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Plantas que curan y alimentan la vida de las mujeres: nuestra relación con la naturaleza en la urbanidad

El sistema explotador, extractivista, capitalista y patriarcal en el que nos encontramos y rodea, nos ha obligado a concebir la naturaleza como aquella que nos sirve, de quien nos aprovechamos y a quien desde sus entrañas tomamos todo lo que le produce para nuestro beneficio sin dar nada a cambio. Esto también ocurre con nosotras las mujeres, lo cual se ha normalizado en los espacios privados desde el trabajo no remunerado, es decir, no pagado, por medio del cual se apropia del cuerpo-territorio de las mujeres, de sus esfuerzos para el beneficio del sistema. Esto se agudiza durante el confinamiento en la pandemia.

Aún con estas condiciones, existen actividades que nos permiten encontrarnos, sanarnos, cuidarnos y vivir, como lo es recuperar nuestra relación con la naturaleza. Desde la concepción de la tierra como la madre sagrada que nos alimenta con amor desde su vientre, su pecho y entrañas; esa madre a quien podemos devolver su esfuerzo siendo conscientes, se generan oportunidades para cambiar nuestro actuar humano y el consumo de los cuerpos recuperando y mejorando nuestra relación con la naturaleza o nuestra madre que nos brindó la vida.

La lucha de la naturaleza, la madre tierra, frente a un estilo de vida urbano lleno de concreto, es parte de las actividades a las que la madre tierra se enfrenta en una grieta de cemento, intentando sobrevivir por medio de una planta naciendo en la violenta ciudad. Por ello, devolverle a la naturaleza lo que le pertenece, haciendo más espacios verdes, para ornamento, producción de alimentos, medicinas y otros, significa reconocer nuestra existencia en un todo y abandonar la superioridad que el sistema nos ha hecho normalizar. Si la naturaleza lucha por recuperar los espacios que le pertenecen, nosotras podemos contribuir a los espacios urbanos verdes, sostenibles y amorosos que nos curan desde el cuidado de las plantas. Así como el amor propio que podemos generar al encontrarnos en la naturaleza, porque somos una sola, donde cada parte nuestra puede ayudar para que la vida pueda crecer en espacios grises. Al final, de la naturaleza somos y a ella vamos.

Las mujeres nos relacionamos con la madre tierra, la naturaleza, de muchas maneras: desde el conocimiento que compartimos con las ancestras, por medio del trabajo, remedios naturales-caseros, salud, alimentos, cría de animales y ornamentos. Esto nos ha llevado a encontramos en la naturaleza como un espacio de conocimiento, relajación, reflexión, calma y análisis durante situaciones de crisis, ansiedad e incertidumbre, como sucede con la pandemia.

La huerta, el jardín, la terraza, el balcón, se convierten en espacios de activismo político para poder contribuir y reinvindicar nuestro actuar para con la naturaleza. Es una manera de entender y aprender nuestra experiencia vital en este mundo visto desde nuestra relación con los ecosistemas y la madre tierra.Romper con esa estructura y aprendizaje enseñado, en el cual la naturaleza esta para servirnos, se convierte en una decisión personal y un acto político desde preocuparnos por las otras y otres, desde la producción de oxígeno, cuidando a las señoras abejas polinizadoras y otros insectos, producción de alimentos, creación de remedios o en general el cuidado de las plantas frente a espacios que han desplazado a la naturaleza desde los espacios que le pertenecen.

El capitalismo desmedido provoca ese desplazo al cual nos enfrentamos y que día a día es más evidente en la ciudad llena de basura, hábitos de consumo dependientes de la industria (aún más durante la pandemia), las noticias de violencia en la televisión y corrupción evidente.

Por lo cual, durante la crisis alimenticia y económica producto de un sistema no funcional que se evidencia durante la pandemia, la producción de alimentos en casa transciende y se enfrenta al Estado que nos obliga a vulnerarnos saliendo a las calles. La producción de alimentos en casa nos mantiene seguras a nosotras y nuestras familias, nombrarnos en la producción de alimentos como mujeres permite cambiar el imaginario social donde únicamente los hombres participan en la agricultura, además de significar una reducción en gastos de la casa. Significa que en estos espacios podemos contribuir con la seguridad alimentaria de las familias, la economía, la naturaleza y paisaje sin necesitar de la producción de plástico para establecerlos, porque cada acción y decisión para nuestros espacios está ligada a nuestra relación con el medio ambiente.

Algunos ejemplos son los maceto-huertos en los cuales se producen alimentos en macetas, botella plásticas o canastas de madera (como rábano, chile pimiento, lechugas entre otros). Esta crisis brinda la oportunidad y nos permite replantear la producción de alimentos en la ciudad, así como nuestro individualismo y suficiencia para enfrentarnos a problemas que antes no habíamos atravesado. Porque nuestros espacios pueden ser sanos, verdes, y no forzosamente individuales, pueden ser colectivos y en comunidad para la producción e intercambio de alimentos desde los tejidos de sororidad entre mujeres.

Desde mi lucha personal me gustaría compartir que desde mi ser mujer, mestiza, lesbiana feminista, he encontrado en las plantas un espacio para reconocerme con mi madre, para entendernos y compartir conocimientos de madre a hija. La naturaleza me ha ayudado y me sigue ayudando a sanar relaciones con mi madre y a retribuir todo lo que ella me dio, para sanar, mejorar y protegernos en una condición que nos vulnera. Parte del trabajo que realizamos con mi madre para la sostenibilidad de nuestro territorio es la producción de alimentos en el hogar, plantas ornamentales, medicinales, aromáticas, abonos, remedios y repelentes; apoyamos y ofrecemos los conocimientos e insumos para las y los compañeros que inician sus espacios verdes y sanos.