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Migración de mujeres nicaragüenses: la gran responsabilidad de las cuidadoras.

Fotografía: Inti Ocón / The New York Times

“Cuando mi madre se fue a Estados Unidos, yo tenía ocho años, mi hermanita tenía cuatro años y mi hermano tres años. Mi pensamiento nostálgico era... ¿cuándo la voy a volver a ver, le pasará algo, estará bien?…”, comenta María, una mujer nicaragüense que al contar su historia prefiere mantenerse anónima.

La palabra abandono se vuelve recurrente cuando se habla sobre la masiva migración de mujeres nicaragüenses que dejan a sus hijas e hijos en poder de otras cuidadoras: abuelas, tías, hermanas y otras mujeres con otros parentescos. Estas mujeres se vuelven claves a la hora de que una mujer sin empleo o sin esperanzas de una vida mejor decide dejar su casa, su comunidad, su familia y su país. Poco se mencionan los vacíos emocionales y las responsabilidades de quienes se quedan, hijos e hijas y de las mujeres que asumen los cuidados y mantienen el tejido social tras la migración, en un país donde más del 40% de los hogares son sostenidos por mujeres.

“La emoción de una llamada llenaba el vacío de que no tuviéramos con quien celebrar nuestros cumpleaños, día de la madre, celebraciones religiosas. Esas cosas que para un niño o niña son importantes. Eso afecta mucho, porque tristemente mi madre tuvo que emigrar”, continúa recordando María.

Históricamente, el flujo migratorio nicaragüense se había concentrado en Costa Rica, por la cercanía. Se volvió común ir y venir de personas que cruzaban a Costa Rica por puntos clandestinos en búsqueda de trabajos temporales, sobre todo en temporada de cosecha. Esa migración es catalogada como  de frontera y es cuando un país vecino ofrece mejores condiciones que el de origen y permite labores de temporada. “Las cifras oficiales apuntan a unos 400 mil nicaragüenses en Costa Rica”, dijo en octubre de 2022, Eduardo Ulibarri, exrepresentante de Costa Rica ante las Naciones Unidas.

El flujo migratorio de los últimos cinco años ha venido cambiando. “Ha sido casi normal ver la migración en masa de hondureños, guatemaltecos y salvadoreños en el pasado, pero el caso de Nicaragua es reciente debido a la crisis económica y política por la que atraviesa el país gobernado desde hace 16 años por Daniel Ortega, quien ha instaurado un modelo represivo de gobierno desde los sucesos de abril 2018 con el levantamiento popular”, expresó una analista de procesos migratorios en Centroamérica, que pide omitir su nombre por razones de seguridad.

Se identifica una mayor movilidad de mujeres que dejaron atrás todo para migrar masivamente a Estados Unidos y España. Activistas por los derechos de las poblaciones migrantes han nombrado a este fenómeno bajo la clasificación de “migraciones forzosas”; pues  según su definición es el tipo de movilidad “que se realiza involuntariamente, y están provocadas por guerras, desastres naturales, motivos políticos”. 

Es difícil saber la cantidad de menores y adolescentes que se quedan bajo la responsabilidad de otra mujer para que una madre pueda ir a trabajar y mantener a su familia desde el exterior, en un país con una tasa de natalidad de más de 2 hijos por mujer, según Datosmacro.com. 

“La situación económica mejoró. Quedamos al cuidado de nuestra abuela. No nos faltaba nada y hasta la fecha mi mamá apoya económicamente a mi familia cuando hay necesidad. Los tres fuimos a la universidad, pero sólo yo me gradué, mi hermana no concluyó su carrera porque salió embarazada y mi hermano tuvo que migrar con su pareja embarazada hace poco sin concluir sus estudios”, resalta María.

Cuenta que su abuela estuvo pendiente de sus cuidados y necesidades, pero no podía contarle sus cambios de niña a adolescente y ese vacío quedó ahí. “Tocó madurar a fuerza a los tres porque no teníamos con quien platicar nuestras cosas. Todos esos vacíos lo hacen sentir a una débil”, rememora.

Esta es la historia repetida de miles de hijas e hijos que se quedan a conformar nuevos lazos de dependencia ante la separación de la madre. Lo que fue común en la historia reciente del país con el padre ausente durante los años de conflicto militar en la Nicaragua de los años 80; se repite 40 años después llevándose también a las mujeres en búsquedas de nuevos horizontes para mejorar la calidad de vida de su descendencia. 

El camino siempre se piensa será corto, lo que dure para recoger y comprar o reparar una casa, pagar la universidad de hijos e hijas. Migrar cumplirá el sueño de mejorar sus condiciones de vida. Pero, en la mayoría de los casos, este viaje no tiene retorno y las que se van, al encontrarse con obstáculos institucionales anti migración: se van para siempre.

La responsabilidad de las cuidadoras 

Lorena, una mujer nicaragüense cuidadora, quedó a cargo de su sobrina cuando su hermana tuvo que migrar. Para ella, uno de los temas que poco se aborda cuando se habla de la migración es de la gran responsabilidad que asumen quienes cuidan a hijos o hijas de padres o madres migrantes. “Cargas con la responsabilidad de cuidar a una personita que proyecta la responsabilidad de la madre en la persona que la cuidó, al final la que la abandonó por la razón que sea -en este caso se ve como bueno-, es su madre, pero la cuidadora paga si no estuviste a la altura de las expectativas de la criatura”, comparte Lorena.

Desde su experiencia considera que es importante reconocer que los niños y las niñas pueden vivir algunas situaciones traumáticas. “Si una se equivoca con la crianza de una hija, está bien, ella te reclamará y no pasa nada, pero con él o la hija de otra, ese drama es para toda la vida”, reflexiona.

Clara, otra mujer cuidadora,  tiene dos hijos y vive con su esposo. Está cuidando a una niña de 9 años, hija de una prima. “Es una carga pesada que se asume con el mejor de los propósitos. Además de carga emocional, económica… es una preocupación constante porque revisas lo que estás haciendo y debes entregar cuentas, al final no es tu hija”, comenta. 

Una de las preocupaciones presentes para Clara es que la familia, ahora más grande, incluye a una persona que no tiene vínculos consanguíneos con la “nueva hija”; en este caso, su esposo. En esta situación, aunque no se nombra explícitamente, hay una implicación de que la falta de lazos de sangre puede ser justificación para un comportamiento diferenciado con la niña. “Asumir el rol de cuidadora de personas que no son tus hijos te carga bastante, porque tienes que dar cuentas de ese bien precioso y delicado que te dejaron a cargo”, concluye.

A pesar de los problemas planteados desde la perspectiva de las cuidadoras y el testimonio de María, como mujer joven que se quedó siendo niña, las mujeres entrevistadas para este artículo han juzgado de manera negativa a las madres migrantes. La migración se reconoce como una  necesidad para las nicaragüenses.  

“María” dice que si ella migrara no haría lo de su madre: ausentarse por mucho tiempo y no buscar como legalizarse en Estados Unidos para poder venir a verlos en su momento. Dice que si le tocara a ella hacer lo mismo se llevaría a su hijo “pues es preadolescente y es una de las edades más difíciles que no me gustaría perder ni dejarle la responsabilidad a otra persona sobre su cuido”, indica.

Mientras, “Lorena” asegura que “si me tocara hoy hacerme cargo de un sobrino o sobrina, nuevamente  lo hago. Sin pensarlo. El cuidado en familias más que un acto de solidaridad entre mujeres, es un aprendizaje desde siempre. Las hermanas mayores cuidan a las más pequeñas y así sucesivamente. Se ayuda sin preguntar. Es parte de la sobrevivencia. Se hace sin otro interés”, finaliza.