La noche de Todos los Santos: cuando la muerte anda cerca
Adela vivía con su hija María en una aldea de Santa Catarina Pinula. Su casa era una vivienda cálida y sencilla, la que compartían con sus chuchos, gallinas y gatos.
Por Violeta Cetino
Durante el día, ambas se dedicaban a atender la tienda que desde hacía un tiempo lograron instalar en su casa, conocidos y extraños pasaban a refrescarse con una "agüita".
La casa era de block, sin repello y techo de lámina, con puertas y ventanas de madera que daban, al frente con la carretera de tierra y atrás, al patio donde habitaban sus animales.
Una noche, Adela, que ya estaba por llegar a los 50 años de edad y María, de unos 25, dormían el sueño de los justos… Pero a media noche los alaridos de los perros las despertaron.
Adela se levantó, "Mija -le dijo a María- A ver si no tiembla". María se sentó en la orilla de la cama y notó que la gata que siempre dormía con ella, no estaba.
Se puso de pie y junto a su mamá abrieron la puerta que daba a la calle para ver qué pasaba y encontraron a su gata retorciéndose en la tierra. Se alarmaron y le sacaron agua en un guacal para que bebiera. Enseguida, la gata bebió el agua, vomitó y mostró alivio, lamiéndose los bigotes.
Adela y María estaban tan concentradas en ayudar al animal que olvidaron los aullidos, pero el alboroto de los perros iba, no solo en aumento, sino acercándose, como una ola, hacia ellas.
Voltearon la mirada a sus espaldas y vieron venir a un hombre alto, con sombrero, vestido todo de negro, como con una capa y guantes. No sabían si por la oscuridad u otra razón, pero no lograron ver su rostro.
Ellas intentaron hablarle, pero no podían; parecía que los labios se les habían quedado pegados. Intentaron entrar a la casa, pero las piernas les pesaban tanto que no podían dar el paso.
Entonces, el hombre les dio las buenas noches y automáticamente recobraron el control de sí mismas, tomaron a la gata y entraron a la casa.
Adela, mujer de fe, trajo una trenza de ajos que tenía en la cocina, la puso en la pared, arriba de la puerta, tomó de la mano a María y rezaron un Padre Nuestro y un Ave María.
Juntas intentaron conciliar el sueño, hasta que lo lograron.
A la mañana siguiente, mientras abrían la ventana de su tienda, empezaron a notar que una fila de perros muertos estaban sobre la calle de tierra, justamente sobre las huellas que dejaron los pasos del hombre vestido de negro.