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“No, la culpa no es mía”, la historia de cómo María Reyes sobrevivió a un intento de violación

Fotografía: Paolina Albani

María Reyes es una mujer de 36 años. Es originaria de la Ciudad de Guatemala, pero vive en San Miguel Petapa. Cada tarde después de terminar su trabajo como asistente de contabilidad, toma un taxi colectivo para llegar a casa, pero el 25 de agosto se subiría a un taxi no identificado en el que intentarían violarla. Esta es su historia de supervivencia.

“Hace un año y medio empecé a usar vestidos. Quería hacer cosas distintas. Ese día, llevaba una falda abajo de la rodilla y un suéter. Podría haber venido desnuda, pero nadie tiene derecho de tocarme”, dice María al inicio de su relato. 

María confiesa que sufrió de abuso sexual cuando era niña y ha recibido terapia para poder superar los traumas que estas experiencias le dejaron. Durante la pandemia, acordó con su pareja y familia que viajaría en taxi colectivo para evitar contagios y para llegar más rápido a su casa. 

“Tomé la mala decisión de subirme a uno que no estaba rotulado. Son taxis pirata. Yo era, hasta ese día, una persona muy despistada. Me subí al taxi que decía que venía para Villa Hermosa y que cobraba 10 quetzales, como los demás. Todo iba normal de la 13 calle de la Petapa hasta llegar a Pacific Villa Hermosa. Íbamos cinco pasajeros más el chofer”.

En la parte trasera viajaban dos hombres y María. Cuando se bajó el penúltimo pasajero, el hombre que iba en el asiento trasero, de unos 50 años, de baja estatura, moreno y canoso, empezó a verle las piernas. 

“El tipo me empezó a jalar del brazo. Estaba bastante nerviosa, entonces saqué la sombrilla cuidadosamente, tratando de disimular”. 

En la siguiente parada, cuando se bajó el último pasajero, el hombre canoso empezó a querer tocarle el brazo. 

“Le dije que no. Me puso la mano en la pierna y me la jaló. Mi reacción fue pegarle con la sombrilla. Le dije: no me toque. Él me decía: es que te vamos a invitar a un café. Yo le respondí: no gracias. Tengo café en mi casa, no tengo hambre. Le quité la pierna y le pegué con la sombrilla en la mano. Me empezó a jalar y el taxista me dijo: te vas a calmar, porque te vas a ir con nosotros a tomar un café. En ese momento, sentí que se me nublaba la vista y pensé que no iba a regresar a mi casa”, cuenta María.

“Por la pandemia no he podido ver a mi hermano por más de 8 meses, pensé que me iba a morir y no lo volvería  a ver. Es difícil estar en un lugar y pensar que te vas a morir, que te van a violar”, agrega. 

Su reacción fue empezar a pegarle con la sombrilla y gritó a todo pulmón que la dejaran bajar del carro. 

“Era tanta mi energía que no pudieron controlarme”, dice. María cree que su alta estatura y peso le ayudaron a resistirse a la violación. 

“El chofer frenó después de seis cuadras que sentí eternas. Me dijo: te bajas pero ahorita. Como tenía todas mis cosas en la mano, me bajé rápido”, relata.

Al llegar a su casa, contó a su familia y pareja lo ocurrido. Le preguntaron si tomó fotos del carro o de las placas para poder denunciar.  

RUDA: ¿Pudiste denunciar?

María Reyes: “No denuncié porque no tengo un número de placa. Sin eso o algo, no es como si la policía me va a ayudar. Tengo la ropa de ese día. Está rota la falda donde el tipo me jaloneaba. Me resistía porque en mi mente sabía que si dejaba que me agarrara, no tendría la posibilidad de quitármelo de encima”.

“No, no es mi culpa”

Al día siguiente, “levantarme y arreglarme para ir a trabajar fue difícil. Hubiera querido quedarme en mi casa”, cuenta. María se mentalizó que tenía que seguir adelante “porque no puedo detener mi vida”. 

Cuando llegaron las 5:00 de la tarde, la hora de salida de su trabajo, empezó a llorar. “Volví a sentir el miedo de cuando estaba en ese carro. Sabía que tenía que regresar a casa. Así que intenté relajarme y recordé que tenía que ser más cuidadosa de mi entorno”.

“He estado tratando de no llorar porque cuando padeces de ansiedad te descontrolas y ya no puedes ser tan dueña de tus emociones. Entonces, ya no sabes cómo ordenar todos tus pensamientos. Trato de no llegar a ese punto y pensar que todo va a estar bien, que debo de ser cuidadosa”, reflexiona. 

María dice que parte del sistema de seguridad que ha construido después del ataque es ya no utilizar taxis sin número, que estén vacíos o en donde hay una mayoría de hombres como pasajeros. También comparte con su pareja su ubicación y los datos del taxi en el que viaja todos los días.

“En el camino ya ni siquiera uso mi teléfono. Antes hasta leía libros y me desconectaba de mi alrededor, pero ahora intento ser más perspicaz”, afirma.

 Pero todavía hay escenarios que disparan su miedo y ansiedad. Como cuando hay mucho tráfico y hay pocas personas en el taxi o como cuando visitó un centro comercial cerca de su casa, días después del ataque, y vio un vehículo igual al taxi pirata en donde casi fue violada. 

“Me dio un ataque de pánico. Ya no pude caminar, solo empecé a llorar. Son secuelas con las que tienes que vivir porque te generan miedo. La razón por la que cuento esto es porque pienso que una mujer más pequeña habría sido más fácil de dominar y someter”. 

Con la esperanza de prevenir a otras mujeres, contó a sus compañeras de trabajo lo ocurrido para que tuvieran cuidado. Un compañero respondió: “es que la culpa es tuya por usar falda”. “Le dije: no, no es mi culpa porque la maldad y la enfermedad mental es de otro. No mía. Esto es parte de la calamidad social con la que tenemos que vivir las mujeres en este país”. 

Ante este comentario, María dice con seguridad que no hay justificación para las violaciones ni para la desaparición de mujeres. 

Al paso de los días, María está segura que quienes la atacaron son personas que se dedican a buscar mujeres para abusar de ellas sexualmente. También se dio cuenta de que el chofer y el abusador eran cómplices pues “en cuanto el hombre me empezó a agarrar el taxista aceleró. Ellos esperan que la suerte los acompañe y quedarse con la última pasajera a solas”, afirma.

Lo cierto es que María tuvo suerte. Así se lo dijo un taxista el otro día: “usted se salvó porque a muchas otras mujeres las han violado en el carro”. Cada día en Guatemala, se registran al menos 30 denuncias por violencia sexual ante el Ministerio Público (MP)

De enero a abril de este año, la Secretaria contra la Violencia Sexual, Explotación y Trata de Personas (SVET), documentó que el MP recibió 3 mil 703 denuncias por violencia sexual.

Hasta julio de este año,  el Inacif había realizado 632 pruebas médicas a mujeres por delitos sexuales. Durante el primer año de la pandemia, las revisiones médicas alcanzaron los más de 5 mil 700 casos.

“Dentro de los espacios públicos donde hay mayor percepción de inseguridad e incidencia de acoso y violencia sexual es en el transporte público. La agresión sexual en el transporte público es un problema que afecta principalmente a mujeres jóvenes y adolescentes, estudiantes y trabajadoras, de estratos medios y medios bajos, que usan diariamente los diversos modos de transporte público”. 

La mayoría de las cuales no dispone de alternativas eficientes para desplazarse por las ciudades, refiere Paula Soto Villagrán, socióloga de la Universidad Autónoma Metropolitana en la investigación de 2020: “Construcción de ciudades libres de violencia contras las mujeres”, realizada en México, Colombia, Chile y Perú.