RUDA

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La sanación como camino cósmico-político

6:00 de la mañana. Lorena me ofrece un té de hierbas y la casa huele a incienso, a fuego, a hierbas, a tierra. Iniciamos la entrevista

Lorena Cabnal es una feminista comunitaria xinka, maya k’iche’ y maya q’eqchi’ de 47 años que se encuentra en situación de resguardo. Se define a sí misma como «libre, autónoma, goza y caminante de la vida» que tiene una hija hermosa.

“Mi abuela y abuelo paterno son maya q’eqchi’ de San Juan Chamelco, Cobán, Alta Verapaz. Mi abuela materna es xinka, mi abuelo materno k’iche’ de San Pedro Jocopilas y yo nací en una situación de migración interna.”

¿Podrías contarnos cómo llegaste a la defensa del territorio-cuerpo-tierra?

Sí, pues yo vengo con una historia muy personal de violencia sexual. Creo que ese es el hilo; el nudo si quieres llamarlo así. Es lo que me encamina a buscar la sanación en mi historia. De allí es que nace también mi deseo de estudiar medicina. Yo en principio quise ser ginecóloga. Buscando en esa misma intención de sanar las memorias de dolor llegué a la psicología, aunque ésta no me lo resuelve. Encuentro muchos vacíos y llegó entonces a la psicología social comunitaria. Ese fue un momento importante en mi vida porque a partir de esas interpelaciones, fortalezco mis identidades ancestrales.

En ese proceso, a los 25 años, tomo una decisión profunda: irme a vivir a un lugar que se va a convertir en un espacio histórico en mis caminos, en mis aportes, en mis encuentros y desencuentros, la montaña de Santa María Xalapán. Allí llego con deseos profundos de fortalecer mis raíces, en ese momento no me nombraba xinka.

Llego en un momento histórico, entre 2003 y 2004, como epesista de la Escuela de Psicología Social Comunitaria por la Universidad de San Carlos de Guatemala, en el marco de un proyecto para niñez y juventud con la – Coordinadora Nacional Contra el Maltrato y Abuso Sexual Infantil -CONACMI. Encuentro muchas historias parecidas a la que yo viví de niña, la de la violencia sexual contra niñas y niños. Allí nació un primer espacio organizativo llamado el Colectivo de Protagonismo Infanto-Juvenil – COPIJ Izotes, un espacio que al principio era para hablar de maltrato y abuso sexual.

En ese tiempo yo no era feminista. Era una muchacha que tenía un deseo profundo de hablar de esta grave problemática en las comunidades indígenas, a partir de su historia. En 2003 surge la Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María Xalapán a través de Mujeres Trabajadoras del Campo Flor del Café, mujeres sumamente empobrecidas y que en ese momento vivían una sequía estacional ampliada, hambruna, desnutrición, mortalidad materno-infantil, en pleno marco del fortalecimiento de Los Acuerdos de Paz en Guatemala. Entre esas historias yo no podía desdibujar que lo que me había llevado a la montaña era mi historia de violencia sexual y el deseo de trabajarlo con la niñez de ese lugar.

Yo no tenía mucho conocimiento del feminismo. Recuerdo que la primera mujer a quien escuché nombrarse feminista fue mi profesora durante mi primer año de Universidad cuyo cuerpo está desaparecido hasta el día de hoy, Mayra Gutiérrez. Feminista, activista e investigadora, es mi primera imagen en la memoria cuando digo feminismo.

Me acerco al feminismo escuchando los planteamientos de algunas mujeres feministas del Sector de Mujeres en Guatemala, luego también comparto procesos de formación política en la misma comunidad como en otros territorios del país. Con el tiempo voy a ser parte entonces de la Escuela Nacional Feminista de la cual egrese en 2009.

La lucha y la defensa del territorio ancestral xinka en la montaña de Santa María Xalapán es una lucha hermosa y muy poco conocida en Guatemala. En el 2003 el pueblo xinka no se nombraba xinka, sino que se llamaba “Comunidad Indígena de Santa María Jalapa”. Empezamos entonces a reconocer que el pueblo xinka había tenido una lucha y resistencia por la recuperación de su territorio ancestral durante la colonización y lo relacionamos con el celo fuerte de hoy por defender la montaña contra el despojo de terratenientes vinculados al narcotráfico, crimen organizado, empresarios, industrias extractivas y funcionarios corruptos e impunes de Jalapa. Esto lo puedo decir abiertamente hoy acá, ya que lo he denunciado por años, lo cual me ha significado un riesgo personal y político. Recuerdo aquellas consignas:

Agua, vida y maíz; minería fuera del país.

Este territorio no se vende, se recupera y se defiende.

Esto nos llevó a una gran pregunta: Si la comunidad indígena defiende el territorio ancestral con tanto celo, ¿qué pasa con las niñas? La violencia sexual en comunidades indígenas está naturalizada. Eso cruza mi historia y se convierte en mi fuerza para luchar contra la impunidad y la injusticia. Viví 16 años en esa comunidad y allí sentí miedo, porque al atardecer a las niñas se les resguarda. Hasta el día de hoy, se les trae junto al fogón, la mamá o las tías están muy pendientes de ellas, porque a las niñas se las roban para abusar de ellas sexualmente.

¿Cómo explicamos que eso tiene que cambiar en una comunidad indígena que tiene tan naturalizada la violencia sexual? Las mujeres reconocían esa violencia pero sentían que no podían hacer nada más. Ese fue entonces el momento clave que reconozco de cómo nace lo que con los años se iba a convertir en un enunciado de este feminismo comunitario territorial, mi cuerpo como primer territorio de defensa, en 2005. Porque es precisamente en ese año que iniciamos las denuncias contra violencia sexual y femicidio de mujeres indígenas en la montaña de Xalapán.

En 2006 sacamos nuestro primer comunicado como Asociación de Mujeres Indígenas de Santa María Xalapán, denunciando también el interés petrolero que había por nuestro territorio. Empezamos a darnos cuenta cómo esta lucha histórica se volvía personal, a meter el cuerpo, denunciar y acompañar casos de violencia sexual.

Relacionamos allí cómo la minería es violencia contra las niñas, mujeres y hombres (en ese entonces veíamos todo aún muy binario y heterosexual). A finales de 2007 lanzamos una consigna en una marcha de más de 20,000 comuneras y comuneros denunciando las 31 licencias mineras en Jalapa: DEFENSA DE TERRITORIO-CUERPO-TIERRA. Esto entre el fortalecimiento de Los Acuerdos de Paz y las jornadas de resistencia contra la minería en la montaña. Llegamos también a otras luchas, espacios feministas y territorios. Fue por ese entonces que abracé mi identidad política como feminista comunitaria y con los último años llegaría a ser feminista comunitaria-territorial.

Yo entro en diálogo con otras compañeras de diferentes dirigencias territoriales con las que teníamos historias compartidas de riesgos, ataques y amenazas desde las comunidades, por abordar la violencia sexual. Varios dirigentes hombres sentían que las mujeres los habíamos desplazado de sus dirigencias y muchas mujeres relataban cómo en jornadas de lucha y resistencias se sentían acosadas por los mismos compañeros de los movimientos. Fueron momentos políticos fuertes tanto por la disputa del machismo indígena, los riesgos, ataques y amenazas por las denuncias como por el resguardo del territorio. Pero también por disputas feministas desde lo organizativo-interno. Yo salgo finalmente un 24 de julio de 2015 de Jalapa. Aunque de la montaña ya había salido en 2011 debido al destierro.

Ese año es un momento histórico porque fallece de cáncer nuestra hermana Elizeth Us Tum, fundadora espiritual de la Red de Sanadoras Ancestrales, dejando su consigna:

“Mira cómo estoy muriendo; cómo acaban nuestros cuerpos. Que incoherentes somos.”

como también es importante recalcar sus denuncias políticas al momento de su cierre de ciclo:

“Las organizaciones a las que aportamos un día nos dejan en el olvido político y las comunidades también. Llegan momentos de soledad y dónde también no hay seguridad para nuestras hijas….”

Teníamos entonces el perfil político hasta arriba. Salíamos en los medios de comunicación, acompañábamos casos de denuncia, de violencia contra niñas y mujeres. Ella había vivido la guerra contra-insurgente, el genocidio, con una historia impresionante de violencia sexual y de aportar a procesos comunitarios. En 2009 yo había tenido un derrame que me dejó paralizada la mitad del cuerpo. Hablaba con la boca torcida, andaba con un brazo muerto, criminalizada y sin programas de resguardo para defensoras.

Siento entonces que la muerte de Eliset y mi derrame son incoherencias feministas de cómo entregamos nuestros cuerpos a las luchas; cómo des-corporeizamos nuestras relaciones de vida, de goce, de disfrute, de placer y cómo no nos atrevemos a acercarnos a esos procesos personales de sanación.

Queremos cambiar el mundo, el sistema patriarcal, pero –acá- nuestros cuerpos están enajenados políticamente de las sanaciones ancestrales que sostienen los cuerpos ante las resistencias.

Decido distanciarme por fin de los espacios feministas y así fortalecer mis espiritualidades. Vengo de madre hierbera. Mi abuela materna fue hierbera. Vengo de ascendencia de mujeres comadronas ancestrales por el lado de mi abuelo k’iche’. Por el lado de mi abuela maya q’eqchi’, tengo toda su memoria calendárica-maya. Estaba siendo incoherente, porque estaba queriendo cambiar el mundo, el sistema patriarcal, el racismo, el colonialismo, el capitalismo, pero desde la racionalidad feminista, pesando 70 lbs de peso, de lucha en lucha, embarazada, postergando la memoria sanadora de mis violencias personales.

La Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario Territorial desde Iximulew, Guatemala, nace en ese entonces desde esas reflexiones profundas que tenemos varias mujeres indígenas en ese momento de desplazamiento político por defensa territorial.

Nos juntamos entonces en el 2015 para poder salir públicamente, pues ya desde el 2014 estábamos conformadas, mujeres desplazadas en situación de riesgo político y resguardo y dijimos:

“Pero si nosotras también tenemos la energía y los caminos de sanación desde nuestras ancestras y abuelas. NO PODEMOS ENFRENTAR LAS MÚLTIPLES OPRESIONES PATRIARCALES, COLONIALES, RACISTAS, CAPITALISTAS Y NEOLIBERALES SI NO TENEMOS CUERPOS ALENTADOS.”

La Red de Sanadoras es hoy un espacio de 13 mujeres. Tres están fuera del país por riesgo político, dos exiliadas, nueve fuimos desplazadas territorialmente, de las cuáles seis somos activas caminando territorios y una es ancestra caminante.

Hoy por hoy acompañamos procesos de recuperación emocional, física y espiritual de mujeres defensoras de su territorio-cuerpo-tierra que están en situación de criminalización, judicialización o riesgo político, desde el abordaje de la sanación como camino cósmico político.

Altar de Lorena. Foto: Celeste Mayorga

¿Cómo ha sido el pertenecer a la Red de Sanadoras Ancestrales?

Ha sido maravilloso encontrarme con un espacio plural de mujeres dentro de la Red, porque ese reconocimiento de la pluralidad es un principio cosmogónico en las relaciones de vida de los pueblos y las mujeres mayas. Desde la cosmogonía xinka también tiene sus dimensiones hermosas. Yo hago un tejido entre la cosmogonía xinka y la cosmogonía maya.

Las mujeres mayas dentro de la Red sabemos, reconocemos y abrazamos la energía plural de cada una, porque hemos nacido en diferentes días calendáricos mayas y cada una traemos una energía diferente según nuestro chaim y chaimal que significa: ¿Cuál es la razón de tu existencia en LA RED DE LA VIDA? ¿Para qué naciste para aportar a la red de la vida?

Como Red de Sanadoras Ancestrales no tenemos un proyecto financiado por la cooperación internacional; todas generamos nuestra autonomía económica en dignidad porque nos parece incoherente que dependamos de proyectos para poder sanar, porque sanar es un acto personal-político y consciente que se colectiviza. Valoramos si, los aportes de acuerpamiento económico que hemos tenido de espacios de mujeres feministas coherentes en nuestras luchas y mujeres que en lo personal y en las comunidades están también aportando para poder llevar a cabo las jornadas y procesos de sanación en territorios.

Cada mujer que conforma la Red llevamos el hilo y la memoria ancestral de nuestra madre, de nuestras abuelas. Caminar el camino que ellas nos enseñaron y continuar el hilo con otras generaciones de mujeres es una dignificación de sus memorias, de nuestras existencias.

Pensar entonces en el pertenecer desde mi memoria personal es recordar a mis abuelas hierberas; lo que aprendí de muy pequeña caminando con mi abuela xinka. Ella me llevaba a comunidades, sanaba en comunidades y en el mercado. En el camino iba recolectando plantas, agua, piedras, raíces. Una mujer maravillosa con mucha sabiduría. La gente llegaba y se le acercaba porque la quería escuchar. la buscaban mucho en el mercado, era allí su espacio de sanación. Mi madre y yo la escuchamos hablar de sus recetas, maneras. Hoy es mi hija quién me escucha hablar de la luna, de los olores, de la siembra, de las hojas, de las semillas, de las formas de sanación.

Somos eso, una red plural, y cuando nos juntamos en cada ceremonia, cada una hila sus saberes ancestrales. Pertenecer, vivir la complicidad, la alegría, la rebeldía y las transgresiones. Celebrar el acuerparnos en nuevas dimensiones eróticas para la vida, esa intimidad amorosa de agua y fuego. Comer, caminar, bailar juntas; sentirnos acuerpadas por otras compañeras, porque las sanadoras también necesitamos ser sanadas. Tejer nuevas epistemologías desde la sanación ancestral y hacerla política. Dialogar cómo sanar las opresiones; cómo sanar la heterosexualidad en los cuerpos; cómo romper esa lógica de cómo ser RUDA macho y RUDA hembra. Sanar nuestras identidades, nuestras corporeidades, cada una con sus tejidos. Esa es la red. La Red de Sanadoras Ancestrales.