistema de prebendas y del racismo que aplican sobre nosotros un plan de extinción porque somos “el obstáculo para el desarrollo”. Cambian nuestra forma de pensar, borran de nuestra conciencia que nosotros no existimos sin nuestros territorios. Nos dividen y empezamos a desconocernos entre hermanos de un mismo pueblo. Una autodestrucción propiciada, estratégica y ejecutada por el poder para el poder.

Es ahí donde las mujeres nos resistimos a que la usurpación del capitalismo y del extractivismo nos haga perder la conciencia de lo que somos en este universo. Nos organizamos a nivel nacional en la Coordinadora Nacional de Defensa de Territorios Indígenas Originarios Campesinos y Áreas Protegidas (CONTIOCAP), donde el 95% de las resistencias están lideradas por mujeres. Dejamos evidencia de que existimos como seres con conciencia de nuestro rol en esta vida, de dónde es mi honor y privilegio ser parte.

Nuestras luchas por la vida rompen los paradigmas de fronteras regionales para reconocernos como hermanos en la diversidad. Encontrar el hilo que nos une, porque nuestras luchas cruzan fronteras físicas, porque en nuestra Abya Yala somos un solo sentimiento, somos el amor por nuestros cuerpos que son nuestros territorios.