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Pandemia: hogares monomarentales en tiempos de coronavirus

Fotografía: TELAM

Por: Julieta Bugacoff

Cinco días después del comienzo del aislamiento obligatorio en Argentina, Lorena salió con su hijo de tres años al cajero. Se estaba por quedar sin efectivo y en la verdulería no aceptaban tarjeta. Una vez en las calles, Martín salió corriendo, como lo haría cualquier niñx que hace diez días está encerrado. Dos policías vieron la escena y los pararon. A ella le pidieron los documentos y le reprocharon que no estuviera usando un barbijo, a pesar de que todavía no era una condición usarlo para salir. Además, le cuestionaron que estuviese afuera con el nene y, de esa forma, lo expusiera al virus. Les explicó que no tenía con quien dejarlo, por lo que comenzaron a pedirle algún papel que “acreditara que el papá está desaparecido”.

—Si querés te doy su teléfono, a ver si a vos sí te contesta—replicó ella.

A Lorena, de 36 años, la retuvieron durante casi media hora frente a Plaza Flores. Y a pesar de que la dejaron ir, la angustia permanece desde entonces y se renueva cada vez que es necesario salir al supermercado. Su situación, así como la de muchas otras, pone de manifiesto la dificultad de atravesar estos días en un hogar monomarental y, a la vez, muestra un nuevo patrón de discriminación. Afrontar la crianza sola es sinónimo de tener que dar explicaciones de todo y a todxs, y de someterse de forma constante al prejuicio colectivo.

Tener hijxs en solitario implica mayores dificultades, sobre todo en épocas de crisis.  En Argentina el 11% de los hogares son “monoparentales”, según datos de la Encuesta sobre la Estructura Social publicada en el libro La Argentina en el siglo XXI en 2019. De esos hogares, el 84% son monomarentales. Es decir, están a cargo de mujeres. Además, de acuerdo a un informe publicado por UNICEF en 2018, la pobreza infantil es mucho más elevada (52%) cuando se trata de hogares con una sola persona adulta a cargo.

Florencia tiene 23 años y vive en la provincia de Santiago del Estero. Hasta el 20 de marzo, ella trabajaba cuidando a niñxs en una casa de familia. Hace poco más de un año que nació Bautista, su segundo hijo. El progenitor del niño dejó de responder las llamadas hace varios meses, pero se comunicó apenas descubrió que no sería él quien obtendría el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) dispuesto por el gobierno nacional como una medida para mitigar el impacto económico de la crisis sanitaria. Para la ANSES, Mariano aún formaba parte del grupo familiar. “Me acusó de haberlo cagado, y dijo que no pensaba pasarme un peso, total el subsidio contaba como la cuota de dos meses”, dice Florencia a LATFEM.

Todos los días, la página de Facebook “Es de mamá luchona” comparte los testimonios de diferentes mujeres que, día a día, le hacen frente a la crianza monomarental. “Quiero leer las excusas más ridículas que les dijeron sus ‘luchones’ para no depositar la cuota durante la cuarentena”, escribe Emilia -la administradora del blog- en el muro, con una mezcla de ironía y enojo. Las respuestas son desopilantes: algunxs apelan a la falta de trabajo producto de la cuarentena -aunque hace varios años que no realizan el pago correspondiente-, mientras que otrxs argumentan que “les da miedo” contagiar a sus hijxs.

El último 16 de abril la Defensoría de la Provincia de Buenos Aires a cargo de Guido Lorenzino denunció que, desde el inicio de la pandemia, había cada vez más mujeres con problemas para cobrar la cuota alimentaria. Detrás del incumplimiento del pago estaban los progenitores.

Las primeras veces que Tamara, de 31 años, fue al supermercado con Delfina, su hija de dos, escuchaba cómo la gente insultaba por lo bajo. Le decían irresponsable e incluso, en una ocasión, un hombre se acercó a la caja para exigir que la echaran porque “ponía en riesgo a todos, incluída la nena”. En principio, el supermercado Día ubicado a pocas cuadras del barrio porteño del Abasto, hizo oídos sordos a las quejas. Pero a partir de la segunda semana ya no le permitieron ingresar por una “disposición interna”. Le ofrecieron dejar a Delfina con el personal de seguridad mientras ella hacía las compras. Para Tamara dejar a su hija en manos de unx desconocidx tampoco era una solución posible. Apenas salió, se largó a llorar por la impotencia: “Lo único que se me ocurre es ponerme un cartel en la frente que diga ‘Soy mamá luchona, no me hagan preguntas’. Quizás así dejen de pedirme justificaciones”, dice a LATFEM. Los pedidos a domicilio de supermercados no son una alternativa viable para ella. No sólo es más caro, sino que la demora en la entrega aproximada es de veinte días.

Foto: TELAM

El domingo pasado, el Ministerio de las Mujeres, Género y Diversidad que conduce Elizabeth Gómez Alcorta, en conjunto con la Secretaría de la Niñez de la Nación, hizo público un spot en el que reafirma que si una persona está sola con niñxs y necesita ir a hacer compras puede ir con ellxs. En el libro  “Vecinocracia” el investigador Esteban Rodríguez Alzueta define el fenómeno como un tipo de vigilancia propia de la soberanía territorial limitada al barrio, cuya principal característica es el control participativo por parte de los vecinos. De esta forma, el punitivismo “de arriba” queda complementado y respaldado por el punitivismo “de abajo”. El resultado es, por un lado, la desautorización de los debates colectivos y, por el otro, el vaciamiento gradual de los espacios públicos. En el caso de las madres que concurren con sus hijxs al supermercado, la presión social y el posterior castigo no se ejerce por vía estatal: son lxs vecinxs quienes se encargan de juzgar y posteriormente de condenar y castigar a lxs que salen “sin motivo alguno”. De esta forma, el punitivismo extremo queda solapado y “justificado” por la emergencia.

Maternar y trabajar

“Escucho a otras madres que se ponen mal porque no aguantan más a sus nenes. Yo, en cambio, colapso por la angustia que me genera no poder darle la atención suficiente a mi hijo. No puedo estar con él porque me paso el día respondiendo videollamadas de alguien que no se da cuenta de la situación en la que estamos”, cuenta Natalia. Ella tiene 36 años y trabaja como analista de procesos y sistemas para una compañía. Hace once años que está en la misma empresa y, a pesar de que todxs están al tanto de que es madre soltera, le exigen un ritmo de trabajo con las mismas fechas y cumplimientos como si la pandemia no hubiera complicado las rutinas de todxs. “Incluso un gerente se quejó de los ‘ruidos molestos’, y me dijo que él a su hijo lo dejaba correr por el campo. Él sabe que yo vivo en un monoambiente”, dice.

La segunda mitad del siglo XX, con la expansión del modelo neoliberal, trajo consigo la incorporación de la mujer al mercado laboral. En algunos casos fue un sinónimo de independencia económica, pero también implicó la incorporación de una serie de problemáticas en torno a la conciliación entre maternidad y vida laboral. La reproducción de la mano de obra y la crianza siguen siendo trabajo no remunerado y muchas veces invisibilizado.

En el caso de las maestras de nivel primario y secundario, a muchas de ellas les pidieron papeles o declaraciones juradas que acrediten que no tienen con quien dejar a sus hijxs. En este contexto, el teletrabajo es una realidad, y su puesta en práctica puede ser un sueño o una pesadilla dependiendo de la infraestructura con la que se cuente. No es lo mismo trabajar desde una computadora MAC en una habitación devenida en estudio, que en un dos ambientes y con la exigencia de cuidar niñxs de por medio. La imposición del empleo remoto también significa la intromisión de la vida pública en el espacio privado y, por lo tanto, en la maternidad.

Nadia, de 43 años, es docente de matemática en tres secundarios distintos. Mientras prepara las clases virtuales para sus alumnxs, debe, en paralelo, ayudar con los deberes a su hija de siete que acaba de ingresar al tercer grado en una escuela pública ubicada en el límite entre los barrios porteños de Almagro y Villa Crespo. Ella reconoce que desde que se levantaron las clases presenciales, la cantidad de horas que le dedica a preparar las consignas y actividades para sus alumnxs es mucho mayor de lo normal. Si bien Nadia hizo varias capacitaciones para el uso óptimo de plataformas virtuales, insiste que no es lo mismo grabar y subir un video a Youtube para alguien de 50, que para un docente de 30. Lo virtual agrega todo una serie de dificultades para las que la mayor parte de la comunidad educativa no estaba preparada.

Con respecto a la forma en que su hija reaccionó frente a la tarea virtual, Nadia subraya que por suerte, ella cuenta con los recursos para explicarle a Ludmila lo que un video de Youtube no puede decir, y en el peor de los casos,  siempre puede recurrir a la profesora particular; pero que no es el caso de todxs. “Cuando grabo un video para mis alumnxs de una escuela en Soldati, pienso que quizás, muchxs de ellxs no cuentan con una computadora en sus casas. Trato de elaborar consignas que no requieran de grandes tecnologías, pero llega un punto en que es imposible”, explica.

“En simultáneo a la vida laboral, los grupos de WhatsApp de lxs xadres son un infierno, y a la hora de ayudar a lxs hijxs, hay una clara desventaja para lxs niñxs que cuentan con un solo tutor”, dice Nadia a LATFEM.

“La OMS recomienda que lxs pibxs no tienen que estar más de una hora frente a una pantalla, pero hay veces en que no aguanto más a mi nena, y le doy mi celular aunque me sienta mala madre”, comenta Analía, de 28 años. “La gente sólo me entiende si tienen hijos de mi edad. En cambio, si intento hablarlo con alguien que no tiene chicos, me reprocha que soy una mierda o que me la tengo que bancar por abrir las piernas”, explica ella.

Para conocer los estereotipos que existen sobre la maternidad, basta con prender la tele y ver las publicidades. La mayoría hablan de “supermamás” que, mediante su “esfuerzo y dedicación”, son capaces de sobreponerse a cualquier circunstancia. En el espacio ideal no se habla del cansancio, el agotamiento y la frustración por el que la mayoría de las mujeres atraviesan durante la crianza. La convivencia prolongada pone de manifiesto la falsedad de los arquetipos establecidos por el mercado.

Hablar de una maternidad feminista implica también aceptar y narrar la desobediencia. El encierro permitió y permite ver en carne viva las situaciones límite. Pero no deja de ser una oportunidad para romper tabúes y, de una vez por todas, salir de la caverna de Platón erigida por el patriarcado.

Fuente: https://bit.ly/2yF1TNs