RUDA

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Id y aprended de todas

Ya no es un secreto que la historia “universal” y las ciencias en general ignoraron a la mitad de la humanidad: las mujeres. Desde que comenzamos a expresar, escribir, hablar y denunciar nuestras experiencias diarias, hemos sido cuestionadas sobre los métodos, las formas, la “objetividad”. Se ha tachado a los estudios hechos por mujeres o enfocados a ellas, de ser “parciales”, “subjetivos”, porque al parecer la “objetividad” siempre fue masculina: ellos son lo universal, nosotras la otredad. La historia de las universidades también parte de esta dinámica de exclusión, reflejada en todas las luchas de las mujeres por el derecho a acceder a ella.

La Universidad ha sido y es un espacio patriarcal, desde sus máximos órganos hasta las direcciones de cada una de sus unidades académicas. No fue hasta 1919 que en la Universidad de San Carlos de Guatemala se graduó la primera mujer universitaria, y desde entonces las mujeres continúan siendo las primeras: la primera estudiante, la primera decana, la primera secretaria general, aún no la primera rectora. En ese contexto, el movimiento estudiantil también se había configurado como un espacio predominantemente masculino, hasta hace pocos años.

Durante mi participación en el movimiento estudiantil pude darme cuenta de importantes cambios cualitativos en el papel de las mujeres, percibí que nuestra voz se ha escuchado con más fuerza en los últimos años con un mensaje claro: no toleraremos más la violencia machista en la universidad. Recuerdo con mucha rabia que en mi tercer semestre tuvimos un docente sumamente misógino, que abiertamente nos dijo que para ganar su curso las mujeres debíamos esforzarnos mucho porque “él era un hombre casado”, entre otras insinuaciones sexuales que en ese momento no supimos nombrar como acoso. Hoy día, ante el hartazgo de tantos casos de violencia sexual en la universidad, se ha denunciado y se han generado instrumentos para combatir el acoso y cualquier tipo de agresión. No obstante, las autoridades siguen sin escuchar las demandas de las mujeres y la propuesta de reglamento contra el acoso sexual sigue sin ser aprobada.

Desde el inicio de mi vida estudiantil percibí lo que ahora describo como un paraguas de violencia: la “huelga de dolores”, “iniciaciones”, “bautizos”, “bienvenidas” donde se da el contexto de impunidad perfecto para que ocurra todo tipo de abusos, golpizas, acoso, violencia sexual, psicológica y en general cualquier ejercicio de dominación sobre el otro. En ese mismo contexto, las mujeres estamos siempre más propensas a vivir violencia contra nuestros cuerpos, contra nuestra vida, pues tales actividades son también expresiones patriarcales. Hoy recuerdo que al finalizar el comunicado previo al performance “Un violador en tu camino” adaptado a la USAC, las estudiantes gritaron “No queremos más huelga de dolores”.

Y es que la universidad está enferma de violencia, de misoginia, de racismo y dogmatismo. Vi cómo se aplaude al que más insulta o amenaza, al que grita más fuerte, al que demuestre más masculinidad. Una universidad atrapada en una cultura de impunidad sin fin, donde ha pasado de todo, porque para quien usa una capucha, para quien es el más macho, “todo está permitido”. Pero durante todo este tiempo, a pesar del contexto adverso, siempre he encontrado compañeras mujeres, que hacen política desde el sentido de hacer posible lo imposible, con ética.

Creo que la reflexión más grande que me dejan estos años es que con todo el trabajo cotidiano, las mujeres nos revitalizamos para seguir defendiendo la validez de nuestras experiencias. Me emociona mucho ver cómo el movimiento feminista universitario ha crecido, contra los patriarcados estudiantiles y autoritarios. Ha crecido la voz de toda una diversidad de mujeres que, así como toda la genealogía que antecede, nos deja una gran lección de vida: nunca dejemos que nos desmovilicen, que nos callen, que nos difamen. Cuidémonos entre nosotras y no cedamos nuestra paz a quien nos quiere condenar al silencio y la violencia. Cito a mi amiga Lenina García para reafirmar que no habrá nunca más una universidad sin nosotras.