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Pandemia: la ciudad feminista pone en el centro el deseo y los cuidados

Fotografía: Sol Avena

Por: Ciudad del deseo

La epidemia global de Covid-19 puso en jaque a los sistemas de salud, la contención social, las actividades económicas, el ocio y la cultura. También nos encuentra reflexionando sobre la enorme masa de trabajadorxs que hacen la vida cotidiana posible. Se enuncian como imprescindibles las tareas de enfermerxs, lxs repositores de supermercado, médicxs, lxs recolectores de residuos y lxs trabajadores precarizados de delivery. En los edificios abundan las notas ofreciendo ayuda a vecinxs que no pueden salir a la calle para hacer sus compras. En la verdulería las filas se organizan con distancias de más de un metro, ocupando la vereda. Lxs usuarixs de transporte público usan guantes y barbijos en un esfuerzo por mantenerse a salvo cuando no es opción quedarse en casa. En este marco de desborde y saturación, también entró en crisis la organización de los cuidados.

Por una mirada feminista de las ciudades 

Las ciudades modernas fueron pensadas desde una perspectiva patriarcal de acuerdo a los usos, necesidades y deseos de varones cis, blancos, heterosexuales, con capacidad productiva y reproductiva. La ciudad, pensada por y para varones, está repleta de muros y fronteras, es rígida y presenta una marcada segregación socio-espacial. Es, además, una ciudad construida según las exigencias de la productividad, el mercado y la racionalidad capitalista en la que se encuentran asignados lugares, actividades, roles y poderes de acuerdo a una persistente división sexual del trabajo. Las autopistas están hechas para ir de la casa al trabajo, el automóvil colonizó el espacio público, los lugares de ocio se privatizan, los espacios centrales se destinan a actividades financieras o a la especulación inmobiliaria y los márgenes son ocupados por personas crecientemente precarizadas.

Una mirada feminista sobre las ciudades implica imaginar formas diferentes de vivir la ciudad y centrarse en cómo habitan realmente las personas, qué necesitan, qué desean, cómo se desplazan, de qué manera quieren habitar y relacionarse con otrxs, cómo la cotidianidad urbana marca sus cuerpos y condiciona sus vidas.

Uno de los temas fundamentales que ha cobrado fuerza en la agenda pública nacional es el cuidado y la posibilidad de pensar otras relaciones de producción y reproducción de un modo más justo, que no responda a binarismos asociados a una división de géneros. Si queremos marcar una línea de base para conocer la situación actual de cómo se dan estas desigualdades dentro de la ciudades podemos recurrir a las encuestas del uso del tiempo. Aunque lentamente se avanza en incluir indicadores que visibilicen a la comunidad LGBTTTIQ+, estas se siguen centrando en la división de mujeres y varones. Así, se sabe que las mujeres se encuentran todavía más a cargo de las tareas domésticas y de cuidado que los varones. Solo para dar un ejemplo de los números más recientes, en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires las estadísticas oficiales dan cuenta de que las mujeres destinan aproximadamente una hora diaria menos que los hombres al trabajo para el mercado, pero destinan significativamente más tiempo que ellos al trabajo doméstico y al trabajo de cuidado de miembros del hogar. Respecto al tiempo de trabajo no remunerado, se observa que las brechas de género están presentes en todas las clases sociales, aunque la diferencia es mayor en los grupos más pobres que en los de mayores ingresos, y que las mujeres con menos ingresos destinan una cantidad de tiempo sustantivamente mayor que las mujeres que viven en hogares de clase media/media-alta al trabajo doméstico y de cuidado no remunerado (Encuesta sobre Uso del Tiempo en la Ciudad de Buenos Aires, 2017).

¿Cómo sería una ciudad feminista? Algunas pistas para empezar. 

La ciudad feminista pone en el centro el deseo y los cuidados de la comunidad, aquello que la ciudad capitalista y patriarcal excluye. Entendiendo que la problemática de los cuidados es un nodo de desigualdad de género, en el cual se ven implicados los servicios, el equipamiento y la infraestructura pública, el mercado, la comunidad y las familias, nos interrogamos cómo estas dimensiones tienen una espacialidad. Es decir, están ancladas en territorios con características y dinámicas particulares, que contribuyen o restringen a llevar a cabo las actividades de cuidado. Sin duda, no será la misma experiencia la de una persona que reside en una vivienda precaria y alquilada en una villa que la de una propietaria de su vivienda en un barrio céntrico de cualquier ciudad de la Argentina. El lente interseccional con el que mira el feminismo nos indica que la desigualdad se agudiza en las personas atravesadas por diversas condiciones de opresión de acuerdo a los momentos y lugares en los que se inscriben.

El Collect Punt 6, colectivo catalán pionero en lo que se ha denominado urbanismo feminista, llama la atención sobre la “corresponsabilidad del cuidado” y trabaja el término de ciudad cuidadora para referirse a una ciudad que tiene en cuenta los cuidados y pone la vida en el centro. En una entrevista reciente realizada por Ciudad del Deseo decían: “Es una visión mucho más transversal y mucho más global, parte de la base de que todas las personas somos interdependientes y ecodependientes (…), porque es absurdo pensar que solamente cuidan las mamás que tienen criaturas, ¿no? Porque todas en nuestra vida nos va a tocar cuidar de una amiga, de una mamá, de un tío…”.

Asimismo, y en palabras de las mismas Collect, es necesario pensar que la ciudad tiene que proporcionar un soporte físico para poder hacer todas estas actividades de cuidado sin caer en los esencialismos y en la familia hegemónica nuclear, pero sí considerando una perspectiva comunitaria de los cuidados.

Debemos advertir que cuando hablamos de una ciudad cuidadora, pensamos en una ciudad que beneficie tanto a las personas que cuidan como a quienes son cuidadxs. El feminismo viene discutiendo y luchando por una distribución más igualitaria en la organización del cuidado. Lo que se plantea no es cómo “aliviar” la carga del trabajo no remunerado de las mujeres, sino hacer temblar esa estructura de distribución desigual. Aquí hay desafíos que la política social en sintonía con la urbana deberán tener en cuenta para no reproducir estructuras tradicionales.

La diferencia en la distribución de tareas domésticas y de cuidado se superpone con una cuestión de planificación urbana: las ciudades suelen estar sumamente centralizadas y esta característica agrava, aún más, la situación de las mujeres que realizan lo que se denomina una “doble jornada” (trabajo remunerado y trabajo doméstico y de cuidado no pago) y deben realizar más viajes durante el día para cumplir con una multiplicidad de tareas. El recorrido llamado “poligonal” —ese que lleva a las personas responsables de los cuidados desde la casa, al jardín de su hijos, al trabajo, luego al supermercado, luego a retirar a los chicos para también pasar a saludar a su madre y finalmente volver al hogar— es un problema de diseño porque está centrado en la experiencia de un varón adulto cuyo único recorrido generalmente es ir y volver al trabajo.

La arquitecta Ana Falú, que viene trabajando el derecho de la ciudad desde una perspectiva feminista desde hace décadas, problematiza cómo la planificación urbana históricamente ha definido en términos de neutralidad de género. Falú destaca el caso en Rosario donde los servicios de cuidados y la movilidad omiten a las mujeres en varias oportunidades. Sin embargo, la ciudad supo desarrollar distintas iniciativas desde un enfoque integral considerando la dimensión de género, la participación activa de lxs habitantes y actores invisibilizados como lxs niñxs (Consejos de Niñxs, el Tríptico de la Infancia).

Al momento de preguntarse por la planificación es necesario hacer énfasis en la transversalización de la perspectiva de género en las diferentes escalas: la ciudad, el barrio, la casa y los cuerpxs. Pero también en los equipamientos y los servicios: sistema de transporte, distribución de escuelas y jardines en el territorio, residencias de adultos, centros de salud y hospitales, parques y plazas. El resultado de no considerar estos aspectos son ciudades sumamente centralizadas, en donde los ámbitos administrativos, financieros y laborales se encuentran ubicados en una misma área, y  se hace muy difícil compatibilizar las actividades productivas (trabajo, estudio) con las reproductivas (tareas domésticas y de cuidado).

Si bien no existe un decálogo para una ciudad feminista, y su configuración es siempre situada, hay algunos consensos: construcción de equipamientos de proximidad en los barrios (servicios a distancias caminables), el diseño de un sistema de transporte que contemple la multiplicidad de viajes de la doble jornada, y garantizar la accesibilidad física para quienes cuidan y son cuidados. Nada de esto será suficiente si no se trabaja en conjunto con la comunidad, sobre sus necesidades y deseos.

En estos días de cuarentena, el cuidado parecería volver a la unidad espacial más pequeña: la vivienda. Si bien el distanciamiento físico es necesario para enfrentar la pandemia, no todas las personas se pueden dar este lujo. Algunas no tienen casa, otras viven en viviendas con dimensiones reducidas en donde reina el hacinamiento, la falta de luz y de ventilación y carecen de agua segura para mantener la higiene que este contagioso virus requiere. Todas las desigualdades del acceso al hábitat se agudizan frente a esta situación poniendo a las personas más pobres en las peores condiciones para enfrentar este proceso de cuarentena. El cierre preventivo de escuelas y otros lugares recreativos a nivel barrial expresa a los gritos lo importantes que son para la vida comunitaria.

Perspectiva global, feminismos locales

En un contexto de pandemia se tienen que reforzar las “distancias fìsicas” pero los cuidados exigen un acercamiento, aunque sea de otro tipo. Desde canciones de un balcón a otro, hasta videoconferencias entre amigxs o aplausos en la terraza: la vida en situación de crisis exige proximidad, compañía y, claro, cuidado.

El escenario global nos da pie para seguir pensando dónde y cómo se cuida y cómo se habita en nuestras ciudades. Toca abrir interrogantes. El urbanismo feminista deberá pensar diseños de políticas públicas y esquemas de construcción comunitaria para alcanzar el modelo de ciudad cuidadora, y tiene el desafío de instaurar un nuevo paradigma que dispute la división entre espacio público y privado en el diseño del espacio urbano.

No hay una receta para la ciudad feminista, está en construcción y reconstrucción permanente. Pero sí hay un consenso: el deseo y los cuidados están en el centro.

Ciudad del Deseo es una colectiva que reúne a un grupo de personas con distintas trayectorias profesionales y militantes que buscan reflexionar y accionar sobre las ciudades, los territorios, los cuerpos y las subjetividades desde una perspectiva de género(s). En un marco de efervescencia e incidencia política transfeminista que estalla en cada uno de los ámbitos donde se (re)produce la vida discutimos e intervenimos en los acuerdos que estructuran lo común, llevando adelante el ejercicio colectivo de imaginar qué ciudades queremos en el futuro.

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