RUDA

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¿Quién dijo que todo está perdido? 

Esta es una historia digna de contarse, una historia que tiene banda sonora.

 

...en la ciudad yo nací, tierra de Meme Colom, de las calles y los barrios que jamás olvidaré...

 

Cantamos juntas una y otra y otra vez, bajo el implacable sol —propio del cambio climático— de mayo y junio en una ciudad húmeda, brumosa, y abrumada.


Mi voz, acuerpada por un pequeño pero poderoso grupo de personas diversas, todas ciudadanas de este país, vecinas de esta ciudad. Nos unía el compromiso y la esperanza, dos motores implacables para enfrentar la adversidad, la falta de fe y la desesperanza.

 De una manera difícil de explicar, acababa de dar un paso que cambiaría mi vida de manera contundente. Por años la ciudad, mi ciudad, se desmoronaba —literalmente— a vista y paciencia de muchas, de nosotras, de mí... mis amigas cercanas (aunque lejanas en geografía), mis compañeras de vida, mis cómplices en noches de desvelos insistían en sus advertencias: “no creo que sea buena idea”, “meterse a política es muy duro —sobre todo en Guatemala— la exposición pública, la maquinaria a la que te vas a enfrentar, es peligroso, no lo hagas, piénsatelo bien”.

 Algunos insomnios después tomé la decisión de asumir el reto: liderar una coalición de tres partidos, si bien afines en valores, diferentes en historias y trayectorias; enfrentar de cerca al sistema, dar la cara a uno de los bastiones más consolidados de la maquinaria del poder en este país, la Municipalidad de Guatemala.

 El sistema ya había reaccionado impidiendo la candidatura de Juan Francisco Solórzano Foppa y ahora yo, una mujer, arquitecta, prácticamente anónima, recibía el “carambolazo” para llevar adelante una de las más inusitadas campañas políticas. Con un mes de retraso y prácticamente sin recursos en un poético lunes 17 de abril, anunciamos la decisión de seguir adelante con la postulación de la coalición para disputar la alcaldía más importante de este país. Bajo el ardiente sol de abril, instalados simbólicamente en las escalinatas del palacio municipal, en el espacio de todos, en la calle, le hablamos fuerte y claro al sistema y seguimos adelante.

Pasar de la teoría a la práctica, pasar del escritorio a las calles es tal vez una de las experiencias más potentes que me ha tocado vivir. Aún siendo una amante de las caminatas por la ciudad, una apasionada por escuchar las historias de vida de la gente, una entusiasta de la ciudad, nada de todo esto me había permitido estar tan cerca de las entrañas de la ciudad, con toda su tragedia pero también con toda su poesía.                                                                 

...no te lo puedo explicar porque no vas a entender estos treinta y ocho años de abandono que encontré

Caminamos calles rotas, bajamos laderas, recorrimos caminos, cruzamos ríos sin puentes. Descendimos barrancos habitados, nos sentamos en plazas polvorientas, invadimos bulliciosos mercados.


Tuvimos tardes duras, vimos gente triste, cansada y desencantada pero cuando el contacto se dio, hubo magia, una mirada, una sonrisa, nos encontramos en nuestra más auténtica humanidad, conversamos, creímos y nos unimos en un anhelo común, en una esperanza compartida.                                                           

Nadie, pero nadie debería vivir sin agua y son muchas, demasiadas vecinas de esta ciudad que no tienen agua, que pierden la vida en la eterna espera para encontrar una forma de volver a casa, en colas eternas, en taxis piratas, en aceras rotas. Son muchos los niños que crecen bajo la amenaza permanente de la violencia, normalizando los tiros que cada tanto resuenan en sus barrios como en aquella tarde de aquel domingo en que una joven pareja fue asesinada a pocos metros de distancia de nosotros.

...muchaaachooos ahora nos volvimos a ilusionar...                                                                   

Y ahí estábamos nosotros, llenando las calles con banderas, con alegría, con risas y sonrisas, con baile, con compromiso, con talento, con alegría, con esperanza. Y ahí estaba la gente y ahí estaba un batallón de jóvenes, lado a lado, codo a codo, llenando las redes sociales, compartiendo nuestro mensaje, compartiendo nuestra esperanza.      

Cada día era un reto, un examen final, una prueba, un escrutinio despiadado, pero nos plantamos con todo, con empatía, con capacidad confrontamos el discurso trasnochado de los de siempre, de los señorones acostumbrados al ninguneo, a la misoginia, a la pelea sucia, a la descalificación. De cada prueba salimos airosos, de cada cita, de cada entrevista de cada foro nos fuimos fortaleciendo, nos sentimos acompañados por la energía vital de las juventudes, sus voces alegres y llenas de ilusión se hicieron presentes en las calles, en las plazas, en los kilométricos y maravillosos videos en TikTok. Y nos montamos todas en la Ninoneta, esa arca épica que construimos juntos, como símbolo de unidad, de pertenencia, de ilusión.

...al palacio de la loba, vamos juntos a llegar...                                                                   

Resuenan los ecos de estos días recientes, han sido días tan intensos como maravillosos.  Recorrí la ciudad, conocí sus barrios, compartí con líderes comunitarios, con jóvenes mujeres comprometidas con su comunidad, conocí gente sencillamente extraordinaria, guatemaltecos y guatemaltecas que me han devuelto la fe, que me permiten afirmar que este país tiene futuro, que no todo está perdido.

Conformamos un pequeño equipo que trabajó sin más recursos que la ilusión, con responsabilidad, con extraordinaria creatividad, pero sobre todo con la convicción de que este país nos necesita. Contra cualquier pronóstico concitamos el apoyo de más de setenta y siete mil almas, que creyeron en nosotras, en nuestro proyecto colectivo de ciudad, pero sobre todo, creyeron que se puede, se puede cambiar el rumbo, ganarle al sistema se puede. Que nuestras voces valen y que muchos y muchas más pueden acompañarme y dar este paso al frente, porque la ciudad nos necesita y nuestro país se lo merece.

Como dijo por ahí un cantor del sur del mundo: ¿Quién dijo que todo está perdido? Yo vengo a ofrecer mi corazón.