RUDA

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Resignificar la palabra «arruinar»

Por: Candi Ventura López

¿Quién fue mi primer amor? Con esa interrogante empieza esta anécdota que escribo como quien redacta el acta legal de un evento importante. En estos largos y raros seis meses la vida me ha dado reflexivas y profundas cachetadas, he intentado aprender nuevas cosas y frecuentemente las dejo a medias. Salgo a tomar sol dos veces por semana, escucho música, hablo por teléfono, doy clases virtuales, califico, lloro, tristeo, leo, le doy los buenos días a mi perrita muerta, limpio la casa, planifico, sueño, tomo agua, me baño, salgo a comprar alimentos y camino como siempre: con miedo (eso no ha cambiado). Compro en el mercado: «Todo lo que le pida me lo da doble, por favor» le digo a la mujer que me sonríe con los ojos detrás de las tarimas y los colores brillantes de las frutas y verduras frescas, abro la mochila y coloco una parte, la otra es para mi mamá. Duermo, me aburro, apago y enciendo la computadora, veo vídeos tontos, las niñas me hablan, me sacuden, me siento menos inútil….y de nuevo, siento que todo lo hago a medias. Ya es sabido que la cuarentena no es la misma para todas, mientras paso mi tedio en el privilegio y hago cosas banales, tontas y a veces no tan tontas, otras mujeres no tienen tiempo para eso: hijas, hijos, falta de dinero, de trabajo, violencia física y psicológica, enfermedad…y un etcétera infortunado.

Cuando una empieza a abrir los ojos ya no hay fuerza que te haga cerrarlos, por eso ahora me cuesta encontrar películas que realmente me gusten; el problema radica en que el cine siempre ha servido para aprender a vivir, vemos cortos o largometrajes y en realidad son nuestros manuales para saber qué o no hacer, y eso que veo no debería ser un modelo para socializar, por ello tengo más películas a medias que días soleados. Es sumamente difícil disfrutar una película, o algo en la pantalla que pueda tolerar. Otra vez, todo a medias.

Hace poco alguien me dijo: «…es que vos todo lo arruinás». Dolió, dolió mucho. Después de unos días busco la etimología de esa dolorosa palabra arruinar, arruinar, arruinar…arruinar: viene del latín ruina que significa derrumbe, hundimiento, caída, desplome.  Todo se despeja, la claridad que esto me da es magnífica: ¿cómo no arruinar algo cuando, en esa práctica hermosa, me atrevo a derrumbar lo aprendido? ¿Cómo no arruinar algo, si el desplome de mis aprendizajes de toda la vida me está ayudando a ser la mujer que actualmente soy? ¿Cómo no hundirme en el fuego purificador? ¿Cómo no arruinar un mundo abollado de mediocridad y violencia?

Intuyo entonces que esa sensación de dejar todo a medias me está comiendo en vida, también entiendo que necesito arruinar más cosas que solamente películas. Así que me propongo arruinar todo lo que realmente me duele, de raíz, sin medias tintas. Llamo a mi madre y le pregunto sobre su madre, me cuenta experiencias fuertes, y también de cómo mi abuela quería a su mamá, de cómo mi madre también la amaba a ella y voy entendiendo que todas somos mujeres que la gente suele juzgar como «de carácter fuerte». Asimismo, comprendo por qué todas sentimos rabia, ¿cómo no tenerla si este mundo ha dejado clarísima su misoginia convulsiva? Hablo con ella y le cuento todo el pesar que a veces me embarga y por el cual me juzgo tanto; lloro, lloro mucho, y ella también comprende el enojo de su madre. Juntas arruinamos la creencia de que nuestros temperamentos son «difíciles», juntas derrumbamos cientos de años de normalidades apabullantes; de cuchillos silenciosos que, como agua, han moldeado las piedras de nuestro enojo. En los días siguientes hablamos de cosas más felices sobre nuestras abuelas, pero no por eso menos profundas. Reconozco a mi abuela y a mi bisabuela en la voz de plastilina suave de mi madre. Nos reconciliamos las cuatro.

En este camino para dar un nuevo significado a la palabra arruinar, para acompañar al ejercicio de abrir los ojos; para reconocerme una humana imperfecta, pero con tantísimas ganas de deconstruir lo inocuo de la vida, leo un artículo sobre los óvulos.   En él, confirmo que un óvulo es la célula humana de mayor tamaño y que nacemos con todos ellos, firmes, sin renovaciones…se forman aproximadamente después de los cinco meses de gestación. Termino la lectura y pienso: el óvulo de donde vengo, algún día estuvo dentro del vientre de mi abuela. Y el óvulo de donde viene mi madre, algún día estuvo dentro del vientre de su abuela…así que, la línea de mujeres que arruinamos para sanar es enérgicamente infinita. Llena de historias de cafetales, de infancia pura, de rayitos de luz solar colándose por las ramas de los árboles.

Este tiempo lejos de distracciones cotidianas me da la oportunidad de desenmarañar el enojo de mamá, su genio «complicado», arruinar esa tela sutil con la que la sociedad nos separa, porque hay que dejar claro que la competencia entre mujeres es invento del patriarcado y por supuesto que, como hijas, nos pone en contra de nuestras madres, al final…es la primera mujer que conocemos. He caminado por muchas historias de mujeres adolescentes, en la mayoría de ellas entramos en conflictos desde muy temprano con la «rigurosidad» o con la «exigencia de perfección» de la figura materna. Esto no es casualidad.

Debo regresar al inicio: ¿quién fue mi primer amor? Con el alma aún magullada, pero limpia y satisfecha de las ruinas, aseguro con fuerza absoluta que mi primer amor es mi madre, mi fuerte y dulce madre. Atrevernos a cuestionar la realidad material y arruinarla es un signo luminoso de que vamos avanzando.