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Mis derechos como mujer trans no se defendieron en silencio

Estaba en la oficina del subdirector del instituto. Él, un hombre mayor, sentado frente a su escritorio y con cara de pocos amigos. Yo, del otro lado, una joven asustada y triste. Me había llamado para advertirme que haría todo lo posible para expulsarme. Incluso me amenazaba con poner a los maestros y alumnos en mi contra. Yo estaba a punto de quedarme sin estudios y en ese momento mi sueño de progresar en la vida se estaba derrumbando.

El gran problema y el motivo para expulsarme, según el subdirector del instituto, era mi identidad. En otras palabras, lo que le molestaba de mí y lo que le hacía odiarme era mi sola existencia.

Soy Stacy Aragón, una mujer trans salvadoreña de 38 años, activista y defensora de los derechos humanos de la población trans. Y ese momento en la oficina del subdirector del instituto, hace 20 años, me marcó para siempre.

Lo que viví en mi centro de estudios resultó tan impactante que hoy es uno de los motivos de mi lucha para que ninguna niña o adolescente trans pase por lo mismo.

Una mujer trans que se llama Stacy

Desde que tengo uso de razón tenía clara mi identidad de mujer, pero durante muchos años viví en un cuerpo de varón en el que me sentía incómoda.

Así que decidí empezar a cambiar eso a los 16 años inyectándome hormonas, usando ropa femenina y maquillándome.

En ese tiempo no había mucha información, así que empecé mi tratamiento sin ayuda profesional y solo con la orientación de una amiga, también mujer trans.

Ese proceso me ayudó mucho en lo físico y lo emocional; me hizo sentir más segura de mi misma, más feliz y plena, pues por fin había una alineación entre mi cuerpo y mi identidad.

No fue un proceso fácil. Para poder pagar mi tratamiento tuve que trabajar mucho, e incluso, me metí a ejercer el trabajo sexual. De cualquier forma, estaba muy orgullosa de mí y mis logros.

La discriminación institucional

Yo tenía 18 años cuando estudiaba el último grado de bachillerato en el instituto ‘General Francisco Menéndez’, de San Salvador, la capital de El Salvador.

Un día, en la hora de recreo, estaba comiendo y platicando con mis compañeros, cuando el subdirector me llamó y me pidió que lo acompañara hasta su oficina.

Él, un hombre mayor, sentado frente a su escritorio y con cara de pocos amigos. Yo, del otro lado, una joven asustada y triste. Me había llamado para advertirme que haría todo lo posible para expulsarme.

Incluso, me amenazaba con poner a los maestros y alumnos en mi contra. Yo estaba a punto de quedarme sin estudios y en ese momento mi sueño de progresar en la vida se estaba derrumbando.

El subdirector me dijo que yo era un mal ejemplo para mis compañeros, una vergüenza para el instituto y que lo mejor que podía hacer era retirarme. El problema, para él, es que yo no parecía un varón por mi apariencia y mi comportamiento.

Y solo por eso me quería expulsar.

La violencia es el pan de todos los días

Una niña, adolescente o mujer trans en Centroamérica vive todos los días la violencia y la discriminación. Eso es lo que dicen muchos reportes, estudios y análisis de violencia contra las personas trans. Pero yo también lo viví en carne propia.

Todos los días, estudiantes, maestros o administrativos me decían o hacían algo violento o humillante sobre mi identidad.

Por ejemplo, a los 14 años, durante una clase me obligaron a quitarme un collar de piedras rosadas, porque según el profesor, solo las niñas podían usar joyas.

En el bachillerato me obligaban a desmaquillarme para poder recibir las clases, e incluso, para tomarme las fotos de la graduación.

Pero una de mis peores pesadillas de todos los días era el subdirector del colegio, que se encargaba de vigilar cómo iba vestida, hasta que un día intentó expulsarme.

Una defensa a gritos

Realmente me sentí muy mal después de que el subdirector me amenazó con expulsarme del instituto porque pensé que nunca más iba a poder estudiar, pero decidí defenderme alzando mi voz.

Lo primero que hice fue contarle mi situación a los compañeros y al personal del instituto con quienes tenía buena relación. Por supuesto dijeron que contara con su apoyo y me sugirieron una acción pública.

Justamente en ese tiempo había elecciones del Consejo Directivo Escolar, así que me presenté como candidata y resulté electa como representante en el Consejo Estudiantil.

Recuerdo los gritos de mis compañeras y compañeros festejando que yo había ganado. Pero eso solo enfureció más al subdirector, quien me amenazó con sacarme del Consejo porque supuestamente tenía un mal récord académico.

La situación se ponía cada vez más tensa y decidí dar un paso más, así que pedí una reunión con el director del instituto para quejarme del hostigamiento en mi contra. ¡Y me apoyó!

El director Arnulfo Carrillo me llevó personalmente a la Dirección Departamental de Educación para presentar una denuncia contra el subdirector.

Recuerdo que el director me dijo que nadie tenía derecho a burlarse de mí o a humillarme y si alguien lo hacía debía ser sancionado. Y eso fue lo que pasó. El subdirector fue expulsado del instituto después de un proceso administrativo.

Eso mejoró mis últimos días en el instituto, aunque siempre hubo compañeros y maestros que siguieron molestando.

De cualquier forma, ese proceso me dio mucha fuerza y me hizo entender la importancia de defender el derecho de las mujeres a construir y defender su propia identidad.

Ahora ya soy una mujer quiero dedicar mi vida a seguir luchando por los derechos de la población LGBTIQ+, y no quiero que otras mujeres arriesguen su salud tomando hormonas sin control médico o que estudiantes sufran acoso.

Entendí a lo largo de mi vida que mis derechos trans no se defendieron en silencio. Y por eso quiero ser presentadora de noticias en la televisión y trabajar en los medios de comunicación, para hablar sobre derechos humanos.