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Stacy, activista por los derechos de las mujeres trans, reivindica ser “puta feminista”

Cada mañana, Stacy se prepara para ir a trabajar. Desde hace algunos años dejó el trabajo sexual y ahora es parte del staff de la Organización Reinas de la Noche, Otrans. Se arregla, maquilla y se coloca la mascarilla. El ritual para salir siempre es el mismo. Camina por las calles sin miedo, pero a la defensiva porque ha sido objeto de miradas indeseadas, burlas e insultos.

“Desde que me levanto sufro de discriminación. Cuando te oyen la voz o te ven cualquier rasgo físico, te identifican como mujer trans y se empiezan a reír.
Hay una validación de la mofa y de la burla. Nadie dice nada. Todos los días te discriminan, te excluyen y te violentan psicológicamente. La vida de una mujer trans es de constante peligro. Me han asaltado, me han amenazado. Somos acosadas sexualmente. Tu propia familia te discrimina”, dice Stacy.

Desde los 7 años, supo que era niña trans. Su sentir era diferente al de sus compañeros, ella tenía la necesidad de expresarse como mujer, como una forma de reafirmar su género.

En casa “tuve que decir quien era, sabiendo todo lo que se me vendría encima”, cuenta. “Es un proceso muy complejo decir: bueno, ya no quiero usar pantalones de hombre, quiero pantalones de mujer”, añade.

Su familia no la apoyó.

Stacy nació en el seno de una familia conservadora y su padre era el líder máximo de la iglesia evangélica del pueblo en donde nació. A los 9 años fue abusada sexualmente y a los 11 o 12, empezó a prostituirse para poder sobrevivir.

“Como personas trans nos roban la niñez y la adolescencia. Nunca somos niñas o adolescentes trans, aunque tengas 12 o 13 años. Sos una persona adulta trans. El sistema te impone también las responsabilidades de tus papás. Tus papás te las pasan a la hora que te vas de tu casa por ser una mujer u hombre trans. Nos convierten en adultas a temprana edad”, afirma.

Stacy ejerció el trabajo sexual durante 17 años. Desde entonces, el camino que ha recorrido le ha dado claridad sobre el papel que quiere desempeñar como miembro activo de la sociedad bajo un concepto nuevo: ser “Puta Feminista”.

“Me reafirmo Puta Feminista porque creo que la autonomía del cuerpo no solo pasa por querer ser madre o no. También pasa por decidir con quién quiero compartir un orgasmo y con quién no. Y si me paga o no me paga”, explica.

Prosigue diciendo: “esa autonomía es algo con lo que el movimiento feminista tiene deuda. Nos enseñan a que tenemos que estudiar, a ser correctas, pero no nos enseñan a disfrutar de nuestra sexualidad. Soy Puta Feminista porque aparte de percibir un pago, también es importante que una disfrute”.

Y es que ser “Puta Feminista” también es una forma de evitar la re victimización de las mujeres trans, de acuerdo a Stacy. Es, además, una forma de protegerse porque, a menudo, son vistas como víctimas de trata de personas y prostitución.

“A los movimientos feministas les parece mal que una niña esté en trata o en prostitución, pero jamás hacen una acción específica a favor de las niñas y adolescentes que se prostituyen y que son mujeres trans. Nunca he visto una acción política coherente”, señala con molestia.

En Guatemala, hay 15 mil mujeres trans. Más de la mitad son de origen indígena y su situación es vulnerable. De 2017 a 2020, 74 personas trans han sido asesinadas. Aun así, dice que la visibilización ha permitido avances en las oportunidades a las que tienen acceso. En 2010, el 99.9% de ellas ejercía el trabajo sexual. Ahora, la cifra bajó a 77%.

“Quisiera que las niñas y adolescentes que están empezando en esta tortura estudiaran toda la vida”, refiere.

Lograr el bienestar que se desea, empieza por derribar los estereotipos del patriarcado y conseguir servicios de salud pertinentes e incluyentes para la comunidad trans y LGTBIQ.

Mitos y leyendas

Las historias que se difunden sobre la comunidad trans son mitos y leyendas que condicionan una mejor atención, asegura Stacy. “Creen que somos mujeres de mentiras. Esa es una falacia. Todas somos mujeres biológicas porque a todas nos parieron por un acto biológico. Otro prejuicio es que nacimos en el cuerpo equivocado, pero las mujeres nacemos en cuerpos perfectos trans”, aunque algunas prefieren hacer una transición física para realzar el género con el que se identifican, Stacy cree que no es necesario para ser una mujer trans.

“También creen que nos gusta estar en la calle y no estudiar. Eso es mentira. El 58% de las mujeres no ha terminado la primaria y se han salido por la misma discriminación. Sí nos gusta estudiar y trabajar. Lo que no tenemos son oportunidades”, recalca.

Además, se cree que las parejas de las personas trans son gay. “Nuestra orientación sexual no tiene nada que ver con nuestras parejas. Hay que desmitificarlo porque las mujeres trans nos merecemos ser felices, con alguien o sin alguien. Muchas no forman su familia por los prejuicios que existen. Es una relación sexual y sentimental”, afirma.

Tras 20 años de experiencia en el movimiento LGTBIQ, Stacy tiene claro el panorama:

“Sufrimos casi los mismos efectos de la corrupción y la impunidad. A unos los despojan de sus territorios. A nosotras nos despojan de nuestros cuerpos y de nuestra sexualidad. Nos quitan la oportunidad de poder estudiar y de poder trabajar. No vamos a llegar a la identidad de género si no nos unimos a la manifestación social. Eso hace la fuerza. Si hubiéramos seguido nuestras protestas como en 2015, no tendríamos una CC -Corte de Constitucionalidad- cooptada y una CSJ -Corte Suprema de Justicia- cooptada por la corrupción. No vamos a llegar la vacuna ni al matrimonio igualitario sin unión”.

En el mes del Orgullo y Dignidad LGTBIQ, el sueño de Stacy es que las mujeres trans puedan aprender a vivir una vida digna libre de burlas y violencia, en entornos seguros y de paz, en donde no sean criminalizadas.