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La lucha de las mujeres desde las universidades

La historia de lucha de las mujeres en la Facultad de Ciencias de la UNAM se ha tratado de tomarnos como fuerza motivadora el saber que “otro mundo es posible”. Cuando entré a la facultad, las condiciones para reconocer los intereses y problemáticas específicas a nuestra condición de ser mujeres en ámbitos académicos, de la urbe y sus periferias, eran inexistentes. Nuestros malestares se hablaban en voz baja. Nunca realmente nombrándolos con un análisis anti-patriarcal, decolonial o anticapitalista. Difícilmente se reconocían los techos de cristal o pisos pegajosos. Sabíamos que las mujeres éramos menos en los salones y aún menos mientras más subes la escalera académica, pero era mal visto sacar el tema porque parecía que una se estaba quejando en vez de agradecer la oportunidad de estar ahí.

La teoría interseccional que tanto nos guía ahora era desconocida para nosotras.  Fue hasta abril del 2018, casi un año después del feminicidio de Lesvy Berlín, cuando varias conocidas por fin decidimos unir esfuerzos y crear la Colectiva de la Facultad de Ciencias Cihuatl Atekakini, “mujer desobediente” en nahuatl. Se empezaron a coordinar tendederos de denuncias, trueques para crear comunidad y encontrarnos más allá de las aulas, fuimos anfitrionas de la Tercera Asamblea Interuniversitaria de Mujeres. Así, poco a poco fuimos dando a conocer la presencia de mujeres que no estamos dispuestas a aceptar que las cosas siguieran como siempre en un espacio históricamente masculino.

Pasaron los meses y llegó la coyuntura de “Fuera porros”. Lo que empezó como una organización mixta, amplia y de base, poco a poco se fue desgastando y cayendo en las malas mañas de antes, al punto de que a pesar de que en los pliegos petitorios tanto de la UNAM como el interuniversitario se lograron hacer demandas que atendieran la violencia de género que azotaba la(s) universidad(es), estas fueron relegadas como un puntos laterales y no se les dio seguimiento.

Quizás esto fue la gota que derramó el vaso para muchas que estábamos cansadas de ser minimizadas en los espacios de toma de decisiones que se decían ser “de izquierda”. En particular, en Ciencias la vieja guardia se rehusaba a cuestionar sus conductas y actuares. Como olla de presión, cada día se iban sumando situaciones en todos los grados de violencia y lo que alguna vez fue murmullos y confesiones se volvió el pan de cada día, enterándonos y viviendo desapariciones, feminicidios, acosos, abusos y hostigamiento.

En los primeros meses de 2019 algunas estudiantes nos acercamos a la directora exigiendo que se tomaran medidas para reformar el famoso protocolo de violencia de género que implementó la UNAM bajo el primer mandato de Graue, decano de la UNAM. La crítica central es que el protocolo contempla sanciones muy limitadas y en extremo punitivas que no contribuyen a que los agresores entiendan el por qué sus acciones son violentas, ni abre espacios para justicia restaurativa. En cambio, propiciaba la individualización de la culpa y reproducía un modelo en donde lo que “no funciona” se saca de la vista en vez de solucionarlo, similar a lo que hace  en la ciudad de México con sus residuos materiales, dejando cada vez más destrozos en las periferias.

La directora nos propuso integrarnos a la Comisión de Equidad, que en ese momento estaba pasando por un proceso de reestructuración, para orientar la línea por la que la administración atendería la violencia de género en la facultad.

Esta propuesta marcó la primera de varias rupturas internas en la organización de mujeres, entre quienes se posicionan anti institucionales en todas sus modalidades y quienes ven en esta participación la oportunidad de reformar e incidir desde las tripas del monstruo aquello en lo que desde la autogestión no nos damos abasto, contemplando la realidad de quienes aún no se han integrado a las redes de mujeres, pero que finalmente son afectadas por la (in)acción de la institución.

Estas fracturas a la fecha plantean uno de los problemas que más trabajo nos ha costado resanar, pues implica aprender a escucharnos y construir desde lo común, quizás fuera de nuestra zona de confort. El trabajo desde lo institucional ha sido lento, pues a pesar de su urgencia y alcance al principio había pocas mentes y manos dispuestas para la cantidad de trabajo. Afortunadamente, cada día somos más. El trabajo desde lo autogestivo se ha visto limitado por el rango de alcance de las plataformas de difusión y las propias condiciones materiales de quienes buscamos una participación interseccional y amplia.

Tras la oleada de protestas en septiembre, planteamos la necesidad de un espacio  físico en la facultad que sirviera para generar la organización permanente necesaria para entender y prevenir la violencia que nos estaba haciendo la existencia digna imposible; además de contribuir a nuestra calidad de vida a través de talleres, círculos de lectura, conversatorios, biblioteca, etc. El proyecto volvió a toparse con el desgaste organizativo, que es de esperarse en un sistema cuya estructura aplasta todo aquello que no puede capitalizar. Tras meses de propuestas y contrapropuestas, la dirección construyó unas casetas y nos entregó una con el entendido de que nuestra organización es autónoma, es decir que se aprecia el apoyo pero no tenemos ningún compromiso con la administración actual o futuras.

El inicio del proyecto coincidió con una segunda oleada de videos en páginas pornográficas que decían ser grabados en los baños de mujeres de la Facultad de Ciencias. Tanto la dirección como las mujeres organizadas tomaron medidas de denuncia y prevención, pero a la fecha seguimos lidiando con lo difícil que es construir la sensación de seguridad y paz que deberíamos tener en nuestra cotidianidad.

 Fue hasta la tercer semana de este semestre que, en una asamblea de mujeres con participación histórica se decidió entrar a un paro total de cuatro días, que posteriormente se extendió hasta ocho, el cual se planteó no solo de estudiantes sino de y para todas las mujeres de la comunidad de la Facultad de Ciencias.

El tiempo y las condiciones de seguridad permitieron mantener múltiples procesos de diálogo, desfogue, apapacho colectivo, análisis, propuestas de trabajo, actividades recreativas y artísticas que apuntaron hacia la construcción de una realidad nunca antes vivida, en particular hacia “nunca más una ciencia sin nosotras”.

Paramos para que las que vienen no tengan que parar. Paramos porque como comunidad estábamos caminando sin rumbo, sin conciencia colectiva del por qué nosotras estábamos rezagadas en ese andar. Se plantearon acciones y demandas para el corto, mediano y largo plazo, reconociendo nuestras limitaciones y buscando la asesoría de quienes tuvieran un entendimiento más profundo de las condiciones sistémicas que buscamos reformar. Se levantó el paro con la claridad de que las cosas no iban a “volver a la normalidad”, porque la normalidad no contempla nuestra dignidad en ella. Desde entonces, las comisiones de alumnas y profesoras le han dado seguimiento a las demandas del pliego que se generó, teniendo presente que debemos buscar extender nuestro accionar a las trabajadoras a quienes les han impedido incorporarse y tejer redes con todas las otras mujeres que se están organizando en sus respectivos espacios, aprendiendo, compartiendo y analizando los saberes que se adquieren a lo largo de este andar.