RUDA

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Para la medicina ancestral, el contacto físico es indispensable

Fotografía: Alejandro Ramírez Anderson

Por: ROMANO PAGANINI

Un año de pandemia, de aislamiento y de grandes ganancias para la industria farmacéutica. Pero, ¿cómo previenen o se curan las personas que no acceden a los tratamientos oficiales del Covid-19?

Visitamos a una curandera en Tumbaco y a otra en Cotacachi para conseguir respuestas. Relatamos una historia sobre la curación del cuerpo, de la mente y del espíritu, amenazas por parte del Estado, y de las alternativas a la mirada occidental de lo que significa la salud.

29 de marzo de 2021, Tumbaco / Cotacachi. – Don Pedro estaba en paz. No quería saber nada, ni de la doctora ni de la vida. Lo único que pedía era chicha, un buen trago y que su familia baile. El hombre de 87 años estaba con fibromas en el pulmón y con la sensación de que pronto partiría. Ya molesto con la médica que le presionaba a tomar una medicina para el resto de su vida, un día de diciembre del año pasado, le dijo: “Mire doctora, usted no puede mandar en mi cuerpo. Yo mando en mi cuerpo y usted no puede obligar a nadie. ¿Usted cree en Dios y viene a decir en qué momento o cómo debo despedirme de esta Tierra? Entonces, le pido que se vaya de esta casa”.

Pocos días después, Don Pedro Casahualpa, agricultor en Pifo y apreciado por sus cualidades como músico, dejó su cuerpo físico. A los quince minutos, nació su bisnieta.

Al cementerio fue acompañado por su comunidad, su tribu, su ayllu. Más de doscientas personas siguieron su ataúd en procesión hasta llegar allá. Llovía mucho ese día, pero la necesidad de rendirle su último homenaje era más fuerte, incluso más fuerte que el miedo a la policía o a un contagio con Covid-19. “Había como un entender y un fortalecer dentro de la comunidad”, recuerda Avelina Rogel. “Ese día salimos del miedo y nos acogimos a la enseñanza de Don Pedro. El entender cómo podemos acoger una parte de la vida tan importante como es la partida, fue una lección de vida para tod@s”.

Avelina Rogel es ingeniera agrónoma, homeópata, etnomédica, aplica Flores de Bach y también es yachak. Fue iniciada por su abuela de la cultura Panzaleo, en la provincia de Cotopaxi, y reconocida como tal por su comunidad. Entre otras tareas, l@s yachakuna acompañan a las personas enfermas en sus procesos de sanación y son guías espirituales y líderes en general. La madre de 44 años, que por cuestiones de estudios vivió veinte años en Bolivia, Argentina y Francia, ha tenido que enfrentar sus tareas en los últimos 365 días con muchas más restricciones estatales que antes.

Foto: Alejandro Ramírez Anderson

Foto: Alejandro Ramírez Anderson

Foto: Alejandro Ramírez Anderson

A un año de la denominada Pandemia, las grandes farmacéuticas están vacunando a millones de personas alrededor del planeta. Hablando con precisión: pocas empresas multinacionales o estatales están inyectando sus productos de forma masiva a la población, sin haber esperado los estudios a fondo sobre su efectividad y peligro, estudios que normalmente toman años y suelen ser indispensables. Los países, en su mayoría, optaron por aprobar políticas emergentes de vacunación, esperanzados en que los efectos secundarios serán mínimos. La Unión Europea inclusive está a punto de sacar un pasaporte de vacunas: solo las personas que se encuentren vacunadas o que hayan tenido Covid-19 podrán acceder a ese documento que les permitirá viajar libremente. Es una decisión que va en contra de los derechos básicos de una sociedad democrática. No solo excluye a una gran parte de población, sino que fomenta los planes de vacunación obligatoria para tod@s.

La situación es distinta en Ecuador y en otros países del Sur Global: solo una pequeña clase privilegiada accede a la vacuna, como ocurrió recientemente en Samborondón, un barrio adinerado del norte de Guayaquil. Además, permanece viva la memoria de la medicina natural ancestral y, por lo tanto, una conexión con otros elementos que caracterizan la salud.

“Cuando nosotros hablamos de enfermedades no hablamos
netamente de un síntoma, sino de lo que está sucediendo en nuestro entorno,
en nuestra hermandad cósmica, lo que nosotros llamamos el ayllu.”
Avelina Rogel
curandera, Tumbaco

A pesar de que el cuento de las grandes industrias farmacéuticas sobre la salud se instaló en algunas cabezas, sigue vigente la creencia y la confianza en los antiguos métodos de curación de los pueblos y nacionalidades indígenas. “He atendido a banqueros, gerentes e incluso políticos que vienen aquí a limpiarse, a armonizarse o hacerse una lectura energética a través de los huevos o los cuyes”, relata Avelina Rogel en su despacho en Tumbaco. Ella trabaja con los conocimientos que su familia le transmitió cuando era niña y adolescente.

Sus métodos se basan en hierbas medicinales, metales coloidales, masajes y ventosas, pero sobre todo en un acompañamiento físico, emocional y espiritual. Al igual que la medicina tradicional china o la ayurveda, para la medicina ancestral indígena, la salud es algo integral y sus tratamientos se aplican a varios síntomas. “Cuando nosotros hablamos de enfermedades no hablamos netamente de un síntoma, sino de lo que está sucediendo en nuestro entorno, en nuestra hermandad cósmica, lo que nosotros llamamos el ayllu”, dice Avelina Rogel. “Solo así podemos comprender lo que pasa en el cuerpo de cada uno”.

Entre sus herramientas están unas piedras que guarda en una caja de madera. Cada una de ellas es un shungo rumi, un “corazón piedra” que simboliza a l@s ancestr@s y donde “está impregnada la memoria del cosmos”, dice Avelina. “Muchas veces hago limpias con estas rocas. Tienen un espíritu y nos ayudan a percibir lo que pasa en los cuerpos”.

Hace un año se percibía mucha angustia y miedo, tanto por un posible contagio del Covid-19 como por cuestiones existenciales. La opción del home office frente a la computadora segregó a millones de personas que no podían trabajar desde casa porque vivían del ingreso diario: emplead@s de plantaciones, vendedor@s ambulantes, guardias de seguridad, emplead@s doméstic@s, peon@s … Por ello, la medida gubernamental de “quedarse en casa” provocó hambre, desnutrición y otras consecuencias que terminaron siendo más graves que el mismo virus.

Avelina Rogel rápidamente se dio cuenta de esta situación y, consciente de que la comida era primordial para la salud, transformó su casa en un centro de acopio de comida. Gracias al apoyo de la asociación Madre Sabia, de l@s vecin@s del barrio y de amig@s en Europa, entregó más de 8.000 kits alimenticios.

Esta ayuda para los barrios populares, sin embargo, fue vista con mucho escepticismo por parte del Gobierno Autónomo Parroquial (GAP) de Tumbaco. La policía fue varias veces a la casa de Avelina y a los otros lugares donde se realizaban las entregas, acusándola de que estaba desobedeciendo las órdenes del Estado. Según Avelina, incluso algunos miembros de la Inteligencia estuvieron presentes. “La gente pensaba que yo era una política, que quería ganarme votos. Pero no era así. A mí me llaman yachak y en una situación de emergencia no puedo quedarme sentada en mi casa. Tengo que estar al servicio de la comunidad y eso significa estar en la calle.”

Avelina y su familia recibieron amenazas telefónicas, no solo por entregar los kits alimenticios, sino también por aplicar dióxido de cloro (CDS) a sus pacientes con Covid-19. A l@s vecin@s adinerad@s les incomodaba ver a gente con hambre en su barrio. “Pero la calle y la vereda es pública”, justifica Avelina. “Si la gente tiene derecho a hacer filas en el banco para sacar dinero o a hacer compras en el supermercado, ¿por qué no para recibir alimentos?”. L@s vecin@s de los barrios populares estaban preocupad@s por la seguridad de Avelina pues, además, ella atendía gratuitamente a la comunidad, al ayllu. Incluso juntaron firmas y las presentaron a la policía, anunciando un levantamiento si algo le pasaba a Avelina o a su familia.

Finalmente, no pasó nada, pero a través de un vídeo se visibilizó la problemática a nivel internacional. A fines de junio de 2020, la Defensoría del Pueblo, la Comandancia de la Policía, el GAP de Tumbaco y el Ministerio de Inclusión y Económica Social se vieron obligados a firmar un convenio con la Asociación Madre Sabia, comprometiéndose en apoyar la labor de la sociedad civil.

L@s colaboradores de Madre Sabia evidenciaron los puntos débiles del Estado, como la escasez de medicina y de personal en los centros de salud y la falta de ayuda social en los barrios populares. Al final, como otras veces, el pueblo tuvo que auto organizarse. Así, no es de sorprender que los sectores vulnerables hayan acogido el dióxido de cloro, conocido como CDS, para la prevención y la curación del Covid-19. Y eso que los gobiernos de la región, menos el de Bolivia, disuadieron su uso, también la Agencia Nacional de Regulación, Control y Vigilancia Sanitaria del Ecuador. En cambio, a nivel local, sí fue aplicado, según Avelina Rogel, con éxito. Ella viajaba por la Costa y por la Sierra para enseñar a la gente cómo producir y consumir CDS. “Todo ese proceso fue apoyado por varios hermanos de la iglesia”, nos comenta. Hasta hoy, se lo sigue produciendo y aplicando de forma escondida.

Pascual Yépez es uno de los pacientes con Covid-19 que fue tratado con CDS. Sentado al lado de Avelina, el antropólogo y docente universitario recuerda con pena lo que le ocurrió a inicios de la pandemia: no podía respirar, su espíritu estaba alterado, sentía desesperación y miedo de morir. Y eso que ni siquiera sabía si tenía Covid-19 o no. Se hizo una prueba PCR en el centro de salud en Tumbaco, pero nunca recibió los resultados. De todas formas, su problema principal era la soledad y el estrés. “Pascual tenía una disfunción nerviosa”, recuerda Avelina que acompañó a su amigo desde que tuvo sus primeros síntomas. “Vivía solo, estaba sobrecargado de trabajo, dormía y comía poco. Y como ya no tenía horarios de trabajo, vivía todos los días con mucha presión, entregando cosas todo el tiempo”.

Paracetamol y amoxilina no ayudaron

Avelina y su familia le invitaron a pasar un tiempo en su casa para cuidarlo, y el contacto con este ayllu le ayudó a recomponerse. “El miedo y el aislamiento nos mata”, dice Avelina que a lo largo del año visitó a much@s abuel@s deprimid@s. Antes l@s ancian@s cuidaban a sus niet@s, jugando y cocinando para ell@s. Al aislarse en sus casas, tuvieron que conformarse con ver a sus queridos desde una ventana. No encontraban un sentido para seguir viviendo.

Semanas después, Pascual Yépez decidió volver a su propio ayllu en Chimborazo para estar en contacto con su familia, con los sembríos y con la naturaleza. Pero ahí volvió a decaer y confirmó que tenía Covid-19. Al principio, fue atendido por un médico clínico que le otorgó un certificado para que descansara e hiciera una pausa en su trabajo de docencia universitaria en línea. En realidad, eso fue lo único que le sirvió, pues “la medicina química no le hizo ni cosquillas al Covid”, relata. Pascual tomó Paracetamol y también fue inyectado con amoxicilina, un antibiótico derivado de la penicilina. “Lo más trascendental en esos momentos fue la fe”, recuerda Pascual. “La parte espiritual es súper importante para la curación, al igual que el acompañamiento de los amigos, de la familia, la oración”.

Avelina Rogel prepara el tratamiento de hoy. Pone una estera en el piso, la cubre con cobijas y prende una vela y palo santo. El paciente Pascual ya superó el Covid-19, pero se quedó con fatiga y sensibilidad a las lluvias. Mientras la curandera saca las ventosas de la caja, profundiza sobre la salud en la cosmovisión andina. “Se trata del corpus-praxis, el cuerpo que está practicando y sintiendo constantemente. No hay protocolos, sino un encontrar y reconocernos de corazón a corazón. Ya no es el creer sino el saber. Entonces, si hacemos terapias, es importante tener en cuenta ese sentir. Es la energía entre Pascual y yo de la cual nace un tercero. Y ese tercero es la energía que establece cómo va a ser la terapia”. Hoy, por ejemplo, le aplicará ventosas en la espalda, le dará un masaje en pies y tobillos y le recordará que debe trabajar menos…

El ayllu: claridad, fuerza y confianza
Pascual se saca la mascarilla y se acuesta sobre las cobijas. Es una imagen poco vista en los últimos 365 días: dos humanos que no viven bajo el mismo techo, respirando, conectando y sanando sin necesidad de cubrir sus narices ni sus bocas. “Para nosotros, el contacto físico es bien importante”, dice Avelina, que observa los acontecimientos del planeta con preocupación. “No estoy diciendo que el virus no exista, pero con la palabra trágica de la muerte lo estamos potenciando. Nos estamos programando para asustarnos y tener miedo, pero no nos damos cuenta de que hemos vivido y seguimos viviendo con los virus, las bacterias y los hongos. Ellos son parte de la vida”.

Y parte de la vida también es el ayllu, la tribu, la comunidad. El ayllu le dio claridad a Don Pedro Casahualpa, el agricultor de Pifo, sobre su momento de partida. También le dio la fuerza al antropólogo Pascual Yépez para recomponerse y, por supuesto, le ha dado y le sigue dando confianza a Avelina Rogel para ejercer su tarea a pesar de las amenazas y la persecución. El ayllu nos hace ver dónde estamos parados y nos brinda energía para que nuestro espíritu, nuestras emociones, nuestro cuerpo físico y, por lo tanto, nuestra salud, estén en equilibrio. Solo un ayllu en armonía con su ambiente permite la salud de sus habitantes. Cabe entonces preguntarse: ¿Cómo ha sido posible que el Covid-19 se haya desplegado con tanta fuerza alrededor del planeta?

Fuente: mutantia.ch/es/para-la-medicina-ancestral-el-contacto-fisico-es-indispensable/