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¿NACIMOS FEMINISTAS? WARMINISTAS EN NUESTRO CASO

Fotografía: Fondo de Acción Urgente de América Latina y el Caribe -FAU-

Por: Eliana Champutiz

*Warmi: mujer en idioma Kichwa de Ecuador.

Definitivamente sí. Aunque no lo sabemos, porque en el lugar o la familia donde crecemos y estudiamos el feminismo no es materia de estudio; porque años atrás no se hablaba de ello y en pleno siglo XXI, hay lugares donde tampoco se habla aún. Sin escuela y sin teoría, hemos aprendido que debe existir una igualdad de derechos y libertades para las mujeres que históricamente han sido solamente para los hombres; así mismo sabemos que es necesario eliminar la dominación y violencia sobre las mujeres y toda aquella práctica laboral, social, económica y ambiental, sea de hombres o de mujeres, que sigan naturalizando la inferioridad de las mujeres.

Definitivamente nacemos feministas, criadas en familias paternas o maternas, donde siendo más hermanas mujeres, la voz y criterio autorizado o definitivo es la del varón de la familia y ha sido culturalmente establecido y legitimado. Porque fuimos las hijas “responsables” y bien portadas con menos derechos, mientras los hermanos varones gozaban de privilegios.
¿Nacimos feministas? Definitivamente sí, cuando con rabia en las escuelas, con mayor número de hombres, optamos por usar pantalón para que no levanten nuestras faldas. Porque aprendimos a responder con puñetes y patadas la intención de los “compañeritos” de tocar nuestros senos en crecimiento o “robarnos un beso”.

Fuimos feministas cuando, sin idea de educación sexual, empezamos a explorar la sexualidad en nuestros cuerpos, hasta que una de nosotras quedó embarazada a los 14, 15, 16 años y abortó; abortamos en nuestro cuerpo o el de nuestra mejor amiga, conocida, prima, hermana. Sin dinero para pagar el aborto clandestino con el “médico afamado” pedimos dinero a un “amigo” sabiendo que tarde o temprano se pagaba con “favores sexuales”. Abortamos con yerbas y pastillas que nos recomendó “la amiga de la amiga” terminando en un aborto clandestino que a veces, se llevó la vida de una de nosotras y si no abortamos nos quedó la maternidad “resignada”.

Somos feministas cuando nos indignó que, en la secundaria fuéramos amenazadas con expulsión por quedar embarazadas; cuando con resignación y dolor las madres deben abandonar sus carreras universitarias para criar a sus hijos e hijas, cuando las madres universitarias se enfrentan a la “incomodidad” de los profesores. Como madres y amigas tuvimos que pelar para que la maternidad no fuese algo sancionado por el sistema educativo. Si lo vemos ahora fuimos y somos feministas desde entonces.

Transitamos años sin saberlo, pero sintiéndolo, viviéndolo a través de nosotras mismas y de nuestras amigas, estamos seguras que el feminismo se construye con otras, aquellas que te cambian, te fortalecen, incluso con quienes tu opinión cambia y marcas distancia pues aprendes a distinguir que no son parte de tu manada solamente por ser mujeres.

Vivimos, sin embargo, abortos clandestinos, relaciones dependientes, ilusiones amorosas, violaciones familiares, matrimonio y parejas rápidas para escapar de casa, amores que le temen al sexo y sexo que quiere justificarse con amor, maternidades resignadas, celos y competencia. Y en algún momento de nuestra historia crecemos, nos reconocemos y mantenemos feministas sin tanto reflexionarlo, solo viviéndolo. Derribamos estereotipos como el primer amor, la primera vez, el príncipe y la princesa, la maternidad, el matrimonio, la heterosexualidad, la monogamia, la iglesia, el marido proveedor, la profesionalización, ser “las chicas fáciles” que un hombre toma y deja, etc.

Pero en algún momento, en alguna edad de nuestra historia, cuando todo eso que vivimos nos empieza a hacer demasiado ruido y nos incomoda; nuestro corazón, cuerpo y espíritu descubren la felicidad de reconocernos feministas, esa categoría a la que tememos y vamos en la práctica haciéndola nuestra. En la búsqueda de la igualdad para las mujeres, los conceptos de feminismo empiezan a pelearse, a imponerse y negarse unos sobre otros, y a quienes les interesa deslegitimar nuestra lucha reducen el feminismo diciendo que es el odio hacia el hombre y la venida en masa de divorcios.

No nos llamamos feministas, pero reconocemos la rebeldía que cuestiona lo moralmente establecido, seguimos la sabiduría de nuestra corazonada y nos alejamos de aquellas que no quieren trascender hacia su instinto feminista. Encontramos hermanas de historia, las amigas sororas que cuidan y forman a otras solamente con su existencia; las locas feministas que bailan, escapan, se enamoran, lloran contigo cuidándonos de decepciones amorosas. Las mujeres que deciden disfrutar y encontrar en otro cuerpo la magia de la sexualidad y del sexo sin esperar matrimonio o amor eterno. El feminismo es labrar sueños y proyectos mientras cuidamos juntas nuestros hijos e hijas, forjamos nuestras maternidades, la añoranza del compañero que nos ame, somos feministas cuando sin haber escrito códigos entre nosotras, sabemos que no somos competencia, sabemos hasta dónde, con quién y en qué momento se establecen pactos de cariño y respeto que se vuelven inviolables.

Ese espacio en común que nos anide entre iguales, sin violencia, con cariño y lealtad es la búsqueda del sueño feminista. Nacimos feministas, caminamos feministas, despertamos feministas y nuestro olfato despierta con la misma fuerza y deseo de nuestra entrepierna al parir, menstruar y eyacular. En ese feminismo que descubrimos, recuperamos y fortalecemos nuestra memoria ancestral indígena y el proyecto de vida que sabe que la tierra y nuestro cuerpo no son territorios de conquista; desde la mujer indígena, runa, longa y chola como nos llaman despectivamente siento que somos warministas: Warmi, la mujer, la joven, la niña, el espíritu y la sabiduría de lo femenino, warmi la reconexión con el sueño de los ancestros, warmi la corazonada con lo colectivo y comunitario, warmi la lucha anticolonial, antipatriarcal con el Estado mismo. ”Nista” el espíritu general de reivindicar derechos históricamente negados para las mujeres.

Creo y siento en el warminismo entonces, pues todas nacemos bajo las señales de la naturaleza que quieren cambiar nuestra situación como mujeres; reaccionamos frente a las imposiciones de la sociedad, la iglesia, el patrón, la educación y la familia. Ya no podemos mantener el olfato dormido y callar la violencia, el maltrato, un matrimonio fallido; amarramos a la pareja, a las falsas amistades, a los hombres comprometidos, a los hijos que tarde o temprano se van; conformarnos con un trabajo improductivo pero seguro, con el silencio, a ser la sombra de alguien más y aspirar lo que otras tienen, nos atamos a la depresión, la inseguridad, la rabia y la ira; nos desgastamos en nosotras mismas.

Estamos acompañadas por una nueva manada de mujeres que no conocemos, pero al verlas nos sentimos parte de ellas, sabemos que la amistad es algo privado y lo privado es político para re pensarnos y parirnos juntas; seremos capaces de abrazarnos y mirarnos a los ojos sabiendo que nos queda mucho por sanar y aprender.

Definitivamente, nacimos feministas hasta que acuñamos nuestros propios sentires bajo nuestros propios conceptos, en nuestro caso warministas.

Fuente: fondoaccionurgente.org.co/es/noticias/nacimos-feministas-warministas-en-nuestro-caso/?fbclid=IwAR0d0ELlyOPCbRgc_9GOps-p_sFto_o6ySdxRRwVvuJ8c4mNZ3H1wTJpaXA