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Conversando sobre agroecofeminismo con Mercedes Monzón

Fotografía: Juan Aguilar

Mercedes Monzón Escobedo es una mujer guatemalteca de 31 años, feminista, agrónoma de la USAC en recursos naturales renovables. En la universidad conoció la agroecología por varios cursos, donde pudo leer La Primavera Silenciosa de la bióloga Rachel Carson, un libro considerado como parte de la genealogía ecofeminista por la denuncia de los efectos nocivos de agroquímicos sobre la tierra. Este fue el punto de partida desde donde Mercedes se inspira para generar vínculos con el feminismo, construyendo la propuesta agroecofeminista desde Santo Domingo Xenacoj, un municipio ubicado en el departamento de Sacatepéquez.

Junto a su mamá mantienen una pequeña granja agroecológica en casa, donde se encuentran distintas plantas y animales. En esta entrevista nos cuenta sobre la propuesta del agroecofeminismo y cómo ha abierto brecha en un mundo patriarcal y extractivista.

¿Qué es la agroecología?

Es contemplada como una ciencia nueva. Sus raíces vienen de Sudamérica, y se propuso como una alternativa al modelo agronómico convencional e industrializado que tiene que ver con la utilización de pesticidas, agroquímicos, semillas mejoradas y genéticamente modificadas, el monocultivo y la industria de la agricultura.

Se vuelve como un frente contra este modelo de agricultura global que se instaló principalmente en las décadas de 1960 y 1970 alrededor del mundo. La agroecología planteaba la utilización de los recursos naturales, como los abonos orgánicos y buscar el equilibrio de las plantas. Pero algo que normalmente no se habla de la agroecología es que viene de la sistematización, de la recolección de las formas ancestrales de hacer agricultura.

Y eso es algo que muchas veces cuando oímos en los discursos sobre todo de las universidades extranjeras que hablan de agroecología dejan de lado ese origen, que es la agricultura ancestral, la agricultura de los pueblos.

La agroecología es un movimiento político también, tiene toda su fase política donde reivindica la soberanía sobre los territorios, la soberanía alimentaria que es una de las principales líneas de la agroecología y por supuesto busca la armonía de la agricultura con el entorno natural para beneficiarnos como humanas y no dañar el ambiente, que no tenga esas repercusiones fatales que llega a tener la agricultura industrial o convencional agroquímica.

¿Cómo se vincula este movimiento con el feminismo?

Cuando yo conocí la agroecología la conocí desde una de sus exponentes principales, que fue Raquel Carson. Ella pudo identificar que el uso del DDP que se utilizaba mucho en los campos de algodón y otras grandes industrias agroindustriales tiene un efecto malo en los animales y en las comunidades.

Ahí la vinculé inmediatamente, de hecho, sin saber mucho de su historia yo la percibía como una feminista y no sabía que al final sí lo era. Entonces para mí ese fue uno de los primeros acercamientos, el reconocimiento de ella como mujer en ese entorno tan machista. Y me sentí muy identificada porque al final, cuando estudias agronomía es un mundo de hombres. Cuando yo entré éramos como el 20% de la población estudiantil, ahora ya es más. Entonces ya sentía que había una necesidad de incorporar dentro de los mismos planteamientos de la agroecología otros enfoques, sobre todo de que no solo era buscar la armonía con la naturaleza sino también esa armonía con la humanidad que es algo que se ha perdido con todos los sistemas de opresión. Entonces buscaba encontrarla.

Y eso me ha llevado a encontrar otras perspectivas, no solo con las personas con las que convivo como mi mamá y otras amigas y compañeras que han estado en los mismos movimientos de mujeres, pero que también se han interesado al mundo natural y cuando me conocen a mi como agrónoma me dicen “mira has leído a tal persona o has conocido de estas autoras”, inclusive tuve una conversación con una amiga hace muchos años que me dijo “mira este es el ecofeminismo, se acerca mucho a lo que vos te gusta”.

Y pues ahí es donde he encontrado esa unión en la propuesta de la agroecología con el feminismo, no podemos contemplar una armonía en la naturaleza si no contemplamos esa armonía entre los hombres, las mujeres, los cuerpos y los sentimientos diversos. Otra cuestión es que las mujeres siempre hemos sido vinculadas a la tierra, al agua, al aire, al territorio como tal. Y una parte interesante de la agroecología es esa vinculación que hay con el territorio, por el planteamiento mismo de la soberanía.

Y eso conlleva a que las relaciones que hay entre las personas, mujeres y la misma tierra deben de resarcirse. Ahí encuentro yo la unión, en la misma defensa del territorio, en la misma defensa de la naturaleza, creo que ahí estamos vinculadas siempre las mujeres. Eso me llevó a repensar la agroecología, me lo planteé mucho tiempo. Hasta hace como unos tres o cuatro años, la Sociedad Latinoamericana de Agroecología -SOCLA- saca su primera publicación que se llama “Agroecología en femenino”.

Cuando lo leí por primera vez pensé “no me gusta, no me llama”, pero ya leyendo el texto es precisamente lo mismo que yo estaba pensando solo que el título no me gustó. Entonces creo que hay muchas oportunidades en esta parte de la agroecología y que no podemos desvincularla de nosotras las mujeres, sobre todo por el enfoque ecologista que lleva la misma agroecología y que desde el ecofeminismo se reconoce también, de que la tierra o la madre tierra es despojada de su autonomía, de su vida, de la misma manera que a nosotras las mujeres nos despoja el patriarcado. Para mi allí es donde encaja.

¿Cuáles dirías que son los elementos que la agroecología retoma de la agricultura ancestral?

Una de los principales sería la relación simbiótica con la tierra, esa parte donde no sos algo externo del ecosistema sino que más bien formas parte de él y tus relaciones o tus acciones no repercuten de forma dañina con el otro ser. En otros componentes creo que el rescate de esa misma simbiosis viene de la recuperación de los conocimientos ancestrales, de esa parte del reconocer que desde los pueblos había una forma de hacer agricultura que no había roto la red de vida, sino más bien formaba parte de esa red de vida.

Uno de los elementos principales sería toda esta apuesta política de buscar la soberanía. Cuando hablamos de soberanía estamos hablando del derecho a decidir, y eso también invita a que una tiene que ser soberana sobre su cuerpo. Me gusta mucho esa conexión que hay con el derecho a decidir, y toda esta apuesta política de la agroecología que conlleva a que las personas puedan decidir cómo sembrar la comida, cómo consumirla, y que esto no interfiera con los demás ecosistemas, que no consuma demasiado el agua, que los abonos se generen de las mismas plantas y animales que son parte del ecosistema.

¿A qué llamamos red de vida?

La red de la vida se plantea como tal desde el movimiento de mujeres mayas de Guatemala, la primera vez que lo escuché fue allí. La red de la vida como lo plantean las compañeras es esa red conectada donde elementos y seres interactúan entre ellos y ellas, y sus diferentes acciones de las que se benefician también benefician a otros elementos de la red de vida. Y en el momento en que uno altera o extrae alguno de esos elementos, esa red se desequilibra.

Cuando lo vi la primera vez me pareció muy filosófico y espiritual, yo no soy muy espiritual. Y me hizo recordar mucho mis cursos de agroecología, de estadística y de ecología vegetal que llevamos en la Facultad de Agronomía donde nos enseñan a conocer los ecosistemas.

Un ecosistema funciona de la misma forma que una red de vida, un ecosistema es un espacio delimitado donde hay elementos y hay seres que interactúan entre sí y todos se benefician. Para mí es lo que sostiene la vida en el planeta, el planeta como tal es un ecosistema gigante, y en él interactuamos nosotros, los animales, los insectos, las bacterias, las plantas, los demás elementos. Pero lo interesante de la apuesta de la red de la vida desde las mujeres viene de toda esta parte donde se transversalizan las relaciones humanas, contempla que nosotras las mujeres podamos ser soberanas sobre nuestros cuerpos, que podamos vivir una vida digna, sin violencia.

Lo bonito del esquema de la red de vida es que se plantea exactamente como una k’at, una red de telaraña y eso te explica más allá de cómo es que está funcionando la red de la cual somos parte. Algo interesante es que te permite cuestionarte qué papel está jugando la humanidad dentro de la red de la vida, y qué pasa si la humanidad deja de existir. Cuando haces ese planteamiento con las personas muchas dicen “bueno, se acaba la vida” y no es tan así.

La vida se abre paso y continúa, no necesariamente necesitamos estar nosotros. Otra es que puede que en el esquema de la red de vida solo aparecen los animales y dicen “pero nosotros no estamos allí”, y les digo “nosotros también podemos ser los animales también”, eso también mueve, porque el planteamiento de la red de vida no es nomás decir “estamos allí adentro todos, todos nos estamos beneficiando y los humanos estamos cumpliendo nuestro papel”, lo cierto es que habría que repensar qué papel está jugando la humanidad como tal dentro de la misma red de vida.

¿Cuál dirías que es el papel que está jugando la humanidad en este momento?

Es un poco difícil porque no podemos meter a toda la humanidad en el mismo saco. Obviamente vivir como vivimos globalmente está teniendo impactos muy fuertes dentro de la misma red de vida del ecosistema mundial, sobre todo de las personas que vivimos alineadas al modelo moderno de vida, quienes tenemos acceso a la tecnología, nos gusta consumir de alguna manera, vivimos en ciudades o en países industrializados. Pues sí, si pensamos en estas personas que viven en ese modelo de vida pues el papel que se está jugando es del los peores, inconsciente, no hay consciencia de los daños ambientales que se están ocasionando, de los daños sociales también que implican tener todas las comodidades que se tienen, todos esos privilegios y cómo estos tienen tanto impacto ambiental como social en países como los nuestros.

Pero cuando pienso en las otras personas que también son parte de la humanidad pero no están metidas dentro de ese mismo saco, pienso de que hay todavía muchos pueblos, muchas personas que viven de forma diferente y que de hecho viven en conexión con esa red de la vida. Y hay otras partes que somos todas esas personas que estamos en querer no sé si empatar este mundo con otras ideas, personalmente creo que allí entro yo, porque no me peleo con la tecnología, no me peleo al 100% con los privilegios porque al final están y puedo vivirlos o renunciar a ellos, pero estamos en constante reflexión y cambio de prácticas que pueden llegar a resolver algunas problemáticas.

Aunque sabemos muy bien que los problemas, tanto climáticos, ambientales, sociales, son ocasionados por el 1% de la población que es ese porcentaje que acumula, despoja, destruye y fomenta la industrialización de la vida, del ambiente y de la misma humanidad.

Creo que hay muchos papeles, hay muchos roles por parte de la humanidad. Y cuando yo hablo de recuperar el papel que se jugaba antes como humanidad, más que tener yo la respuesta es de invitar a reflexionar, que nos repensemos cuál era realmente nuestra función. Cuando piensas en una abeja o en una hormiga, o en un ciprés, sabes que cumple una función.

Entonces cuando yo me pregunto ese papel de la humanidad, no tenemos evidencia como tal. Lo más acercado es la labor que hacen los pueblos originarios en muchos lugares todavía. Pero no es la respuesta del 100%, entonces es de invitar a reflexionar ¿cuál es el papel que cumplía la humanidad en esta red de vida que es el planeta?

Hablando de Guatemala ¿Cuáles dirías que son los elementos que dificultan construir este modelo agroecológico?

Un montón. El primero es la construcción de este estado-nación que elimina esa colectividad, esa visión orgánica de la vida, que busca y anhela el crecimiento económico, el “desarrollo”, el ideal es crecer como los países industrializados cuando realmente el país nunca fue construido para eso, al contrario, fue para enriquecer a otros países y familias poderosas. La otra por supuesto todos los sistemas de opresión, yo creo que hablando de la agroecología técnicamente no podemos ejercerla si no hay tierra, si las familias viven en espacios muy hacinados o son despojadas de su tierra por proyectos extractivos.

La otra es que las razones por las que no hay tierra tienen que ver con el sistema económico, tienen que ver con el modelo que se implementó en nuestros territorios desde la colonia que se ha encargado de despojar la tierra de los pueblos originarios y también de las poblaciones ladinas, a no ser dueñas de tierra. No tenemos una herencia de tierra como tal, y esa parte no permitiría que se ejerciera la agroecología. Y otra parte es que los sistemas de opresión, el patriarcado, no dejan que las personas se lleguen a vincular directamente con la tierra por estar sufriendo las diferentes violencias o por estar enfocadas en la supervivencia.

No te permite elegir qué querés consumir. Hay iniciativas, hay formas, hay pueblos, hay comunidades y organizaciones que trabajan en torno a esto. Y de hecho nosotros somos parte de esas resistencias, el hecho de poder cortar el cilantro en tu propio patio se vuelve un privilegio, ya no es algo que se pudiera hacer con más frecuencia. Y luego están todos los mensajes publicitarios que no te dejan creer que sembrar tu propia comida es una alternativa. Entonces veo que los golpes y las dificultades vienen de todos lados. Y una forma interesante de irlo rompiendo es buscando colectividad, buscar acercarse a la tierra como puedes, pero cuesta un poco si no tenés resuelto el diario vivir.

¿Qué fue lo que más te marcó de La Primavera Silenciosa?

La historia de los pajaritos. Desde ahí, el hecho de que Rachel Carson se planteaba que en una primavera tradicional los pájaros cantaban, con todo lo romántico que puede llegar a ser eso, que marcaban el inicio de la primavera y que en ese mundo ficticio que ella se plantea al inicio, donde ya no se oían los pájaros cantando, que las plantas y los árboles se secaban, todo esto me movió mucho a mi. Es que, si lo pensás bien, y ya después de muchos años de irlo reflexionando y dialogando, llegas a entender que ella está hablando específicamente de la ruptura de la red de vida, por el impacto de DDP, que no solo ha sido el DDP, ahora hay infinidad de agroquímicos.

Pero creo que esa ha sido la parte que más me motivó. De hecho el libro es muy científico, detalla todo de la forma en que a mí me gusta pensar porque yo me creo mujer de ciencia, y eso me gusta mucho. Pero esa parte inicial, el primer planteamiento fue el que más se conectó conmigo y me llevó a reflexionar todo esto. Ahora planteamos una nueva apuesta política, el agroecofeminismo, que retoma parte de la agroecología, partes del ecofeminismo, pero que sobre todo plantea el posicionamiento de la red de vida construida desde las mujeres de aquí, de Iximulew y del movimiento de mujeres de Guatemala.

Apuestas políticas hay un montón, y una puede buscar la que más le acerque o le lleve. A mi me llevó mi experiencia, mis aprendizajes en la universidad, pero luego los desaprendizajes en el campo, en mis trabajos. Me llevó a repensar una parte que me gustaba de mi carrera que era la agroecología y mi vivencia de feminista, y construí esta parte. Para mi, para la colectiva, para mi mamá, mi abuela, mi hermana. Y lo interesante es que ahora varias personas me han preguntado qué es el agroecofeminsimo y es muy bonito saber que hay personas que se llegan a identificar y te planteas un nuevo esquema de vida.

Entonces ahí está el agroecofeminismo, conózcanlo, vívanlo, siéntanlo. Una de las principales cuestiones que movemos con el agroecofeminismo sobre todo aquí en la Casa Colibrí Rochoc Tz’unün tiene que ver con animarse a tocar la tierra y sembrar, porque ese contacto con la tierra te brinda sensaciones que no tenías antes, que no sentías antes y te puede llevar a repensar la vida. Y para quienes no nos gusta ensuciarnos las manos pues hay otras alternativas.