RUDA

View Original

Ser mujer y niña en Guatemala

Fotografía: Celeste Mayorga

El 15 y el 17 de octubre se conmemoran a nivel internacional dos fechas importantes que colocan bajo la lupa la realidad y situación que viven a diario las mujeres en Guatemala, en el Día Internacional para la Erradicación de la Pobreza y el Día de la Mujer Rural.

Las mujeres guatemaltecas constituyen uno de los sectores históricamente más afectados por la pobreza en sus múltiples dimensiones. Si a la condición sexual de ser mujer se suma el ser indígena, la situación se torna aún más compleja porque se suma el racismo estructural que impera en la sociedad. Las privaciones que viven las mujeres en Guatemala limitan el acceso a educación, salud, alimentación nutritivita y se agravan por la violencia de género. La pandemia de la covid-19 profundizó y agudizó esas condiciones y las situaciones de violencia aumentaron, generando un contexto más adverso para las mujeres en general.

Cuando se habla de la situación de las mujeres en Guatemala y el mundo, resalta un dato relevante: representan la mitad de la población. En el país, las mujeres representan el 51.5 % de la población, siendo un total de 7 millones 687 mil 190, de acuerdo con el último censo de población de 2018, pero además es uno de los sectores que se ven más afectados por la pobreza.

Estas privaciones, desde un enfoque de desarrollo humano, restringen el bienestar de las personas limitando sus posibilidades de vivir bien. Las mujeres son uno de los sectores con altos niveles de pobreza que les privan el acceso a empleo, educación, salud y bienestar general sumando los impactos de la violencia de género. Otro sector vulnerable está conformado por los pueblos indígenas, donde se suma el racismo como factor histórico, estructural y social. 

El Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo Humano (PNUD) calcula que en Guatemala las mujeres trabajan cuatro veces más que los hombres, contando las labores domésticas no remuneradas y otras ocupaciones remuneradas. También señala que cuando las mujeres son jefas de hogar trabajan tres veces más en labores domésticas que los hombres jefes de hogar. Pese a ello, el empleo para las mujeres es más precario por la devaluación de las tareas domésticas o de cuidado, que no se interpretan como “trabajo”, sino como “apoyo” o cumplimiento del rol de género asignado a las mujeres.  

En general, el desarrollo humano de las mujeres es más bajo que el de los hombres guatemaltecos y más bajo que el promedio. Se calcula que del Índice de Desarrollo Humano (IDH) para Guatemala (0.49), los hombres tienen un 0.52, mientras las mujeres de 0.46.

Asimismo, se calcula que el 90 % de la población indígena vive con ingresos menores a la canasta básica vital, y el 72 % respecto a la canasta básica alimentaria. En los niveles de escolaridad, las mujeres estudian un promedio de 4.4 años, mientras que el promedio de la población indígena es de 2.9 años.

La socióloga Victoria Tubín, sostiene que las mujeres indígenas viven la pobreza de maneras específicas: “En principio, por el hecho de ser mujer sus derechos son vulnerados por el mismo patriarcado, pero con la suma del colonialismo y el racismo, no solo se es mujer, sino que también pertenece a uno de los grupos invisibilizados. Las mujeres y las niñas no aparecemos en las agendas de reactivación económica y en ninguna agenda de cambio”.

En el contexto de la pandemia esta situación se agrava para las mujeres indígenas, “hay mucha más pobreza porque muchas perdieron su trabajo, otras dejaron de vender sus tejidos y arte, muchas son agricultoras y perdieron sus siembras. Muchas quedaron sin comida, sin maíz. La violencia también se acentuó mucho más en sus hogares”, enfatizó la entrevistada.

La relevancia mundial de atender la pobreza

La pobreza se entiende como un fenómeno que no se limita al ingreso económico, sino como un problema de múltiples dimensiones donde las personas se ven privadas de distintos accesos y capacidades, lo cual les impide el desarrollo de una vida digna. 

Aunque se analiza que en el mundo se está generando riqueza como nunca antes, la desigualdad en el acceso y distribución de la misma para millones de personas implica privaciones de los bienes más básicos. De acuerdo con el PNUD, más de 800 millones de personas en el mundo viven en condiciones de desnutrición y pobreza extrema, y las inequidades se reflejan en un dato concreto: la riqueza del 1% más rico de la población mundial es igual o mayor que la riqueza del 99%.

Ante estas realidades, la Organización de Naciones Unidas (ONU) estableció en 1992 el 17 de octubre como el Día por la Erradicación de la Pobreza. Entre las privaciones que se analizan, están la falta de alimentos nutritivos, falta de acceso a la justicia, poco acceso a atención médica y falta de poder político. 

En Guatemala, la socióloga Tubín señaló que las privaciones más sentidas para las mujeres y niñas se enmarcan en la falta de acceso a educación, a salud y un ambiente sano. Enfatizó la gravedad de la violencia sexual contra las niñas ante la cual el estado de Guatemala no ha respondido: “las privaciones que provoca este Estado excluyente son la vida, la educación, la salud, en sí la libertad de su autonomía como ser humano”. La imposición de un embarazo, para las mujeres y niñas, agrava el ciclo de pobreza.

Con la pandemia de la covid-19, las niñas han sido las más afectadas por la falta de acceso a educación vía digital ante la imposibilidad de contar con teléfonos inteligentes y acceso a internet. Esto influye en los niveles de deserción escolar para las niñas especialmente indígenas. 

Para el presente año, el énfasis del Día por la Erradicación de la Pobreza está en alcanzar la justicia social y ambiental, considerando la grave crisis climática mundial que afecta de maneras particulares a las personas en situación de pobreza y pobreza extrema.

La defensa de la madre tierra y el territorio-cuerpo de las mujeres

“No somos pobres, nos empobrecieron. No nos dan el derecho a la tierra, a un salario justo y toda la carga de cuidado ha caído sobre nosotras las mujeres”, así describió la forma en que se vive la pobreza las mujeres indígenas María Guadalupe García, integrante de la organización Mamá Maquín y del movimiento Tejiendo el Buen Vivir.

“El día de las mujeres rurales no es una celebración sino una conmemoración. Se reconoció este día por toda una lucha de las mujeres. Es un día para posicionar, reivindicar y denunciar todo lo que está pasando en nuestro país, la violencia, la criminalización contra las defensoras de la madre tierra y la memoria. Gracias a todos estos aportes y conocimientos la vida continúa. Tenemos esta lucha por la defensa del territorio-madre tierra y el territorio-cuerpo de las mujeres”, anotó García. 

Desde la organización comunitaria de mujeres, ella señaló que están impulsando la agricultura sostenible como un camino a la soberanía alimentaria. Asimismo, “estamos sensibilizando, concientizando que debemos conocer nuestra historia, aunque sea de mucho dolor y sacrificio por la guerra, también tenemos historia de alegría y de esperanza. Es parte de lo que debemos ir sanando. Es importante un proceso de sanación para nosotras, los traumas, los dolores, nuestra relación con la madre tierra. Queremos una vida libre de violencia para las mujeres y para la madre tierra”, agregó

Estas acciones parten de la concepción no mercantilizada de la naturaleza, como mencionó la entrevistada: “No vemos los elementos naturales como una mercancía, sino como elementos para la vida. Tenemos la esperanza de que sí lo vamos a lograr a través de mantener viva la memoria histórica, quiénes somos”.

La organización comunitaria ha sido importante en la lucha por la erradicación de la pobreza multidimensional. Iniciativas como las del colectivo de Semillas Criollas y Nativas de Guatemala (Senacri) han realizado trabajos importantes en más de 50 comunidades del país en torno a la producción de semillas nativas.

Para Edson Xiloj, uno de los fundadores de Senacri: “hace 11 años éramos 14 personas jóvenes, reforestábamos, hacíamos jornadas de limpieza. Nos dimos cuenta que en el corredor seco había poco acceso a los alimentos y eso era una causa de desnutrición y muerte infantil. La mayoría de las agricultoras dependen de factores externos, ya sea para comprar semillas o fertilizantes. Buscamos una alternativa y nos dimos cuenta que el mayor problema era el acceso a semillas. De siete años para acá fortalecimos todos estos conocimientos en conjunto con las comunidades”.

Este trabajo fortalece el camino hacia la soberanía alimentaria en tres sentidos, que se visualizan en lo que Senacri llama huertos de triple propósito: el acceso a alimentos con pertinencia cultural y nutritivos; la producción de semillas para las próximas siembras; y el apoyo a la economía familiar a través de compra de semillas excedentes y su distribución nacional.

Con los ingresos económicos de la venta de semillas criollas y nativas, las familias han podido cubrir los gastos relacionados a la educación de hijas e hijos. Xiloj señaló que el 90 % de las personas en el programa son mujeres y son ellas las que se encargan de los huertos familiares. Actualmente trabajan con 52 comunidades en todo el país. 

Fotografía: Jovanna García